Los piratas actuales ganan elecciones…
ATZIN NIETO| Corresponsal en México
Hace algunos meses tuve la fortuna de conocer personalmente al escritor argentino, pero que desde hace algunos años radica en México: Roberto Barnidi. Se podría decir que fue nuestra pasión por la novela policiaca lo que nos reunió aquella tarde cuando presentamos la colección Noir de la editorial Nitro/Press, en la pasada feria de novela negra, que cada año organiza el Fondo de cultura Económica, en la ciudad de México. Tiempo después cayó en mis manos Un hombre de ley (Editorial Resistencia, 2016) obra que devoré en un par de días, y que me dejó con un buen sabor de boca, e incluso con ganas de querer leer una segunda y, ¿por qué no?, hasta de una tercera parte, por ende, me di a la tarea de viajar hasta la isla remota de Coralito, allá en el Caribe, con el pretexto de relajarme, tomar algunas cervezas, conocer algunas mujeres de moral dudosa, pero sobre todo, entrevistar a la mente maestra detrás de ésta gran novela.
¿Cómo fue que descubriste tu pasión por el género negro, sobre todo porque en Argentina hay una larga tradición de novela policíaca y de autores que han cultivado este género?
El descubrimiento fue a los 15 o 16 años, a través de uno de los escritores que hoy me parece el menos recomendable de todos: Mickey Spillane, tan derechista, misógino y machista como Mike Hammer, su personaje. Desde los 13 años yo era lector de aventuras, de historias de piratas, del Lejano Oeste y de ciencia ficción, y a esa edad me atrajo la combinación de crimen, sexo y violencia que había en los relatos de Spillane. Fue una revelación que entonces me pareció “realista”. Cuando poco después me zambullí en Dashiell Hammett, Raymond Chandler y otros autores, Spillane pasó al baúl de los objetos olvidables. Antes de eso, también tuvo mucho que ver mi padre, que era hijo, hermano y primo de policías, y muy aficionado al cine negro. Desde muy niño me contaba historias de asaltantes de bancos y me llevaba a ver películas protagonizadas por grandes actores “duros” de aquella época: Humphrey Bogart, James Cagney, Edward G. Robinson, Sterling Hayden, Robert Mitchum, Jean Gabin…
¿Cómo fue la experiencia de ganar el Premio Literario Lipp en el 2016?
Bastante increíble. Sobre todo por tres razones: Un gato en el Caribe era mi primera novela, fue escrita en 1990 y ninguno de los diez jurados sabía quién era yo, un ignoto periodista que había regresado a México después de varios años de andar dando vueltas por unos cuantos lugares.
Háblanos un poco sobre tu trayectoria no sólo como un escritor policíaco, sino también como periodista. ¿Qué elementos utilizas de un género y de otro a la hora de sentarte a escribir una historia?
La trayectoria –si es que se puede hablar de “trayectoria”– se inicia con mi llegada a México en febrero de 1976. Fueron 41 años de trabajar en diarios, revistas, agencias de noticias y, en menor medida, radio y televisión. Y agradezco haber sido, entre 1977 y 2000, enviado especial y corresponsal en más de una docena de países: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Belice, Brasil, Irak-Irán, Líbano, Argelia, Marruecos y la frontera Tijuana-San Diego. Fueron los 23 mejores años de mi vida, que dieron como resultado trece libros de historia, crónicas y reportajes de investigación. Los temas que me tocó cubrir fueron bastante “negros”: guerras, tráfico de drogas, contrabando de armas, trata de personas, corrupción política, escándalos financieros, enriquecimiento ilícito… Algo de eso hay en Un gato en el Caribe, basaba en hechos y personajes reales, y en Un hombre de ley, mis dos únicas novelas por ahora.
Dice Juan Carlos Martini que, en la novela negra existe casi siempre una minuciosa “construcción” que describe al mundo a partir de sus más destructivas contradicciones, ¿crees que en tu novela, Un hombre de ley, suceda esto?
