SEXO Y COCA de Manuel del Pino

Víctor Lince, el mayor canalla de Madrid en el siglo XXI, llevó a otra moza a su guarida, la bella Yolanda. Primer acto: comer fresas untadas en champán, luego en coca.

─Esto me pone como una moto.

─Pues ahora vas a sentir más.

Segundo acto, que volvía loco a Lince: comer coca en el sexo de Yolanda, encamados. Y no se sabía quién disfrutaba más, si el canalla Lince o la bella Yolanda.

─Esto es lo mejor del mundo. ¡Ya no puedo más!

Tercer acto, el más profundo y oscuro deseo de Lince: Presionó la almohada sobre el rostro de Yolanda, que apenas podía gritar, pero se debatía loca, golpeaba a Lince con manos y piernas, en últimos espasmos antes de la ya consciente muerte.

Tantas puñadas alcanzaron a Lince, que acabó medio grogui en el suelo.

A duras penas, Yolanda logró escapar a la calle, desnuda y todo. Llegó chillando a Tirso de Molina, donde la vio la gente, pero también Carla y Lito de patrulla.

─¿Qué te ha pasado? ─le dijo Carla.

─Intentaron violarme y matarme ─lloraba Yolanda.

Fue su salvación, la cubrieron y la llevaron a comisaría de Montera, 16. El mayor Herrera reunió a todos sus hombres, dio un puñetazo en la mesa y dijo:

─Hay un lobo suelto en el centro de Madrid. ¡Lo quiero preso!

Esa madrugada, Carla paseó sola por Lavapiés, provocativa como cuando quería, con minifalda de colegiala y unas piernas carnosas que resucitarían a Tutankamón.

Al poco, un misterioso coyote, Víctor Lince, acudió a cortejarla. Y la muy ingenua Carla acabó en el piso guarida de Lince en Lavapiés.

Fresas con champán, mucho champán. Fresas con coca. Y lince dijo:

─Échate en la cama. Ahora vas a flipar.

Carla se abrió de piernas, se bajó las braguitas, pero dijo:

─Aguarda un momento, que me prepare bien.

Lince se volvió loco ante las carnes de Carla. Comió desquiciado su sexo.

─¡Arghhh! ¡Pero qué es esto!

El rostro cubierto de polvo, Lince se retorcía en el suelo.

─Pimienta ─dijo Carla─. Para que flipes tú.

Sacudió a Lince en la cabeza con una botella vacía de champán, que se rompió en cien pedazos. Carla fue a buscar otra botella llena en la nevera, para golpearle mejor.

Al abrir la nevera, se llenó de espanto: Había un fiambre, una chica allí congelada. ¿Pero quién era ése, un psicópata a lo Norman Bates?

La policía irrumpió en el piso. Mas Lince se las sabía todas, ya había escapado por la ventana al patio interior, a otros pisos y a las oscuras calles de Madrid.

─¿Lo ha grabado todo? ─preguntó Carla al oficial Lito.

─Sí, pero esto nunca más, porfa. ¡Que no soy de piedra!

 

Relato: Manuel del Pino, 2020.

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