Pesadilla de Navidad- Relato esencial

Recién clausurado el periodo de celebraciones, rescatamos esta ‘Pesadilla de Navidad’, de Marisa Arias

Pesadilla de Navidad

La fecha se acercaba. El olor a castaña asada pronto se mezclaría con el del turrón. Los anuales Roscos de Reyes se anticipaban por todas partes llenando escaparates y estanterías de dulces. Las calles se iluminaban de forma insólita invitando a pasear. Las comidas, los regalos, la gente, las colas eran aviso de que la Navidad estaba llegando y todo el mundo adoraba estas fechas; pero nuestra protagonista -Adriana- en el fondo lo detestaba. Nunca le traían buena suerte.

-Que pase pronto, por favor. ¡Lo odio! -se decía una y otra vez al empezar el día.

Ese lunes, Adriana cogió el metro de las 20.30h para volver a casa. Debajo de su brazo,  un viejo y grueso portafolios de color gris.

Desde hacía algún tiempo, trabajaba en el apartado de Administración gestionando la producción de una importante multinacional eléctrica llamada ‘LightWorld’. Un gran oportunidad laboral dentro de su poco dilatada vida profesional. Era  licenciada en Matemáticas y diplomada en Contabilidad e Informática. Y actualmente estudiaba su cuarto curso de Economía por Internet en sus ratos libres.

Adriana tenía 27 años y vivía sola. Era algo delgada y alta. Siempre con gafas redondas. Su pelo rojizo alegraba su tez clara como las pecas sobre su nariz. Vestía  con ropa ancha y casi siempre en tonos oscuros.

Adriana era minuciosa con todo y por supuesto con su trabajo. Constante y muy cabezota, no dejaba su silla de oficina hasta terminar su complicada tarea diaria. A veces hasta comía en el mismo lugar de trabajo con el tupper de casa encima de su mesa rodeada de papeles y números.

Esa tarde, debido a su gran descubrimiento, estaba tan agotada que reclinó la cabeza en el cristal del metro y una tenue sonrisa de satisfacción se asomó de inmediato a su rostro. Fijó la vista en la oscuridad de fondo percibida a través del cristal y se dejó llevar por el cansancio.

La distancia que le separaba del lugar de trabajo y de su casa, bien daba para echar un vistazo al  Instagram de su móvil como siempre solía hacer, pero esta vez, prefirió cerrar los ojos y descansar de la intensa jornada. Su agotamiento era evidente. Había echado más horas de la cuenta intentando cerrar un tema dentro de las ganancias y perdidas de su empresa que no cuadraban. Para ella todo estaba muy claro y los números desde luego no mentían. Llevaba tiempo queriendo entender la jugada extraña de su empresa y esa tarde la encontró: había descubierto un agujero negro y peligroso en una de las secciones de beneficios donde no había tales pretensiones.

Pero también era consciente de que si la cogían peligraría su vida.

La imaginación de Adriana empezó a funcionar pensando en un futuro próximo:

-”Podría ser un gran titular en algún medio de comunicación a nivel nacional y saldría en la televisíón…hum…me pagaría mejor desde luego que en esta empresa” Jeje.

Mientras pensaba, Adriana cerraba sus párpados y veía el mundo de  los viajeros de su alrededor . Sentados a su lado había una pareja de jubilados cansados que delataban una agotada tarde con sus nietos, posiblemente. En el elegante abrigo color crema de la casi ya anciana abuela, parecía haber caramelo pegado y su olor propio de colonia de bebé perfumaba inevitablemente el pasillo.

En frente de ella un tipo misterioso de edad madura ojeaba un libro. Llevaba gorra y cazadora de cuero con el cuello levantado que apenas permitía descubrir su rostro. Y aún más extraño que leyera con las gafas de sol puestas.

Algo más lejos un joven con mochila y auriculares blancos, meneaba la cabeza y un pie al compás. Escuchando lo que parecía un MP3 que llevaba en la mano derecha.

Al final del vagón,  una risueña guardia de seguridad con chaleco amarillo recostada sobre una barra, ojeaba su móvil y escribía en él.

