LA EDITORIAL de Toti Martínez de Lezea por Txema Arinas

       La Editorial  (2020) es la última novela de la escritora Toti Martínez de Lezea (Vitoria-Gasteiz, 1959), autora de una dilatada y exitosa obra literaria en la que predominan las novelas históricas, y más en concreto, aquellas ambientadas en la Edad Media, si bien no en exclusiva, y protagonizadas en su mayoría por personajes femeninos de todo tipo y condición. Más de veinte títulos entre los que destaco La calle de la Judería (1988), El señor de la guerra (2000), La hijos de Orgaiz (2001), La Herbolera (2020), La Abadesa (2002), La voz de Lug (2000), La comunera María Pachecho, una mujer rebelde (2003), El verdugo de Dios (2006), Mareas (2012), La universal (2010), Enda (2014), Hierba de brujas (2018) Y todos callaron (2015). Asimismo, Martínez de Lezea también es autora de una colección de más de quince títulos dirigidos a niños en los que cuenta las aventuras de Nur, personaje basado en la propia nieta de la escritora. Nos encontramos, pues, ante una reconocida y muy prolífica autora de novelas históricas en las que los personajes femeninos tienen especial relevancia, tanta como la tienen también esos otros del pueblo llano que, por lo general, no suelen tener tanta relevancia en este género de novelas. Con todo, y a pesar de la querencia de Martínez de Lezea por la Edad Media como fuente de inspiración de sus historias, la escritora vitoriana también ha prestado atención a otros periodos históricos más cercanos como el de la Guerra Civil española y su posguerra en su novela Y todos callaron, y, ya muy en especial, la novela objeto de esta reseña, La editorial.

        De hecho, y puesto que sería absurdo, hipócrita incluso, negar la evidencia de que la las novelas se clasifican en un género literario u otro en función de su contenido, siquiera ya solo para facilitar al lector la elección de una obra u otra en función de sus gustos, en el caso de La editorial no dudo en encuadrarla en el del género negro. Un género en el que la autora parece estrenarse, y no porque muchas de sus anteriores novelas de corte histórico carezcan de una trama criminal o por el estilo, sino más bien porque las convicciones del género negro, y que no son otras que aquellas que sus seguidores consideran consustanciales a los clásicos como Raymond Chandler, Dashiell Hammett o Carrol Jonh Daly como si fueran los verdaderos padres fundadores a los que de alguna u otra manera siempre hay que rendir un tributo, parecen establecer que las tramas negras siempre han de estar ambientadas en una época contemporánea, ya sea la propia del autor o cualquier otra no muy lejana de esta. De ese modo, El Nombre de la Rosa de Umberto Eco nunca podría pasar por una novela negra al uso, siquiera ya solo por carecer de inspectores o detectives con un arma de fuego debajo de la gabardina y un pitillo encendido entre los labios, y sí por una novela histórica dada la época en la que está ambientada y no digamos ya el entorno concreto de la abadía benedictina, circunstancia que demuestra a las claras lo mucho que tienen de arbitrario los géneros literarios cuando se trata de encasillar obras que se sobreponen por sí mismas a los corsés que les ponemos encima, ya no solo las editoriales o sus autores, sino incluso los propios lectores.

