LA TABERNA DE LOS SILOS de Lorenzo G. Acebedo por Beckett & Hawk

 

LA TABERNA DE SILOS de LORENZO G. ACEBEDO

 

Bueno, bueno, lo que nos trae La Taberna de Silos es un concepto tan osado como inesperado: ¡Gonzalo de Berceo, poeta medieval, convertido en una especie de Sherlock Holmes de la Edad Media! Sí, el mismo tipo que solía componer sobre vírgenes y santos ahora está resolviendo asesinatos. Lorenzo G. Acebedo, con su particular estilo, tiene mucho que decir sobre esta obra que mezcla lo literario con lo detectivesco.

La novela nos presenta a Berceo como un Sherlock del siglo XIII. Porque, por supuesto, lo primero que uno piensa cuando escucha «Gonzalo de Berceo» es: «Este tipo sería genial resolviendo crímenes». No es que Berceo no tenga un espíritu inquisitivo, claro, pero lo suyo era más escribir versos piadosos que recolectar pistas y resolver homicidios. Sin embargo, Acebedo aplaude el intento por convertir a este venerable poeta en el inspector gadget medieval. Y, lo cierto es que, sorprendentemente, ¡funciona! Aunque es difícil no imaginar a Berceo sosteniendo una lupa con una mano mientras escribe poesía con la otra.

¿Qué mejor escenario para un asesinato que el monasterio de Santo Domingo de Silos? Acebedo parece encantado con la idea de que detrás de esos muros sagrados haya conspiraciones, secretos y, claro, cadáveres. Uno casi puede oler el incienso mezclado con el sudor de los monjes nerviosos. La construcción del misterio, en opinión de Acebedo, está un poco forzada, y no deja de ser un tanto predecible. Quizás la verdadera sorpresa es que no haya más tabernas en la novela con tanto como promete el título. Pero, ¿Quién necesita tabernas cuando tienes a Berceo paseándose como Hercules Poirot?

Corre la primera mitad del siglo XIII cuando el abad del monasterio de San Millán encarga a uno de sus servidores, Gonzalo de Berceo, la misión de viajar al monasterio de Silos para copiar un manuscrito latino y hacer con el un poema castellano. La secreta intención de la visita es que los dos monasterios aúnen fuerzas contra el papa y sus obispos, que pretenden quedarse con los beneficios de la producción de vino, y contra la pujanza de los nobles castellanos, ávidos tambien de entrar en el negocio. Sin embargo, en plena fiebre del vino, una sucesión de asesinatos tan cómicos como truculentos complica la situación. Para más desgracia, Lope, un peregrino borrachín, y Elo, la tabernera del lugar, tan joven como astuta, se empeñan en ayudar a Berceo, convirtiéndose en una molestia constante que puede dar al traste con su misión.

El autor ha sido muy meticuloso con la ambientación. Acebedo parece casi agradecido de que el monasterio esté lo suficientemente oscuro y lúgubre como para que el crimen encaje. Entre los cantos gregorianos y las sombras de los pasillos, uno casi espera que el asesino sea una especie de espectro místico. O, por lo menos, un monje con algo más que oraciones en su repertorio. Acebedo destaca con cierta ironía lo “perfecto” que resulta este lugar para un asesinato; porque claro, ¿Dónde más si no?

. ¿Quién habría pensado que el costumbrismo medieval español y el género detectivesco podrían encajar tan bien? Como si Berceo hubiera estado esperando 700 años para dejar de escribir sobre milagros y empezar a cazar asesinos. ¡Brillante! O, por lo menos, interesante. Eso sí, no podemos negar que Acebedo está de acuerdo: la mezcla, aunque extraña, entretiene. Y si bien nadie se lo esperaba, tampoco lo rechazarías una vez que te engancha.

Acebedo apunta que, a través de este Gonzalo de Berceo convertido en investigador, el autor quiere hacer profundas reflexiones sobre la justicia, la moral y la verdad. Pero, seamos sinceros, ¿Quién necesita sermones en medio de un buen misterio? Quizá esta parte sea un poco forzada. Mientras que la moral medieval y la poesía de Berceo encajaban perfectamente en la iglesia, no está tan claro que hagan lo mismo en una novela de detectives. Sin embargo, Acebedo parece dispuesto a darle un pase: después de todo, no se puede pedir a Berceo que resuelva crímenes sin mantener un poco de su ética medieval.

Y, finalmente, llegamos al gran momento: el desenlace. Acebedo asegura que es satisfactorio y bien construido, lo cual, viniendo de un crítico que acaba de ver a Berceo transformado en detective, es un elogio. Al parecer, el autor logra cerrar el caso de manera coherente, sin forzar milagros ni revelaciones divinas. Aunque claro, hubiera sido bastante cómico que el culpable resultara ser un santo vengativo. Pero no, el final es tan lógico como puede ser en una historia donde un poeta medieval se convierte en detective.

¡Por eso te recomendamos que no dejes de leerla, maldito!

 

©Reseña: Beckett & Hawk, 2024.

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