Tiro al pichón por Ignacio Barroso

Mediados de Mayo de 1928. En la Pobla de Ferran, Tarragona.

Un día normal y corriente. Del montón. Los hombres han salido a faenar el campo y las calles del pueblo están llenas de niños dando por el culo con sus gritos y carreras. Desde lejos, sus madres y hermanas los vigilan sin desatender sus labores. Mientras tanto, tú caminas de un lado para otro en tu casa. Te sientes herido en tu orgullo. Cada paso es un suplicio, más aún desde que la cirugía no salió tan bien como se esperaba y de recuerdo te quedaron una cojera difícil de disimular y un corsé que te hace moverte a cámara lenta, como un ser deforme que acabara de escaparse de algún circo ambulante (suponiendo que en esa mierda de pueblo en que vives, alguien que no fuera la gripe en invierno pasara de visita).

Te detienes frente al espejo de cuerpo entero que hay a la entrada del dormitorio. Te miras, sin poder reconocerte. ¿Quién te ha visto y quién te ve? Te llamas Josep Marimón Carles. Tienes 26 años y has perdido la cuenta de las veces que has pensado quitarte de en medio. Todo sería tan fácil… Vaciarte las venas con la navaja de afeitar… Meterte el cañón de la escopeta en la boca y apretar el gatillo… Pero ni para eso sirves, te falta valor y te limitas a fantasear con ello. La cara que pondrían tus vecinos. Las lágrimas que derramaría Marina Roca, la misma que ahora te rechaza sin ningún tapujo y cambia su camino cuando te ve por la calle, al saber que en el fondo te amaba y lamenta no haberse dado cuenta antes…

Pero no. Hoy se va a derramar sangre en la Pobla de Ferran, pero, en principio, no va a ser la tuya. Lo llevas meditando desde hace bastante tiempo y ya está bien de sufrir en silencio. Ahora son otros los que van a pasar por lo que llevas pasando desde hace años.

Sonríes a tu propio reflejo, y por un momento todo vuelve a ser como era antes. Hace años de eso, siete para ser exactos. Acudiste al servicio militar como era tu deber. Tosías un poco, pero un catarro no te iba a privar de servir en la leva. El problema vino después. A los pocos meses de ingresar en el regimiento, todo se fue al traste. El médico militar que te atendió no se anduvo por las ramas: tuberculosis. Pero en lugar de pudrirte los pulmones, la gracia de tu enfermedad es que te afectaba a la columna vertebral. Enfermedad de Pott. Licenciado y de vuelta a casa. Tu ánimo empezó a marchitarse y más aún cuando te sometieron a esa operación milagrosa que, en teoría, iba a sanarte de tu dolencia. Como resultado, lo que ves frente a ti y hace que los ojos se te inunden de lágrimas. Cojo, con una coraza de plástico que te hace sudar más de lo que te gustaría y el brazo izquierdo agarrotado. Las ganas de gritar suben por tu garganta. Aprietas los dientes. No estás dispuesto a que nadie te oiga. Estás cansado de ser la comidilla del pueblo. Los hombres te miran con desprecio, tachándote de vago e inútil. Las mujeres, al principio, te veían con lástima. Ahora, en cambio, ni te ven. Evitan fijarse en ti. Los únicos que aún tienen algún tipo de trato contigo son los niños. Aunque sea para llamarte tullido y lanzar mierda de caballo contra la puerta de tu casa de vez en cuando.

Suspiras y das la espalda al espejo. No tienes ganas de volver a escucharte sollozar tratando de justificarte. ¿En qué voy a trabajar en mi estado?… No valgo para nada… Si al menos Marina me diera la oportunidad de empezar desde cero a su lado… Una responsabilidad… Una familia que mantener… Eso es lo único que necesito para dejar de estar tirado en la cama…

No. Hoy no toca quejarse. Hoy toca afrontar la vida de frente. Y eso haces. Coges la escopeta, varios cartuchos y sales por la puerta. El sol te da de lleno en los ojos y tratas de levantar el brazo izquierdo para protegerte. Mala elección. Tu tara te lo impide y al final el arma se cae al suelo. Blasfemas y miras a tu alrededor. Ha habido suerte, nadie ha visto nada. Te frotas la cara, pensando. Si algo tan normal como taparte del sol te ha desarmado, quizá tengas problemas cuando vayas a hacer lo que te has propuesto. Vuelves a entrar y coges un hacha del patio interior. Mejor así, parece decir tu cara. Ahora sí que estás preparado.