         Con todo, en el caso de La editorial a mí no me cabe duda de que nos encontramos ante una novela negra, canónica incluso, y no solo por el  hecho de que exista una trama alrededor de los asesinatos que suceden a lo largo del libro, sino, sobre todo, porque, a diferencia de una novela exclusivamente policial en la que el único propósito del autor es entretener al lector con la resolución del crimen o los crímenes, aquí es más que evidente que la verdadera razón de ser del género negro no es otra que aprovecharse de la trama criminal para hablar de otras cosas mucho más enjundiosas, ya sea para hacer un retrato de la época o del entorno en el que está ambientada, o una crítica muy concreta de determinados ámbitos políticos, socioculturales, profesionales o de cualquier otro tipo. En el caso de La Editorial no hay duda de que el objeto de crítica de la autora no es otro que el negocio editorial, el cual conoce a la perfección dada su larga trayectoria como autora de éxito, un éxito además de fuste, esto es, debido en exclusiva a sus propios méritos como autora que ha sido capaz de captar la atención, y en especial, la fidelidad de un amplio número de lectores que le permiten resistir los embates de una industria en la que, como ella misma señala en su libro, cada vez parece estar más en manos de tiburones de las finanzas antes que en las de verdaderos editores, siquiera en lo que se refiere a los grandes grupos editoriales que tienden a acaparar toda la atención mediática dedicada a la cosa de los libros.

      Así pues, Martínez de Lezea construye una trama alrededor de los descendientes de Gervasio Egurra, el fundador de una editorial homónima que con el tiempo ha conseguido situarse como una editorial puntera, esto es, de ámbito nacional y con una merecida reputación de seria, o lo que es lo mismo, comprometida tanto con la calidad de sus libros como con la rentabilidad de estos. Una próspera y prestigiosa editorial cuyo futuro será puesto en peligro por culpa de las luchas por el poder entre los miembros de la familia. De ese modo, la decisión por parte de la accionista mayoritaria y matriarca del clan, Doña Nieves Otadui, de colocar al frente de la editorial a un extraño, Emilio Goian, con el fin de adaptar la hasta entonces empresa familiar a los nuevos tiempos, provoca el consecuente malestar entre los miembros de la familia al ver amenazado, tanto su posición dentro de la editorial, como el prestigio de ésta. Entretanto, la trama arranca con la sospecha acerca de la verdadera naturaleza de la muerte de Gervas Egurra, el sucesor del fundador al frente de la editorial. Sospechas que se confirman con la muerte de otros miembros de la familia y que, como es de rigor en el género, se resolverán hacia el final del libro. Sin embargo, y como ya hemos apuntado antes, los asesinatos solo son una excusa para presentarnos unos personajes a través de los cuales la autora nos presentará tanto los tejemanejes del negocio editorial, como los perfiles humanos, o mejor dicho, la fauna humana que se desenvuelve alrededor del mundo de los libros, y poder dejar así constancia de su afilada crítica a la hora de hablar de este mundo del que ella misma es parte y de ahí la verosimilitud de todo lo que cuenta, como que imposible no sospechar en una especie de ajuste de cuentas contra todo aquello que le disgusta por la razón que sea.

    “-    Eso, ¿por qué no he presentado mi libro aquí y en Bilbao?

  • No hace falta, eres de sobra conocida –le respondió-. Has salido en prensa, radio y televisión. Las presentaciones son una pérdida de tiempo. Hay que alquilar una sala, hacer invitaciones, disponer de un lunch…, y de cien personas que acuden, solo veinte compran el libro, si lo compran. No queremos que te canses más de lo necesario. Haremos una buena presentación en Madrid, no te preocupes.” (pag. 64)

      De ese modo, la autora nos revela, o más bien rubrica, asuntos que, no por conocidos resultan, menos sangrantes y con clara y justa intención reivindicativa.

 “Begoña se echo a reír a ver la cara de sorpresa de su abuela. La autora llevaba ya nueve novelas publicadas, pero no era demasiado prolífica: sacaba un libro cada cuatro o cinco años. Ferviente admiradora del género realista de los siglos XIX y XX, de Flaubert, Emily Brontë, Eça de Queiroz, García Márquez y de otros autores y autoras, había escrito su primera novela ya cerca de los cuarenta años. La razón por la que había elegido un seudónimo inglés masculino no era otra que la indiferencia de editores y críticos hacia las escritoras, muchos de los cuales, por no decir todos, opinaban entonces que las mujeres nunca escribirían como los hombres. Algunos seguían opinando igual. De hecho, había envidado el primer original a varias editoriales, y se lo habían devuelto; probó a enviarlo bajo el seudónimo de marras, y se lo aceptaron a la primera.” (pag. 172).

