Pocas luces por Francisco Ghiotto

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Para el año 1976, con 26 años recién cumplidos y mi título de ingeniero electrónico bajo el brazo, entré a trabajar en la empresa Contrucsoma SA. La encargada de la remodelación y ampliación del estadio de River  Plate para el mundial del 78. Dato no menor, para entender porque Construcsoma SA tomo la concesión de la obra, es que, entre sus accionistas mayoritarios se encontraba por entonces, el General Hugo Alberto Compostela con estrechos vínculos con la junta militar que gobernaba el país desde marzo del mismo año

Mi deber para el proyecto era diseñar y coordinar el nuevo sistema de alumbrado artificial que debía iluminar el campo de juego, esta tarea conllevaba la constante negociación con proveedores externos a la empresa y mis compañeros del área técnica.

La tarea no era menor en absoluto, ya que el tendido eléctrico que debíamos montar era de dimensiones titánicas, la consola que maneja las luces no existía en el país y debíamos diseñarla nosotros mismos. Con más de doscientos focos de iluminación divididos en cuatro sistemas de encendido diferentes para evitar que la instalación explote  por los aires si se intentara encenderlas todas al mismo tiempo.

El montaje e instalación tampoco era tarea sencilla, ya que primero se debía construir una pasarela a no menos de metro y medio de altura sobre las tribunas del estadio donde de forma manual, una a una, debería colocarse las luces con sus cables, terminales, disyuntores, tomas corrientes y demás. La altura sobre el nivel del piso, era verdaderamente intimidante para cualquiera persona que haya pasado por esta experiencia por más medidas de seguridad con las que se contara.

El ritmo de trabajo era insoportable jornadas de 14 o 16 horas diarias. Días enteros sin volver a casa con mi familia. Las órdenes eran claras: la obra debería estar terminada al menos 10 días antes de la inauguración del mundial. Los militares se jugaban gran parte de su permanencia en el poder en esta obra; el mundial debía demostrar que los militares no eran ningunos inútiles y, por lo tanto, los ojos de la junta militar estaban directamente puestos en mí y en lo que harían en la cancha personajes de la talla de Mario Alberto Kempes y Daniel Alberto Pasarella. Digamos que era tan importante para la junta militar organizar un mundial con estadios de última tecnología como así, también, ganarlo.

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La situación en el país era caótica, la junta militar a cargo de Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti que habían derrocado a todas las fuerzas constitucionales del país no tenían la más mínima idea de cómo conducir el país y menos si ese país estaría en los ojos del mundo en menos de dos años por la organización de un mundial de Futbol, parecían simplemente abocados a destruir a toda persona y/o cosa que les hiciera recordar al anterior gobierno Peronista.

El gobierno de María Estela Martínez de Perón no había sido menos caótico en materia social y económica, por lo tanto, suponíamos,  que las condiciones en las cual íbamos a  llevar a cabo la remodelación del estadio de River Plate no cambiaran demasiado.

El equipo de técnica ,del cual yo era el mayor responsable, contaba de ocho personas, en su mayoría técnicos e ingenieros jóvenes con muy buena onda y sobre todo gran capacidad. Solíamos salir a tomar algo los viernes por la noche cuando el ritmo laboral lo permitía.

Garofalo y Encina eran los más cercanos, ambos graduados recientemente ,al igual que yo y con muchas ganas de aprender y progresar dentro de la empresa, gente amable compinche con los cuales incluso entable una amistad de varios años más allá del ambiente laboral.

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La primera etapa de la obra, la construcción y colocación de las pasarelas de cemento, hormigón y chapas de hierro, donde deberían ir colocadas cada una de las luces que alumbrarían el campo de juego, no presentó demasiados inconvenientes, se pudo cumplir en tiempo y forma, sin más sustos que algún que otro operario colgado de su cabo de vida de la tribuna allá salvado su vida de milagro. Cosas por demás habituales en el rubro cuando se trabaja con ese nivel de apuro.

Los problemas comenzaron a finales del  77 ya con la comprobación empírica de que llegar con todo listo para el día de la inauguración era una tarea titánica. Los pliegos y licitaciones otorgados previos al golpe quedaron nulos y los nuevos tenían que pasar por el estricto control de la junta miliar, la cual seguramente debería asegurarse su suculenta tajada antes de ser otorgada a la empresa constructora de turno, la cual si tenía vínculos con ellos mucho mejor.

