MI HIJA ES ACTRIZ PORNO por Manuel del Pino – IV Antología Solo Novela Negra
Lunes durito, hora intempestiva, el gerifalte de Madrid don Pablo Almanzor, superfamoso e importante, se presentó muy alterado en la comisaría de Montera 16.
─Mi hija es actriz porno ─dijo.
─Y mi padre es panadero ─le dijo Carla─. ¿Qué quiere que haga yo?
La niña de papá, la morenaza Lucía, fue detenida el domingo por violencia doméstica y seguía en el calabozo de la comisaría. Su marido, Óscar, estaba en el Hospital de la Paz, había intentado suicidarse con pastillas por el disgusto.
Pablo Almanzor miró a Carla con ira y le dijo:
─Vengo a llevarme a mi hija. Pagaré la fianza, aunque sea un millón de euros. Y quiero que luego la investiguen y la pillen en un renuncio.
─Señor ─le dijo Carla─, esto no es el fumadero de Sherlock Holmes.
─Haré que mi hija vea su gran error y lo deje. La transparencia es mi principio.
─¿Quiere decir “la transferencia”?
Si las miradas mataran, Carla estaría muerta. El gerifalte fue a hablar directo con el mayor Herrera, en el gran despacho del último piso. De hecho, eran amiguetes.
Al momento, Julia quedó libre y subió del calabozo. Al ver a su padre, se le echó al cuello, mas no para darle abrazos ni besos. Varios agentes tuvieron que sujetarla.
Julia corrió a la calle, despavorida como alma diablesca.
Por orden del mayor Herrera, el oficial Morales y la agente Carla investigaron. En un discreto piso tras la Gran Vía se filmaban escenas subiditas para Internet.
Allí fueron Carla y Morales de paisano, disimulando su aspecto y fingiendo ser aspirantes. El canalla de Víctor Lince era el jefe y actor estrella. Al ver a Carla dijo:
─Estás contratada, prenda.
─¿Y qué hay de mi amigo? ─preguntó Carla.
Lince miró a Morales con asco indisimulado, luego se lo pensó mejor:
─Necesitamos un gordito fofisano, eso vende. Te llamas Agapito, ¿no?
─Eh, oiga ─dijo Morales─, que yo no soy gordito, ni me llamo Agapito. Mis novias y mis amigos me llamaban “La Boa Constrictor”.
─Vaya ─dijo Lince─. Veo que aquí hay algo de envergadura.
─Más bien ─dijo Carla─, de “en verga dura”. Hazle una prueba.
─Hoy va a ser un día grande.
─La diferencia está en el glande ─repuso Carla.
El cámara y demás actrices reían, preguntándose de dónde se habían escapado esos nuevos locos, que prometían para el pornoviaje. Una de ellas era Lucía en braguitas. No reconoció a Carla y Morales, que iban de paisano y no participaron en su detención.
─Vamos a salir todos en El Caso ─dijo apurado Morales.
─El Caso ya no existe igual ─dijo Carla─. Ahora saldremos en Sólo Novela Negra. Espero que no como imputada, pero esto tiene pinta de putada.
Día siguiente, en la comisaría. Quintero el Pesetero, subinspector de la científica, dijo a Carla, tras quejarse de que nadie le pagaría todas esas horas extra:
─Las pastillas que tomó Óscar para suicidarse contenían además veneno. ¿Quién pone veneno dentro de las pastillas con las que se va a suicidar?
Carla fue al Hospital de la Paz, habitación psiquiátrica donde seguía pálido Óscar.
─Vengo a hablarle de Julia, su mujer.
“¡Bleerrgg!”. Óscar se retorció para vomitar más pastillas en la palangana del suelo.
─No sabía que Julia aún le daba tanta repugnancia ─le dijo Carla.
En el hospital había gran revuelo. Todos los enfermeros y hasta médicos merodeaban la habitación de Begoña; decían que era una gran actriz porno pelirroja, que alguien la había violado e intentado matarla. Carla espantó moscones y habló con Begoña.
Además de magullada, Begoña estaba sin tele, radio, ropa, revistas ni nada.
