Historia de Miguel Ángel Molfino Gianetti.
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Gustavo Eduardo Abrevaya | Buenos Aires | Corresponsal
En las vísperas de la premiere de EXTRAMUROS, un documental que la realizadora Liv Zaretzky filmó sobre la vida del autor de novela negra Miguel Ángel Molfino Gianetti, Sólo Novela Negra participa de este evento con una extensa entrevista al autor. Tengo que decir que, como colega y como periodista, me siento orgulloso de la nota que sigue. Estamos hablando de alguien que es expresión acabada de una generación diezmada, que quiso cambiar la sociedad y estuvo dispuesta a dar la vida por eso. Lo que sigue es un relato, apenas uno, de una historia que ameritaría 30.000 relatos más, que ese es el número de desaparecidos durante la dictadura militar en los años 70. Y es un relato elocuente de lo que vivimos aquí y de cómo un hombre busca su sobrevivencia sin traicionarse. La década del 70 es la década que, también, le da consistencia a la novela negra argentina. Un género que aquí no prescinde de esa historia, aún cuando no se la nombre. A riesgo de resultar inflexible, sostengo que una novela policial argentina que eluda la parte, justamente, más negra de nuestra historia, es una novela deshonesta. Y Molfino es, por sobre todo, un tipo honesto. Y es, también, el hijo de una familia devastada por la brutalidad de los poderosos, que encontró en la narrativa un modo de hablar del horror, sin poder mencionarlo directamente. Molfino no habla de lo que vivió, no puede, siente el límite ahí, entonces se deja llevar por el fantaseo del argumento que va gestando y ahí se destila su vida.
Un detalle: Monstruos perfectos, esa novela perfecta, termina con los dos personajes huyendo en un auto que ha perdido su parabrisas. Y Molfino va a contar durante la entrevista una escena seminal en su narrativa, que es, después del bombardeo a la plaza de mayo en 1955, la huida con su familia, en el auto de su abuelo, hacia el oeste de la ciudad y un cruce con un auto que viene de contramano, sin parabrisas, justamente, y con un hombre asomándose gritando a favor del gobierno de Perón. Un psicoanalista no desoye esa elocuencia que la literatura suele regalarnos.
Miguel Ángel Molfino Gianetti es un tipo gentil. Se presenta puntual a la cita, lo que define respeto por el otro y, acaso, un hábito militante. Hubo épocas en Argentina en que la impuntualidad podía significar la pérdida de la vida. La propia o la ajena. Ha venido a Buenos Aires a concretar la edición de su próxima novela y aprovecho este momento para conversar sobre él y sobre su participación en esta serie de entrevistas para SNN, que denominamos “Interrogando a Chandler”, que consiste en comentar los diez consejos que da el maestro para escribir novela negra en su libro “A algunos de mis mejores amigos no los conocí nunca”.
Cuando le pregunto si le molesta que grabe la entrevista, asoma su don de gentes, no le molesta, dice, después sonríe, y comenta: “vos querés saber quién carajo soy yo”. A partir de aquí el diálogo toma una velocidad y una riqueza que no esperaba y que me lleva a vigilar que mi celular esté grabando todo. Y al rato ya sé varias cosas: la central es que estoy ante un gran narrador. La historia que va a contar Molfino sucede ante mis ojos no sólo como un despliegue de imágenes que se desprenden de un relato, sino que, se lo ve, es alguien que cuenta su vida posicionado en una estética que por momentos se vuelve escalofriante. Este hombre no solo cuenta sino que lo hace con estilo. Y con enorme dolor.
La gentileza se le nota en el decir, en el trato, en el modo en que nombra su familia, a sus amigos, y cuando desgrana su terrible historia que vale ser dicha hasta el final y por lo tanto justifica que se desdoble la entrevista en varias partes. Molfino según Molfino, que serán en cuatro partes, y Chandler según Molfino. Cerraremos con una entrevista a Liv Zaretzky, la directora del film.