La cosa verdaderamente se puso negra con los interruptores de alta capacidad, marca Otomax, importados de Alemania Oriental, cada uno soportaba más de dos mil Amper y podrían llegar a valer más que un auto nuevo cada uno. Para este proyecto se necesitan al menos treinta.

Por cuestiones de la dictadura las importaciones de territorios enemigos como era la Alemania Soviética en este caso estaban completamente limitadas y restringidas. La autorización para poder importar los interruptores Otomax demoró más de noventa días con incontables reuniones con la gente de aduana y comercio exterior.

Debido al costo de los interruptores alemanes, que por otro lado, debían abonarse de contado y previo despacho marítimo que no demoraría menos de unos cuantos meses. Fue que la empresa comenzó a tener los primeros ahogos administrativos. El resto de los proveedores locales de los diversos insumos necesarios para la obra: cables, torillos y etc. comenzaron a ver como sus facturas vencían y se ponían amarillas sobre el escritorio de Sonia Pacheco, la encargada administrativa de la empresa, responsable de emitir y firmar cada uno de los cheques de Construcsoma SA. Sin ser abonados.

La mayoría de los proveedores, por este motivo, nos intimaron a abonar con cheques contra entrega, como única condición para seguir entregando sus productos. Eso continúo demorando la obra, que era cada día era más difícil poder concretar, sumado a las pocas luces de Sonia Pacheco para comprender que debía dejar su absurda burocracia administrativa de lado y entregar los cheques de forma urgente, para que nosotros y sobre todo yo no tengamos que darle explicaciones a la junta militar de por qué el día de la inauguración del mundial las luces del estadio son apenas una penumbra en el invierno porteño.

Fue en ese momento donde me hice del único enemigo que tuve en todos mis años en Construcsoma SA. Una empleada administrativa que parecía tener como único objetivo en su vida verme enloquecer. Todo lo hacía apropósito. Si yo necesitaba un cheque urgente, ella estaba en una reunión impostergable con algún gerente de no sé qué área. Si me debía liquidar una factura, a pocos días, lo hacía eterno y el proveedor en cuestión me cancela las entregas pactadas. Todo así, de ese modo con saña hacia mi persona. Trabajar de ese modo era imposible de sostener. Entonces comprendí que era ella o yo.

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Me desperté temprano, demasiado temprano, incluso mucho antes de que suene el despertador. La noche había sido horrible el insomnio era habitual. La reunión con los gerentes de la empresa me tenía muy preocupado, el solo pensar en tener que dar explicaciones de porque la obra no estaría lista frente a mis jefes y al accionista mayoritario el general Hugo Alberto Compostela me revolvía las tripas.

Tome café despacio, el sabor y su aroma me devolvieron al mundo. No eran aun las 7 de la mañana cuando tomé el auto que me daba la empresa y me dirigí a la oficina. El transito era fatal por más que era más temprano que lo habitual, el clima frio de junio y la noche que aún no se retiraba de Buenos Aires le daban un clima tétrico a la situación.

Al llegar a las oficinas de Construcsoma SA note algo extraño, En el estacionamiento había dos autos oficiales y un Falcón verde del ejército argentino. Era habitual ver autos oficiales en la empresa ya que estábamos haciendo obras para el estado nacional pero nunca ese auto verde.

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Saludo a Clarita la recepcionista con el beso de rigor de todas las mañanas. Era una cuestión de respeto por más que no quisiera ni mirarla.

-Me dijeron los gerentes que te vayas directo a la sala de reuniones, ya que te están esperando. Dijo con su monocorde y aburrido tono de voz.

– ¿Ya? ¿Tan temprano? Respondo sorprendido

– ¡Hace más de media hora que están! Métele! Me ordeno de forma abrupta.

Emprendo mi camino hacia la sala de reuniones sin siquiera despedirme de Clarita, a paso firme pero lento completamente decidido a enfrentarme a lo que deba ser.

Un sentimiento de culpa y remordimiento por lo que estoy por hacer me recorre el cuerpo, es un instante, se desvanece por completo al abrir la puerta y ver el recio rostro del General Hugo Alberto Compostela.

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-Adelante ingeniero tome asiento lo estábamos esperando. Dice el gerente de Construcsoma SA haciendo señas de que tome la única silla vacía que quedaba en el enorme salón.

-Buenos días, Permiso y disculpen la demora. Respondo mientras me siento casi sin levantar la mirada del piso.

Toma la palabra Federico González el gerente de la empresa.

-Mire Ingeniero convocamos a esta reunión de carácter urgente con la cúpula dirigente de la empresa y algunos funcionarios del gobierno nacional, porque nos encontramos muy preocupados por el ritmo que llevan las obras eléctricas del estadio de River Plate….

