Novela negra de barrio, entrevistas (Parte 2/2) por Manu López Marañón
PREGUNTAS PARA PACO, JON Y MARC:
- A cada época histórica acompaña una peculiar manera de ejercer la violencia. Los quinquis españoles de los años setenta y ochenta, pese a cierta aureola romántica (regalada principalmente por aquel cine de no muy alta calidad pero sí de pegada popular), eran delincuentes puros y duros que robaban, asaltaban y violaban, no retrocediendo incluso a la hora de acuchillar o disparar. No siendo siquiera esbozos de mafiosos, menos de criminales organizados, quinquis sin futuro (la gran mayoría eran yonquis a la busca de droga) y en permanente huida, en coches robados y a ritmo de rumba, crearon en la España de mediados de los setenta, una inseguridad ciudadana sin precedentes, equiparable a la del terrorismo.
¿Qué os da más trabajo para reflejar la violencia de los barrios (de forma tan satisfactoria y verídica como lo sabéis hacer) en vuestras novelas?
PACO: En mi caso lo viví todo muy de cerca, así que todas estas historias que me invento proceden de mi memoria, se inspiran en hechos que yo conocí y que están reflejados en todas las hemerotecas de sucesos.
JON: A mí me resulta bastante sencillo escribir las escenas con violencia, por un lado porque gran parte de ellas son reales, sucesos que he observado o que me han contado. Incluso cuando tengo que tirar de imaginación me siento bastante cómodo narrando este tipo de situaciones. Me dan mucho más trabajo las páginas de la novela en las que no hay violencia.
MARC: Lo más complicado pero al mismo tiempo con lo que más disfruto es la observación del mundo con ojos de escritor. Es decir, creo que cuando los autores de novela negra llenamos de violencia nuestras novelas es porque esa violencia forma parte de un mundo y de una sociedad que describimos. La violencia está presente en nuestros barrios y los escritores tan solo ficcionamos a partir de lo que vemos.
Esta violencia, actual en muchos de vuestros casos, pero también la de tiempos pasados, ¿requiere tratamientos y enfoques diferenciados según sea la época de ambientación de las tramas?
PACO: Eso depende del aire que cada uno quiera darle al escribir, del estilo que uno quiera emplear. Se puede enfocar desde la más pura violencia, desde el humor o desde cualquier otro sentimiento que se quiera poner cuando escribes.
JON: El tratamiento es diferente según la época en que situemos las tramas, claro, los contextos nada tienen que ver. De todas formas, prácticamente todas mis novelas se sitúan en la actualidad, con lo que me evito un problema.
MARC: Yo siempre sitúo mis novelas en la actualidad, por lo tanto no te puedo responder desde la experiencia, pero creo que la violencia no conoce de épocas. Cambian las situaciones y el entorno en los que se desarrolla esa violencia, pero la violencia siempre es la misma.
Al mismo tiempo que más habitables y confortables, algo remarcable, ¿puede considerarse a los barrios de hoy, no ya cualitativa sino incluso cuantitativamente, más violentos de lo que fueron en las décadas de los setenta y ochenta?
PACO: Imposible. Los setenta y los ochenta fueron décadas violentas. Lo de ahora no se parece en nada.
JON: En el caso de San Francisco, esa mayor confortabilidad está directamente relacionada con un proceso de gentrificación que a mucha gente le gusta pero que no soluciona el problema de fondo. En cuanto a la violencia, San Francisco es ahora, en general, mucho menos violento que en aquellas décadas de la heroína. En la actualidad, gran parte de los actos violentos dependen de ciertas variables, como la llegada periódica de gente problemática, potenciales delincuentes, así como la decisión de las autoridades de acentuar o relajar las actuaciones policiales, o la presión que ejercen algunas asociaciones sobre estas autoridades para que actúen.
MARC: No lo creo. Quizá ahora tenemos una violencia más visibilizada, y más políticamente incorrecta según la sociedad, que es más consciente de lo que pasa, pero la realidad siempre ha sido dura, sucia y violenta.
A la hora de ejercer la violencia por vuestros personajes, las cotas de brutalidad alcanzadas en la actualidad ¿os hacen suavizarla o sois escritores partidarios de mostrar la más cruda realidad?
PACO: Yo soy un escritor realista que hago crítica social de una determinada época. Por tanto, digo lo que quiero decir en cada caso, no quito nada de lo que pueda molestar en una época como esta, tan vomitivamente correcta.
JON: A mí me gusta mostrar las cosas tal y como son, la cruda realidad. No debemos olvidar que estamos escribiendo novela negra, no rosa ni de ningún otro color.
MARC: Soy muy honesto con lo que escribo y lo que quiero explicar, ni juzgo a mis personajes ni pienso que lo que hacen pueda sentarle mal al lector. Si vas al zoo sabes que se puede escapar una fiera y morderte, así que no creo que un lector de novela negra se debiera escandalizar. Recuerdo el año pasado que la extraordinaria novela Los señores del humo de Claudio Cerdán recibió alguna crítica por ser muy violenta, por ser muy… ¿negra? No entendí esas críticas, la verdad. Habría que aplicar la filosofía del Cigala: «si sabes cómo me pongo, ¿para qué me invitas?»
- Llama la atención la cantidad de películas sobre quinquis que se pudieron rodar entre la muerte de Franco y la llegada del PSOE al poder. En el documentado trabajo –Quinquis: un vistazo rápido a las barriadas españolas de los 80–, su autor, Nacho Carretero contabiliza, solo entre 1978 y 1985, 30 películas sobre delincuencia juvenil, prolífico subgénero que incluso produjo obras de categoría como Deprisa, deprisa o Maravillas. La popularísima saga Perros callejeros sigue siendo la tercera película más vista en nuestro país. Recientemente el actor Raúl Arévalo ha debutado en la dirección con Tarde para la ira, muy bien ambientada en la periferia madrileña y en donde cuenta la planificada y minuciosa venganza, al salir de la cárcel, del único detenido en el atraco a una joyería.
¿Ejerce algún grado de influencia en vuestras obras escritas este cine?
PACO: En absoluto. Aquellas películas se rodaron porque los productores vieron un filón económico. Cuando se acabó el filón, se acabó el cine quinqui. Pasó así con todo: cine, música, revistas, pintura, etc. Yo bebo de las mismas fuentes que los guionistas de aquellas películas. Pero mi visión, creo que es otra, porque yo he vivido en mi barrio y ellos iban, hacían preguntas y se entrevistaban con algunos, por lo que su visión es un tanto parcial e incompleta.
