Robo multimillonario por Félix Pacheco Granado – IV Antología Solo Novela Negra

Había recibido numerosas propuestas de otras pandillas, pero llevaba muchos años con la suya, obtuvo grandes ganancias con ella y no deseaba estar haciendo cambios. Estaba adaptado a esa, donde no era el jefe, pero todos sus miembros lo veían y seguían como líder. Incluso, el jefe absoluto le daba esa potestad y lo consultaba cada vez que iban a hacer una nueva operación.

Recordaba la primera que había realizado con ellos: fue en Filadelfia, el botín fue enorme, cada cual obtuvo muy buenas ganancias; pero como él tuvo una participación especial, recibió como prima el doble de sus compinches. El jefe cada vez que pasaba por el lado le daba una amistosa palmadita en el hombro y le decía:

-Confío en ti.

Y así era, el jefe siempre confiaba en él.

En Cincinnati fue … lo nunca visto, ni oído ni escrito. No tenía comparación con otro robo anterior. Lo definían los especialistas como algo único. Los epítetos que le dieron a él y a su pandilla no se los habían endilgado nunca antes a ninguna otra…

También tuvo fracasos, como aquel sonado de Nueva York.

En La Florida y otros estados habían hecho gala de sus destrezas en el robo. Allí había obtenido buenas ganancias producto de sus atracos, no tanto como en Filadelfia y Cincinnati, pero la bolsa había sido buena. Así era su mundo.

Para ser un buen ladrón, se necesitaba mucho y buen conocimiento, lo cual quiere decir agilidad y fortaleza del cuerpo, mente libre de prejuicios, buen cálculo de la distancia, el tiempo, ¡el estudio de los custodios de lo que iba a robar, exacta coordinación de toda la pandilla entre sí y de la pandilla con los jefes… muchos, muchos elementos. Los más jóvenes querían ser los ejecutores del punto preciso del atraco y fallaban; no se trataba de algo que pudiera “caer del cielo”. Sí, había que tener características corporales y mentales para hacer el remate de ese tipo de operación, y los jóvenes que a veces creían poseerlas, así, nada más que por voluntad propia, se desesperaban y echaban a perder todo. Es cierto que se necesitaba mucha fuerza de voluntad, pero con eso no bastaba. Había que trabajar en equipo, y así lo hacía su pandilla. Cada cual tenía su misión específica, a veces más de una, pero había alguna en que cada cual descollaba. Él realizaba diversas funciones, pero la fundamental era la de ser el atracador principal.

Nunca celebraban victorias anticipadas. Las victorias las celebraban después de consumadas, incluso, dejando pasar algunos días por el medio. “La euforia” es buena en algunas ocasiones, pero en otras… puede ser mortal. ¡Así era la cosa en el mundo de ese “negocio”! No puedes perder un detalle.

Por eso los robos que realizó en Texas fueron tan exitosos. No le aportó tanta ganancia como en grandes atracos anteriores, pero de eso se trataba: robar, robar siempre, lo cual le permitía ganar, mucho o poco dinero, pero siempre ganar algo.

California había sido una plaza fuerte para él y su pandilla. Y si difícil le resultaba en Los Ángeles, más difícil lo era en San Francisco: esos vigilantes y tiradores de San Francisco eran muy certeros. Pero él se las ingeniaba siempre para robar algo.

La ciudad de Washington era otra plaza fuerte. Pero allí los vigilantes estaban mejor preparados: ¡hacían disparos mortales! Pero él los había estudiado muy bien, y siempre lograba salirse con las suyas en varias ocasiones y amasar el botín de sus robos.

En materia de robo había una gran competencia: los había muchos y muy buenos en todas las ciudades de la Unión, cada cual, con sus métodos, formas, estilos… pero indudablemente que los mejores estaban en las ciudades de Chicago y Detroit. Los ladrones de esas ciudades combinaban arte con ciencia: preparaban sus cuerpos en grado extremo para cada atraco, lo calculaban todo matemáticamente, incluso, la novedosa informática ya la estaban aplicando en tal sentido. Él había aprendido mucho con ellos, pero claro, a la técnica de robar le había aplicado su estilo muy peculiar, y al arte y la ciencia le aplicaba esa gran intuición que poseía. Sí, muchos pensaban que la intuición era un don sobrenatural, pero él, que tenía muchos amigos académicos, científicos, sabía perfectamente que no existía tal don, sino una combinación de conocimientos, experiencias, destreza corporal, mentalidad abierta… Claro, también encontrar la oportunidad precisa que era la combinación de la causalidad con la casualidad, los conocimientos, la experiencia y la voluntad, como le había explicado un amigo filósofo. Éste le aclaró que no todos los momentos son propicios y que no bastaba con los elementos anteriores, que la clave estaba en aprovechar la oportunidad dada por el contrario o creada por él.

