¿Fue Aguste Dupin el primer detective? por Osvaldo Reyes

En 1841 hizo su aparición, por primera vez, el personaje del Chevalier Auguste Dupin, creación literaria de Edgar Allan Poe y quien, con el tiempo, se convirtió en el prototipo del detective de la conocida “Era dorada de la ficción detectivesca”. A lo largo de tres cuentos (Los crímenes de la Rue Morgue, El misterio de Marie Rogêt y La carta robada) Auguste Dupin hace uso de su raciocinio para descifrar los más enmarañados misterios y abre el paso para toda una generación de escritores que adoptaron su modelo. Son pocos los expertos que se atreverían a negarle el título del primer detective a Dupin, pero algunos escritores, mucho antes de Poe, jugaron con el escenario de un crimen y de una persona que, en mayor o menor medida, trató de encontrar al responsable.

Para poder responder a la pregunta del título, tenemos que aclarar a qué nos referimos cuando usamos la palabra detective. En la época de Poe, el término no existía. Apareció por primera vez dos años después en una revista británica llamada Chambers’s Edinburgh Journal para hacer referencia a los policías que se vestían de civil para pasar desapercibidos y atrapar criminales. De allí derivó, según la Real Academia Española, en aquella persona que “practica investigaciones reservadas y que, en ocasiones, interviene en los procedimientos judiciales”. La última no me convence para fines prácticos, así que me ceñiré a la más aceptada. A continuación, revisaré aquellos textos, previos a 1841, donde se plantea un crimen (independiente del tipo) y alguien trata de descubrir la verdad (independiente de sus motivos). Según su comportamiento, veremos si llevamos décadas sepultando en el anonimato literario al que merece llevar el título de “El primer detective”.

  1. Edipo Rey – Sófocles (492 AC).

Reconocida obra de teatro de la literatura universal. De las tres obras del dramaturgo ateniense que tratan de la vida de Edipo, esta fue la segunda en ser escrita. En ella, la ciudad de Tebas es azotada por una plaga y Edipo, su rey, consulta al oráculo de Delfos buscando una solución. La pitonisa del santuario le informa que todo se debe a que el asesino del rey anterior (Layo) sigue sin enfrentar la justicia. Edipo jura encontrar al culpable para hacerle pagar su crimen y le pide ayuda al profeta ciego Tiresias, quien rehúsa ayudarlo. La discusión se acalora y cuando Edipo lo acusa de colaborar con el asesino del rey Layo, Tiresias le responde que el asesino que busca es él mismo, que está casado con su madre, con quien ha tenido dos hijos, y que al final quedará tan ciego como él. Edipo ignora la advertencia y enfoca su furia en su cuñado, quien fue el mensajero que mandó a consultar al oráculo, y lo acusa de querer conspirar en su contra. Yocasta, la que fuera la esposa de Layo y que ahora era esposa de Edipo, hace de mediadora y le dice, tratando de confortarlo, que los oráculos se equivocan. Que Layo fue advertido, por otro oráculo, que moriría a manos de su hijo. Cuando Yocasta relata como Layo murió en un cruce de caminos asaltado por unos ladrones y que el único hijo que tuvieron lo mandaron a matar para evitar que se cumpliera la profecía, Edipo empieza a atar cabos. Al final, Edipo resultó ser ese hijo, pero el empleado encargado de matarlo no pudo cometer el crimen y se lo dio a otro esclavo, que le servía al rey de Corinto. El soberano, quien no podía tener hijos, recibe este niño como regalo y lo crio como suyo propio. Un día, muchos años después, un oráculo le advirtió que mataría a su padre y se casaría con su madre. Eso obligó a Edipo a huir de Corinto y en el camino se topó con una caravana de hombres en un cruce de caminos, donde una discusión se convirtió en un combate y terminó matándolos a todos. Las profecías se habían cumplido en realidad y Yocasta, al descubrir la verdad, se ahorca en el palacio y Edipo, al ver el cadáver, se entierra dos filosas agujas en los ojos, quedando ciego.

Una tragedia griega, sin lugar a dudas, y con un fondo moral que se evidencia en las últimas líneas, reflejando que hasta el más poderoso puede caer en cualquier momento. Sin embargo, a pesar de tener ciertos elementos de las novelas detectivescas, en particular las pesquisas de Edipo en su afán por descubrir la verdad, la obra no cumple con los requisitos que buscamos. Las piezas se unieron al final, como en un buen enigma, pero casi todas las pistas le llegaron de fuentes sobrenaturales y la resolución del misterio fue más fruto del azar que del trabajo de Edipo.