JON: Muy poca. De hecho, las antiguas películas de quinquis no me gustaban, a pesar de que en mi pueblo, Basauri, había un montón de potenciales personajes de esas historias. En cambio, las películas más actuales, sobre todo de nacionalidad francesa, situadas en suburbios, sí me resultan interesantes y tal vez influyentes, porque las identifico más con el marco de mis novelas y, además, profundizan más en los problemas sociales de fondo.
MARC: No. Soy muy fan del cine español y creo que hay mucho talento en este país, pero apenas he visto películas que expliquen el barrio desde la óptica que lo quiero explicar yo. Las películas del cine quinqui quedan muy lejos de lo que yo explico y no tienen nada que ver, y las actuales no coinciden con mi visión. Mis influencias cinematográficas son Guy Ritchie, Tarantino, Scorsese y los Coen.
Con La otra orilla de la droga José Luis de Tomás García ganó el Nadal de 1984. Lo obtuvo gracias a una obra urbana y social, construida con oficio y sabiduría; una novela fresca, arropada por el buen racimo de personajes y su cuidada escenografía. En Valencia Tomás García prestó servicios en el Grupo de Narcóticos y más tarde en el de Homicidios. Basada en experiencias vividas en su trabajo, La otra orilla de la droga es una narración de corte realista en la cual, atenazados siempre por su dependencia hacia las drogas, unos jóvenes deambulan existencialmente en un entorno violento cargado de miedo y dolor. Siempre nombro esta espléndida novela cuando me veo obligado a citar literatura de la marginalidad en España porque, la verdad, hasta la aparición de Paco Gómez Escribano y Jon Arretxe (Marc Moreno y Rosa Ribas son descubrimientos más recientes) yo no había leído ninguna otra.
¿Habéis podido encontrar libros –de ficción– escritos anteriormente a vuestra obra que aborden la realidad del barrio y sus tipos de violencia?
PACO: Sí, algunos, pero en librerías de viejo, descatalogados y casi abandonados. Es una pena cómo se desprecia la memoria histórica en este país.
JON: Sobre San Francisco, lo único que he encontrado y me ha servido para documentarme son obras de no ficción, que narran la evolución histórica del barrio, además de una serie de vídeos y documentales muy interesantes.
MARC: Por desgracia no demasiado. En Catalunya apenas se hace este tipo de literatura, creo que estoy predicando en el desierto. En castellano tampoco he encontrado demasiado más allá de lo que hace Paco, más alguna obra aislada de autores que han tocado puntualmente el barrio, como Lemmings de Jordi Dausà. La novela negra americana sí que es una mina, en ese sentido, pero hay que ser consciente que su realidad no es la nuestra, y por lo tanto la influencia hay que tomarla con perspectiva y saber adaptarte a nuestro mundo cuando quieres escribir.
- La nómina de escritores que ambientan sus historias en barrios empieza a crecer y, en general, es de buena calidad literaria. A todos os preocupa reflejar de la mejor manera la durísima forma de vivir, de sobrevivir, mejor –ayer y hoy– en esos barrios elegidos (en algún caso, como el de Paco, de origen) para levantar vuestras narraciones.
El proceso de escritura, por supuesto, es absolutamente individual e intransferible, y cada autor saca adelante lo suyo con sus propias armas. Pero lo que ahora querría saber hace referencia más a la obra ya terminada, cuando el libro entra en proceso de comercialización.
Entonces… ¿Seguís considerándoos «islas» a la hora de presentar y hacer visibles vuestras historias suburbiales, o, por el contrario, llegáis a sentiros parte de un grupo creativo con características si no canónicas sí al menos bastante definidas?
PACO: En realidad, lo que yo piense importa poco. El mercado es el que es y aquí triunfa un tipo de novela en donde las historias terminan bien, en donde los policías, los jueces y los políticos son buenos y el Sistema vela por nosotros. Yo nunca he creído en eso, por eso escribo lo que escribo. Si hay otros escritores que hacen cosas parecidas, bienvenidos sean. Pero ya digo, son otras novelas y los escritores que las escriben los que triunfan.
JON: Yo no me siento ni aislado ni parte de ningún grupo, pero sí me agrada ver que hay compañeros que desarrollan el mismo tipo de historias, que hacen visibles los suburbios y la realidad que estos encierran. Otra cosa bien diferente son los gustos de los lectores, que a la mayoría de estos, tal vez, les atraigan más otro tipo de narraciones más policiales y más light.
MARC: Que somos cuatro gatos haciendo esto en España es más que evidente, y además cada uno de nosotros en una punta de la península, así que difícilmente podemos tener visión de grupo si como mucho nos vemos un fin de semana al año en un festival que coincidamos. Pero sí que es verdad que encuentro puntos de conexión en la manera de afrontar las historias, en el desarrollo de la acción, en la voluntad de explicar unas vidas complicadas más allá de la propia trama…
¿Estáis de acuerdo en que la novela de barrio se integre dentro de lo que es un género tan amplio, y con tantas ramas, como es el negro, u os incomoda que forme parte de él?
PACO: Yo lo que hago es novela negra con trazas de realismo sucio porque es lo que a mí me gusta como lector. Las clasificaciones y denominaciones algunas son más acertadas que otras. A mí muchos me dicen que hago «novela de barrio», y es verdad, pero todos los personajes de novela negra viven en un barrio, ya sea de Madrid, Nueva York o Atenas.
JON: No me gusta el término de «novela de barrio», parece algo local, suena incluso un poco despectivo. Nuestras obras son, por el contrario, necesarias y universales, porque en todas las grandes ciudades del mundo se pueden encontrar marcos y problemáticas similares a los que mostramos. Y precisamente por esto forman parte del género negro, genuinamente negro.
MARC: A mí lo que me incomoda es que haya tanta gente que asocie novela negra a novela policiaca. Me revienta. Y precisamente lo que me gustaría es que cuando se hable de novela negra tuvieran clara la diferencia con la policiaca, y que se sepa que dentro de la negra hay subgéneros como lo que hacemos nosotros de «novela de barrio», o la crook story. Pero vaya, a día de hoy lo doy por imposible.
¿Os da algo de envidia –y no por motivos creativos– ese grupo sólido y numeroso, bien organizado a la hora de promocionarse en festivales y semanas negras, que han formado los autores de novela de investigación criminal, rama principal del género?
PACO: Para nada. Cada cual hace lo que puede o le dejan. Y a mí me parece bien excepto cuando para promocionarse hay tipejos que lo hacen a base de perjudicar a los demás, que de todo hay.