Es un hombre de buena cuna. Se le nota en sus modales, en sus giros. Lo irá diciendo sin aludir a eso, contará de su origen: hijo de un embajador y nieto de un alto funcionario de gobierno. Son seis hermanos y un abuelo patriarcal y hombre de las altas esferas, en una época en la que eso implicaba un origen y también un estado de confrontación: 1950 es el año de nacimiento de Molfino, en pleno período peronista, cuando esas altas esferas veían con profundo desagrado que ciertos valores intocables estaban siendo alcanzados por clases sociales que irrumpían masivamente en “su” Buenos Aires, conocida como la París de Sudamérica. Los señores de las altas esferas habían contratado arquitectos franceses para construir sus mansiones y sus barrios selectos y, para que la réplica fuera perfecta, habían importado los mismos materiales con que se construía en París. Los mismos arquitectos, los mismos diseños, los mismos ladrillos. La Recoleta es un ejemplo. Y esa ciudad estaba siendo invadida por los cabecitas negras, la despreciada gente del campo, muchos descendientes de los pueblos originarios, que venían atraídos por ese fenómeno que era el gobierno de Perón y Evita. Molfino, de niño, va a asistir como testigo a uno de los episodios más cruentos de la historia argentina: el bombardeo a Plaza de Mayo. El 16 de junio de 1955 Aviones de la Armada descargaron bombas en la plaza sobre los transeúntes, desatando una masacre que quedó grabada en la memoria colectiva a sangre y fuego.
Una Guernica porteña.
Ciertos luchadores sociales surgen del riñón mismo del poder que combaten. América latina produce el caso más célebre: el Che Guevara. Su nombre completo es Ernesto Guevara Lynch de la Serna. Tres apellidos con prosapia. Hay un episodio del Corto Maltés en Buenos Aires que ocurre en la zona norte de la ciudad, una de las zonas de privilegio. El Corto va con Fosforito, su amigo, detrás de una pista sobre un crimen, a una mansión de la alta alcurnia porteña. Llegan al portal de la enorme casona y se ve una placa con el nombre de los dueños. Son muchos apellidos.
El Corto, azorado, pregunta a su amigo:
-¿Cuántas familias viven aquí?
Molfino viene de esa cuna. Y lo que cuenta es una terrible historia, la suya.
Lo que sigue es la transcripción de una entrevista vibrante, emotiva, coloquial. Por respeto al autor decido no incluirme con preguntas y me limito a dejar que él hable.
Si hay aciertos, le pertenecen, si hay errores, me hago cargo.
Buenos Aires. Marzo de 2017
1)MOLFINO SEGÚN MOLFINO
El bombardeo a la Plaza de Mayo:nuestro Guernica.
Nací en el porteño barrio de Palermo, pero mi viejo era diplomático y estaba destacado en la embajada argentina en Paraguay. Cuando mamá me está por tener, como no confía en la obstetricia paraguaya, lo que era un prejuicio, viene a Buenos Aires. Sólo por eso yo nací acá. Pero mis primeros cinco años fueron en Asunción. Después nos vinimos para acá, en el 55, a vivir en el barrio de Monserrat. Mis abuelos tenían un piso enorme donde vivimos. Y ahí yo, con cinco años, soy testigo del bombardeo de Plaza de Mayo. Pasaban aviones y se escuchaba todo. Yo alcancé a ver una especie de avioneta, veía que tiraban una cosa que silbaba cuando caía y explotaba al tocar el piso. Y en la esquina de mi casa había un tanque que le tiraba al avión. En ese clima bélico vivíamos con mi familia. Había una pariente de mi abuelo que vivía en la lejana Flores y hacia allá fuimos. Subimos al auto, mi abuelo manejaba y yo iba en el medio, entre él y mi papá, y atrás iban las mujeres que lloraban. Entonces vimos un auto que venía de contramano, muy veloz, hecho una bala. Se le había volado el parabrisas y yo veía un hombre que se asomaba, tenía el torso fuera del auto y una camisa abierta, blanca, que flameaba contra el viento, recuerdo el ruido, flap flap flap hacía, y al cruzarse los dos autos el tipo nos grita “¡¡Vivan los descamisados!!” (Los descamisados eran los peronistas) y mi abuelo, que era de la contra, sin levantar la vista, ni la voz, dice “hijos de puta”. Yo veo ahí un momento fundacional de mi interés por la política. Era una escena épica, esa imagen del tipo gritando en la noche, yendo de contramano, era como una película de Leonardo Favio, (Favio fue un destacado director de cine y militante peronista) o como esas escenas del realismo soviético. Yo sentí una instantánea admiración por ese tipo, por esa gesta, y el hecho de que mi abuelo gritara así me produjo una contradicción. Yo no entendía quién estaba bombardeando: nosotros nos rajábamos de la casa, pero ¿quién era ese tipo? ¿Era él el que bombardeaba? ¿O era mi abuelo? Después me enteré de que mi abuelo formaba parte de los comandos civiles (grupos de choque antiperonistas) aunque como él era un gentleman lo hacía de un modo pasivo. Eso para mí fue decisivo y fue una búsqueda de muchos años para averiguar qué había pasado ese día y quién era aquel tipo, a quién representaba. Obviamente, formaba parte de un colectivo de obreros, de gente pobre que buscaba conservar lo que había obtenido.
