LA ILUSTRÍSIMA de Marta Prieto por Teresa Suárez

 

La Ilustrísima de Marta Prieto

 

Sinopsis:

 

«El 12 de mayo de 2014 la ciudad se estremeció: el cadáver de la presidenta de la Diputación yacía sobre la pasarela que cruzaba todos los lunes de camino a la sede de su partido.

De inmediato, una sábana de rumores y especulaciones cubrió su cadáver. ¿Cuál, de sus muchos enemigos, podría tener más motivos para asesinarla? La Ilustrísima era una mujer odiada y temida. Polémica, ambiciosa, sin pelos en la lengua, acaparadora de cargos, obsesionada por conocer los secretos de toda la ciudad y perseguida por la prensa, que comenzaba a husmear en sus amaños y componendas».

 

El capítulo 1 de La Ilustrísima, titulado Longino y la ordenanza en El Torreón, es un claro homenaje a una de las obras clásicas de la literatura universal nacida de la mano de Leopoldo Alas, Clarín.

En La Regenta, Bismarck, delantero de diligencia, y Celedonio, hombre de iglesia, se encuentran en el campanario cuando oyen como alguien sube por «el caracol». Al no poder escapar, Bismark, que «vivía acostumbrado a recibir bofetadas y puntapiés sin saber por qué (…) se esconde detrás de la Wamba, encaramado en una viga», y espera mientras piensa «¿vendrá a pegarnos?». Y es que Bismarck se figuraba a todo poderoso «usando y abusando de la autoridad de repartir cachetes (…) No discutía la legitimidad de esta prerrogativa; no hacía más que huir de los grandes de la tierra».

Quien aparece es Fermín de Pas, provisto de un «tubo que se dejaba estirar como si fuera de goma y se convertía en dos, y luego en tres, todos seguidos, pegados”. El Magistral solía subir a la torre de la catedral, por la mañana o por la tarde, para pasear lentamente su mirada por la ciudad. «Vetusta era su pasión y su presa (…) La conocía palmo a palmo, por dentro y por fuera, por el alma y por el cuerpo, había escudriñado los rincones de las conciencias y los rincones de las casas. Lo que sentía en presencia de la heroica ciudad era gula; hacia su anatomía, no como el fisiólogo que solo quiere estudiar, sino como el gastrónomo que busca bocados apetitosos; no aplicaba el escalpelo, sino el trinchante».

En La Ilustrísima, Longino, vicepresidente de la Diputación, y la ordenanza se encuentran en las almenas de El Torreón para fumar a escondidas, cuando, de repente, «escuchan unos pasos que provienen de la escalera de caracol». Longino reconoce el pisar de Rosario Llamazares. Al no poder escapar, la ordenanza, que «vivía acostumbrada a recibir reproches sin saber a veces por qué, se escondió tras una cornisa para observar que ocurría, mientras supuso que iría reñirles, «aunque no cuestionaba esta prerrogativa de los de arriba»

Cuando subía a lo alto de El Torreón, la presidenta «no miraba hacia las montañas ni hacia el horizonte. Miraba a la ciudad. Para ella la ciudad era su delirio y su botín. (…) Mirandola a través de sus prismáticos sentía ansia por dominarla. Por someterla (…) La miraba como un trofeo que le disputaban pero que acabaría por conseguir ella sola».

La Ilustrísima cuenta la historia de una ciudad de provincias sometida a una caporala que, con mano de hierro, controla la vida y hacienda, no solo de los compañeros y trabajadores de la Diputación, órgano de gobierno y administración de la provincia, su cortijo, sino de las familias de éstos y del resto de los ciudadanos.

Rosario Llamazares («implacable, arbitraria y déspota»), quien empujada por la ambición que crepita en su alma ha logrado conquistar una posición que no está dispuesta a ceder, ocupa el centro de una telaraña de corrupción, malversación abuso de autoridad, tráfico de influencias, envidia, celos y secretos que, de salir a la luz acabarían con las vidas privilegiadas de cuantos se atrevan a plantarle cara.

En un mundo como el de la política, hasta hace no mucho coto privado masculino, que una mujer haga alarde del número de cargos que atesora («LA MUJER DE LOS TRECE SUELDOS»), utilice el dinero público para darse lujos de todo tipo y exija a ricos empresarios caprichos caros a cambio de contratos públicos, se lleva mal en general. Pero si, gracias a la información que posee, esa misma mujer tiene a los miembros de su propio partido, y a los del otro, agarrados por los huevos, la cosa sube a intolerable.

Aunque, como se suele decir en estos casos, los nombres y lugares han sido cambiados para proteger la identidad de sus verdaderos protagonistas, La Ilustrísima es un relato de no ficción. Dado que, como la propia autora escribe al final, lo real no siempre funcionan como ficción, Marta Prieto se lio la manta a la cabeza y «creó nuevos personajes, inventó relaciones entre ellos y armó una historia que, salvo por el resultado trágico y la autoría material de los hechos, en nada se parecía a la historia real».

Por eso, acercarse a esta novela conociendo los hechos, el desenlace, y sin tener que gastar el más mínimo esfuerzo en ponerle cara a las principales protagonistas, no produce aburrimiento sino todo lo contrario.

Además, lejos de estar exenta de crítica, La Ilustrísima refleja cómo, cuando es una mujer quien detenta el poder, la maledicencia y las críticas se ceban, de manera feroz, con su edad, físico («¿cómo le quedó por fin el chocho a la enana?») o vida sexual. La propia Rosario Llamazares le habla a Helena de la discriminación por razón de género: «Vivimos en una ciudad muy machista, Helenita. Mucho. Si tienes coño y eres guapa, vas bien (…) para casarte con un gilipollas mientras él se tira a la enfermera, a la secretaria o a la puta que lo parió. Y tú con una cornamenta de la hostia, pero con abrigo de visón y las uñas de porcelana impecables. Pero si tienes coño y no eres ni alta ni guapa, y encima eres lista y te has dejado el culo para ser alguien, entonces te putean a base de bien».

A las protagonistas de La Ilustrísima, auténticas mujeres almodovarianas («pensó que la melena rubia con flequillo le favorecía, que estaba muy lograda y parecía de pelo natural También la profusión de accesorios de bisutería: las piñas tropicales en las orejas, las pulseras de todos los colores en una muñeca y un cinturón ancho plastificado de brillantina ciñendo la camiseta fucsia con escote a pico. Y las gafas de sol con montura de plástico blanco», perfectamente definidas por marta Prieto, las escoltan un grupo de hombres cuya pusilanimidad, falta de ambición o pocas luces, no deja en muy buen lugar al género masculino.

Con una escritura clara, sencilla, falsamente frívola, y una importante dosis de ironía, la novela de Marta Prieto posee tal poder de seducción que, casi desde las primeras líneas, persuade al lector de que adentrándose en sus páginas tiene garantizado un estimable goce lúdico.

 

Por todo lo dicho, creo que a Marta Prieto le sobran los motivos para estar contenta con su opera prima.

 

©Reseña: Teresa Suárez, 2022.

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