JON: No, ninguna. No es el tipo de novela que más me atrae, aunque parece que es lo que triunfa hoy en día. De todas formas, a algunos de esos autores les irá mejor y a otros peor, como nos sucede al resto.
MARC: No. Son compañeros y creo que formamos parte de algo más grande que en España no tiene nombre pero que se engloba dentro de la gran etiqueta de novela negra, donde como decía antes todo el mundo incluye también a la policiaca, el thriller… yo qué sé, un popurrí que no tiene pinta que se vaya a aclarar en el futuro.
PREGUNTAS PARA ROSA:
- El gran hallazgo de Un asunto demasiado familiar es cómo amalgama novela de detectives con novela negra de barrio, que en un mismo libro encontremos las dos principales ramas del noir: investigación policíaca y negritud, una negritud, en tu caso, suburbial.
No solo las decenas de miles de lectores que siguen con fidelidad tus sagas de la comisaria Waber-Tejedor y de la reportera Ana Martí, también autores del género, mientras devoramos Un asunto demasiado familiar, nos hemos preguntado:
¿Cómo tuvo Rosa Ribas la idea de incorporar el barrio, concretamente uno chabolero de Barcelona, a su narrativa?
Bueno, para empezar una matización, Sant Andreu no es en absoluto un barrio chabolero. Es un barrio que, como otros de Barcelona (Gràcia, Sarrià), fue un pueblo autónomo hasta que fue anexionado a mitad del siglo XIX. Sant Andreu tampoco es un suburbio, es un barrio periférico, lo que es muy distinto, y le confiere un carácter muy peculiar, por su distancia geográfica del centro de Barcelona.
Es importante hacer estas matizaciones porque lo que me interesaba a mí era este carácter de pueblo dentro de la ciudad, sobre todo en la parte más antigua, lo que era el pueblo de Sant Andreu de Palomar.
Como cuento en el texto que acompaña esta entrevista, vengo del Prat de Llobregat, una pequeña ciudad del cinturón que tiene este carácter mixto de pueblo y ciudad, lo que se nota en muchos aspectos de la vida diaria. Para mí tres características que quería para mi nueva novela y que encontré en Sant Andreu eran, en primer lugar, que tiene unos límites geográficos determinados, lo que permite moverse en un ámbito geográfico y humano muy concreto; en segundo lugar que, sobre todo en el casco viejo, todo el mundo se conoce; y, finalmente, que todavía existe esta distinción entre los «de toda la vida» y los llegados de fuera, aunque lleven ya dos generaciones ahí.
Este microcosmos era perfecto para situar una novela protagonizada por una familia de detectives, a cuyo frente se encuentra Mateo Hernández, que sabe sacar provecho precisamente del hecho de que sabe tanto sobre todo el mundo, en ese microcosmos con personalidad propia.
Aunque los detectives protagonistas investigan casos que los llevan a enfrentarse a lo más mezquino y cruel de los seres humanos, en realidad la negritud de Un asunto demasiado familiar no es suburbial, Lo más oscuro en esta novela esta en su propia casa, en la compleja constelación familiar. Como ya dije en otra ocasión, no hay nada más negro, más turbio que las relaciones familiares.
- Es el padre de esta familia de investigadores, Mateo Hernández, el que saliendo de las entrañas de aquellas barracas de suburbio pasa de pésimo estudiante a quinqui de Seat 124, un quinqui que con sus colegas atraca supermercados. Pero Mateo endereza su vida, termina el bachillerato y saca el título de detective privado que le permite ejercer una profesión. Estamos ante un chaval que coquetea peligrosamente con la cárcel pero que endereza el rumbo. Con su esfuerzo ocupa un lugar en la sociedad gracias a las oportunidades que le da ser detective…
¿Consideras que querer es suficiente para salir adelante en un entorno como es el barrio, donde nadie regala nada, o que, por desgracia, tal voluntarismo inicial suele quedarse en poco ante las nefastas tentaciones que echan a perder a esa juventud?
Querer algo no es garantía de conseguirlo, pero es condición dispensable.
En el caso de Mateo Hernández, al principio ni siquiera existía ese deseo, sino que fue su padre quien se lo impuso con métodos bastante brutales. Se impone el voluntarismo del padre, un trabajador con conciencia de clase, que ha sacrificado mucho para salir primero de la pobreza en su pueblo y después del barrio de chabolas en el que tuvo que vivir con su familia cuando llegó a Barcelona y no puede aceptar que su hijo desprecie ese esfuerzo familiar teniendo más oportunidades que las que él tuvo.
Después, cuando Mateo descubre su propio talento, es cuando empieza a saber qué quiere y que lo quiere fuera de ese mundo en el que se estaba a punto de perder.
Así que se puede decir que lo saca el padre y él decide y logra no volver a caer. Aunque toda esa experiencia marca su personalidad.
- Tu protagonista, Mateo, recuerda los años ochenta como una engañifa que sólo hacía gracia a niñatos de la burguesía, a los que jugaban a hacerse los malos en bares del extrarradio y luego «contaban como batallitas que los habían atracado una noche». Mateo, que estuvo «al otro lado de la navaja», prefiere olvidar esas historias. En el desencanto de Mateo hacia unos años importantes de su vida influye que la víctima de un atraco, que quedó en silla de ruedas, se le aparezca en forma de recurrente pesadilla. Pero no sólo ese inválido va a interferir en la vida familiar que lleva Mateo: la amenaza se cierne asimismo en forma de intimidaciones como la de ese ex recluso que resurge de las cloacas de la droga para intentar chantajearlo. Ramoncín avisó: «Yo me fui del barrio, pero el barrio no se ha ido de mí. Tú puedes inventarte una vida, puedes inventarte lo que quieras, pero el barrio siempre te va acompañar».
Pese a los sacrificios que uno haga para salir adelante ¿te parece que nadie pueda librarse de sus plebeyos, y a veces oscuros, orígenes? ¿Qué encontraste más determinante a la hora de configurar la psicología de Mateo Hernández: sus remordimientos de conciencia por haber lisiado a un cajero, o, de repente, sufrir las amenazas de ventilar su pasado por parte de alguien que lo vio crecer?
No podemos librarnos de nuestros orígenes, y no veo tampoco por qué tenemos que hacerlo. El lugar donde nacemos ni lo hemos elegido ni nos ha elegido a nosotros. Es algo que te pasa. Lo que cuenta es lo que haces con todo ese bagaje que conlleva.