Ese es un recuerdo muy fuerte.
2)MOLFINO SEGÚN MOLFINO
El Chaco. Empezar a pensar.
En el 55 llega el golpe que derroca a Perón. Y a mi abuelo, en el 57, el Banco Central lo manda al Chaco a fundar el Banco Provincia del Chaco. A su vez, mi viejo, que había estado en la embajada en Paraguay, se había hecho amigo del agregado militar, el Coronel Pedro Avalía, que en el mismo momento es nombrado interventor del Chaco. Y este Coronel le pide que lo acompañe como jefe de ceremonial. Así que mi viejo vuelve a coincidir con mi abuelo en el destino. El dos de mayo del 57 llegamos a Resistencia en un tren con camarote, en un viaje que yo recuerdo como una travesía alucinada, larguísima, aunque en realidad fue de menos de dos días. Tengo recuerdos del olor a café con leche en el vagón comedor, los olores de la comida, todo parecía mucho más rico.
Y así llegamos al Chaco.
Mi viejo, que va a morir joven, cuando yo tenía 13 años, era un poeta, considerado uno de los mejores poetas del Chaco, y con sus amigos intelectuales empiezan a leer a Sartre y se hacen existencialistas. Cuando dan elecciones y gana Frondizi, él ya era frondicista y continúa en el mismo cargo en la provincia. Yo recuerdo esa época como muy frondosa de cuestiones políticas, aunque la verdad es que no entendía bien qué pasaba. Yo tenía una percepción indefinida, una especie de magma donde lo que me había marcado había sido la épica de aquella noche del bombardeo. Mi viejo, como muchos jóvenes frondicistas, evoluciona al marxismo vía el existencialismo.
Al tiempo, papá se enferma gravemente y antes de que lo trasladen me llama y me pregunta: ¿qué dirías vos si tu papá se muere? Yo le digo que estaba loco, que él no se iba a morir. Yo tenía 13 años, nada más. Entonces él me tranquiliza, me dice que no se va a morir y me da un libro que se llama ¿Qué hacer? de un tal Vladimir Ilich Lennin. Y como también compraba Mecánica Popular, y otras revistas que explicaban cómo hacer una escalera y cosas así, yo supuse que ese era uno más de esos libros. Finalmente, él muere, yo me quedo con el libro y nos volvemos a Buenos Aires, otra vez a vivir al departamento de Monserrat. Yo estudio dos años en el Colegio Nacional Pueyrredón. Un día abro aquel libro y me encuentro con una proclama de Lennin alentando a las ideas revolucionarias. Quedo impactado. Ya en mi escuela había un grupo del Partido Socialista de la Izquierda Nacional, de Abelardo Ramos, que es el germen de lo que despues sería el FIP (grupo trotzkista que tuvo una política de apoyo hacia el peronismo). Así que ahí lo conozco a Trotzky, siento que el trotzkismo es superior al stalinismo, también leo a Sartre y veo su ataque al sistema stalinista, aparecen las denuncias. Y todo eso sucede mezclado con un recuerdo de los años cincuenta, cuando mi papá compraba la revista Life, donde aparecían las fotos de unos barbudos que combatían en la Sierra Mestra, en Cuba. Ahí decía que el líder de esa organización era el doctor Fidel Castro Ruz, increíble, lo llamaban doctor. Y también estaba Camilo Cienfuegos, y como en un brain storming de mi propia cabeza, yo uno a Camilo Cienfuegos con aquel descamisado del 55. Ese apellido, imaginate, si te llamás Cienfuegos es que sos una máquina de pólvora. Pero por otro lado me entero de que el tipo era sastre. Camilo Cienfuegos era sastre, era inconcebible que un comandante de un ejército fuera sastre. Yo pensaba en el sastre de mi abuelo que no podía llamarse ni rompeportones. También estaba el doctor Guevara, un médico argentino, algo más sorprendente todavía: unos doctores y un sastre que peleaban. Todo eso forma parte de esa secuencia azarosa que fue armando un universo y haciendo encajar las piezas. A lo que hay que sumar las mujeres que bajaban del monte, con fusil al hombro, algunas quemadas por el Napalm. Y yo miraba a mi mamá, una señora, y era impensable imaginarla combatiendo en la selva. Se rompía toda la lógica de la guerra, de lo poco que yo conocía.