Más tarde.

Sofocado y con salpciaduras de sangre. Cinco niños muertos y ocultos en dos pajares distintos. El modus operandi, ha sido más sencillo de lo que creías. Voy a cazar pichones, chicos. ¿Os venís conmigo? Y esas cinco criaturas camino del matadero sin saber que los pichones que iban a ser cazados eran ellos. Después, la locura se adueñó de ti. A la que salías de coger más munición, otro niño en mitad de la calle preguntándote que si sabías dónde estaban sus amigos. Respuesta, un disparo a quemarropa en la cara. Pumb. Un poco más adelante, una casa con la puerta abierta. Sin dudarlo, entraste y dejaste a la mujer que viste dentro lista de papeles. De nuevo en la calle, dos disparos más y cuando te volviste a quedar sin balas, a por otra víctima más a golpe de hacha. El balance es letal: diez muertos y dos heridos. Con lo que no habías contado, era con qué hacer después.

Y en esas te ves ahora, corriendo monte arriba sabiendo que el somatén y los del tricornio te pisan los talones. Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, dice una voz en tu cabeza y peleas por no reírte. Te cuesta, la verdad, pero lo consigues. Resoplas. El puto armazón que sujeta tu columna vertebral en su sitio te está haciendo rozaduras y tienes hambre. El sol se está empezando a poner. Agudizas el oído y no oyes nada. No me están siguiendo con perros, piensas aliviado. Te detienes junto a una acequia y te aseas como buenamente puedes. Va siendo hora de buscar algún sitio donde descansar, y hacerlo cubierto de sangre reseca te convertiría en el blanco perfecto de las alimañas y los insectos.

Después de dar muchas vueltas, encuentras un sitio aceptable en un maizal. Te acomodas y permaneces un rato mirando las estrellas hasta que el sueño empieza a hacer acto de presencia. Lo vivido en las últimas horas aparece por tus pensamientos como un collage. Tiros… Gritos… Un hacha… El ruido de los huesos al partirse se te antoja como el de las ramas secas. Crack… El silbido del filo al hundirse en el vientre de una de tus víctimas. Glup… Hasta que una duda te asalta, obligándote a incorporarte y, como si esperaras respuesta, formularla en voz alta: ¿Qué va a ser de mí?.

Sólo el ruido de la noche y los grillos es lo que obtienes como respuesta. Y créeme, mejor así. Porque de haber sabido que estarías huido durante casi diez días. Que entre el somatén y los civiles habrá cerca de 2000 hombres buscándote. Que vivirás como una alimaña comiendo lo que encuentres y durmiendo al raso, hasta que una mañana den contigo y un plomazo en el ojo izquierdo pondrá fin a tus problemas, quizá sea quitarte un peso de encima. Mejor sigue unos días más recordando la cara de los niños cuando les llevaste a cazar pichones y esperar a que seas tú el que acabe comiendo plomo, ¿no crees?

FUENTES:

https://www.elnacional.cat/es/cultura/catalunya-negre-merce-balada_145077_102.html

https://www.espaciomisterio.com/misterios/historia-oculta/josep-marimon-crimenes-pobla-ferran-1928_41718

https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4673286.pdf.

https://www.cuatro.com/cuarto-milenio/programas/temporada-12/historia-asesino-Pobla-mato-cruzo_2_2249130096.html

https://anoiadiari.cat/-12/passanant-pobla-ferran-records-tragica-historia/

 

©Barroso True Crime, Ignacio Barroso, 2020.

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