El lugar de origen determina a Mateo, por supuesto. Lo que hizo lo marca todavía más. Sus acciones tuvieron estas consecuencias, que es algo que no puede ni cambiar ni remediar. Tiene que asumirlo, tiene que convivir con la mala conciencia.
- Sant Andreu («un viejo pueblo rodeado por una ciudad obrera») es donde Mateo funda, con sede social en una mansión muy bonita de dos plantas, su agencia de detectives. Este barrio periférico de Barcelona es retratado con gracia: se respiran sus calles, tabernas, comercios, y resulta reconocible para muchos que habitamos zonas donde la vida transcurre a ritmo laboral y sin grandes sobresaltos.
Sin embargo el barrio de barracas donde se crió Mateo Hernández permanece innominado. Para recrearlo literariamente, ¿te basaste en alguno en concreto, o hiciste una fusión de varios? Tu localidad de origen es El Prat de Llobregat, donde también tenías el instituto donde estudiaste. ¿Pudiste extraer de esos lugares algo que aportara material para reconstruir la década de los ochenta?
Preferí dejarlo de un modo indeterminado. Aunque geográficamente podrían ser las barracas de La Mina, yo me oriente en las del Turó de la Rovira en el otro extremo de Barcelona, las de Montjuic, cuyos habitantes a mediados de los sesenta fueron reubicados precisamente en El Prat del Llobregat, concretamente en el barrio de Sant Cosme, donde se creó una bolsa de pobreza y miseria que derivó en la formación de bandas de delincuentes muy peligrosas, como la que desde los doce años lideraba un navajero politoxicómano, llamado «El Perejil». También ahí se crió el famoso «Torete». En los ochenta, cuando se disparó el tráfico y el consumo de heroína, pasó a ser uno de los puntos negros de Barcelona. Vivimos situaciones de gran tensión debido a que se convirtió en el supermercado de la droga de Barcelona y el ambiente llegó a ser tan violento que los autobuses del Prat llevaban escolta policial para que los yonquis no atracasen a los pasajeros.
Así que, como ves, material de primera mano no me faltaba.
- Sabemos que está avanzadísima la segunda entrega de lo que viene a ser esta nueva trilogía tuya, la de la familia Hernández.
¿Se sabe fecha de publicación? ¿Puedes avanzar algo de la trama y decir cómo evoluciona esta familia de detectives? Por último, el barrio de chabolas, ¿seguirá teniendo esas apariciones tan comprometidas pero que tanta personalidad daban a Un asunto demasiado familiar?
La novela ya está terminada. La fecha prevista de publicación es a finales de marzo de 2021.
Y, como nunca cuento nada de las novelas que todavía no están publicadas, mucho me temo que no puedo responder a ninguna de tus preguntas, pero, para no cerrar la entrevista así, te voy a chivar el título, que será Los buenos hijos.
Novelas protagonizadas por los detectives de Rosa Ribas: la comisaria Waber-Tejedor, la reportera Ana Martí y la familia Hernández.
PREGUNTAS PARA PACO:
- La redacción de este trabajo coincide con la aparición de 5 Jotas. Sin haber podido leerla, debo hacer referencia a tus dos anteriores novelas que conozco. Son Cuando gritan los muertos y Prohibido fijar cárteles ambientadas en tu barrio, el madrileño de Canillejas. Localizando allí unas tramas siempre vibrantes y violentas, aparte de ir construyendo un potente ciclo narrativo, haces sociología suburbana de primerísima mano. En Manguis retratabas Canillejas a principios de los setenta; con Cuando gritan los muertos te vas ya hasta 2007 (aunque refiriendo sucesos que se remontaban a 1992); y en Prohibido fijar cárteles cuentas ya hechos actuales.
Hasta ahora no has repetido época en tus tramas, algo que favorece a esa extensa panorámica de Canillejas que te has empeñado en desplegar para lectores muy fieles que van sirviendo de imán para otros nuevos. ¿Hay alguna época del barrio que creas que requiera más de una entrega?
Cualquier época es buena porque en cualquier época hay ricos que explotan a los pobres y eso genera conflicto. De momento no he pensado demasiado en repetir cierta época. Termino una novela y con el tiempo se me va ocurriendo otra. Así funciono yo.
Un escritor cercano a ti como es Jon Arretxe centra las peripecias de su principal personaje, el detective-vidente Touré, en el bilbaíno barrio de San Francisco. Pero en sus dos últimas novelas Jon ha decidido que a su principal personaje le iría bien viajar. Las ha ambientado, primero en el Pirineo navarro donde encontramos al burkinés pastoreando ovejas y después, ahora mismo, en este 2020, en París. Con 5 Jotas Paco permanece fiel a ese territorio que podríamos calificar ya de mítico sino fuese más real que un lunes: Canillejas. ¿En alguna de tus novelas podremos conocer de tu mano otras geografías madrileñas, nacionales, o incluso, por qué no, extranjeras?
Bueno, de hecho, en 5 Jotas, «El Banderines» (personaje principal), vive en la plaza de Antón Martín. Es la primera vez desde que escribo novelas negras que me salgo del barrio. De todas formas, creo que lo importante no es el barrio, sino las historias. La violencia, la desesperanza, la venganza, el crimen, el robo…, son conceptos demasiado universales como para ceñirlos a un entorno geográfico exclusivo. Como he dicho antes, todos los personajes tienen que vivir en algún sitio, ya sea real o ficticio, pero eso no es lo importante.
- Dejando aparte la recreación suburbial, quizá la gran protagonista no declarada de las novelas que componen «el ciclo Canillejas», para tus personajes –el otro gran logro de tu obra– resulta asombrosa la inagotable cantera que ofrece tu barrio para extraer material humano. En Cuando gritan los muertos sobresale el trío principal: «El Cuqui», «El Tente» y «El Mochuelo»; pero, al mismo tiempo, trazas con soltura secundarios inolvidables como «El Elena» o «El Dandy». En Prohibido fijar cárteles, quinta novela de la saga (5 jotas es la sexta), aparte de volver a parir nuevos protagonistas inolvidables –«El Tije», «El Lejía» y «El Pipo»– tenemos a «El Ruso» y a sus bestiales sicarios que forman un cártel de la droga establecido en el barrio. Para el buen conocedor del ciclo recordar las artesanales artimañas que «El Torre» de Manguis, allá por los comienzos de los 70, era capaz de idear a la hora de distribuir su droga (tirando de una cuadrilla compuesta por yonquis, chorizos y retrasados mentales) poco, o nada, tiene que ver con estos rumanos de hoy, traficantes especializados en sórdidos acuerdos, crueles torturas y espeluznantes ejecuciones no solo para quien no pague, también para quien se retrase en sus cumplimientos.