Así que de buenas a primeras me encuentro militando en el trotzquismo y vuelvo al Chaco con mi familia, a los 15 años. A esa altura ya soy un tipo de izquierda, estaba en un partido, leía mucho, trataba de formarme. Nos reuníamos a discutir con un grupo de amigos, uno que era católico vira al peronismo, y va a ser uno de los fusilados en la masacre de Margarita Belén, durante la dictadura, donde también fusilan al primer marido de mi mujer. Con esos amigos nos reuníamos en una peña, la Martín Fierro, adonde venían músicos de folklore. Un día llega un cantante santiagueño bastante famoso, Benjamín Cruz, el Benjo Cruz, y se acerca a saludar a la mesa donde discutíamos con mis amigos. Se sienta con nosotros, que éramos muy jóvenes, alrededor de 17 años. Era el año 67, recién había muerto el Che. Y el Benjo nos pregunta en qué andamos. ¿Ustedes son zurdos o qué?, preguntó. Le dijimos en qué estábamos y nos pusimos a charlar con él. Y el tipo nos cuenta que esa era su última gira artística porque se había incorporado a la guerrilla del Inti Peredo, en Bolivia. Era una cosa maravillosa estar con un tipo así. Y empieza a decir que hay que tomar las armas, hacer otra Cuba. Entonces yo me caliento, siento que tengo una conexión sanguínea con esa realidad y le pregunto si puedo ir con él. Y otro amigo, Zamudio, también le pide ir. El tipo nos dice que lo pensemos bien, que somos muy jóvenes y que si decidimos ir con él nos vamos a encontrar al día siguiente, en la plaza 25 de mayo. Así que fui a decirle a mi madre viuda, yo, que era el mayor de seis hermanos, que me iba a Bolivia a la guerrilla del Che Guevara. Estábamos desayunando y cuando se lo digo se larga a llorar, a patalear, cómo me vas a hacer esto, grita, la polìtica es mala cosa, no me podés dejar así. Una escena que me comió la moral. Total, que años después a ella la iban a secuestrar los milicos. Así que de ahí me voy a la plaza a encontrarme con el Benjo para decirle que no me iba con él. Fue una de las mayores vergüenzas que pasé en mi vida. Le digo lo que pasó y él me dice que no me preocupe, ya vas a tener tiempo, vos, me calma, sos muy joven. El otro, Zamudio, también vino a decir lo mismo. Después Zamudio militó muchos años y también fue ejecutado.
Y se fue Benjo.
Tiempo después, ya militando yo en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores, cuyo brazo armado era el ERP, Ejército Revolucionario del Pueblo) en el 71, llega la noticia de que mataron a un argentino en Bolivia que era folklorista, llamado Benjamin Cruz. Imaginate el impacto para nosotros. En esa época estaban las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación) que se dividen en distintas columnas por diferencias políticas, una de las cuales pasa a llamarse FAL Benjo Cruz. Y yo tuve el impulso de irme con ellos. Pero, la verdad es que no era como en el fútbol, uno no cambiaba de agrupación como quien vende el pase. Así que me quedé en el PRT, y con el corazón sigo ahí. Apoyando al kirchnerismo. La mitad de mi familia militó ahí y la otra mitad, más mi mamá, se fue con Montoneros.
