NUNCA MÁS por Marisa Arias

Eran las ocho de la mañana y la gran ciudad de Milán empezaba a levantarse. El día despertaba limpio de nubes, con sol, pero con frío, dada la fecha un 13 de enero de 1999. Rania desperezaba su cuerpo y su mente de un largo sueño. Se asomó a la ventana y vio con cierto asombro el manto blanco de nieve sobre los coches y en las aceras.

– “Qué bien estaría en el sofá con mi manta, un café caliente y un buen libro entre mis manos, ¡caramba! “- Pensó con resignación.

Había muchos momentos que se veía sola y jubilada, pero haciendo lo que más adoraba en sus ratos libres: leer, después leer y finalmente leer.

Toda una utopía lejana en su imaginación dada su edad. Rania tenía 42 años en un cuerpo casi perfecto. Su insultante belleza, incluso en su madurez, era deseada y a la vez odiada por todas las compañeras en su trabajo. Rania se desplazaba a una importante agencia de moda todos los días, en metro, desde hace años. Allí todos se extrañaban de su juventud. Quién le iba a decir a ella que aguantaría como modelo de fotografía más de 30 años.

¿Se habría quedado en el túnel de la eterna juventud a los 40? ¿Tendría un pacto secreto firmado con el diablo? ¿O simplemente cuestión de genes?

Rania era un talismán que todos se rifaban en publicidad. Ahora estaba en otro momento, pero todavía era ganadora indiscutible de contratos millonarios.

Rania vivía sin miedos ni perjuicios. Su cuerpo y su rostro se habían convertido en un reto a la naturaleza.

Hace mucho, cuando era niña, le llamó un día el destino dirigiéndose con su madre al colegio. Alguien la vio y a la semana siguiente participaba en un concurso ‘Miss Piccola Bella’ (pequeña guapa), en Milán. Y desde entonces no le desagradaba lo que hacía, aunque su niñez y después su juventud, no discurría igual que la mayoría. Siempre de aquí para allá, cogiendo vuelos y haciendo largos viajes a otros países para duras sesiones de fotografía.                                                                                             

Su reconocimiento en el trabajo era notable en media Europa. Eso sí, iba creciendo y nunca le faltaba un libro en su maleta o en su bolso.  En su niñez, mientras su madre trabajaba como ayudante o auxiliar en una biblioteca en las afueras de Milán, ella la esperaba leyendo y se sumergía en todos los mundos imaginables. Era princesa, campesina, víctima, abogada …siempre protagonista de todas y cada una de las portadas de los libros que caían en sus manos después del colegio. Y al llegar la noche su madre siempre le repetía:

– “Vamos Rania, Ya he acabado. Mañana sigues leyendo. Hay que coger el autobús de vuelta”.

Y Rania, sabiendo de la llegada de ese momento poco deseable, se escondía con disimulo el libro de bolsillo en cuestión, en su regazo, o bajo el abrigo, para terminarlo en casa, antes de quedarse dormida. Al día siguiente lo colocaría con cuidado, en su estantería correspondiente.

Pasaron los años y Rania ya dentro de su profesión, reconocida modelo de fotografía en Milán pensaba una y otra vez en ser bandera blanca a la agotada vida que llevaba y cuando ya no necesitaran de su cuerpo o de su sonrisa tras una cámara, ser puerto de atraque al retiro de sus amigos fieles, los libros. Soñaba con una idea fija: poner con el tiempo, quizás, su propia librería, ¿por qué no?                                                                                                                                  

De repente sonó su móvil. Conocía el número.

– “Rania si estás lista, acércate por la agencia lo antes posible, por favor. Coge un taxi. Los gastos los cubre la agencia”.

Rania con extrañeza y algo de preocupación hizo lo que le pidieron, sin preguntar la causa. Se puso con rapidez un jersey color verde agua de cuello vuelto, que le iba al color de sus ojos. Unos Levi´s algo gastados y sus botines grises. Informal pero siempre elegante y favorecida.