¿Hasta qué punto tomas datos prestados de la realidad, y de tu experiencia como vecino de Canillejas, para construir personajes tan diferentes y vivos, pero también tan espeluznantes?
Te falta una novela: #MadridPrisión, que se publicó para la plataforma Black & Noir para lectura en teléfono móvil. Al no estar publicada en formato papel, es habitual no mencionarla, pero a mí me costó el mismo trabajo escribirla que cualquiera de las otras. En cuanto a lo que planteas no hay que olvidar que lo que yo escribo es ficción. Me invento muchas cosas, solo a veces me baso en hechos reales. Pero también las cosas que me invento pueden haber pasado. De hecho, después de inventarme lo del palo al almacén de jamones leí en un periódico que habían pillado a unos tipos atracando uno.
¿Puedes adelantarnos algo de los protagonistas de 5 jotas, tu nueva novela ya en librerías, y, si puede ser, de los presumibles líos en los que se van a ver metidos? ¿Qué diferenciaría a esta entrega?
La diferencia el atraco, que no es a un banco ni a una joyería ni a un furgón blindado, ni siquiera a una casa de apuestas. Es un palo a un almacén de jamones, eso sí, de los buenos, de los que valen mucha pasta. Al ser actual, hay un repertorio de secundarios que sobre todo son sudamericanos. Y la pareja de protagonistas, «El Banderines» y «El Charli», creo que van a quedar grabados en las mentes de los lectores.
- Pese a lo que el narrador de Cuando gritan los muertos –«El Mochuelo»– decía de cómo «en los barrios, el decorado ha mejorado, pero sus moradores viven la misma mierda de vida», pienso que las mejoras de la calidad de vida en Canillejas, y en otros barrios, no solo de Madrid sino del resto de España (conozco alguno de Bilbao como la Peña, por ser mi madre de allí) resultan evidentes. Podrá encontrarse violencia, y de más refinada brutalidad que en los años ochenta, de acuerdo, pero para quienes buscan vivir sin meterse en líos, la gran mayoría de esos núcleos honradamente trabajadores, las posibilidades de una vida pacífica son mayores ahora que en los años quinquis.
¿Contradices al Mochuelo y puedes estar de acuerdo total o parcialmente con esta experiencia mía que percibo hoy en los barrios, sin haber vivido nunca, eso es cierto, en uno de ellos?
Bueno, las cosas no son ni blancas ni negras. Antes había mucha violencia autóctona, hijos de inmigrantes españoles de diversas latitudes, es decir, inmigrantes de segunda generación. El tema de la heroína multiplicó robos, agresiones, etc. Ahora la violencia no es tan generalizada, y tiene otro cariz. Es cierto que aparente y casi realmente las cosas están más tranquilas. Pero hay bandas latinas, niñatos de ultraderecha, yihadismo y la delincuencia que va a generar la pandemia del Covid.
- La búsqueda de droga era motivo principal para atracos y robos cometidos por los quinquis de los ochenta. Esta motivación básica trataba de resolverse de arrojadiza manera y sin unos grandes preparativos: tirones, robos a gasolineras y farmacias bastaban. Con los botines obtenidos se iba a donde estaban los traficantes. Esta forma rudimentaria, rápida, de abastecerse de droga y vivir al día ha cambiado. Hoy está organizada y la manera de ejercer la violencia para conseguir esas sustancias, por las buenas o por las malas, ha evolucionado, refinándose muchísimo. Respecto al capítulo de los impagos cada mafia extranjera de la droga va introduciendo sus peculiares maneras de resolver este espinoso asunto (hoy nadie desconoce, por ejemplo qué es una corbata colombiana…)
Comparándola desde un lapso temporal que abarca desde 1972 (año en que se ambienta Manguis) a la época actual (que es cuando se desarrolla Prohibido fijar cárteles), ¿cómo ves la evolución de esa relación íntima entre drogas y violencia?
Bueno, las cosas han cambiado, es verdad. Ahora, y sobre todo en la pandemia, hay verdaderos ejércitos de críos que llevan la droga a las casas en patinetes eléctricos. Se les puede ver atravesar el parque de San Blas, con sus capuchas y sus atuendos característicos. Pero al seguir siendo la droga ilegal, sigue estando en manos de gente sin ningún tipo de escrúpulos. Sigue sin venderse en El Corte Inglés, no te la envuelven en papel de regalo y te dan garantía. Por tanto, siguen vendiendo material adulterado, más que antes, porque ahora se mira mucho más el negocio. Eso genera problemas de salud, problemas sociales y conflictos económicos que siguen resolviéndose de forma violenta.
Tres novelas del ciclo Canillejas
PREGUNTAS PARA JON:
- La redacción de este trabajo coincide con la aparición de Desconfía, séptima y última entrega, por el momento, de la saga Touré. Tras sus peripecias por el Pirineo navarro (No digas nada, 2019) decides que a tu detective, y falso vidente, le conviene seguir cambiando de ambiente y lo desplazas a París, donde no tarda en meterse, me cuentan, en serios problemas, nada más y nada menos que con las mafias chinas y nigerianas…
Sin haber podido leer Desconfía (2020), debo hacer referencia aquí a una espléndida novela tuya, Piel de topo, porque es la última en que Touré aparece inmerso en tu barrio narrativamente predilecto, San Francisco. Hace tres años con Piel de topo conseguías hacerlo latir con la intensidad y el sabor que sólo consiguen los grandes. Pisos patera, bares morunos, bibliotecas atestadas de todo tipo de especímenes refugiándose del frío, yonquis fanáticos del flamenco, gitanos jugando al dominó en la calle; una troupe, en fin –inconfundiblemente tuya– que hacías bailar al son que solo tú sabes marcar, dibujando de paso el marco ambiental de San Francisco. La verdad es que muchos de tus lectores esperamos que los viajes de Touré obedezcan a una estrategia creativa que deje en barbecho a San Francisco para que así el insigne burkinés pise de nuevo sus calles.
¿Qué crees que debe San Francisco a Touré y qué crees que debe Touré a San Francisco?