3)MOLFINO SEGÚN MOLFINO
La militancia de alto compromiso, signo de la época
Lo que tenía el PRT cuando estabas adentro era que tenías que ejercer la militancia revolucionaria fuertemente, sino, te vomitaban por tibio, como Dios. Santucho (el comandante del ERP) sin decir “hagan esto”, era tan militarista que a vos te llevaba a cometer cagadas en ese nombre.
Mi vieja, viuda de un diplomático, un poeta, ex reina de belleza de su pueblo, empieza a hablar lentamente de política con mi hermana, que iba al colegio de monjas, donde estaba de profesor Rubén Dri (un cura ravolucionario), que era el que la adoctrinaba, y termina en el Peronismo de Base. Hoy mi hermana está desaparecida. Mi vieja, que en esa época solo tenía 37 años, era muy compañera nuestra, se sentaba a tomar mate con nosotros, nos hacía ravioles. Y venían los compañeros revolucionarios, aquello era una Babel política, había unas discusiones tremendas. Mi vieja decía, chicos, no se peleen, y yo le decía, no mamá, estamos discutiendo. Un día yo tengo que esconder una pistola y la pongo debajo de unos abrigos de mi hermano José, seis años menor que yo. Al tiempo viene mamá y me dice temblando: Miguel, encontré una pistola entre la ropa de José. No vieja, le dije, no es de José, es mía. Se quedó helada: ¿qué hacés vos con un arma? Así que la senté, le expliqué de Cuba, de Vietnam, del mundo en llamas, de la revolución como un fantasma que recorría el planeta. Y la vieja se la tuvo que comer, porque veía que en la familia, o estaban con los tirios o con los troyanos, y todos conviviendo en esa casa. Esto fue hasta que yo en el 74 tengo que pasar a la clandestinidad. La AAA (Alianza Anticomunista Argentina, grupo parapolicial) me había volado el auto, me buscaba la policía. Allanaron la casa de mi vieja en un operativo muy grande del ejército, rodearon la manzana, vino un helicóptero, sitiaron la zona. Yo soy el primero que huye, después, a los meses, se va mi hermana Marcela, que se había casado con un jefe montonero, Guillermo Amarilla. Nos vamos dos hijos, la familia comienza a ser asediada, cae presa mi otra hermana, Alejandra, que estaba en el PRT. Y mamá empieza a visitarla, se pelean durante las visitas, discuten de derechos humanos. Hasta que mi hermana es autorizada a dejar el país y termina en Francia. Mi vieja agarra a mi hermano más chico, Gustavo, un adolescente de 14 años que militaba en la UES (Union de Estudiantes Secundarios, respondían a Montoneros), y se van a vivir a Europa. Ahí comienza una actividad de asistir a los exilados, a hacer denuncias, ella tenía mucho miedo de que me mataran, porque yo ya había caído preso pero eso no daba garantías, fusilaban a los presos también, y yo estaba muy amenazado porque era hijo de una familia subversiva. Como en esa época yo ya era un incipiente escritor, mi vieja y el grupo que estaba con ella, consiguieron que el PEN Internacional firmara una solicitada por mi libertad, Cortázar, García Marquez, Fidel Castro. Una movida muy grande que me blindó un poco. La Cruz Roja Internacional también pidió por mí, porque además yo tenía ya cinco hijos, y estaban pasando hambre, mi mujer no podía trabajar y cuidar de ellos, de hecho uno nació cuando ya estaba preso. Yo estuve detenido en Chaco, en La Plata, en Devoto, en Rawson, nos movían mucho. El Consejo de Guerra me había condenado a quince años. Tuve suerte. Para mí, cada día que despertaba pensaba ¡qué bueno, un día más! En La Plata estaba en el pabellón 2, que era el pabellón de la muerte, adonde nos mandaban a los que llamaban los irrecuperables, los ideólogos. Y de ahí ya habían sacado a varios compañeros para fusilarlos, entre ellos a Dardo Cabo (importante militante montonero). Mi vieja viene en el 78, durante el Mundial, para sacar