   Una crítica a ciertos aspectos del negocio del libro que Toti encauzará a través de una trama paralela a la de los asesinatos y relacionada con el proyecto del nuevo gerente de la editorial de instaurar un premio literario que acapare la mayor atención mediática posible con el fin de garantizar un abultado número de ventas del libro premiado. Para ello el nuevo gerente de la Editorial Egurra no dudará en manipular a un autor de quinta fila y pariente de la familia al que acabará traicionando con el único objetivo de asegurarse unas ventas que de otra manera serían inconcebibles dada la irrelevancia mediática de éste. Esta traición provocará las lógicas ansias de revancha del autor engañado y también la confluencia con la trama criminal que arranca desde las primeras páginas con la sospechosa muerte del anterior gerente, Gervás Egurra. Ni qué decir tiene que todo lo relacionado con el premio nos remite a uno muy concreto y famoso que se otorga anualmente en cierta ciudad condal y que en el fondo no es sino el ejemplo elevado a la máxima potencia de la estafa montada alrededor de los premios literarios de cierto o supuesto relumbrón.

     “-   ¡Hijo de puta! Dijiste que el premio era mío!

  • Dije que tal vez tendrías una oportunidad – respondió el otro procurando no perder las formas-. Ya hablaremos.
  • ¡Te lo juro que te pegaré un tiro!

Begoña había salido tras él y se lo llevó afuera ayudada por Pablo, los tres seguidos por doña Mercedes, escandalizada ante el bochornoso espectáculo que estaba dando su yerno, y, aún más, preocupada por lo que este haría en cuando supiera que la novela premiada era un plagio de la suya.” (pag. 253)

        Ahora bien, nos equivocaríamos si pensáramos que en La editorial hay una defensa romántica del escritor entregado en cuerpo y alma al ejercicio de la Literatura por encima de las modas o los balances contables de las editoriales y siempre en contraste con los grandes figurones de las letras cuyos méritos a veces tienen más que ver con su tirón mediático en otros campos ajenos a la literatura. Ni mucho menos, la autora tiene una visión muy pragmática del negocio editorial en el que el escritor que triunfa, siquiera ya solo que sale adelante como tal, debe ser ante todo alguien que escriba lo suficientemente bien, es decir, tan claro y eficaz como para cautivar al lector y con ello vender los suficientes ejemplares para que el negocio sea rentable tanto para el editor como para autor. Una concepción del negocio que se repite varias veces a lo largo del libro y que, si bien no deja de ser respetable en lo que tiene de lógica comercial, también resulta paradójica, y hasta cierto punto literariamente suicida, si recordamos la larga lista de los grandes autores de la Historia de la Literatura que fueron rechazados en sus comienzos hasta que un editor valiente o el puro azar los dieron a conocer al gran público: Isaac Asimov, José Luís Borges, Stephen King, Rudyard Kipling, Agatha Christie, James Joyce, Margaret Michell, Vladimir Navokob, George Owell, Marcel Proust, J.K Rowling y un largo, pero muy largo etcétera. Con todo, también es cierto que por muy larga que sea la lista de grandes autores que tuvieron que superar el rechazo inicial con el que era recibida su obra por la mayoría de los editores de su tiempo, no deja de ser la excepción que confirmaría la regla de legiones de escritores de última fila que aspiran, y yo aquí utilizaría la segunda persona del plural por lo que me toca, aspiramos, a una gloria, siquiera efímera o ya solo de andar por casa, para la que no reunimos las condiciones necesarias según determinan tanto el mercado como los responsables de las editoriales que de verdad cuentan en el negocio de los libros. He ahí también, en la existencia de dicha legión de escritores con pretensiones literarias probablemente muy por encima de sus posibilidades, la razón del rechazo de la autora a un determinado estereotipo con el que no duda en ser implacable, puede incluso que con ánimo de saldar a saber qué cuentas.