En el epígrafe inicial de la novela cito una frase que se atribuye a León Tolstoi y que no sé, ni nadie me ha sabido decir, de qué obra es: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Pensé que una isla ficticia de tres mil habitantes, dedicada exclusivamente al turismo, era un buen escenario a pequeña escala para describir la corrupción y la inmundicia que se dan a gran escala en casi todas las capitales del mundo.
¿Cómo se te ocurrió crear una isla tan maravillosa como Coralito?
Por una suma de experiencias. En mis lecturas de aventuras durante la infancia y adolescencia hubo barcos, corsarios e islas. La más famosa fue la Isla de la Tortuga, en lo que hoy es Haití, refugio de filibusteros de las Antillas que asolaban las posesiones de España en el siglo diecisiete. En los años ochenta viví por breve tiempo en dos islas: Cozumel, en México, y San Pedro, en Belice.
Y después se me ocurrió que aquellos piratas dejaron descendencia. Sus herederos ya no usan espadas, ni asaltan galeones, ni dan gritos de abordaje. En una entrevista para un sitio web de España los describí así: “Son silenciosos, discretos. Son presidentes, senadores, diputados, directivos de clubes de fútbol, traficantes de armas y empresarios de famosas firmas transnacionales. No usan un parche en el ojo o una pata de palo, sino que visten trajes Armani y calzan zapatos Vuitton. Ahora ganan elecciones, estafan a países enteros, son delincuentes financieros, realizan negociados más que sucios y tienen sus guaridas fiscales en el Caribe, donde lavan, blanquean, enjuagan, centrifugan, tienden y planchan fortunas mal habidas. Los piratas actuales ahora tienen varias y modernas filiales para resguardar estos botines de guerra”.
Así que fui sumando todo eso y se me ocurrió diseñar en el Océano Pacífico una aldea fundada en el siglo diecinueve por desterrados de Estados Unidos a los que más tarde se sumaron mexicanos: ex presidiarios, cuatreros, prostitutas, desertores del ejército y tahúres. Se dedicaron al tráfico armas durante la Revolución Mexicana y, más tarde, al contrabando de whisky durante la Ley Seca en Estados Unidos.
El personaje principal es el comisario “Honesto” MacThief, es hasta cierto punto; un romántico a quien le gusta fumar, sabe escuchar y bebe bourbon, en unas ocasiones me recuerda a Marlowe, en otras a Sam Spade. Pero dinos tú, ¿compartes características con él o cómo te surgió la idea para darle vida?
Spade y Marlowe son investigadores privados con una cierta ética y sus propios códigos morales. El comisario MacThief, al contrario de ellos, carece de estos atributos. Es amoral y medianamente corrupto. Se me ocurre que es más cercano al inescrupuloso sheriff Nick Corey, el personaje de 1280 almas, de Jim Thompson. Como dice Norman Mailer en Los tipos duros no bailan, “no se puede ser un buen policía sin llevar dentro todo un saco de posibles monstruosidades”. Por lazos familiares -abuelo, tío y primo policías- e, incluso, algunos amigos en Buenos Aires, México y San Diego, que son o fueron policías, conozco un poco el tema.
Algo que considero primordial, más no necesario, es el humor dentro de la trama de una historia policíaca. Recuerdo que, desde las primeras páginas comencé a reírme en ciertas partes de la historia que va narrando el comisario “Honesto”, pero dime tú, ¿cómo fue la experiencia al ir escribiendo Un hombre de ley?
La verdad es que la escribí en tres meses de 1991. Fue un divertimento, sin ninguna aspiración literaria, destinado a entretener.
Debo decirte que el capítulo 22 de tu novela, me encantó. Por toda esa reflexión en torno al género negro y en lo que se ha convertido. Por otro lado, Un hombre de ley es una novela corta de 189 páginas, en donde la dosis de acción, humor y violencia están presentes la mayor parte del tiempo, ya que no dejan respirar al lector. Pero, cuéntanos, ¿Qué hace diferente a tus obras con otras, digamos de 800 páginas, en donde encontramos estos investigadores privados muertos de hambre?