del país a mi hermana y al Negro Amarilla. Como era una señora linda, rubia, muy culta, pudo entrar por Ezeiza con un documento falsificado. Y en el día de la final del mundial, cuando el país había bajado la guardia para ver el partido con Holanda, parten al exilio. Se la jugaba mi vieja. Una vez, mi hermana estaba clandestina en Tucumán, y perseguían a parejitas jóvenes, entonces, para darles cubierta, ella los visitaba. Y un día, durante un rastrillaje, los militares se iban acercando a la casa, donde estaban ella con el Negro Amarilla y mi hermana. Los dos se encierran en el ropero, mamá queda en la casa esperando que lleguen los milicos, acá vivo yo, les dice ella cuando preguntan, y esos juguetes son de mis nietos, están para cuando vienen a visitarme. Mientras tanto registraban la casa. Un soldadito con cara de malo y un FAL, entra a la pieza y cuando va a abrir el ropero, donde estaban escondidos mi hermana y mi cuñado esperando con las armas, te imaginás el tiroteo que se hubiera armado, allí no quedaba nadie vivo, mamá le dice al soldadito: nene, ¿no tenés calor? ¿no querés un poco de Coca? Y el pibe le dice, ay sí, señora, muchas gracias, tengo mucha sed. El pibe abandonó el placar y mi vieja le dio Coca, queso, salamin, pan… una sangre fría tremenda. Después de eso dieron por requisado el lugar y se fueron. Como en las películas. Mi hermana y el Negro se quedaron tres horas más adentro del ropero.
La cuestión es que al final ella los saca del país. Y lo curioso es que, en abril del 80, en Bélgica funcionaba la Comisión de los Derechos Humanos, de la ONU y donde se iba a tratar el repudio a la dictadura de Argentina, donde hasta el gobierno de Carter lo pedía, lo que implicaba que no habría veto, si USA no vetaba eso progresaba. La cuestión es que empieza a hablar el embajador argentino, Ross, y mi vieja lo interrumpe, dice que ésta es la Argentina, no lo que cuenta él, entonces Ross grita: ¡Nombre! Y mi vieja pone la cara, le dice Noemí Ester Gianetti de Molfino, tengo mi hijo preso, ¿para que querés mi nombre? Y la sacan con toda la delegación de la sala.
A los meses, en Perú, se va la dictadura del General Morales Bermudez, que había empezado como sucesor de la revolución de Velazco Alvarado, (que era uno de los casos raros de revoluciones militares progresistas, junto con el de el General Torres en Bolivia, ambos derrotados). Velazco fue el que le cambió el perfil del armamento al ejército, dejan de comprarle armas a USA y le compran a la URSS. Pero eso se fue degradando y lo sucede Morales Bermudez que era un hijo de puta. Al final, la sitiación no daba para más, llaman a elecciones y gana Belaúnde Terry. Para el día de la ceremonia de asunción, el gobierno saliente lo invita a Videla. En esos días, un grupo de montoneros llega en forma clandestina a Perú, entre ellos mi vieja y Gustavo, mi hermano más chico. Paralelamente, un compañero cae detenido en Rosario, en la Quinta De Funes (Centro de detencion Clandestino dirigido por el general Galtieri) y delata una cita de la mujer de Mario Montoto, María Inés Raverta, que estaba en el grupo de mamá. Ella era la responsable política de esa operación, que era cortarle el camino a Videla para que no asistiera a la asunción.
Este es un caso testigo del Plan Cóndor (Un plan de operaciones clandestinas coordinadas de las dictaduras latinoamericanas de la época, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Peru, Bolivia). Con ese dato viaja un comando de acá a capturar a la Montoto. Caen sobre ella en la puerta de la Iglesia Santa Rosa de Lima, la secuestran y la torturan bárbaramente y ella canta el departamento donde estaban mi mamá y mi hermano.
Después de cantar, la desmembraron como a Tupac Amaru, con jeeps. Así procedían.
