Literatura Interactiva
Después de más de media vida escribiendo novelas negras que iban directamente al cajón porque nadie se interesaba de verdad por el género, Urbina pensó que había llegado su momento con el boom que éste había experimentado gracias al tan inopinado como llamativo éxito editorial de la novela negra escandinava. De repente todo el mundo se interesaba por la novela negra. Al principio los lectores, se supone que encandilados por el exotismo de unas sociedades tan ricas, cultas e igualitarias donde todo parecía perfecto, pedían más autores escandinavos sin importar incluso su calidad literaria, bastaba la rotunda sonoridad de un apellido vikingo para saciar dicha curiosidad. Más tarde, más o menos cuando se agotó la vena de los escritores escandinavos de novela negra de un nivel cuanto menos aceptable y algunos listillos empezaron a ofrecer gato por liebre. De ese modo empezaron a llegar autores de novela negra de países como Estonia, Letonia y Lituania e incluso polacos, para no alejarse demasiado del Báltico. Luego volvieron su mirada hacia latitudes más lejanas y sociedades mucho más complejas, hacia el exotismo puro y duro de toda la vida. De ese modo no era extraño encontrar en los escaparates de las librerías una novela negra de un autor mongol con su comisario policial al uso y una trama clásica de asesinatos en serio cometidos dentro de las yurtas de los nómadas, o la biografía de un camello de origen maorí que descubría al respetable los bajos fondos de la también apariencia próspera y tranquila sociedad neozelandesa.
Entonces alguien se paró en seco y preguntó dónde estaba la novela negra española. Fue el momento de recuperar a los grandes, y sin embargo desconocidos o medio olvidados por el gran público, como Manuel Vázquez Montalbán, Alicia Jiménez Bartlett, Francisco González Ledesma, Juan Madrid, Andreu Martín entre tantos otros. También es la ocasión para nuevos valores que en seguida despuntan por sus propios méritos al estilo de Carlos Zanón, Rosa Ribas, Alexis Ravelo, Domingo Villar y también tantos otros.
Urbina cree que es su momento. El público está ya cansado, si no desengañado, de leer siempre la misma pero en un escenario diferente y más o menos exótico. Ahora se interesan por los que ocurre en su casa, descubren mundos que desconocían aunque los tenían al lado, fantasean a todas horas con tramas negras en su propia escalera, todo es susceptible de acabar en una novela negra. De ese modo aparecen novelas negras por doquier, se diría que cada provincia tiene su escritor de culto, que cualquier periodista o policía retirado tiene una historia que contar echando mano de su experiencia profesional, algunos incluso comienzan a mezclar géneros sin reparos y de ello resulta el boom de la novela negra con elementos exotéricos, mitológicos y hasta micológicos o enológicos, también la novela negra a lo guía turísticas, esto es, asesinos en serie que al tiempo que van cargándose gente te van enseñando los monumentos, costumbres y arqueologías de la ciudad, villa o aldea de mala muerte en la montaña donde ambientan la historia.
Hay tanta oferta de novela negra escrita en castellano que resulta ya imposible, no sólo despuntar, sino incluso vender más de cien ejemplares entre familiares, amigos y conocidos. Los medios no dan abasto para escoger entre las pilas de libros que les llegan a la redacción, así que se decantan por reseñar ya sólo a los consagrados y al de algún personaje público de mayor o menor relumbrón por cuya novela apuesta con toda la fuerza al uso el departamento de marketing de un gran grupo editorial.
Llegados a este punto, Urbina comprueba desconsolado que si antes era por desinterés que nadie quería publicar sus novelas, ahora es por todo lo contrario: hay demasiada oferta y para que una novela negra consiga atraer la atención del gran público ya no basta con que esté bien escrita y la trama atrape al lector desde un primer momento. Ahora debe concurrir un tercer factor, el cual además varía de una novela a otra porque resulta que, en cuanto una triunfa por mezclar, verbigracia, los asesinatos en serie con la mitología vasca, en seguida aparecen otras tantas del mismo estilo como hongos en otoño. Urbina incluso tiene que asistir a cómo figurones de los medios, de la farándula y hasta de la alta cocina, si es que ya no viene a ser lo mismo, ambientan tramas de chichinabo, planas en su inmensa mayoría, con inesperado éxito. No puede ser de otra manera, porque ahora solo triunfa la novela negra que se distingue de todas las demás por algo que poco o nada tiene que ver con el género en sí mismo. Dar con la tecla del éxito de una novela negra es como buscar una aguja en un pajar; puedes pasarte toda la vida puliendo tu estilo hasta escribir incluso mejor que el propio Vázquez Montalbán, recrear un territorio literario propio donde ubicar tus historias que no desmerezca en nada a las brumas galaicas de Villar, construir personajes lo más peculiares, o ya directamente patibularios, que uno pueda imaginar a lo Zanón, introducir elementos en principio extraños al género como podrían ser un equipo de baloncesto o un grupo de danzas asturianas, que nunca sabes cuándo y cómo caerás en gracia al gran público hasta acabar firmando ejemplares en grandes almacenes.
Así pues, Urbina asiste, tan perplejo como indignado, a cómo se le escapa la que creía la gran oportunidad de su vida para hacerse un hueco como autor de novela negra por culpa de una legión de diletantes a los que no se les ocurre otra cosa que mandar su novelita negra a las editoriales con las tramas más peregrinas y estrambóticas que uno pueda imaginar. Pero claro, tampoco las editoriales saben muy bien cómo dar con ese éxito comercial que, por muy escasa que sea la calidad literaria del libro, contribuya a cuadrar sus balances contables algo más que satisfactoriamente. De ese modo, las editoriales no dudan en echar al estanque todo tipo de cebo esperando que pique el lector por muy infame que sea éste.