No se pueden entender el uno sin el otro, personajes del perfil de Touré están condenados a buscar cobijo en barrios como San Francisco, que a su vez da refugio a miles de desgraciados como él. De todas formas, soy yo el que debe muchísimo a ambos, tanto al barrio que me ha servido de inspiración, como al personaje que he creado y que tantas alegrías me está dando. Yo intento saldar mi deuda con ambos mostrando al lector la realidad de un barrio que resulta incómodo, incluso sobra, para muchos, pero que a mí me parece lo más interesante de Bilbao; y también denunciando la cruda realidad de esos miles de Tourés que sobreviven como pueden, ya sea en San Francisco o en cualquier otro rincón similar.
- Antes de las entregas viajeras de Touré vino la que voy a llamar tu novela basauritarra por estar ambientada en el pueblo vizcaíno que te vio nacer. La banda de Arruti (2018) se desarrolla durante unas fiestas de verano en las que asistimos, con motivo de la salida de la cárcel de un amigo de Arruti, al reencuentro de su vieja banda, veteranos de los ochenta, que se disponen a atracar la joyería más importante del pueblo. Basauri fue un pequeño pueblo hasta que la llegada de la fábrica Basconia lo industrializó y miles de familias de todas las regiones de España lo nutrieron de nuevas gentes y edificios, modificando radicalmente su urbanismo.
Leyendo La banda de Arruti a uno le embargan similares sensaciones que las experimentadas con tus novelas ambientadas en San Francisco: la de recorrer ahora otras «malas calles», pero con tanto peligro, y al mismo tiempo sabor, que aquellas otras. En Basauri distinguimos bloques de edificios grises, tan propios de los lugares de aluvión, pero también la iglesia del barrio de Ariz o la escultura de Lizaso, tan importante para la trama… Ha variado la tramoya pero la intensidad narrativa es igual.
Decidiste, por tanto, cambiar barrio de ciudad por pueblo…
¿Has encontrado diferencias, tanto geográficas como de paisanaje, a la hora de ambientar La banda de Arruti? ¿Qué similitudes y contrastes puedes apuntar en procesos de crecimiento, en teoría diferentes, como el de un barrio urbano y un pueblo?
Sí, Basauri tiene poco que ver con San Francisco. En mi pueblo hubo una súbita y enorme inmigración proveniente de muchas zonas de España. En San Francisco también, pero luego lo que predominó fue la inmigración proveniente de eso que llamamos tercer mundo. Tanto unos como otros sobrevivieron como pudieron, malviviendo en «casas de goma» o en «pisos patera», durmiendo por turnos en «camas calientes» o tirados en el suelo… Independientemente del origen de los migrantes y de la época de inmigración, surgieron situaciones de desigualdad, marginación, miseria, y la aparición de ciertas drogas lo complicó todo mucho más, provocando el desarrollo de una delincuencia de todo tipo. Mucha gente aprovecha este hecho para echar la culpa de la inseguridad a los de fuera, lo cual me parece ridículo. Todos somos de fuera, todos somos migrantes, o lo fueron nuestros mayores o les tocará serlo a nuestros descendientes.
¿Serías capaz de crear un personaje literario (con papel importante) que se haya educado y crecido en una zona céntrica, acomodada, de cualquier ciudad de hoy?
Por poder sí, pero me costaría mucho, sobre todo a nivel de motivación. Cuando creo un personaje me tiene que resultar original y atractivo, tengo que sentir empatía con él, si no me va a salir una historia de lo más aburrido. Me parecen mucho más interesantes los personajes del otro extremo de la escala social, así como el entorno en el que viven.
- En tu semblanza sobre San Francisco nos recomiendas conocerlo «antes de que culmine el proceso de gentrificación que ha echado a perder el encanto de tantos barrios singulares europeos, y que aquí también avanza a paso imparable». Voy a romper una lanza a favor de un aspecto concreto de esas gentrificaciones que, ciertamente, con la excusa de rehabilitar espacios urbanos deteriorados provocan un aumento de los alquileres y del coste habitacional, lo que induce a residentes tradicionales del barrio a abandonarlo.
La llegada de clases sociales con mayor capacidad económica que permite afrontar esos precios de la vivienda crea un nuevo entorno. A muchas personas, en las que te incluyo, no gusta encontrar su barrio literalmente tomado por niños de papá de repente seducidos por sus calles y adquiriendo pisos que encuentran «bohemios». Pero yo percibo cómo, en paralelo a tales «invasiones pijas» que se están dado ahora mismo, por ejemplo, tanto en San Francisco como en el Raval de Barcelona (unos barrios, hay que recordar, a los que no se podía entrar) empiezan a mostrar un aspecto amable, con bares reformados en los que no es difícil encontrar carta de vinos y a los que acude gente variopinta, o incluso restaurantes bien dispuestos y atendidos, con todo tipo de cocinas del mundo. Al mismo tiempo han ido apareciendo zonas verdes y plazas iluminadas que ensanchan una fisonomía urbana hasta hace poco oscura e inquietante, y que conlleva que la inseguridad y la delincuencia bajen.
Con estas evidencias percibidas por alguien que no vive en un barrio, ¿sería posible convencerte de ciertas bondades que plantea el proceso general de gentrificación, concretamente en San Francisco?
Ya lo siento, Manu, pero no me has convencido. La autenticidad de San Francisco se encuentra en su núcleo duro, ahí está la verdadera multiculturalidad, también la verdadera cocina del mundo, preparada por gente originaria de esos lugares. Y el movimiento cultural y asociativo que se ha formado en el cogollo del barrio no lo he encontrado en ningún otro sitio, ahí desarrolla su labor en la sombra muchísima gente admirable. En la parte gentrificada, por muy cómoda y bonita que se esté poniendo, me siento fuera de lugar. Un detalle muy significativo: en algunos bares ni siquiera tienen vino del año, solo de crianza para arriba, como en los locales más pijos de Bilbao. Esto indica claramente que no les apetece recibir cierto tipo de clientela, de la que yo me siento parte.
La ley del mercado, y más en temas inmobiliarios, es implacable, ¿pero no podrían establecerse por decreto subidas de alquileres escalonadas que permitieran a los residentes de un barrio no tener que abandonarlo?
Estaría bien, claro, pero en el fondo lo que se busca es que esa gente sí tenga que abandonar el barrio. De todas formas, así tampoco solucionas el problema, porque esos desplazados acabarán apilándose en otro barrio humilde en el que les resulte más sencillo sobrevivir. Eso sí, si se alejan del centro bonito y turístico de la ciudad, mucho mejor para los impulsores del proceso de gentrificación. Así no saldrán en las fotos de los turistas.