Sinceramente no he pensado en ello, pero ahora que lo dices se me ocurre que en tu pregunta hay una síntesis o una buena definición de los elementos que yo considero que debe brindar un relato, además de una buena caracterización de los personajes: acción y violencia. Y si a eso le podemos añadir humor, ya estamos hechos.
Si pudieras, ¿te irías a vivir a Coralito?
Desde luego. Es el lugar ideal para recluirse a escribir a la mañana, disfrutar de sus playas o salir navegar a la tarde y recorrer sus bares a la noche.
¿Volveremos a ver al comisario “Honesto” en alguna otra novela?
Así es. Aparecerá como personaje secundario de una próxima novelita. Ahora es el alcalde de la isla y sigue manipulando a la policía, que ha duplicado sus efectivos. Hay nuevos personajes, entre ellos una atractiva agente que es hija de exiliados rusos. La muchacha es ambiciosa, tiene buena puntería, practica sambo -el brutal arte marcial ruso-y aspira a convertirse en la primera jefa de policía en toda la historia de Coralito
Actualmente, ¿Cómo ves el panorama de novela negra en América Latina? ¿Qué autores has leído? ¿A quiénes recomiendas?
Desde México hasta Argentina la literatura negra ha cobrado gran auge en los últimos años. Es muy llamativa la cantidad de títulos publicados, de festivales, presentaciones y encuentros auspiciados por instituciones culturales, gobiernos de los estados y universidades. Como en cualquier otro género hay de todo: muy bueno, bueno y regular, pero no veo nada que se pueda calificar categóricamente como “malo”. Y si lo hay, no lo he leído, no ha pasado por mis manos.
Si tuviera que recomendar autores mexicanos, la lista sería bastante extensa y no quiero cometer la injusticia de dejar alguno afuera. Sin embargo, voy a mencionar a seis: Hilario Peña, Imanol Caneyada, Iván Farías, Carlos R. Padilla Díaz, Guillermo Rubio y Daniel Salinas Basave. Y los menciono porque, además de ser muy buenos en lo que hacen, me brindaron su amistad cuando yo era un desconocido recién regresado a México. Además de su calidad como narradores, con ellos hubo un “click” de entrada, de inmediato, incluso cuando aún no nos conocíamos personalmente. Fueron mucho más generosos y hospitalarios que unos cuantos escritores, editores y periodistas de Argentina, donde estuve buceando durante ocho años sin salir a flote, como sapo de otro pozo.
También quiero mencionar a tres autoras mexicanas que conocí este año, pero ya siento como amigas: Norma Yamille Cuéllar, Ivonne Reyes Chiquete y la muy emprendedora Iris García Cuevas. En Argentina hay varios autores, pero sólo voy a mencionar a dos porque de todos los que conocí son los únicos amigos que hice: Guillermo Orsi y Miguel Molfino.
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Roberto Bardini (Buenos Aires, 1948) es periodista. Reside en México desde 1976, con estadías como corresponsal en Costa Rica, Belice, Hondura, Nicaragua, Brasil, Argentina y Estados Unidos, en la frontera Tijuana-San Diego. Como enviado especial, cubrió las luchas insurgentes en El Salvador, Guatemala y Colombia, la guerra Irán-Irak, el conflicto civil en Líbano y el enfrentamiento de Marruecos con las guerrillas del ex Sáhara Español, experiencias que posteriormente adaptó en forma de libros.
Por parte paterna, Bardini es nieto, sobrino y primo de policías. Su abuelo Tomás, falleció en 1937, era oficial principal –grado equivalente a capitán de la Policía de Buenos Aires. Además, fue dramaturgo –con nueve obras teatrales representadas-, miembro de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores) y director de la revista Apolo, quincenario cultural de las décadas del `20 y el `30.
Bardini ha publicado trece libros de historia, política y periodismo de investigación. En 2016 ganó el Premio LIPP la Brasserie con Un gato en el Caribe (Editorial Resistencia, 2016), su primer novela.
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© Solo Novela Negra. 2017. Todos los derechos reservados.
©Foto entrevista Silvia Herrera- Todos los derechos reservados
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