La sombra- Relatos cortos
Patricia Moreno Raya presenta «La sombra», un relato corto que nos atrapa desde la primera frase.
La sombra
No era mi intención matar a quien un día salvó mi vida. Sólo quería esperar paciente el momento para devolverle el favor y así no tener cuentas pendientes, pero se me fue de las manos. No pude detener la hemorragia, y cuando la peste férrea me provocó náuseas tuve que desaparecer del lugar donde la muerte acudiría a llevarse a su nueva presa. No había testigos. Sólo yo. Y mi sombra.
Ahora deseo deshacerme de esta persecución constante, de un compañero que se adhiere a mi cuerpo para jamás alejarse de él. Ansío mi soledad, esa que solo puedo disfrutar cuando la oscuridad deambula a mi alrededor y me hace ser invisible, esa ceguera transitoria que saboreo como si jamás hubiera probado la felicidad. Le expondría en un escaparate para que todo el mundo pudiera observar el reflejo de un pasado que se diluye en la penumbra de mis recuerdos, y solo así podría alejarme del dolor que produce que mi sombra siempre me acompañe. Que siempre sea testigo de mis actos, de mis debilidades, de mis pecados.
—Aléjate, por favor —me atreví a pronunciar un día.
—Soy tu pasado —me respondió—, nada más puedo hacer que seguir tus pasos, resbalar con el reguero de mierda que parece siempre acompañarte, beber de tus miserias, alimentarme de tus pesadillas.
—Vuelve al pasado, déjame solo.
—Si me voy, seguiré acompañándote, pues no soy más que el recuerdo de lo que un día hiciste. No puedo desaparecer de tu vida, pues el simple hecho de tu existencia me convierte en realidad.
Sus palabras me atormentan y no comprendo la razón por la que no me abandona el maldito reflejo que actúa a mis espaldas. No soporto que alguien conozca el secreto que manchó un día mis manos de sangre.
Me atrevo a vivir en penumbra durante unas semanas para espantar a mi sombra. Y una voz, lejana, suena dentro de mí:
—Podrás deshacerte de mí solo cuando encuentres el lugar en el que el sol esté apagado eternamente, donde no hay ni luz ni oscuridad, donde el sonido es el silencio, y la nada lo es todo.
—¿Qué lugar es ese? —le dije, emocionado. Nada podría interesarme más que alejarlo de mí.
—Llévame a donde puedas verme, y te indicaré el camino.
Aquella tarde con el sol a mis espaldas, mi silueta me indicaba el lugar donde podría alejarse de mí. Caminamos despacio, dejando transcurrir el tiempo a una velocidad diferente a la que marcan las agujas de reloj, moviéndonos en el espacio dejando que los segundos se detuvieran mientras caminábamos en un eterno atardecer.
—Esta es la línea que separa tu pasado de tu presente. Si vuelves al pasado, de donde yo vengo, ocuparás mi lugar y yo dejaré de existir.
Si vuelvo al pasado, podré cambiar mis errores, modificar mis actos, desatarme de las cadenas de la culpabilidad.
—¿Y bien? ¿Qué decides?
—Deseo volver al pasado, deseo tu muerte.
Y en el infierno, donde habitan las sombras, dejé morir la mía para alejarme de mí mismo.
Y viviendo en mis recuerdos y atrapado en la efímera línea de la vida, quedé prisionero de la más absoluta soledad.
Texto: ©Patricia Moreno Raya.
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