“No pudo evitar una sonrisa: la pedantería de algunos literatos iba pareja a la escasa venta de sus libros. ¿Cuánto le habrían pagado a aquel tipo cuyo nombre ignoraba la víspera? ¿Cuántas más daba a cabo del año a fin de sacarse un sueldo? Había consultado en Internet para no parecer ignorante; tres novelas, cuatro libros de relatos cortos, otros dos de poesía, un ensayo y poco más en casi tres décadas. A su hermano se lo llevaban los demonios cada vez que mencionaba a aquellos autores que vivían del cuento, aseguraba; sin lectores, presumían de cultos, de literatos exquisitos, citaban a escritores y filósofos, y su presencia debidamente remunerada en eventos, fiestas, entregas de premios y demás era considerada un gran logro por los organizadores, que tampoco eran sus lectores.” (pag. 216)

     Claro que esto último ya solo en lo que atañe al prototipo de escritor que se suele calificar como “literario”, o dicho de otro modo, de minorías presuntamente selectas, el cual, además, suele recibir más atención de la crítica literaria que otros autores mucho más conocidos por el gran público y sobre todo vendidos. Porque luego está el retrato inmisericorde que la autora hace de uno de los personajes centrales del libro, el marido de una de los miembros del clan Egurra, en realidad uno de los personajes más negativos de la trama y sobre el que acaban recayendo todas las sospechas acerca de la autoría de los asesinatos que aparecen en el libro.

 “Sus originales le eran devueltos al cabo de dos semanas, incluso meses, con la coletilla correspondiente: “Lo sentimos, pero sus relatos no entran en nuestra línea de edición”, lo que venía a decir que no les interesaban en absoluto. Se había asimismo presentado a los grandes galardones, los que iban acompañados de fama y una buena cantidad de dinero, pero solo obtuvo el silencio como respuesta. Lo intento entonces en algunos concursos locales y consiguió un par de premios que halagaron su ego, pero sirvieron para mucho; continuó siendo ignorado por lectores y críticos. Al mismo tiempo, se veía rodeado de plumillas cuyos libros aparecían en las listas de los más vendidos y eran esperados con ansiedad por los lectores, y que a su parecer, no le llegaban a la suela del zapato. Contemplaba impotente cómo otros firmaban ejemplares entre sonrisas y parabienes en las ferias organizadas por el sector librero, mientras mascullaba algo acerca de la ignorancia de la gente, mordisqueaba el bolígrafo y mantenía una sonrisa de compromiso. Ya no asistía a las ferias, ni siquiera se acercaba a El Arenal durante las dos semanas que duraba la Feria del Libro de Bilbao, ¿para qué?” (pag. 123)

   Lo dicho, un retrato inmisericorde que puede que haya sido hecho por la autora teniendo en mente algún o algunos personajes reales en concreto y a los que la mezquindad que ella supone a su personaje sea cierta; pero, con el que también vuelve a ahondar en su desprecio, porque de otra manera no se puede tildar, hacia la legión de autores, mejores o peores pero todos ellos sacrificando tiempo e ilusiones en una vocación para la que solo quedan esas migajas a las que se refiere ella, esos pequeñas palmadas en la espalda del ego de cada cual que son las esporádicas menciones en los medios o los premios en la categoría que sea. Un retrato en el que se presenta la falta de éxito del personaje del cuñado fracasado y resentido como su principal característica negativa, esa que  que, lejos de provocar lástima, compasión o cualquier otra cosa por el estilo, lo que de verdad inspira es un desdén sin límites y poco más, vamos, un estilo a lo que hacía en el anterior con los literatos de relumbrón a los que les reprochaba que no vendieran lo suficiente para merecer su respeto como escritores. ¿Cuál es entonces el prototipo de escritor que sí merece el respeto de la narradora de La Editorial? Pues Toti Martínez de Lezea no tiene dudas en manifestarlo a través de uno de los personajes secundarios de la novela, un personaje con el que resulta imposible resistirse a sospechar la puesta en escena de cierto alter-ego.