─No vi a quien me atacó ─dijo─. No me dejaron ni un céntimo.
El doctor Solana no se despegaba de allí ni con insecticida. Carla le preguntó.
─El semen era muy extraño ─dijo Solana─. Escaso, ralo y además de raza negra. Como si no fuera de un psicópata violador, sino puesto ahí por un profesional.
Carla conocía un pisito de putos en la calle Valverde. Hombres para hombres. Al ver entrar a semejante amazona, un putito africano le dijo:
─¿Tú también quieres comprar mi semen? Una valiosa muestra, sólo mil euros.
─Cuéntame a quién le vendiste semen este fin de semana ─le dijo Carla─, aunque ya me lo imagino. Si no quieres ir a una cárcel llena de violadores.
La mañanita siguiente se grababa una memorable escena porno.
─Silencio, se rueda ─dijo Lince─. A desnudarse todos.
Morales atacó una bandeja de pasteles, bombones y chocolates para ponerse a punto, subir algún centímetro. Al ver desnuda a Carla, su subalterna, dijo:
─Vaya cuerpazo, niña. Me estás poniendo a mil.
Carla disimuló las náuseas. Víctor Lince se acercó con un Satisfyer y dijo:
─Amigo, haz lo que tú sabes con esto.
Morales intentó fumar en pipa con el Satisfyer, se puso en la boca el extremo y trató de aspirar el tabaco inexistente. Lince se echó las manos a la cabeza:
─¡No, así no! Hazle a tu amiguita lo que tú sabes con el Satisfyer.
Carla aguardaba desnuda en la cama a lo Cleopatra. Morales, ofuscado ya, sopló y sopló el Satisfyer, creyendo que era un silbato policial, pero no sonaba.
─¿Se puede saber qué le pasa a éste? ─dijo Lince─. ¿Por qué no ataca a su amiga?
─Yo soy inviolable ─dijo Carla─, como los reyes.
─Qué desastre. Estoy perdiendo dinero. Vamos a rodar el trío.
Escena final: Carla, Julia y Morales. El pringado rollizo que convencía (muy rápido) a sus dos amigas pibones para ir a la cama. El sueño de miles de tíos salidos en Internet.
─Me voy a poner las botas ─dijo Morales.
A Julia le iba el rollo, iba a besar a Carla, pero la aguafiestas le dijo:
─Quedas detenida por intento de asesinato contra tu marido y tu mejor amiga.
─¿Y cómo vas a detenerme ─dijo Julia─, estando desnuda en la cama?
Carla cogió el Satisfyer, lo lanzó por la ventana, atravesó el cristal y voló por los aires en la calle. Era una señal convenida. En unos instantes, el piso se llenó de policías.
─¡Redadaaaa! ─dijo Lince─. Larguémonos de aquí.
Demasiado tarde. Le trincaron. Y tenía cien delitos pendientes, mil faltas y hasta algunos crímenes. Mientras le llevaban detenido, le dijo a Carla:
─Poli traidora. Cuando salga, iré a por ti.
La agente buscó otro Satisfyer y lo estampó en la boca de Lince hasta el fondo, quien se atrangantó rojo, verde, morado, y así se lo llevaron los agentes a Montera 16.
Don Pablo Almanzor llegó con la policía. Le dijo a su hija, también detenida:
─Todo esto es por tu bien. Te quiero mucho.
─Sí ─dijo Julia─, cuéntales lo que me hacías antes por las noches.
Morales aprovechó la horrorosa confusión para trincar más bombones, pasteles y galletas de chocolate. Miraba a Carla con lascivia de reojo mientras ella se vestía.
─¿Me ficharán para actor porno? ─le dijo─. Tengo cualidades. Te lo demostraré.
La agente sujetó el plato de pasteles y se lo estampó en la cara. Morales no se esperaba eso de su subalterna, se quitaba con dificultad restos de pastel de los ojos.
─¿Cómo has podido? ─dijo─. Se lo diré al mayor Herrera.
─Si esto no es nada. Podría ser peor.
Le soltó una patada en sus pequeños atributos y Morales cayó gimiendo de rodillas.
©Relato: Manuel del Pino, 2020.
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