- A la creación de ese paisanaje, a su impecable y exacta ambientación, añado el gran logro de tu obra: la imprescindible y magnética figura del burkinés Touré en continua evolución (el inocente negro al que sucedían divertidas peripecias de inmigrante ha acabado convirtiéndose en un tipo de armas tomar, bien cierto que obligado por su propia supervivencia) y que creo quedará indisolublemente unida a su autor. Observo parecido progreso en su retorcimiento en los malos que persiguen, de una u otra manera, a Touré: aquellos primeros ertzainas que tan fieros parecían (como «El Calvo» y «Etxebe») son casi hermanitas de la caridad al lado de la fiereza de «La Rata», inhumano agente de la Ertzaintza (policía autónoma vasca) que acosa a Touré y sus amigos.
Es conocido que cuando escribes una novela ambientada en San Francisco te alojas en un piso de allí y haces vida de barrio, recorriendo, siempre a pie, y las veces que sean necesarias, lugares y emplazamientos que luego retratas.
¿Hasta qué punto dependes de la gente de San Francisco, incluyendo policía y gente del mal vivir, a la hora de emplazar a esa troupe tuya tan entrañable y reconocible?
Dependo al 100% de ellos, de esos personajes reales que, en el fondo, me están escribiendo casi toda la novela con su simple aspecto, con sus conversaciones, con sus actos… Todo ese paisanaje de lo más variopinto que se mueve por el barrio conforma un auténtico filón para mí. Otra cosa es que a ellos les parezca bien o mal que les incluya en mis novelas. Me he encontrado un poco de todo en ese sentido.
¿Puedes contarnos algo del más reciente Touré, ese Touré ahora disponible en las librerías (tanto en euskera como en castellano) y que ha viajado a París, por primera vez en su vida feliz y con dinero, y a quien, por supuesto, la desgracia no tardará en visitarlo?
Como tú mismo dices, al comienzo de Desconfía Touré vive en paz y en la abundancia por primera vez en su vida. Además está muy bien acompañado, sin ningún peligro que le aceche… O eso parece, porque enseguida se le complicarán las cosas, en el fondo por ser un buen tío, un personaje solidario que no es capaz de negarse a ayudar a su compañera de aventuras en esta novela, la dominicana Yareliz. Y a partir de ahí la mafia china, la nigeriana, la policía, le llevarán al límite, y aparecerá ese Touré maltratado por la vida, capaz de llegar a cruzar algunas líneas rojas que hace unos años jamás habría imaginado. Como muy bien dice Almudena Natalías, de Salamandra Negra, la felicidad y Touré no se llevan bien.
Dos novelas de la saga Touré y la novela basauritarra del autor.
PREGUNTAS PARA MARC:
- Autor estelar de novela de barrio, Marc Moreno en su quinta novela (Tiempo de ratas) y en su última, (Escapismo), ha recurrido al barrio de la Verneda para echar a rodar sobre sus aceras un inolvidable grupo de personajes. Arrabal barcelonés creado durante la década de los cincuenta, la Verneda es, como tantos otros, consecuencia de la gran demanda de vivienda generada por una masiva llegada de inmigrantes desde otras regiones españolas. El polígono de viviendas la Paz, inaugurado en 1966, da perfil a este distrito delimitado por la rambla de Prim y la rambla de Guipúzcoa, avenidas donde tienen lugar importantes sucesos en tus novelas.
Nos comentas cómo, narrativamente hablando, tu empeño es desvelar, primero para ti y después para los lectores, qué hay al otro lado de esa línea imaginaria que separaría la Barcelona más céntrica de la Verneda. Una frontera difusa pero cuyos límites se perciben con mayor fuerza que las barreras de una aduana.
¿Qué diferencias esenciales vas detectando entre territorios como el centro y los barrios de una ciudad, de imperceptible separación geográfica pero que nadie, aún hoy, deja de percibir? ¿Cabría seguir hablando de «dos mundos» como cuando llegó la democracia?
No es que se pueda decir, es que es una realidad indiscutible que hay dos mundos diferentes: por un lado los barrios periféricos degradados y por otro el centro turístico y los barrios de clase media. No tienen nada que ver, ni por el tipo de gente que hay, ni por el ambiente, ni siquiera es el mismo paisaje y puedes apreciar el cambio de una calle a otra. No porque estén más dejados por parte de la administración, que también, sino porque en muchos casos el incivismo y la poca consciencia de la pertenencia al barrio, desde un punto de vista positivo y de respeto a lo tuyo, dificulta que se cuiden esas calles y parques.
- Durante décadas barrios como la Verneda han presentado aspecto poco amable. A las fronteras las remarcaban aquellos aires de guetos sin esperanza que tenían. En películas de los setenta y ochenta, barrios de Barcelona como la Mina o Can Tunis realmente asustaban. Yo he conocido desde niño el bilbaíno barrio de la Peña. Hace un par de años presenté en él mi novela, y, desde 1983, fecha de unas inundaciones que prácticamente lo arrasó, los cambios a mejor han sido espectaculares: zonas verdes, revitalización del comercio, centros culturales, hostelería que no tiene nada que envidiar a la del centro, etcétera. Leo que en la Verneda la carencia de equipamientos y servicios va siendo atenuada, en su caso, por las efectivas reivindicaciones de unas asociaciones vecinales particularmente activas y reivindicativas.
¿Crees que mejoras de este tipo abren mayores expectativas (económicas, culturales, de todo tipo) para quienes, de repente, se han encontrado habitando en una especie de banlieu parisina, o son sólo modificaciones del decorado que, por desgracia, no afectan a lo sustancial?
Mis novelas no son fotografías del barrio porque la estética me interesa más bien poco, yo lo que quiero es explicar cómo es la vida allí, las motivaciones de la gente, lo que les pasa por la cabeza y cuál es su visión del mundo. Todo eso va a seguir siendo igual aunque arreglen los bancos rotos del parque cada mes, o aunque limpien las pintadas del rellano en el que viven, principalmente porque lo que condiciona es que en ese rellano hay dos pisos en los que se vende droga y otro en el que un tío maltrata a una mujer que tiene tres hijos de tres padres diferentes.
