Un agente de la Guardia Civil desembarca en La Habana
RAFAEL GRILLO| Cuba
Un agente de la Guardia Civil desembarca en La Habana
Cuando Leonardo Padura pronunció la bienvenida y advirtió a continuación que Lorenzo Silva era un desconocido en La Habana, me revolví incómodo en el asiento. El Premio Nacional de Literatura de Cuba 2012 y el Princesa de Asturias de las Letras 2015, el más popular entre sus coterráneos de todos los escritores del país, iba a ejercer de anfitrión en el espacio cultural de los jueves auspiciado por la embajada de España este 16 de noviembre, y recordaría sus tiempos de periodista conduciendo el encuentro a manera de entrevista al ilustre pero ignoto recién llegado.
Una ola suelta no hace mar de leva, pensé. La afirmación del creador del entrañable policía Mario Conde de la serie Cuatro Estaciones se sostenía en que Silva es un inédito para las editoriales de la isla, y aquí circulan escasos y sólo por iniciativa individual los títulos editados en España. Por esa razón, retuve mi as bajo la manga, dejé pasar la ocasión de sorpresa para un instante final, y no interrumpí a El hombre que amaba a los perros, mientras este acudía a trucos de Wikipedia y desplegaba los principales logros literarios del natural de Madrid:
Finalista del Premio Nadal 1997 por La flaqueza del bolchevique y luego, ganador en 2000 con El alquimista impaciente; Premio El Ojo Crítico 1998 por El lejano país de los estanques; Premio Primavera de Novela 2004, a costa de Carta blanca; y Premio Planeta 2012 con La marca del meridiano. No sólo autor de policiales, también de cuentos y novelas de otros géneros; y de obras de no ficción, como los reportajes y artículos periodísticos de Líneas de sombra, la crónica histórica y de viajes en Siete ciudades en África; o El Derecho en la obra de Kafka. Pero especialmente célebre por los libros protagonizados por el Sargento Rubén Bevilacqua y su ayudante Virginia Chamorro, agentes de la Guardia Civil.
De este detalle obtiene el novelista de Herejes su primera pregunta, espinosa sin dudas: ¿Por qué la infausta “Benemérita” en el centro de tu obra? Porque al isleño esos “garantes del orden” le evocan a la ataviada de amarillo Guardia Rural, socia de terratenientes y enemiga de campesinos, en una etapa anterior de la isla; le recuerda tétricos pasajes en verso de Federico García Lorca y el “mal rollo” con que los caracterizan en series de televisión españolas o en películas tan vistas como Belle Epoque.
Lorenzo Silva es hijo de militar y tuvo alguna instrucción castrense; pero reconoce la pésima reputación que envuelve a ese cuerpo de seguridad pública, primero del territorio español, creado allá por 1844. Aclara, sin embargo, que su participación ha sido decisiva en distintos momentos de la historia del país y no siempre con ribetes negativos. Avisa de que los tiempos han cambiado y que, dentro de la actual constitucionalidad democrática, los hombres y mujeres ahí enrolados se convierten en aliados del ciudadano y la tranquilidad cotidiana. Y sobre todo, para un literato como él, fue la posibilidad de romper moldes a la hora de elegir su detective, inventándose uno, Bevilacqua, que sirviera para un destacamento policial mal y poco tratado en la tradición literaria.
¿Cree Silva, como otros tantos, que no hay mejor vehículo que la novela negra para hacerle test de rayos X a la sociedad contemporánea?, inquiere Padura. No diría tanto, no le gusta absolutizar al hoy residente en Getafe, pues desde otras formas literarias se puede ahondar también; si bien es innegable, alega quien escribió El ángel oculto, el papel desempeñado por la indagación acerca del crimen en la oportunidad de levantar el parquet y mostrar los trapos sucios de un contexto determinado.