Llegados a este punto, no es de extrañar que Urbina exclame a veces, cada vez más a menudo, que si fuera por él se cargaba con sus propias manos a todos los “paracaidistas” a los que, según él, les publican su primera novela negra única y exclusivamente porque son famosillos o tienen contactos en los medios. Para empezar, no dudaría en echarle la mano al cuello a ese locutor de radio que escribió, o al que le escribieron, una novelita, basada muy por encima en aquel asesino en serie al que llamaban el “Sacamantecas” y que tuvo aterrizada a su ciudad natal a principios del siglo pasado. Hacía ya décadas que Urbina había escrito una novela basada en el mismo personaje. Una novela que siempre recibía la misma respuesta de las editoriales a las que había sido enviada: “…muy bien escrita y una trama muy trabada que no deja indiferente al autor. Sin embargo, juzgamos que sobran datos y que se recrea en exceso en las escenas truculentas, demasiado para el gusto del lector medio.” Urbina, por supuesto, se había negado en redondo a retocar su novela tal y como le habían pedido algunos editores interesados de verdad en su “El Rebañatripas”. Él se consideraba un escritor serio, y los escritores serios sólo escriben al dictado de su conciencia.
Su rabia hacia el locutor de radio era tanto que no encontró otro modo de aplacarla que escribir un relato en el que se contaba como un escritor resentido le rebañaba las tripas al autor de éxito en venganza por haberle arrebatado la idea de su novela. El relato lo público en un perfil falso de Facebook con el nombre de, cómo no, “El Rebañatripas”. Dos semanas más tarde la policía encontraba en un descampado el cadáver abierto en canal y con todas las tripas al aire del locutor de radio y escritor de superventas. Urbina cerró de inmediato su perfil de Facebook.
Sin embargo, apenas un par de semanas más tarde, en una conocida ciudad costera próxima a la de Urbina y famosa en todo el mundo por su extraordinaria oferta gastronómica, apareció otro cadáver en similares circunstancias. Se trataba del famoso cocinero donostiarra Mikel Etxarri, al que le habían sacado todas sus tripas, se las habían cocinado, la policía supone que con un soplete, y se las habían servido en un plato colocado al lado del cadáver. La policía no tardó en descubrir que toda la macabra escena de lo sucedido a Etxarri, claro que, y al igual que en el relato anterior, siempre sin citar nunca su nombre ni ofrecer otro dato sobre la víctima que el de “un cocinero que escribe libros”, había sido descrita con todo lujo de detalles en un relato aparecido en otro perfil falso de Facebook con el nombre de “La Cocina del Rebañatripas” La tercera víctima apareció varios meses más tarde flotando con todas sus tripas alrededor en la piscina de su residencia marbellí. Se trataba de una colaboradora de un programa de cotilleo que había hecho de su palmarés como corredora de alcobas de cierta alcurnia farandulera un inagotable filón televisivo y que, aprovechando sus altas cotas de popularidad, había sido convencida por uno de los grandes grupos editoriales del país para que rubricara con su nombre una novela ambientada en Marbella y en la que el negro de turno metería todo lo relacionado con la famosa localidad costera, desde los chanchullos urbanísticos de la época de Jesús Gil como alcalde y los de su sucesor al mando con la Pantoja de por medio, el tráfico de armas y blancas con varios jeques árabes implicados, a la vida a todo trapo y los patéticos empeños por parte de antiguas estrellas del cine y de la canción, por lo general retiradas o ya sólo de capa caída, por seguir copando a toda costa portadas de las revistas del corazón. Un libro que fue el más vendido del año a las pocas semanas de su aparición, y eso a pesar de las dudas más que razonables acerca de la autoría del mismo a la vista de que la oratoria de la susodicha colaboradora televisiva apenas merecía otro adjetivo que el de procaz.
Y como en las anteriores ocasiones, Urbina también anunció en un relato publicado en un perfil falso de Facebook la muerte en circunstancias similares de una famosa anónima cuya descripción coincidía en casi todo con la víctima de la piscina. Sin embargo, en esta ocasión la brigada especializada en delitos informáticos de la Guardia Civil no tardó en identificar al responsable del falso perfil y relacionarlo con el asesinato de Marbella. Urbina fue detenido, juzgado y condenado a prisión permanente revisable. Al mismo tiempo, el mismo grupo editorial al que nos hemos referido antes publicó el libro de relatos sórdidos de Urbina, donde se incluían tanto los tres ya publicados en Facebook como media docena más pendientes de llevar a cabo. Y lo hizo con tal éxito, al cual, todo hay que decirlo, contribuyó en buena parte su promesa de completar su proyecto de literatura interactiva en cuanto un juez benevolente tuviera a bien concederle el tercer grado, que aquel año el libro de Urbina copó todos los rankings de ventas editoriales. Un éxito fulgurante y largamente ansiado que Urbina pudo disfrutar desde su retiro penitenciario, así lo denominaba él, hasta que su condena fue por fin revisada y pudo salir a la calle tras cumplir poco más de cinco años de cárcel; no por nada el éxito editorial vino acompañado de un sustancioso cheque y con éste también los servicios del mejor despacho de abogados de lo penal del país. Fue entonces cuando, a la pregunta de uno de los periodistas que le esperaba a la salida del talego, “¿Qué le llevó a escribir su libro?”, Urbina contestó, recordando al gran maestro: “Es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre”.
Texto: © Txema Arinas, 2018.
Visitas: 108