Venenos Químicos (Parte 3) por Osvaldo Reyes
Venenos químicos
Tercera parte
Le tengo terror al radio y al polonio
No quiero jugar con ellos
Thomas Edison
En la corte de la tabla periódica hay muchos miembros. Ya mencionamos a algunos de ellos en los artículos anteriores. Dejé para el final a los más peligrosos. Los que son capaces de destruir la vida de inocentes con sus mentiras y engaños. Los liberan en el oído adecuado como un vapor venenoso que nunca saben a cuántas personas terminarán afectando. Todos los miembros de esta familia comparten una habilidad peculiar.
Radiación. Iones que se dispersan y atacan a todo ser vivo en su paso. Su nociva presencia puede quedar en el ambiente y afectar por años a los que pongan su pie en el reino.
Si nos centramos en el mundo del entretenimiento, los productos radiactivos han sido elementos primordiales en las tramas de muchos libros o películas de espías, terroristas o post apocalípticas. Sin embargo, han sido usadas como armas homicidas en múltiples ocasiones. Su efectividad radica en el elemento usado y en la forma de administración.
En el mundo real, tenemos varios casos célebres. En el 2001 un hombre en Alemania trató de envenenar a su ex-esposa usando plutonio, que extrajo de la fábrica donde trabajaba. No era mucho, un par de trapos y líquido para descartar, pero tres personas (incluyendo al ladrón) se contaminaron. El hombre terminó en prisión con una factura por dos millones de euros, el costo de descontaminar las dos casas en el área de Landau, Alemania, donde guardó el material robado.
En el 2006, Alexander Litvinenko, un antiguo miembro de la FSB (Servicio de seguridad federal de la federación rusa – el sucesor de la KGB) acusó a sus superiores de haber ordenado el asesinato del millonario ruso Boris Berezovsky. Fue arrestado en dos ocasiones, pero logró salir libre y desertar al Reino Unido, donde se le concedió asilo y trabajó como periodista y asesor de los servicios de inteligencia británicos. En el proceso escribió varios libros donde continuaba con sus acusaciones en contra de los servicios de inteligencia rusos, argumentando que varios ataques terroristas en territorio ruso fueron organizados por la FSB para ayudar en la llegada al poder de Vladimir Putin. En algún momento habló más de lo necesario y el primero de noviembre de 2006, cayó enfermo. El diagnóstico médico fue envenenamiento con Polonio-210, convirtiéndose en el primer caso reportado de síndrome de radiación aguda inducido y del cual murió 23 días después. Cuando Putin se enteró, su respuesta fue: “Desafortunadamente, Mr. Litvinenko no era Lázaro”.
Litvinenko pudo ser el primer caso reportado, pero no fue para nada original. Roman Tsepov, una de las figuras más influyentes una vez Vladimir Putin subió al poder y acusado en varias ocasiones de tráfico de armas, drogas y extorsión, visitó las oficinas de la FSB el 11 de septiembre de 2004, donde se tomó una taza de té. Ese mismo día desarrollo síntomas muy similares a los de Litvinenko. Murió 13 días después. La autopsia reveló exposición a alguna sustancia radiactiva, pero nunca se llegó a saber quién, cómo o cuál. Cabe señalar que este fue el sexto intento de asesinato en contra de Tsepov. La radiación funcionó donde otros métodos fallaron en conseguir su objetivo.
Otros casos con tintes menos políticos incluyen el de un conductor de camión en la región de Zheleznodorozhny (Rusia) que murió después de haber estado expuesto por más de cinco meses (1995) a cierta cantidad de cesio-137, que alguien escondió en la puerta de su camión. Desarrolló una leucemia inducida por la radiación y falleció en 1997. Dos años antes (1993) Vladimir Kaplun, director de una compañía de embalaje, murió de una enfermedad inducida por radiación. El material usado para matarlo, una combinación de cesio-137 y cobalto-60, fue descubierto un mes después de su muerte en una silla de su oficina.
¿Por qué son tan efectivas? La radiación ionizante que emiten estos elementos tienen suficiente energía como para alterar los átomos a nivel celular y dañar el material genético. A pesar de que nuestro cuerpo es muy efectivo en reparar estos daños, cualquier error en el proceso puede llevar a la muerte celular o al desarrollo de un cáncer. La exposición a altas dosis de radiación (por ejemplo, de una explosión atómica) pueden provocar quemaduras en la piel y lo que se conoce como síndrome de radiación aguda. Los síntomas incluyen náuseas, vómitos, dolores de cabeza y diarrea, que pueden aparecer a los pocos minutos de la exposición. Siendo los maestros del engaño, los síntomas mejorarán y los afectados parecerán estar en proceso de recuperación, hasta que empieza la segunda fase. Los síntomas serán los mismos, pero más severos. Además, pueden aparecer convulsiones o terminar en coma. Al final, la muerte llegará, la mayoría de las veces, por un daño a la médula ósea, donde se producen todos los elementos de la sangre. Sin ellos, la víctima puede morir de una falla cardíaca por anemia, infecciones o hemorragias internas. En los casos de exposición crónica, la evolución será similar, pero más insidiosa, según la dosis de radiación absorbida por el cuerpo.
En la literatura, hay algunos ejemplos que parecen inspirados en estas historias. En “El alquimista impaciente”, el segundo libro de la reconocida saga de Bevilacqua y Chamorro de Lorenzo Silva, ganador del premio Nadal del 2000 y llevado al cine en el 2002, la pareja tiene que resolver el asesinato de un ingeniero nuclear. En “Los asesinatos de Chernobyl” tenemos el primer caso del detective Lazlo Horvath. Su hermano Mihaly le cuenta de los peligros asociados con la planta nuclear y en su deseo de proteger a su familia, empieza a presionar (y a molestar) a muchas personas. La historia nos lleva entre un antes y un después del reconocido desastre donde muere el hermano de Lazlo, quien empezará a sospechar que su hermano pudo ser asesinado, aprovechando el evento, para ocultar la verdad. Del otro lado del Atlántico tenemos al famoso Harry Bosch, detective de la policía de Los Ángeles creado por Michael Connelly, quien tuvo su encuentro con la radiación en “El observatorio”. En este caso le toca investigar el asesinato de un médico con acceso a sustancias radioactivas. En el transcurso de la investigación descubrirá que una gran cantidad de cesio fue robado poco antes de que el médico muriera. En lo que parece la trama de una novela de terrorismo, donde la radiación es un elemento clave, Bosch tratará de descubrir la verdad.
Es imposible hablar de radiación y no sentir un leve cosquilleo en la boca del estómago. Es mortal e implacable. Como arma homicida puede ser rápida o tomar años en hacer su efecto, pero tarde o temprano cobrará a su víctima. Todo depende de qué tan rápido quiera el trabajo.
©Artículo: Osvaldo Reyes, 2021.
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