  1. Susana y los Ancianos – Libro de Daniel (por lo menos siglo II AC).

Este relato parece ser parte de la versión original de la Biblia Septuaginta o Biblia griega, una traducción en griego koiné de los textos en arameo y hebreo de la Biblia hebrea, cuya traducción empezó a mediados del siglo tercero AC. En la historia, incluida en el capítulo 13 del Libro de Daniel, tenemos a Susana, una casta esposa hebrea, acusada por dos ancianos quienes, tras espiarla mientras se bañaba, se le acercaron y la amenazaron con acusarla de que tenía un amante, a no ser que tuviera relaciones con ellos. Susana se negó y los ancianos la acusaron de adulterio. Cuando estaba a punto de ser lapidada, el castigo para este crimen, aparece Daniel y sugiere que hay que interrogar a los ancianos por separado para evitar cometer un asesinato. Al evidenciar que sus testimonios no eran compatibles, confundiendo incluso el tipo de árbol bajo el cual el supuesto romance clandestino de Susana ocurrió, los ancianos son acusados de mentir y sentenciados a muerte, en lugar de Susana.

Creo que es una versión temprana del tipo de interrogatorio que harían famoso al personaje de Erle Stanley Gardner, el abogado Perry Mason. Sin embargo, a pesar de existir un crimen, Daniel no investigó. Solo confrontó a los acusadores y ellos cayeron en las redes de sus propias mentiras. La habilidad de engañar a un sospechoso y hacerlo confesar es compartida por muchos detectives de la literatura mundial, mas no es suficiente como para elevarlo a esa categoría.

  1. Gong’an (entre el siglo I y II DC).

En la tradición oral existen muchas historias que podrían ser consideradas como historias detectivescas y no hay mejor ejemplo que en China. Durante la dinastía Song (960-1270) se popularizó, gracias a las habilidades de cuenta cuentos ambulantes o a la magia de los espectáculos de títeres, un género conocido como gong’an, que se puede traducir como “el escritorio del magistrado”. En estos relatos, un oficial o juez hace uso de sus conocimientos y habilidades para atrapar a los culpables de múltiples crímenes. El responsable se conoce desde el principio de la historia, así que el misterio es ver como el magistrado puede revelar la verdad. Estos primeros cuentos se han perdido en el tiempo, por lo que los sobrevivientes de este género datan de la siguiente dinastía (Yuan: 1279-1368 DC).

Los dos personajes más populares y recurrentes son Di Renjie, mejor conocido como el juez Dee, y Bao Zheng. Ambos son personajes históricos reales, por lo que algunas historias podrían ser los primeros ejemplos de los relatos tipo True Crime o Crímenes Verdaderos. Otros, por enfocarse en el juicio, podrían representar el futuro sub-género de “Procedimientos Policiales”, de los cuales Ed McBain, con sus historias del Precinto 87, es su mejor representante en la actualidad. Algunos de los relatos más celebres incluyen “El círculo de tiza”, donde dos mujeres, que reclaman la custodia de un niño, son enfrentadas en una prueba donde cada una debe halar de un brazo de la criatura, con la promesa de que la ganadora se quedaría con el premio (al final, Bao Zheng se lo da a la que perdió, ya que se rindió y soltó al niño para no lastimarlo, algo que solo su madre verdadera haría) y “El ladrón de caballos”, donde un hombre es acusado de robar a un equino, pero al ser confrontado con el que dice ser su dueño en cuanto a conocimientos del animal, solo el verdadero dueño es capaz de describirlo con detalles, incluyendo que tiene una muela rota.

Como pueden leer, a pesar de ser buenos candidatos, no cumplen tampoco con los requisitos. Estos personajes lidian con crímenes de toda índole, pero no hay un enigma. El magistrado se forma una opinión y trata de atrapar al culpable en sus mentiras, ya sea con juegos de palabras o con elaboradas trampas. No hay una investigación per se y en la gran mayoría de ellos se involucran elementos sobrenaturales.

Sin embargo, existe una excepción e involucra al juez Dee. Un diplomático holandés llamado Robert van Gulik, asignado a Japón después de la II Guerra Mundial, tomó un particular interés en la cultura popular China y se encargó de traducir 31 de los 65 capítulos de un manuscrito del siglo 18 titulado “Cuatro grandes y extraños casos del reinado de la Emperatriz Wu”, que encontró en una tienda de antigüedades en Tokio. El libro que nació de esta traducción se llamó “Casos celebres del juez Dee” y fue tan popular que Robert van Gulik terminó escribiendo, por su cuenta, 16 libros más con el personaje que fue conocido por sus lectores como el Sherlock Holmes chino. Los casos presentados en ese primer libro incluyen un asesinato por dinero (El doble asesinato al amanecer), un crimen pasional (El cadáver extraño) y la misteriosa muerte de una joven la noche de su boda (La novia envenenada). En estos relatos, Dee hace todo lo necesario por descubrir la verdad y siendo un magistrado de importancia, sus poderes son vastos, aunque las consecuencias de equivocarse son igual de fuertes (en el sistema legal de la época, podía torturar a un prisionero para sacarle la verdad, pero si el sospechoso moría en el proceso y terminaba siendo inocente, el juez podía ser condenado a muerte). Dee no era el típico funcionario, para el sufrimiento de sus conocidos y ayudantes. En algunos de los relatos se disfrazaba (como haría años después Sherlock Holmes) y hacía sus propias investigaciones con la ayuda de sus sirvientes, dos ladrones reformados y un experto en artes marciales. Era, en resumidas cuentas, un detective con todas las de la ley.

