Las cuatro torres de Leandro Pérez por Rafael Guerrero
Codicia y cocido a la madrileña
Reseña: Las cuatro torres
Autor: Leandro Pérez
Editorial Planeta, 2014
Por Rafael Guerrero
Si el intrépido académico de la RAE Arturo Pérez-Reverte dice de Las cuatro torres que es “una novela negra, futbolera y sentimental. Y, además, muy bien escrita” a ver quién osa discutírselo y menos cara a cara, reseña a reseña. Yo desde luego no, porque coincido con esa apreciación y añado que su lectura me ha resultado también entretenida, intrigante y absorbente.
Constato, pues, que se trata de una obra de género en estado puro, con tipos duros, tipos cabrones, tipos sentimentales y tipos armados, con Madrid de fondo y muchos madriles de postín y de postureo pululando por ella. Y por encima de todos, las cuatro torres, esos rascacielos que se construyeron tras la recalificación urbanística y venta de la antigua Ciudad Deportiva merengue que nunca estuvo exenta de sospechas, amaños, prebendas, favores políticos y pelotazos. Precisamente desde una de estas, con la ciudad a sus pies, los jefes del cotarro organizan el tablero porque si algo consume el poder es más y más poder. Codicia y cocido, bienvenidos a la capital.
Para conseguir esta mezcla de atmósferas, esa boina de contaminación literaria tan característica de los altos y bajos fondos en lo noir, el autor ha sabido combinar con acierto la elección del enfoque principal, su encaje en el contexto que describe y las acciones o reflexiones de los personajes que cargan en mayor o menor medida con las diferentes tramas entretejidas, vasos comunicantes unos de otros, alcantarillado y superficie separados al principio y aliados más adelante por un mismo afán: ganar.
Arranca potente la historia alrededor de un asunto real que ocupó muchas portadas de diarios, cabeceras de informativos y tertulias más allá de lo deportivo: el topo del Real Madrid. Un club centenario con millones de aficionados por todo el mundo que desata tantos afectos como aversiones. Seas madridista o anti madridista te posicionas. ¿Quién o quiénes filtran a la prensa los trapos sucios del vestuario? ¿Por qué y para qué? ¿De verdad hay un topo? Eso será lo primero que deba indagar Juan Torcal y quizá lo más fácil de descubrir a tenor de los acontecimientos posteriores. El topo, claro está, solo es una tapadera.
A partir de ahí, el curso de la investigación, tan heterogénea como metódica, le llevará a cruzarse con un elenco variado que algo pinta y mucho esconde. Cameos de nombres famosos en tercer plano: Iker Casillas (¿el topo?, ¿el cabeza de turco?), Mourinho (el villano maquiavélico por antonomasia), Florentino Pérez (el supremo presidente del equipo galáctico, la pieza a batir y el cazador en la sombra) o Arturo Pérez Reverte (en su época de reportero de guerra en los Balcanes). En segundo plano, caracteres inspirados en este o aquel y que tanto recuerdan al original (periodistas, empresarios, mamporreros, filántropos de doble cara) y por supuesto, roles principales completamente de ficción —si eso es posible— que dan carnaza al argumento y que mueven los hilos evidentes y los hilos invisibles que aprietan y a veces ahogan al protagonista y a los suyos. Aunque, quiénes son los suyos.
Torcal, dicho protagonista, es un antihéroe atormentado que lucha por asumir su pasado sangriento como militar y mercenario oficial, oficioso y autónomo que se jugó la vida por su país y por las recompensas en los escenarios más conflictivos y peligrosos (Colombia, Afganistán o Bosnia entre otros de similar alto voltaje bélico o violento), que arrastra cicatrices físicas y morales, deudas debidas y por cobrar, que ya no es el que fue pero algo le queda de aquello y lo usa porque tampoco sabría manejarse de otro modo.
Viudo con el luto y el duelo a cuestas, padre distante de un hijo ahora policía al que intenta recuperar para la causa familiar, para que le perdone las ausencias. Con sobrados recursos económicos que le blindan y otorgan independencia gracias al misterioso tesoro del Aral que se trajo de allí, ignoramos a cuenta de qué y quién, solo la relación con una ucrania se menciona de pasada.
Leal a sus compadres (otrora un grupo de élite acostumbrado a embarrase, esquivar balas, cuchilladas y a matar porque el fin ordenado no solo justifica los medios, también la propia supervivencia) y a los lazos que todavía les unen. Escéptico, serio, resolutivo, pragmático, bebedor y deportista, taciturno y cariñoso con su nueva novia mucho más joven que él, dardo y diana a su pesar, señuelo y peón de ajedrez al principio del relato, casi dueño de su destino al final de este. Ya digo, casi. Porque la novela acaba, pero la que se ha montado en ella no tanto y hay venganzas pendientes, promesas por cumplir, nuevos retos, planes para que Juan Torcal aparezca en próximas entregas (quizá siete, anuncia el autor) reconvertido en detective privado* colaborando en la agencia del compadre Luisito.
Que vuelva, le esperamos, un poco acojonados, eso sí (Pérez-Reverte no, él no se acojona ante nada ni nadie).
* Un breve y último apunte sobre la imagen del detective privado en Las cuatro torres. En general se acerca bastante al proceder habitual (encargos, dispositivos, protocolos, etc.) y aunque se produce un hecho —avalado por la licencia narrativa— que no tendría cabida en el ordenamiento jurídico de nuestro oficio, no por ello deja de ser verosímil y comprensible que suceda así en términos literarios. No salimos mal parados los profesionales. Por ahora.
©Reseña: Rafael Guerrero, 2021.
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