La oportunidad por Ana Arroyo Martín

A fin de cuentas, pasó lo que esperaba. Él no había soportado nunca bien el alcohol y ella lo sabía, no en vano había insistido tanto en abrir uno de los vinos de reserva que se guardaban sólo para las ocasiones especiales. Y vaya si lo era, o eso creía ella en ese momento.

Apoyada en la puerta del dormitorio, con el peso frío del revólver en su mano derecha miró como él dormía plácidamente totalmente extendido en el lecho conyugal, ajeno a todo.

Tenía una posibilidad entre sus manos. No una posibilidad cualquiera, no. Era la posibilidad que llevaba toda su vida esperando. Tiempo atrás, la decisión habría estado tomada de antemano. Habría sido sencillo, fácil y satisfactorio. De las consecuencias no sabía nada y, si tenía que ser sincera, prefería no saberlo. Era su posibilidad. Aquel sueño que, durante tanto tiempo, había jugado a ver cumplido. Aquellas noches en vela, aquellas lágrimas, aquella esperanza muda… Pero el tiempo, enemigo y compañero, había decidido jugar con ella una vez más. No, no era fácil y, sin embargo, sabía que no tenía opciones ni necesidad de elegir… pero sentía una deuda con aquel pasado suyo que tanto le hizo sufrir. Sentía que, de un modo ilógico e inapropiado, tenía el deber de compensar todas aquellas lágrimas… aunque ni ella ni su sueño existieran ya. Todo había cambiado tanto… y no podía permitir que la posibilidad se arrugase entre sus manos, congeladas al sentir el helado tacto del revólver. Y ese frío, ese frío iba azulando sus mejillas y enrojeciendo su nariz. Y la posibilidad se estaba encogiendo tanto, que apenas se veía. Se escurría entre sus dedos, como aquella vez se escurrieron sus ganas de seguir… y supo que la posibilidad nunca había existido. Solo se había dibujado entre sus manos, esperando un aspecto tangible al que aferrarse. Una pizca de fe o ese atisbo de esperanza que se evaporó hace años… la posibilidad estaba obsoleta y apagada. Y cerró los ojos, y entonces dejó escapar la posibilidad con una bocanada de aire helado.

Entonces bajó al sótano y escondió el revólver. Volvió al dormitorio y se acostó sin hacer ruido a su lado, mientras él seguía durmiendo.

Una parte de ella, la que aún tenía miedo, la que aún tenía dudas, la que nunca había llegado a olvidar y la que, sin comprenderlo, siguió esperando su oportunidad, voló con ella. Y la oportunidad trazó un camino paralelo, un camino semejante y ciego. Un camino sin rencores, con recuerdos, sin distancias, sin olvidos, con sonrisas, sin heridas… un camino que se alejó tanto, tanto de ella que, cuando quiso seguir sus huellas, las encontró perdidas en la nieve derretida. Y terminó por aceptar que solo fue un sueño. Una locura, una ilusión, una farsa… y, aunque sentía que aún faltaba algo en sus suspiros, nunca dijo nada.

Un año después el periódico local en primera plana informaba sobre una mujer que había asesinado de un disparo a bocajarro a su marido mientras dormía. Delante del juez simplemente declaró que volvió a encontrar las huellas de su oportunidad, que el camino realmente estaba lleno de rencores, de distancias, de golpes, de heridas y de lágrimas y que esta vez no se iba a permitir perderla.

 

© Relato: Ana Arroyo Martín, 2019.

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