Completando el discurso lo interrumpe un hombre uniformado.

-Ud. podrá comprender la gravedad de la situación, ¿verdad? El gobierno militar no puede fallar en nada de lo que respecta al mundial.

-Si general comprendo perfectamente. Sabrá Ud. que desde el departamento técnico que dirijo estamos haciendo todo lo humanamente posible y más incluso para llegar en tiempo y forma al partido inaugural, pero deben comprender que se retrasó todo por temas de importación y además…. intento responder en tono firme sin titubear, no me sale muy bien, la boca me tiembla y las manos me sudan a mares.

-Mire Ingeniero no vinimos hasta acá a escuchar escusas técnicas, queremos responsables y que se hacen cargo de sus errores. Dijo ahora el General Hugo Alberto Compostela, máximo accionista de la firma.

-Comprendo General pero vera la empresa tuvo muchos inconvenientes para pagar a los proveedores y con ello… Digo ya asustado por la situación que dejo de ser tensa para ser angustiante.

Me interrumpe el gerente. Con tono violento.

-Eso es mentira ingeniero y UD lo sabe muy bien. Esta empresa ha cumplido con todo lo solicitado por su departamento para poder llevar a cabo la obra sin problemas, no nos culpe por su ineptitud.

-No, no dije eso, pero UD sabe… No puedo terminar la frase ya que me vuelve a interrumpir el general.

-Ud. ingeniero no estará haciéndonos un sabotaje al gobierno, ¿no tendrá esas ideas Marxistas que le imponen a la gente en la facultad?

-Como puede decir eso si trabajo de sol a sol…no llego a terminar la frase. Mi tono de voz está a punto de quebrarse en un llanto desconsolado.

-Sabe bien que con las leyes que rigen en el país lo podemos detener por traición a la patria.

-No me puede decir eso general hace años que trabajo aquí de la mejor manera. Intento usar un tono pausado y cortado entre palabra y palabra. El corazón está a punto de salirme del pecho y reventar el enorme ventanal desde donde se puede ver la extensión de la Avenida 9 de Julio.

-Lo siento ingeniero, pero la empresa se pone a entera disposición del gobierno para impartir las sanciones que crea justas. Comenta el gerente con tono risueño.

Dos hombres uniformados se levantan de su silla frente a mí, al incorporarse de les deja ver la Ballester Molina que llevan en la cintura.

Me toman uno de cada brazo y comienzan a arrastrarme hacia la salida.

-Sonia! Grito al instante que rompo en llanto.

El general me observa, esperando que diga algo más.

-Sonia Pacheco! Ella me frenaba todos los pagos. Ella lo hace apropósito, ella es Montonera. Grito ya con el llanto que me ahoga.

Frente a la mirada perpleja del gerente los dos militares me sueltan, caigo al piso sin poder levantarme del miedo.

-Está bien ingeniero, está bien. Eso queríamos escuchar, hay que servir a la patria. Ahora vaya y tómese el día. Después de todo Ud. trabaja bien y se lo merece. Sentencio el General Hugo Alberto Compostela.

7

Luego de pasar por el baño a limpiarme un poco la cara de tanto llorar. Tomo el ascensor que me lleva al subsuelo, solo quiero llegar a mi casa y en lo posible irme a vivir a otro país o a otro planeta directamente.

Estoy tan aturdido que no recuerdo donde deje el auto. El estacionamiento es enorme y los autos de la empresa son casi todos iguales.

Dudo, busco, pienso. Finalmente logro recordar donde me había estacionado, pero ahora se suma otro problema, no recuerdo donde deje las llaves, reviso mi mochila con apuro desparramo  papeles por el suelo, me tomo la cabeza, un dolor punzante se me clava debajo de las cienes, el mundo entero parece estar en contra mío.

Un grito interrumpe mi angustia y me devuelve a la realidad. No logro reconocer que es lo que sucede. Gritos y llantos llenan cada espacio de ese maldito subsuelo.

Giro la cabeza logro divisar el Falcón verde, están metiendo a una personal, se defiende, llora, grita, tironean, recibe varios golpes en el abdomen se dobla del dolor, logran introducirla dentro del auto.

En una nebulosa donde no logro distinguir figuras con facilidad me pareceré reconocer  una cabellera de mujer dentro del  auto.

Una voz perfora mi cerebro.

-Usted no vio nada Ingeniero.

 

©Relato: Francisco Ghiotto, 2020.

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