Cogió su bolso, una bufanda y el anorak del perchero. Y salió con rapidez de casa.

Al llegar a la agencia, le esperaba el director en la sala de juntas.

– “Me alegra verte Rania. ¡Qué bella! Siempre diva, querida. Quiero decirte, ante todo, que siempre has tenido y aún tienes, arte y alma para nosotros. Has sido nuestro amuleto durante mucho y no es nada fácil hablarte de esto”.

– “Me asombra vuestro comentario. Me temo lo peor, pero en parte lo estaba esperando”, contestó Rania.

– “Si bueno, verás…” añadió el director, buscando explicaciones     convincentes. “Tenemos ante todo comentarte algo, que pronto dejaremos esta firma para unirnos a la de Roma. Los tiempos mandan. Ahora mismo no es rentable sostener más contratos de ningún tipo y en modelos de publicidad menos. Prescindiremos de todo el personal. Espero lo comprendas. Nos unimos a la principal con otras visiones”.

Rania respiró hondo y no demostró ninguna hostilidad. Cerró sus párpados con suavidad y se dejó llevar por la situación. Por unos segundos mientras los demás hablaban y hablaban, se trasladó a su sueño:

‘perderse entre los libros de su propia librería con la que tanto soñaba poner algún día’.

– “De acuerdo. ¿Dónde tengo que firmar para dejarlo todo arreglado ahora mismo? ¿Para qué prolongar más el tema?”

– “Gracias de corazón Rania, por facilitarnos esta difícil situación. Te lo agradecemos mucho”.

La tensión en el ambiente se podía cortar con un cuchillo, aunque las palabras fueran desprendidas con respeto por ambas partes.

A las seis semanas, Rania desembalaba algunas cajas con libros en el local que siempre había soñado tener, junto a la biblioteca donde trabajaba su madre. Una compra a tiempo en una inmobiliaria cercana, con el despido que había recibido, le ayudaba a llevar a cabo su sueño.  Un local de 300 metros cuadrados repartidos en dos plantas, que ya serían suyos a partir de un anuncio de venta que vio de la inmobiliaria, donde trabajaba una fiel amiga de la infancia.

La felicidad de Rania se transmitía en cada ejemplar que vendía. Ahora si había encontrado la felicidad que tanto anhelaba.

La información y credibilidad que daba sobre un autor o un título hacía que la gente esperara largas colas para hablar con ella y escucharla.

Los libros de esta librería, llamada ‘Mi sueño’, se vendían en lotes. Las colas eran interminables. Se vendían libros para coleccionar, para hacer un regalo diferente, o simplemente se ojeaban, pero se convertían siempre en especiales. Su dueña era el vínculo evidente, que ya existía de forma perenne y que le daba ese toque único.

Un día soleado de abril, Rania fue encontrada en el suelo, en el interior, de su propia librería muy temprano. La policía descubría el cadáver ante el cúmulo normal de clientes junto a la puerta, a primera hora de su apertura.

Rania falleció, según la autopsia, preparando la apertura de su local a las 8:30 horas de un infarto cerebral. Curiosamente la sonrisa que estaba acostumbrada a tener siempre quedó reflejada para la eternidad en su rostro como la mejor de sus firmas.  Y abandonando el mundo con lo que más quería: un libro.

A su vera en el suelo, reposaba precisamente uno de historia con la portada desgastada en color granate que presagiaba algo sin duda. Estaba abierto por la página 149, el libro reposaba con cuidado junto a su mano derecha y su cuerpo inerte flexionado hacia la izquierda.

Y en la línea 16 decía textualmente:

– “Nunca he cumplido 75 años, aunque mi padre en esta misma sala, sí. Espero seguir con vosotros al menos otros treinta”, -expresó con firmeza el nuevo monarca en su discurso de investidura, a punto de cumplir los 43. Su corazón le latía de esperanza ante un nuevo reinado en el pequeño principado de Parma del siglo XIII.

El título del libro: ‘La realidad siempre sucumbe a la imaginación’

 

Relato: © Marisa Arias, 2019.

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