La novela negra española y la paella de los domingos por Txema Arinas

El escritor Luisge Martín se decía hace ya tiempo indignado con la «tiranía» de la novela negra durante un coloquio celebrado en la Feria Internacional del Libro de La Paz y probablemente con toda la razón del mundo.

«No sé qué pasa en Bolivia, pero en España se están alcanzando unos niveles absolutamente desasosegantes, parece que no se puede ser nadie en nada, ni en la literatura, ni casi en tu propio matrimonio, si no escribes una novela negra o una novela detectivesca»

El género está de moda, esto es, vende, y por lo tanto no puede haber editorial que no apueste por él, siquiera sea ya sólo en ese titánico e ímprobo empeño de sacar adelante una editorial. Sí, qué se le va a hacer, la novela negra vende, o eso dicen, ya sea sólo lo suficiente para hacer rentar a un libro lo que otros no rentarían por muy de la talla del Ulysses de Joyce, El sonido y la furia de William Faulkner o la mismísima Divina Comedia de Dante. La mayoría de los editores, los de verdad, sueñan con editar libros como estos tres últimos; pero, entre tanto todavía desean más cuadrar su balanza de pagos y para ello tienen que ofrecerle al público lo que demanda. Ahora parece que es la novela negra como antes lo fue la de ciencia ficción, romántica, histórica, gastronómica o la de cualquier otro género. Las razones del éxito de la novela negra son múltiples.

Yo opino que el principal no es otro que su propia condición de género, el cual hace que el gran público, conservador por naturaleza como todo gran grupo humano, recurra a él a sabiendas de lo que se va a encontrar, esto es, una historia con crimen y su resolución enmarcada en un determinado entorno geográfico y/o temporal. La novela negra es el género realista por naturaleza y eso significa que a priori no da margen para demasiadas sorpresas, las cuales en literatura casi que son sinónimo de experimentos. Así pues, la novela negra, como la mayoría de los géneros, es una apuesta segura para el lector sin excesivas ambiciones estéticas o intelectuales, un pasatiempo antes que nada, un buen rato seguro.

Y a decir verdad, no sólo no hay nada reprochable en esa supuesta previsibilidad del género, sino más bien todo lo contrario; el propio Luisgé Martín lo dejó entrever durante el coloquio:

«Parece que si las cincuenta primeras páginas de tu novela son ilegibles, es buena. No es verdad. Siempre hay que ayudar al lector»

Ahora bien, que la novela negra tenga una acogida mucho más amplia, y yo diría que hasta agradecida, por parte de la mayoría lectora, no significa que esa otra literatura que algunos titulan de seria, de Literatura con mayúscula, tenga que estar condenada en principio tanto a una existencia a la sombra de los llamados «best sellers», como al limbo de lo exquisito, lo selecto para minorías de gusto refinado, mucho.

Otra cosa es que, por lo general, se cumpla insistentemente la regla de que cuanto más facilona, mediocre, previsible, aséptica, sea una obra, mayor éxito comercial alcanza porque esos parecen ser precisamente los ingredientes para llegar al gran público, que el texto en cuestión sea algo más que legible, esto es, de lectura rápida y escritura plana, facilona que decía, con un argumento para todos los gustos, que no moleste o genere verdadera polémica, es decir, de las que obligan a posicionarse al lector quiera o no quiera.

No digamos ya si además lo es de los que desasosiegan por su contenido o sus conclusiones, no te digo ya nada si mete el diente a la injusticia, inseguridad o las corruptelas de todo tipo de la sociedad o el momento histórico donde se desarrolla y que era precisamente lo que hacían los clásicos de la novela negra americana tras la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918) y la Gran Depresión de 1929 con la Ley Seca y el gangsterismo en auge, el puro y duro y el político o económico, de por medio. Entonces, lagarto, lagarto, esa mierda para otros, a mí dame exotismo de cercanías, méteme un poco de todo en el libro, mitología para neófitos, una trama facilona y escenas y diálogos como de telenovela de sobremesa, dame si eso cualquiera de las de Dolores Redondo.

Porque, en contra de lo que opinan los que gustan de sistematizarlo todo, el género negro todo puede tener ciertos puntos en común; pero, no por ello normas que obliguen a cada autor a atenerse a ellas para que su novela merezca ser catalogada de novela negra o no. A decir verdad, el mayor, si no el único, punto en común de toda novela negra debería ser que el crimen del que trata sirve de mera excusa para retratar los ambientes degradados donde se comete. Eso y que la resolución del crimen no es un objetivo primordial, sino más bien el hilo de conductor a través del cual el autor va trazando el retrato de un entorno u una época concretos. Luego ya el grosor o tipo de brocha que utilice cada cual será el que dé la media de su estilo, su originalidad.

Pero claro, llegados a este punto, otra vez la preguntita de marras: ¿qué es novela negra? Porque si tal como dicen los sistematizadores compulsivos al uso, una de las principales características de la novela negra es que el lenguaje no abunda en florituras, que existe una genuina preocupación social, ambientación, descripciones naturalistas, urbanas en ambientes marginales como el hampa y los suburbios, pero también en los aparentemente más vistosos de la corrupción política y moral; entonces, qué novela española no lo es también negra siempre y cuando trate de la contemporánea, quizás de la España de siempre.

De ese modo, no queda otra que establecer que el mayor y mejor escritor español de novela negra contemporánea no ha sido otro que Rafael Chirbes, y ya más en concreto que sus dos novelas Crematorio y En la Orilla las más representativas de un género al que en principio no parecen adscritas, o al menos no parecía ser esa la atención de su autor. A mí, desde luego, no sé me ocurre un ambiente, un escenario, más turbio, negro, de hampones con todas las letras y más, que una reunión de empresarios de la construcción y políticos locales alrededor de una paella en el jardín del chalé de uno de ellos en una urbanización de lujo en la costa valenciana un domingo cualquiera, por poner un ejemplo.

Otrosí, si resulta que para merecer la condición de novela negra, o ya sólo de «género», es necesario que la novela parezca renunciar a cualquier ambición de tipo literario, esto es, que no se salga del camino aparentemente trillado por el que discurren, con toda el derecho y dignidad del mundo, la mayoría de las que se reclaman como tales, qué decir de las novelas, por poner sólo dos ejemplos, de Carlos Zanón o de Juan Ramón Biedma.

A ver si al final no va a ser cuestión de más o menos literatura, de mayor o menor ambición, sino de que, independientemente del género, unos libros son extraordinarios, otros muy buenos, otros buenos, otros pasables, y el resto mediocres o ya directamente rematadamente malos, por no hablar del puro amateurismo para el que trascurrimos no pocos. Eso y que el lector empedernido, no diré el de verdad porque no tiene porqué coincidir la voracidad lectora con la capacidad o la tenacidad a la hora de leer, y en todo caso alguien por principio más receptivo que el lector más o menos ocasional, no vive sólo de un género o de la ausencia de éstos, busca la calidad en el texto, la originalidad, el estilo, la voz propia, independientemente del formato, la Literatura con mayúscula allá donde se encuentre, no donde le digan que tiene que buscarla o dónde no. Eso y que, como también remachó el propio Luisgé Martín en el coloquio de marras:

 

«Para ganar dinero se me ocurren profesiones muchísimo más interesantes (…) pero no con la literatura, que es algo absolutamente serio.»

 

©Artículo: Txema Arinas, 2020.

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