“Margaret Wind era una autora del género histórico con cientos de miles de ejemplares vendidos en todo el mundo, reconocida por la crítica, con innumerables premios en su haber y series televisivas basadas en algunos de sus libros. Su nombre aparecía todos los años entre los elegibles para el premio Man Booker, si bien ella se reía cada vez que alguien se lo mencionaba y soltaba su frase favorita: “Cows do not like flowers”.  (pag. 33)

“Empezaba a cansarse de tanto viaje, de tantas sonrisas, maletas, aviones, entrevistas, de repetir siempre lo mismo. Por supuesto que le encantaba que sus historias gustaran y que ya no tuviera que pelear como al principio, cuando varias editoriales rechazaron su primer trabajo aduciendo el llamado género histórico estaba pasado de moda. De nada valió que insistiera en el hecho de que la novela solo era una novela, ubicada, eso sí, en una época determinada, pero que no le interesaba escribir sobre reyes, reinas, amantes reales, conquistadores, guerras y demás, que ella utilizaba la Historia con h mayúscula como escenario, pero que la trama era suya y giraba en torno a gentes sin nombre: mujeres, campesinos, huérfanos, artesanos, que siempre habían sufrido la opresión de los poderosos; ellos eran los verdaderos artífices de la Historia, aunque no aparecieran. Por suerte, una pequeña editorial se interesó, y hasta ahora.” (pag. 42)

      He ahí también la razón por la que el juicio tan severo, desdeñoso incluso, que la autora hace de la susodicha legión de escritores de tercera, cuarta y hasta la última fila en la figura de aquel que se auto edita sus vanidades para luego colocárselas a familiares y amigos en exclusiva, resultaría acaso poco elegante si no fuera tanto una crítica a un prototipo de escritor muy concreto y que solo la autora conoce o padece, sino al conjunto de los escritores o aspirantes a serlo con todas las de la ley que de alguna u otra manera se encuentran en la misma situación que estos, sobre todo viniendo de alguien que disfruta de lo que se puede considerar el mínimo éxito editorial en cuanto a reconocimiento y ventas, un éxito merecido y celebrado, que eso no se lo niega nadie. De hecho, si hay algo verdaderamente innegable y especialmente atractivo en La Editorial de Toti Martínez de Lezea es la constancia de que su profesionalidad como escritora de tan larga y exitosa trayectoria es la principal garantía de que está novela funcione a la perfección. La Editorial no solo se lee de un tirón como consecuencia de la maestría que Martínez de Lezea muestra como narradora  haciendo que el texto fluya siempre con las palabras exactas y justas, sino que además utiliza a la perfección todos los recursos narrativos al uso para hacer que la intriga arrastre al lector hasta el desenlace final de la trama sin que esta se resiente, o ralentice, con las dosis ingentes de vitriolo que la autora vierte sobre el tema principal de la novela: el negocio editorial.

      De ese modo, solo se puede aplaudir el resultado cum laude de esta primera incursión de la escritora vitoriana en el género negro como tal. Si eso solo un pequeño reparo, el cual no deja ser una apreciación absolutamente subjetiva por mi parte, y es que dado el peso de la trama alrededor de las rencillas entre los miembros de la familia Egurra y los chanchullos a los que se ve abocada su editorial tras poner a un extraño como Emilio Goian al frente de esta, creo que esa otra exclusivamente criminal acaba solapada por la primera, como que la percibo metida a calzador para justificar la existencia de una trama negra como mandan los cánones, esto es, con los cadáveres de rigor, pero que yo, en lo que me temo que solo puede ser tachado de herejía respecto al género, creo sinceramente innecesaria: ya bastante negro es todo lo que se cuenta sobre los tiras y aflojas entre los Egurra. y sobre todo la componenda que lleva a cabo Emilio Goian con un propósito que, por supuesto, no puedo revelar por respeto al género. Dicho otro modo, reivindico desde aquí el derecho de una novela a ser catalogada como negra sin necesidad de cadáveres de por medio, eso siempre y cuando la trama sea ya de por sí tan sucia, criminal y sobre todo descriptiva de ese lado negro de nuestras sociedades contemporáneas. Ni más ni menos que lo que hace Toti Martínez de Lezea en  La Editorial a la vez que demuestra que una escritora de raza como ella puede con todos los géneros.