Mi hermano, que tenía 16 años, esa noche se había levantado a una minita. Y cuando llega ve dos tipos que él nota que son de los servicios secretos, incluso ve una Uzi en manos de uno. Busca un teléfono y le avisa a mamá que están por entrar. Ella, que ya lo sabe, le dice que escape, que es joven y que tiene una vida por delante. Y cortan. Al mes de esto, mi vieja aparece muerta en Madrid. Ahí se ve el Plan Cóndor en acción. Para entrar a España le falsifican un documento, que recuperamos, donde se ve la foto de una mujer casi desfigurada, que ha pasado por el peor de los infiernos. La dejan ahí, en el mismo hotel donde paraban, y cuelgan en la puerta del cuarto un cartelito de No Molestar, Recién Casados. Algo bien macabro.
El día que aparece mamá, la noticia sale en los diarios de acá, informan que habían encontrado en un hotel en Madrid a la señora Gianetti de Molfino. Nos entregan los diarios y cuando se lee la noticia, me quedo helado: ¿qué estaba haciendo mi mamá en España? En ese mismo momento entra la patota del ejército (modo en que se llamaba a los pelotones o comandos, cuando operaban sin identificar) y se llevan la única foto que yo tenía de ella. Me sacan de la celda, y en ese grupo había un militar que yo había visto en el diario, el Coronel Sanchez Toranzo, que formaba parte del ala nacionalista del gobierno.
Yo estaba en el presidio de La Plata. En el mismo pabellón que estaba Raúl Argemí, con quien compartimos celda durante un año. Con él empezamos a meternos en la Novela Negra.
La cuestión es que este Coronel me muestra una foto de mi vieja y me dice, ¿Quién es esta? Yo le digo que le voy a contestar, pero primero quiero decirle algo, si él me permite: Usted es el Coronel Sanchez Toranzo. ¿Cómo sabe? El tipo se mioraba el uniforme para ver si había alguna identificación. Usted es conocido, coronel, salió en el diario La Nación porque es del ala nacionalista del gobierno. Yo no soy de ninguna ala, contesta él, muy seco. Y yo digo: Sí, sí. Coronel, esa es mi mamá, ¿la tienen secuestrada? ¡Qué buena guerra estan haciendo ustedes! Atacan a las viejas, las mujeres, a los niños… ¿Quiere fumar, Molfino? No, contesto, yo voy a fumar si fuman todos los presos políticos de esta cárcel. Silencio. ¿No quiere un café?, replica el coronel, ya perdiendo la paciencia. Tampoco, le digo, café para todos puede ser. Ahí se descontrola y empieza a gritar que yo pertenezco a una familia donde todos son genéticamente subversivos, a lo que contesto que ese es un argumento nazi. Yo no sé si eso le entró, no creo, pero sí te puedo decir que ellos tenían respeto por los combatientes, eso era evidente, esa cosa castrense, éramos hombres de armas y ellos reconocían eso. Y yo no me quería exceder pòrque perdía la oportunidad de decirle cosas, pero estaba que volaba. De ahí vuelvo al calabozo.
Esa es la historia de mi vieja.
4)MOLFINO SEGÚN MOLFINO
Democracia. Narrar el horror.