Y allí estaba otra vez en Nueva York, donde había tenido un sonado fracaso en años anteriores… y todo parecía que la oportunidad le resultaba favorable para realizar el mejor de sus robos… el más importante.

Estaba decidido a robársela. Sabía que ello comportaba un riesgo enorme. Pero tenía que hacerlo por varios motivos…

Su pandilla, sus “muchachos”, no querían que se retirara, que siguiera aportando esa gran experiencia y habilidades que tenía en el negocio, que, con casi cuarenta años de edad, lo consideraban el mejor en su especialidad. Pero lo tenía decidido, se despediría de su pandilla, después de ese importante “trabajo”, fuese cual fuera el resultado. Y ya tenía elaborado su discurso de despedida: no le gustaban las formalidades ni las palabras altisonantes, solamente diría “ADIOS MUCHACHOS”, le daría la mano a cada uno y se retiraría de ese negocio para iniciarse en otro que no comportara riesgos y le permitiera dedicarse a la vida familiar que había emprendido hacía seis años, atendiendo como se debía a su esposa y sus dos hijos.

Esos serían sus nuevos y únicos “muchachos”. Se dedicaría completamente a ellos y a su joven y bella esposa, a los que, quería decirles “ADIOS MUCHACHOS” después de los ochenta años…

Su vida bien pudiera escribirse como “Solo Novela Negra”, o quizás roja. Ya tres escritores lo habían contactado para escribirla. Pero sólo accedería a ello después del retiro.

Porque ahora tenía que concentrarse en lo que estaba haciendo y en lo que iba a hacer: su última oportunidad, que como quería y esperaba se le estaba brindando por suerte… ¡no! Él no creía en la suerte…  a pesar que el jefe de la pandilla le susurró solo esa palabra al oído: “¡suerte!”.

Ahora se le aparecía como casualidad. La suerte es los conocimientos, más la experiencia, la voluntad, el esfuerzo y la casualidad. Y todo eso se le estaba dando ahora…

Cortó sus reflexiones, tenía que concentrarse en esa oportunidad… la última.

Tenía experiencia anterior en ese tipo de operación: la había realizado antes, no con tantas ganancias como podía obtener ahora. De seis que la había intentado, tuvo éxito en dos.  Estaba convencido que ahora podía hacerlo por tercera vez. Tercera y última…

Los dos custodios que vigilaban eran expertos y sabían perfectamente que él intentaría robársela y estaban listos para accionar y evitarlo. Los dos eran peligrosos, pero el de los altos era el peor: el mejor experto tirador que existía, su record era impresionante. El de los bajos también era muy experto y preciso y estaba más cerca de aquella fortuna… cualquiera de los dos podía eliminarlo, pero sin dudas, el mayor peligro venía por el vigilante de los altos, si lograba burlarlo y esquivarlo, el de los bajos disminuía su peligrosidad…

Pero él los había estudiado detalladamente a los dos: sus posiciones, sus movimientos, los ojos…

A pesar de la distancia, los ojos de ellos le dirían el momento oportuno para cometer el atraco con el mínimo de riesgo.

Tenía que hacerlo en pocos segundos.

Le quedaban menos de tres minutos para el éxito… o el fracaso.

Miró los ojos de esos dos que estaban dispuestos a capturarlo.

Se acercó un metro… retrocedió… se acercó nuevamente un metro… volvió a retroceder… ahora casi dos metros… se lanzó con toda la velocidad de sus piernas, había captado el momento preciso… los dos guardianes se activaron… pero él era más rápido… más rápido… ¡el tirador de los altos había disparado muy rápido también!… pero él se le había adelantado… más rápido…  ¡se deslizó cogiéndola con su mano izquierda!

– ¡Quieto! –Decretó el árbitro.

Su equipo ganó el campeonato mundial de béisbol… el estadio era todo un pandemónium…

 

©Relato: Félix Pacheco Granado, 2020.

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