 

  FICHA TÉCNICA: LA EDITORIAL – TOTI MARTÍNEZ DE LEZEA

 

Nº de páginas:

336

Editorial:

EREIN

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa blanda

ISBN:

9788491096221

Año de edición:

2020

Plaza de edición:

ES

Fecha de lanzamiento:

01/10/2020

 

Sinopsis de LA EDITORIAL

 

Tras medio siglo de esfuerzos, lo que en su día fuera un pequeño almacén se ha convertido en una editorial puntera con vocación de liderazgo, aunque para ello sea preciso adentrarse en negocios que poco o nada tienen que ver con los libros. Por motivos diferentes, desde la venganza a la indiferencia pasando por el ansia de riquezas o el verdadero amor hacia la Literatura, los descendientes de su fundador, Gervasio Egurra, luchan por hacerse con las riendas de la empresa familiar, bajo la vigilante mirada de doña Lola, viuda de Gervasio y matriarca del clan, que no olvida su pasado.

Una vez más, Toti Martínez de Lezea vuelve a sorprendernos con una trama, que, en esta ocasión, ubica en el presente y dentro de un ámbito que ella conoce bien. LA EDITORIAL supone un nuevo reto que demuestra la extraordinaria capacidad de la autora para crear caracteres, narrar historias de cualquier género que no dejan indiferentes a sus lectores y, asimismo, evidenciar determinados aspectos de un mundo que la apasiona, el de los libros.

Toti Martinez de Lezea

Toti Martínez de Lezea (Vitoria-Gasteiz, 1949). Escritora. Vive en Larrabetzu, pequeña población vizcaína. En 1978, en compañía de su marido, funda el grupo de teatro Kukubiltxo. Entre los años 1983 y 1992 escribe, dirige y realiza 40 programas de vídeo para el Departamento de Educación del Gobierno Vasco y más de mil para niños y jóvenes en ETB. En 1986 recopila y escribe Euskal Herriko Leiendak / Leyendas de Euskal Herria. En 1998 publica su primera novela La Calle de la Judería. Le siguen Las Torres de Sancho, La Herbolera, Señor de la Guerra, La Abadesa, Los hijos de Ogaiz, La voz de Lug, La Comunera, El verdugo de Dios, La cadena rota, Los grafitis de mamá, el ensayo Brujas, La brecha, El Jardín de la Oca, Placeres reales, La flor de la argoma, Perlas para un collar, La Universal, Veneno para la Corona, Mareas, Itahisa, Enda, y todos callaron, Tierra de leche y miel, Los grafitis de mamá, ahora abuela e Ittun. Autora prolífica, ha escrito literatura para jóvenes con títulos como El mensajero del rey, La hija de la Luna, Antxo III Nagusia y Muerte en el priorato. En el tramo infantil, Nur es su personaje estrella, inspirado en su propia nieta. Ha publicado además ocho cuentos para contar bajo el Titulo genérico de Érase una vez… Ha sido traducida al euskera, francés, alemán, portugués, chino y ruso. Habitualmente colabora con diferentes medios de comunicación y da charlas en universidades, asociaciones culturales y centros educativos. http://martinezdelezea.com/

 

 ©Reseña: Txema Arinas, 2022.

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