En el 96 voy a México, por trabajo, y me quedo quince años. Vuelvo al Chaco en el 2007, y reconozco en la calle a un hombre de los servicios secretos, de apellido Vicente. El tipo no figuraba en ninguna lista, pero yo lo conocía. Entonces, una noche lo encuentro en El Fogón de los arrieros, un lugar muy lindo que hay en Resistencia, escuchando tango. Un tipo muy alto, como de dos metros. Me acerco y le digo: che, Vicente, yo tengo que hablar con vos. Me mira y dice: Ah, Molfino, yo conocí a tu padre. No, no, le digo, no quiero hablar de mi padre. Vamos al patio a fumar un cigarrillo y hablamos. Sí, sí, dice. El tipo de golpe se convirtió en una especie de gato obediente. En ese momento se estaba llevando adelante el juicio de Margarita Belén (localidad donde se cometió una de las peores masacres de militantes). Y yo necesitaba la información que él tenía, que me dijera dónde estaban enterrados los cuerpos, yo estaba seguro de que él sabía. Le digo: vos sabés que yo ahora soy un dirigente de Derechos Humanos y te voy a dar una sola oportunidad, ahora, en este mismo momento, de que me digas dónde están los cuerpos de los compañeros asesinados y mi compromiso es que te libero del juicio. Él me dice: vos sabés que yo respeto mucho a los del ERP, entonces lo corto, no vine a hablar de eso, yo soy un civil y lo único que quiero es que me digas dónde están los cuerpos de los compañeros. Y ahí empezó una larga serie de reuniones con el tipo, donde nunca me dijo nada. Me traía documentos del SIDE (Servicio de Informaciones del Estado), un facsímil de una carta de Evita a Perón, pero nada de lo que yo le pedía. Se dio algo raro, una especie de Síndrome de Estocolmo, me llevó a conocer a su madre, que estaba moribunda. Él seguía hablando como si nada, ustedes sí que tenían huevos, no como nuestros soldados que no supieron defender las Malvinas. Si ustedes hubieran estado allí ahora tendríamos las islas. Era una situación peculiar, era como estar en un club de veteranos, ¿así que fuiste un soldado nazi?, sí, ajá, mirá vos, yo fui un soldado inglés, quién sabe, quizás nos enfrentamos en Tobruk. Las relaciones entre enemigos son muy extrañas. Conozco el caso de una Tupamara que se casa con su torturador. El tipo abandonda a la familia y se va con ella, y eso se convierte en una relación perversa donde ella lo tiene cagando a él. Lo humillaba en público, delante de sus amigos, decía: este no tiene huevos, no es capaz de satisfacer a una mujer, no se le para. Hasta que ella llega al cenit de esa perversión, un día él llega a casa y se encuentra con que ella metió la cabeza en el horno de la cocina y abrió el gas. Ella se vació de todo, qué le iba a hacer, no iba a matarlo, y se internó en una tortura que la fue desgastando a ella misma, como seguramente lo habrá desgastado a él.
Mi historia es así de terrible. Y te digo que no puedo escribir esta historia, hacer un relato autobiográfico. No puedo, me inhibo. Yo tengo un dossier sobre mamá que es impresionante, y me han pedido de varias editoriales importantes, que escriba la historia de ella. Yo no he contado nada de la cárcel, de la tortura, simplemente no puedo. Las historias que yo conozco de la cárcel, de la clandestinidad, yo estuve cinco años clandestino, son aterradoras, y las cuento a los amigos porque si no lo hago se van a perder. Mi modo de escribir es como un tiro libre indirecto sin barrera. Me lo han dicho, mis personajes segregan el líquido viscoso de esta historia. Me pasa con Alfaguara, que quiere publicarme pero no se anima porque soy muy cruel, porque aparece lo siniestro en los personajes de lo que yo recuerdo de aquellos días. Ahora estoy escribiendo la continuación de Monstruos perfectos, treinta años después, Hansen es un hombre de ochenta años, y el chico joven, Milo, tiene casi cincuenta años, que terminó preso por delincuente. Y ahí encontré una voz que piensa ese ambiente dantesco de la cárcel, los ruidos, el olor, donde se escuchan llantos, gente que llama a su mamá.
Eso sí lo pude contar.
Hace poco, Roberto Bardini (autor y editor argentino radicado en México) me preguntó si tenía cuentos de espías. Me encantan esos temas de espionaje, yo lamento no haber nacido en la época nazi. Hubiera querido ser un miserable de la Stasi. Yo quiero contar esas historias grises. Debe ser horrible esa vida, pero son personajes tan misteriosos, tan atractivos. Escribí un cuento para Bardini, sobre un espía que es un tipo común y corriente, que un día recibe una carta con una serie de pasos a seguir y la indicación de que cuando se encuentre con determinadas personas él va a comenzar a llamarse Horatius. Firma la carta Mozart No ha muerto. El tipo se ve envuelto en una trama que no entiende. Es un ignorante de lo que está pasándole, él se mete porque le gustan las novelas de espías.
Pero si hago un relato de un espía argentino, ahí sale, inevitablemente, el torturador, porque un espía argentino es eso. Un mal tipo que hace daño.
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