Adriana caía sin piedad en un breve sueño traspuesto y quebrado a instantes por la megafonía de su pequeño vagón anunciando las paradas. Su portafolios llenos de números, estadísticas y gráficos que reposaba sobre su muslo izquierdo, sin darse ella cuenta, se iba resbalando lentamente debido al movimiento del vagón. A los pocos segundos debido a un brusco y extraño frenazo del tren, el cuaderno portafolios se deslizaba al suelo, cayendo abierto sobre uno de sus pies  y abriéndose por una hoja donde había múltiples líneas y gráficos subrayados de fluorescente verde.

Justo antes de ese preciso instante, Adriana viajó a un momento de ensueño angustioso de un hipotético 6 de enero. En él se veía sola despertando en un hospital. Todo ocurría muy rápido y no le encontraba explicación. De fondo, la música alta en su cabeza, de la banda de la película ‘Nocturnal Animals’ de Abel Korzeniowski lo invadía todo.

De repente, Adriana despertó sobresaltada. La gente comenzó a chillar. Las puertas justo de enfrente suya, se abrieron de golpe y entraron dos tipos altos y fuertes con pasamontañas negros y porras en la mano.

Dame lo que llevas. Sabemos lo que has descubierto -gritó uno de ellos mientras entraba y dirigía su vista directamente a Adriana.

¡¿Cómo?! Creo que te equivocas de personale dijo ella recogiendo con rapidez del suelo el portafolios y pegándoselo fuertemente al pecho con las dos manos, protegiéndolo más que a su vida. Estaba muy asustada pero intentaba pensar fríamente con la cabeza.

Son mis apuntes de cuarto de Economía –añadió  Adriana.  

Aunque era muy consciente de que, dijera lo que dijera, habían entrado para hacerle daño y preguntar por  su descubrimiento. Era evidente.

-¡Qué graciosa! ¡Crees que somos idiotas! ¿Para qué crees que hemos parado el metro, preciosa mía?. ¡¿Por unos apuntes de cuarto de Economía?! ¡Jaja! ¡Dame esa carpeta que agarras, ahora mismo!.

-¡No puedo!

Ella no iba a darle a un simple ladrón su hallazgo tan insólito a la primera de cambio. Su trabajo de tantas horas, su gran descubrimiento sobre esa empresa.

Pero todo terminaría pulverizado en cuestión de segundos. Ella estaba al límite de la indecisión.

-Muy bien. ¡Tú lo has querido! -Dijo el ladrón.

Al día siguiente los medios de comunicación y tras ser anunciado previamente por la policía, explicaban el incidente en un vagón de metro. Ya era oficial la detención de una banda de asesinos contratados por la empresa ‘Lightworld’.

“Una joven herida tras un robo algo extraño en un metro” decían los medios.

“Nadie salió fallecido, ni hubo más robo que excepto esta víctima que fue ingresada y operada de urgencia en un hospital cercano tras un traumatismo craneoencefálico. El desfalco de la multinacional ‘Lightworld’ salía a la luz y eran detenida toda su cúpula directiva gracias a una copia evidente del hallazgo enviado por email al inspector del policía responsable del caso, perteneciente a la Comisaría de Málaga”.

Adriana ese mismo día, justo unos minutos antes de abandonar su oficina, mandaba toda esa información. Esa firma era sospechosa e  investigada desde tiempo ya que manejaban grandes cantidades de dinero negro que invertían en armas en Corea del Sur y parte de Rusia. Además contrataban sicarios  para asesinar a ciertos miembros de la Corte Suprema de Gran Bretaña.

“La joven víctima fue golpeada con gran crueldad por parte de uno de los ladrones que se quiso dar a la fuga pero fue detenido posteriormente. Aunque el otro, tropezó y fue capturado al instante, confesándolo todo. Por lo que el robo, tal y como se cree, fue coordinado gracias a un cómplice de dentro del vagón dando señas en ese momento, del recorrido realizado por Adriana.  Un tipo con gorra y cazadora negra que aún sigue suelto”.

Adriana resultó sin quererlo ser primera noticia de todos los diarios de esos días. Un heroína entre luces engañosas de una empresa eléctrica…

Adriana comía al fin su Rosco de Reyes en la cama de un hospital dando las gracias de que estaba viva ese 6 de Enero gracias al policía oculto bajo el disfraz de joven distraído y escuchando música.

Pero también puede que me hayan salvado mis nuevos apuntes de Economía -se decía a si misma con ironía, mientras se restablecía de la operación y abría la boca para saborear un pequeño trozo del Roscón.

Texto: ©Marisa Arias, 2019.

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