LAST CHANCE LTD por Marian Peyró
Carolina (en esta ocasión)
Mi trabajo consiste en pasear y elegir. Para su desempeño es imprescindible ser una buena actriz. Y, a veces, también, una mujer atractiva. Cuando recibí la llamada supe que esta era una de esas veces.
Empecé enseguida. No siempre se da con el bueno a la primera, pero esta vez tuve suerte. Por seguridad, elijo gente que nadie buscará, gente sola en barrios marginales. Sin embargo, este encargo era especial. Querían asegurar prime product, que el sujeto hubiera llevado una buena vida. Pagaban muy bien el riesgo adicional. Por eso elegí el barrio de Salamanca. En los barrios bien la gente se cuida más y envejece mejor.
Al objetivo le encontré desayunando en una cafetería. Primero solo le vi por detrás, desde la calle, pero mi sexto sentido no suele engañarme y algo me decía que acertaba. Se estaba tomando un chocolate con churros. Tenía una planta impecable y era naturalmente delgado. Hasta de espaldas rebosaba salud. Me quedé mirándole desde fuera, simulando buscar algo en el bolso. Al día siguiente también estaba allí, y al otro. Le di un día más y al tercero entré en el local. Me coloqué en un ángulo de noventa grados, desde donde podía verle y que él me viera. Su cara confirmó mis impresiones previas. Después le seguí al baño sin que lo advirtiera, y escuché tras la puerta. El repicar furioso de su orina era prometedor. Lo siguiente fue convertirme en clienta fija, y, muy pronto, llegar siempre antes que él, para formar parte de su paisaje habitual. Así, enseguida comenzó a saludarme. Al principio algo tímido, pero en cuanto notó que yo prolongaba la mirada unos segundos más de lo habitual, su saludo se tornó cómplice. El truco más viejo del mundo. Luego, todo se acelera. Entra en escena el juego del baño: acabo rápido mi desayuno y voy al aseo. Vuelvo y le lanzo una mirada que él entiende perfectamente. Creo que el primer día incluso se manchó la corbata. ¡Reprimir una sonrisa exigió todo mi autocontrol! Tengo que confesar que su balanceo me excitaba. Elevaba el churro mojado muy alto, inclinándose un poco hacia adelante al morderlo, como para no mancharse. Para eso levantaba ligeramente los pies, sus dedos soportando apenas un poco más de peso en esos segundos. Cuando mordía el churro se dejaba caer hacia atrás, sus talones de nuevo en contacto con el suelo. Este movimiento lo repetía cuatro veces. Chas-chas-chas-chas. Acababa cada churro en cuatro mordiscos. Una dulce tortura. Si no hubiera podido pasar a la siguiente fase de forma inmediata, creo que hubiera tenido que usar yo misma el baño para aliviarme. Pero todo fue según lo previsto. En un par de días él abandonó su sitio en cuanto yo me dirigí a los aseos. Casi sentía su respiración en la espalda, pero hice el paripé de entrar y salir del de señoras. En cuanto volví a abrir no nos hicieron falta muchas palabras para que me empujara otra vez dentro. ¡Ah, qué bueno cuando me doy cuenta de que no me he equivocado! El vigor sexual es síntoma inequívoco de buena salud. A veces este trabajo tiene incentivos y así la segunda parte es mucho más fácil. Ha sido sencillo ser su amante, pero todo está hecho ya. Era un tipo egocéntrico, sin relaciones verdaderas, tengo el ojo avezado. Además, ha sido tan confiado que ya tengo la información que me exigen para confirmar con papeles su magnífico estado de salud. En un par de días le llevaré al lugar de encuentro y anotaré otro éxito profesional. So long, my dear!
Javier
Qué rabia mancharme la corbata. Y no porque sea de Loewe. Además, en la oficina tengo más. Pero odio el careto de Fernanda cuando le digo que me las lleve a la tintorería. Seguro que piensa que eso no entra dentro de sus cometidos de secretaria. Ya te diré yo lo qué entra dentro de tus cometidos, bonita. Pero mejor dejo de pensar en ella o me sentará mal el desayuno que me acabo de tomar. Para un capricho que me doy al día. Matarse en el gym debe valer para algo. ¡Joder, vaya tía! No puedo decir que no me hubiera fijado antes, pero hoy me ha mirado de un modo que casi se me atraviesa el puto churro y pierdo pie. Al menos he podido reaccionar a tiempo y he salvado mi honor con solo una manchita en la seda. No ha podido notarlo. Luego he pensado ¡Javier, hostias! ¡el gran Javi!, ¡que no se diga! Me he venido arriba; he perdido un poco la costumbre por el maldito estrés del curro, pero sigo siendo el que era. Se creerá la pava esa que no puedo aguantar las miraditas o ese acento de calientapollas. A esta la tengo susurrándome Javito al oído en unos días, ¡por mis cojones!
—¡Fernanda!, ¡Fernanda! ¡Haga el favor de traerme otra corbata!
Que se joda y me lleve esta al tinte.
Por Dios, qué puñetera cara de amargada, necesita un polvo urgente.
Javito —¿de dónde coño será ese acento—. Joder, ¡qué bien suena!
Manuela (por ejemplo)
El dinero no da la felicidad, pero sí más opciones. Eso lo aprendí trabajando aquí. Ni montañas de oro ni mansiones ni jets impiden que te salga un hijo enfermo o que a tu corazón no le dé la gana funcionar como debiera. Pero al menos tener mucho dinero te permite hacer todo lo posible por cambiarlo. Sin garantías, eso sí. Cuando se nos muere un cliente, tiene la conciencia tranquila por haber hecho todo lo posible. Acudir a nosotros es el último recurso. Last chance. La esperanza es el motor del mundo, por eso no nos falta trabajo. Recibimos muchos encargos. Antes no podía con lo de los niños. Me costó acostumbrarme. Pero normalmente los órganos vienen de fuera. Hay tantos niños por el mundo a los que nadie echará de menos. Si me apuras, hasta es un alivio librarse de ellos. ¡Deberían considerarnos una ONG! Cuando no hay disponibilidad fuera, urge mucho, o es algún encargo especial, como este, nos toca encontrar el material por aquí. Entonces llamo a Marcela. Es nuestra mejor profesional. Lo mismo hace de vecina atribulada, de esposa recién llegada, que de femme fatale. Todo lo borda, la muy cabrona. Este caso seguro que le gusta. Riñones para un hombre joven. ¡Vamos, coser y cantar!
Relato: © Marian Peyró, 2019.
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