- En Escapismo las relaciones de la familia protagonista (sobre todo las que se dan entre hermanos) están llevadas a tales extremos de negatividad que ello facilita la tarea a la hora de destapar sus intimidades, y más cuando se trata de personas violentamente sacudidas por adicciones como la droga y el alcohol. A Aitor, el protagonista de tu última novela, lo presentas como un chaval sano y sin vicios, un camello pillo que a veces trapichea con marihuana y cocaína para ayudar a un amigo. Sin embargo, el itinerario que lo obligas a hacer acaba convirtiéndolo en alguien bien distinto porque cuando vienen mal dadas sobrevivir sin el apoyo de la familia es complicado…
Se habla mucho, hay toda una sociología al respecto, sobre las negativas consecuencias que sobre la juventud acarrea un entorno agresivo, sin demasiadas esperanzas y con altísimos índices de desempleo… Pero leyendo con atención Escapismo me parece que tú has querido poner el foco principalmente en la desestructuración familiar. En tu novela has juntado a un padre adicto a la cocaína, a una madre ex alcohólica, y a un hermano mayor violentísimo, que se mete lo que pilla y trabaja de matón. Este grupo planea, inevitablemente, sobre la cada vez menor inocencia de Aitor…
¿Encuentras más perniciosa para la formación de un adolescente una familia como la de Aitor o, por el contrario, piensas que vivir en un barrio como la Verneda es ya suficiente baldón?
Hay una fuerte relación entre las dos. Las familias desestructuradas son más habituales en los barrios como la Verneda que en el Eixample, no tengo datos pero sí una ligera sospecha. ¿Y eso en qué se traduce? En un entorno altamente tóxico para los chavales, que tienen una visión conflictiva al máximo, ya que lo que ven en casa es malo, pero si salen fuera posiblemente sea peor. Llámalo determinismo pero esas influencias los van conduciendo en una dirección que normalmente acaba en tragedia.
- Tu penúltima novela, mi admiradísima Tiempo de ratas resulta modélica, entre otras cosas, a la hora de presentar a sus protagonistas, un grupo de marginales de barrio sin trabajo ni estudios que echan el día en parques y bares, entre rondas de porros y cubatas, y cuya máxima aspiración es bajar al Raval a robar a algún desgraciado para pillar unos gramos de cocaína. No se puede reflejar de manera más contundente el no future de hoy, de 2020.
La forma de ejercer la violencia se ha sofisticado respecto a la que tantas veces vimos en el cine, en películas como aquellos Perros callejeros. La llegada de mafias del Este y colombianas a España y su forma de cuidar sus negocios aportan escalofriantes variedades indígenas para mantener a raya a cualquiera que ose molestarlos. Esto y las corrupciones policiales (en tu caso de los mossos d’esquadra) dan un aire novedoso a tus crónicas.
¿Crees que las imperiosas necesidades que dominaban a los quinquis de hace unas décadas (no pegar ni golpe, conseguir dinero y tener droga) siguen siendo las que dominan a los personajes de las novelas que tanto tú como tus compañeros de género escribís, o que existen otras ahora?
Las drogas, vivir la vida y tener dinero son una constante en todos nuestros personajes, prácticamente su razón de ser y la motivación que mueve la mayoría de las novelas que escribimos, se ambiente en la época que sea. Quizá sí que pienso que actualmente hay un par de diferencias que son la ostentación y las ganas de vacilar de dinero y de lo que han conseguido al margen de la ley, y una cierta idealización de la delincuencia, sobre todo del negocio de la droga.
Las dos novelas de la Verneda.
ALGUNOS LIBROS:
Últimas tardes con Teresa. Juan Marsé. Seix Barral, 1966
La otra orilla de la droga. José Luis de Tomás García. Destino, 1985
Hasta la libertad. Juan José Moreno Cuenca. Ediciones B, 2001
La Barcelona de los años 70 vista por Nazario y sus amigos. Ellago, 2004
Barcelona ciudad. José María Sanz, ‘Loquillo’. Ediciones B, 2010
Confesiones de un gánster de Barcelona. Lluc Oliveras. Ediciones B, 2010
Obra periodística 1974-1986. Manuel Vázquez Montalbán. Debate, 2011
Quinquis: un vistazo rápido a las barriadas españolas de los 80. Nacho Carretero. Trabajo publicado por la revista Jot Down.
Quinquis, maderos y picoletos. Juan A. Ríos Carratalá. Renacimiento, 2014
Sombras de la nada. Jon Arretxe. Erein, 2014
Manguis. Paco Gómez Escribano. Erein, 2016
Ful. Rafa Melero. Alrevés, 2016
Tiempo de ratas. Marc Moreno. Editorial Milenio, 2017
Piel de topo. Jon Arretxe. Erein, 2017
Cuando gritan los muertos. Paco Gómez Escribano. Alrevés, 2018
La banda de Arruti. Jon Arretxe. Erein, 2018
Prohibido fijar cárteles. Paco Gómez Escribano. Editorial Milenio, 2019
Escapismo. Marc Moreno. Grupo Tierra Trivium, 2019
Lemmings. Jordi Dausà. Delito, 2019
Un asunto demasiado familiar. Rosa Ribas. Tusquets Editores, 2019
5 Jotas. Paco Gómez Escribano. Alrevés, 2020
Alcohol de 99º. Manu López Marañón. Grupo Tierra Trivium, 2021
ALGUNAS PELÍCULAS:
Ocharcoaga. Jorge Grau. Procusa, 1961
Perros callejeros. José Antonio de la Loma. Films Zodiaco, 1977
Deprisa, deprisa. Carlos Saura. Elías Querejeta, P.C., 1980
Maravillas. Manuel Gutiérrez Aragón. Luis Megino, P.C., 1980
Navajeros. Eloy de la Iglesia. Acuarius Films, 1980
El pico. Eloy de la Iglesia. Ópalo Films, 1983
Fanny ‘Pelopaja’. Vicente Aranda. Morgana Films, 1984
La estanquera de Vallecas. Eloy de la Iglesia. EGA, 1987
Matar al Nani. Roberto Bodegas. Blau Films, 1988
Barrio. Fernando León de Aranoa. Elías Querejeta, P.C., 1997
Aunque tú no lo sepas. Juan Vicente Córdoba. Enrique Cerezo, P.C., 1999
7 Vírgenes. Alberto Rodríguez. Tesela, P.C., 2005
Can Tunis. Paco Toledo y José González Morandi. Pedro Costa, P.C., 2007
Héroes de barrio. Episodio de Comando Actualidad. RTVE, 2009
Carmina o revienta. Paco León. Jaleo Films, 2012
Criando ratas. Carlos Salado. Rubén Fernández, P.C., 2016
Tarde para la ira. Raúl Arévalo. La Canica Flims, 2016
Quinqui stars. Juan Vicente Córdoba. Dexiderius Producciones, 2019
©Entrevistas: Manu López Marañon, 2021.
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