Una gran familia
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GRAZIELLA MORENO GRAUPERA|Barcelona
Parece que Cora empieza a oler mal. Ya se ocupará después, ahora está muy atareado ultimándolo todo.
Rogelio adora la Navidad. Uno de sus primeros recuerdos es el de las luces encendidas en las calles y los árboles adornados en los balcones. Era algo mágico, días en los que cualquier cosa parecía posible, en los que las familias se reunían, se intercambiaban regalos, los abuelos veían a los nietos, los hermanos se reencontraban. Lástima que todo eso le sucedía siempre a los demás, él nunca tuvo esa suerte. Hasta hoy.
Va hacia el abuelo y le arregla la corbata. Ahora está correcta. No hay nada que le haga más daño a los ojos que un nudo de corbata mal hecho y al abuelo le gusta lucir bien, y más en un día como hoy, Nochebuena. Acaricia los cabellos de su niña, Marisa, que siempre tiene en el rostro esa sonrisa tan angelical. Echa una mirada a su familia, todos están en perfecto estado de revista: el abuelo, la abuela, con las gafas que continuamente le resbalan del puente de la nariz, su hermano, que aunque no dice nada, parece relajado con su jersey de rombos y sus pantalones de franela, mientras observa a la niña que tiene en su regazo el libro de cuentos que le ha regalado.
Rogelio suspira de cansancio. Como siempre, ha tenido que prepararlo todo él, lleva adornando la casa desde principios de mes y no ha conseguido terminar el pesebre hasta esta misma tarde. Cora le ha dado mucho trabajo, aunque tiene que reconocer que su llegada ha sido una bendición. La mira con ternura.
Hacía días que se sentía inquieto. Este año no podía ser como los demás. ¿No dijo el Señor que no es bueno que el hombre esté solo? Necesita una compañía, alguien en quien confiar sus penas y alegrías, los abuelos…ya se sabe, y Marisa es muy pequeña. Y en cuanto a su hermano, no siempre puede contar con él.
Va hacia la ventana y mira al exterior. Parece que caen algunos copos. Sus ojos se humedecen:
-¡Cora, Cora! ¡Mira, está nevando! ¡Te dije que esta sería la mejor Navidad de tu vida! ¿Ves como tenía razón?
Ella no contesta, pero no le importa.
Esa mañana cuando volvía de su turno de noche en el parking, llave en mano para abrir la puerta de casa, oyó los gritos habituales. Su vecino vociferaba: “¡Eres una puta derrochadora! ¿En qué te gastas el dinero, joder?”. Ella le contestó como tantas otras veces: “¡Te odio! ¡Eso lo dices porque no me quieres! ¡Estoy harta, para ti solo existe el dinero! ¿Crees que el dinero lo es todo? ¡Pues estás muy equivocado!”
No era una discusión diferente de la de casi todos los días, sin embargo, tal vez por ser Navidad, a Rogelio se le encogió el corazón. Pobre mujer, se dijo. En ese momento oyó que se abría la puerta y él aprovechó para meterse en su piso. A través de la mirilla vio a su vecino salir y gritar mientras empezaba a bajar las escaleras:
-¡Vete a la mierda!
Ella había salido al rellano de la escalera, menuda, frágil, con el cabello despeinado sobre los hombros y una expresión desesperada en su rostro. Cómo lloraba. Se merecía algo mejor. Abrió la puerta y la invitó a pasar. Ella dudó, pero él supo ser amable y cogiéndola del hombro la llevó a su casa. Cerró a sus espaldas con dos vueltas y antes que se diese cuenta, la cogió del cuello y empezó a apretar. No hizo falta mucha fuerza, Cora era débil como un pajarillo.
Por fin tiene en casa a la mujer de su vida, la pieza que faltaba para que su existencia sea perfecta.
-Soy feliz- dice en voz alta mientras se da la vuelta para mirarlos a todos.
Los maniquíes no hacen ningún comentario. Cora tampoco.
Texto © Graziella Moreno Graupera- Todos los derechos reservados
Publicación © Solo Novela Negra – Todos los derechos reservados
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