La cinta dorada
OSVALDO A. REYES|Panamá
LA CINTA DORADA
⎯¿Cuántas veces te he dicho lo mismo? ¿Cuántas? ¿Diez? ¿Veinte?
Karen apretó los labios. No pretendía llorar en frente del maldito de su jefe, pero las lágrimas luchaban por salir.
⎯Es que pensé…
⎯Ese fue el problema ⎯le dijo con rabia, pegándose a su oído. Sintió las gotas de saliva salpicarla⎯. Pensaste. No debes esforzarte tanto.
El viejo, un cliente de 60 años que esperaba la muñeca que le daría a su nieta en Navidad, no sabía dónde poner la mirada. Marta, su compañera ese día en la glamorosa labor de forrar regalos, pretendía que el problema ocurría en otra parte y sus dedos no dejaban de moverse. Al paso que iba, el regalo sobre el cual trabajaba iba terminar pareciendo un origami gigante.
Karen se tocó la punta del ojo para remover la única lágrima que logró escapar. El gesto calmó el sadismo de su jefe. Se acomodó la corbata y sonriendo le dijo al viejo:
⎯Disculpe los inconvenientes. La cinta dorada es de mala calidad. Queremos lo mejor para nuestros clientes. Usaremos una roja mejor.
Sin más explicaciones se dio la vuelta y se alejó, de seguro buscando alguien más a quien torturar.
⎯Te odio ⎯susurró Karen.
Regresó a forrar el regalo, solo que ahora con la cinta roja. Ahorrar en esas nimiedades aumentaba el tamaño de la cartera de su jefe. Junto con los otros negocios truculentos que se traía entre manos, en un par de años sería millonario y el negocio terminaría declarándose en quiebra.
Nada que hacer. Tenía cuentas que pagar.
Sin querer, empujó con la mano un aromatizador con olor a lavanda que su jefe compró en cantidades suficientes como para que toda la tienda oliera a la flor. Todos querían ahorcarlo y enterrarlo con las malditas esferas de color lila. Para que su cadáver oliera bien por toda la eternidad.
Le entregó el regalo al viejo con una sonrisa, quien salió corriendo incómodo. Karen arregló su puesto y tomó la cinta dorada entre sus dedos. Era de buena calidad. Gruesa y resistente.
Alzó la mirada. Su jefe se refugiaba en su oficina. Nadie lo vería hasta el día siguiente. Ojalá desapareciera para siempre.
Tensó la cinta entre las manos.
⎯¿No será un error?
⎯No creo ⎯dijo Daniel leyendo la tarjeta⎯. Dice “Para todos mis valiosos empleados. Abrir el 26 de diciembre al regresar a trabajar. Feliz Navidad”.
⎯Tiene que ser un error ⎯dijo Marta mirando el regalo con suspicacia⎯. El jefe jamás diría eso.
⎯Es Navidad ⎯respondió Karen⎯. Todo es posible.
Marta resopló y Daniel sacudió la cabeza. Al final, todos se quedaron estudiando el inesperado regalo. Una caja rectangular de un metro de altura, que bien podía esconder una nevera de mediano tamaño o el microondas que llevaban meses pidiéndole a su empleador.
Daniel se agachó y lo empujó con la mano. Apenas se movió con el esfuerzo.
⎯Está pesado. Eso siempre es bueno. ¿Será que por fin se le ablandó el corazón al jefe?
⎯Lo dudo ⎯dijo Marta, aunque sus ojos brillaban esperanzados⎯. El dinero lo es todo para él. Si nos compró un regalo, te puedo asegurar que algo está ganando en el proceso.
⎯Mal pensada. ⎯Daniel golpeó con la palma la superficie forrada en papel morado brillante. Una cinta dorada le daba la vuelta⎯. ¿Cómo explicas eso? ¿No se suponía que teníamos que usar la roja? Usó la cinta dorada en nosotros.
⎯De seguro se le acabó y era la única que le quedaba. Te lo digo. Si hace algo, es en su beneficio.
Daniel arrugó la frente, pretendiendo no estar convencido. Se acercó al regalo y algo llamó su atención. A las dos mujeres le pareció que estaba olisqueando.
⎯Huele a lavanda.
⎯Eso sería el colmo ⎯dijo Marta torciendo los ojos⎯. ¿Será que nos compró un aromatizador ambiental tamaño industrial? Eso sí sería algo que esperaría del jefe. Dime que no piensas lo mismo, Karen.
Karen no respondió. Miró al regalo y sonrió.
Texto © Osvaldo A. Reyes- Todos los derechos reservados
Publicación © Solo Novela Negra – Todos los derechos reservados
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