Venenos animales (Parte 1) por Osvaldo Reyes

Venenos de origen animal

Primera parte

 

¡Es una víbora de pantano! -dijo Holmes-. La serpiente más mortal

de la India. Murió a los diez segundos de ser mordido.

La aventura de la banda de lunares – Sir Arthur Conan Doyle.

 

En inglés hay dos términos que vale la pena mencionar antes de empezar este artículo. Uno es “poison” que hace referencia a una sustancia que es producida por tejidos especiales, glándulas o que puede adquirirse por la dieta, lo que provoca la intoxicación de la persona o animal que entre en contacto con ellas. La otra es “venom” que es una sustancia igual de nociva, también producida por glándulas especiales, pero que entra en el organismo de la víctima por medio de un aparato especializado (aguijón, dientes, colmillos, solo para citar algunos). En español a ambas sustancias le diríamos veneno o toxina y así me referiré a ellas a lo largo de este texto, pero quería hacer la aclaración antes de empezar.

Entrando en materia, es posible que piensen que usar una serpiente para cometer un asesinato es material digno de una novela de Sherlock Holmes (La aventura de la banda de lunares), de una película de Fu Manchu (El beso de la muerte) o de la Dama del Crimen (Muerte en las nubes). Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A nivel mundial se reportan más de cinco millones de mordeduras de serpiente por año, lo que termina provocando aproximadamente cien mil muertes (si usted o su personaje vive en la India, donde se reportan 200 mil mordeduras anuales y de 35 mil a 50 mil muertes, con más razón). Siendo un evento no tan infrecuente, pensar en usar una como arma homicida no suena tan inverosímil y hay ejemplos reales de esta forma de pensar.

En mayo de este año de la pandemia un hombre asesinó a su esposa usando una cobra. Si piensan echarle la culpa al confinamiento, en esta ocasión el SARS-CoV2 es inocente. El hombre, llamado Sooraj, quería quedarse con el dinero de la dote y buscarse una pareja más de su agrado. En febrero lo intentó por primera vez con una víbora, pero su esposa Uthra sobrevivió al ataque. Frustrado, le pidió ayuda a un amigo y consiguió una cobra. Para estar más seguro de su éxito, puso a la serpiente en la cama de su esposa y se quedó observando hasta que la cobra la mordiera en dos ocasiones. A la mañana siguiente la llevó al hospital, donde fue declarada muerta. La cobra pertenece a la familia Elapidae, que incluye a las mambas, las serpientes de coral y las serpientes marinas. Tienen colmillos fijos y huecos, por los que inoculan el veneno a sus víctimas. En el caso de los elápidos, la mayoría libera una neurotoxina. En el caso específico de la cobra, este veneno bloquea los receptores de acetilcolina en el diafragma. Con inactivar el 75% de los receptores, el afectado deja de respirar, proceso que puede tomar máximo treinta minutos.

Si van a usar una serpiente como arma homicida, los elápidos serían mi primera elección. Las neurotoxinas son más efectivas que los venenos proteolíticos de las víboras, por ejemplo. Sin embargo, algunas veces es cuestión de oportunidades o tradición. En la India, era frecuente ejecutar a los condenados a muerte tirándolos en pozos con serpientes venenosas y durante el imperio Gupta, según varios textos antiguos, se describen a las “Visha Kanyas” o “Damiselas veneno”, jóvenes que desde pequeñas eran mordidas por serpientes. Su sangre y saliva, gracias a este proceso, estaba saturado de veneno, al cual ellas desarrollaban inmunidad con el tiempo. Cuando se ponían en acción, seducían a su víctima y durante un beso, se mordían la lengua, con lo que dejaban caer sangre con veneno en la boca del futuro cadáver. Dónde termina el mito y empieza la realidad es difícil de determinar. Lo más probable, si la leyenda es cierta, es que eran jóvenes expuestas a dosis pequeñas de veneno para desensibilizarlas. Así, cuando querían matar a alguien, solo tenían que tomar de la misma botella o copa que habían envenenado. A ellas no las afectaría, pero para su acompañante el encuentro terminaría siendo mortal.

No es que las otras serpientes no puedan ser usadas. En 1991 Glenn Summerford, un predicador pentecostal, trató de asesinar a su esposa (para casarse con otra mujer) metiéndola en una jaula con serpientes de cascabel (para ser justos, le dio la opción de meter la cara o la mano). Summerford pertenecía a una secta radical conocida como “Iglesia de Dios seguida de señales” que creen en probar su fe manipulando serpientes venenosas. Si usted cree y se atreve, ¿quién soy yo para detenerlo? Sin embargo, es bueno saber con qué se están metiendo. Las serpientes de cascabel pertenecen a los géneros Crotalus y Sistrurus. Al igual que la cobra, sus colmillos son huecos y al morder inyectan un veneno, pero que actúa diferente. En este caso, la toxina es hemotóxica (destruye tejidos, provocando necrosis y un trastorno generalizado de la coagulación de la sangre). La víctima presentará edema en el sitio de la mordedura (aunque 20% de los casos no se asocian a envenenamiento. Todo depende del estado de ánimo de la serpiente). Después desarrollará dolor severo, adormecimiento, debilidad, náusea, hemorragia y, en casos fatales, falla cardíaca. La ventaja para la víctima es que es un veneno de acción más lenta y por tanto (como fue en el caso de Darlene, la esposa de Glenn) hay más posibilidades de llegar al hospital con vida, permitiendo iniciar el suero antiofídico requerido para contrarrestar el veneno.

Historias que parecen sacadas de una novela de la época dorada, impregnadas con el realismo sucio del mundo moderno. ¿Qué más pueden pedir?

 

©Artículo: Osvaldo Reyes, 2021.

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