A modo de broma, trae a cuento Silva el hecho real de una localidad española, donde la investigación de un asesinato forzó a realizar pruebas de ADN, que terminaron arrojando el resultado de un montón de paternidades mal atribuidas. Más en serio, hizo cavilar en cómo la obligación de encontrar la verdad de una muerte destapa hasta los resquicios más resguardados de la vida de un individuo y quienes lo rodeaban. Desde mi lado de receptor de la charla, esa reflexión me puso a tono con el crítico argentino Ezequiel de Rosso cuya tesis central es el punto de giro de la novela policial moderna desde el interés en “resolver un misterio” hacia el de “revelar el secreto”.
A seguidas, Padura y Silva se cortejan, discurren acerca de las afinidades entre las formas respectivas de entender su papel como autores policiales y de la cercanía espiritual de sus personajes. Ambos, Mario Conde y Rubén Bevilacqua, son “policías ilustrados”; el primero a fuer de sus sueños de escritor, el segundo por su formación en la psicología. Silva hace un aparte para informar que la Guardia Civil de la hora presente es integrada por personas con un digno nivel educacional. Padura reafirma “la decencia”, la ética moral común a sus dos protagonistas, acaso no intachables modelos de conducta, pero sí comprometidos con un ideal humanista e implacables con el poder desmandado.
Luego, divagan sobre deportes (Padura se dice a punto de soltar la camiseta de fan sempiterno de unos Industriales, el equipo capitalino, en mala racha prolongada en demasía; Silva se confiesa ente raro al que ya no calientan los fuegos fatuos del fútbol pero que, en una era pasada, hinchó por el Atlético de Madrid.) y sobre su “estar en el mundo” (Padura se reafirma enraizado en Cuba, en La Habana, y más propiamente en su periférico ámbito de Mantilla; Silva es más alígero: hoy se reconoce hombre de Getafe, como antes se sintió afincado en Barcelona o en Marruecos).
Retoma la conversación un cauce literario cuando Padura obliga a Silva a explicarse sobre su curiosa elección de par detectivesco: un hombre y una mujer, Rubén y Violeta; y en si va a seguir calentándose la reacción química entre ambos. Lorenzo responde con talante caballeresco, alegando que buscaba adaptarse a una nueva realidad donde los dos sexos cohabitan en los distintos escenarios laborales y están compelidos a establecer una relación de camaradería, de confianza y ayuda mutua que trasciende la atracción sexual. He optado, dice, por mantener la relación entre Bevilacqua y Chamorro en una situación de “tensión sexual no resuelta”.
El diálogo entre los famosos escritores, ya distendido, se va cerrando y tocará al público conducirlo al punto final. Nomás se cede la palabra a los congregados, me levanto del asiento e interpelo al escritor llegado de más allá del Atlántico. Como un Sherlock Holmes mostrando la evidencia suprema, extraigo de abajo del brazo y aireo ante los rostros de Padura y Silva la carta escondida: un ejemplar de la revista El Caimán Barbudo (edición enero-febrero de 2017), con un artículo escrito por mí y titulado “Se buscan detectives para el policial cubano”, en cuyo párrafo prístino se cita ya al autor español y su La marca del meridiano.
Esta prueba de no saberse del todo incógnito entre los lectores de una islita del Caribe saca a flote una amplia sonrisa de Lorenzo Silva. Después de eso, yo hasta me atrevo a hacerle una advertencia: “Deje a Rubén y Violeta cómo están, para que no le ocurra lo que a Dennis Lehane, quien tras el fabuloso comienzo del dúo de Patrick Kenzie y Ángela Gennaro en Un trago antes de la guerra, felizmente encauzado en las cuatro novelas siguientes, acabó cediendo a presiones de público y mercado, y los enroló en un matrimonio que terminó hundiendo la serie en La última causa perdida.
Texto © Rafael Grillo– Todos los derechos reservados
Publicación © Solo Novela Negra– Todos los derechos reservados
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