Ante esta premisa, el juez Dee debería llevar el título del primer detective, pero algunos detalles me frenan a tomar esta decisión. Para empezar, en uno de los casos presentados (La novia envenenada) se comete un error elemental. La víctima muere al ingerir veneno de víbora, lo que no es posible a no ser que ella tuviera una úlcera sangrante. El veneno de serpiente tiene que entrar al torrente sanguíneo para hacer efecto. Por vía digestiva, no da síntomas ni causa la muerte. Considerando que este conocimiento estaba ausente en el siglo II DC, puedo perdonarlo por el contexto histórico. Sin embargo, no es la principal razón. Lo que me impide darle el título es que, por un lado, el personaje es el resultado de una traducción adaptada al mercado europeo del siglo pasado. Robert van Gulik removió personajes (las novelas chinas podían tener entre 100 y 200 personajes secundarios), elementos fantásticos (era habitual la presencia de criaturas de la mitología y fantasmas, que podían ayudar en la resolución de la historia) y escenas de tortura (no las removió del todo, pero disminuyó el grado de violencia que se podía evidenciar en los originales). Según las notas del propio van Gulik, escogió estos cuentos debido a que, a diferencia del formato habitual en la literatura china, donde el culpable se conoce desde un principio, en estos relatos el culpable se revela al final, a la usanza de las populares novelas de Agatha Christie y Arthur Conan Doyle que estaban de moda. Lo que no puedo asegurar es que no fuera una decisión consciente del traductor cambiar el orden de la historia para adaptarlo mejor al mercado europeo.  Lo que es peor, me quedan dudas sobre qué tanto del personaje del juez Dee, presentado en la traducción, es parte de la cultura china y qué tanto nace de la pluma de van Gulik. Del manuscrito que utilizó solo tradujo las tres primeras partes, ya que el diplomático decidió que el resto no podían ser obra del mismo autor (además de contener escenas de contenido sexual explícito que consideró no apropiadas para el público al cual estaba dirigido el libro). La otra razón por la que Dee no me termina de convencer como figura del primer detective es que el juez resuelve sus casos, algunas veces, con ayuda celestial. Esta le llega en forma de sueños que le profetizan eventos de los que debe estar pendiente o de fantasmas que le confirman que fueron asesinados. No son críticos para la resolución del crimen, pero le quitan realismo y eso me deja un mal sabor literario. En resumen, un personaje con gran potencial que se perdió en la traducción.

  1. Las mil y una noches – Múltiples autores anónimos (Siglo VIII DC).

La mayoría de los especialistas están de acuerdo que, en algún momento del siglo VIII, una serie de relatos folclóricos de Persia, cuyo núcleo es el libro Hazâr afsâna (traducido como “mil leyendas o mitos”), fueron trasladadas al árabe bajo el nombre de Alf Layla (traducción: Las mil noches). A este grupo original se le agregaron nuevos relatos en árabe en el siglo IX y X, llegando a más de mil relatos, lo que le dio su nombre a la obra que conocemos hoy en día como Las mil y una noches. A través de la voz de la bella Scheherezade (personaje que es agregado a la colección posteriormente para darle un hilo conductor a los cuentos) escuchamos historias de todo tipo, pero hay dos que ameritan ser analizadas, por tener elementos propios de las futuras historias detectivescas (hay otras, pero no creo que merezcan análisis, ya que no cumplen ni siquiera con los elementos mínimos requeridos).

  • Las tres manzanas:

Este relato ocurre entre el amanecer del día 18 y la noche 19 y se titula “Las tres manzanas”. También la pueden encontrar traducida como “La historia de la mujer despedazada, las tres manzanas y el negro Rihán”.

El relato promete desde su inicio. El califa Harun Al-Rachid, personaje histórico recurrente en “Las mil y una noches”, sale a recorrer la ciudad en compañía de su visir Ja’afar Al-Barmaki y se topan con un pescador que se queja de lo poco que vende. El califa promete darle 100 dinares por lo primero que saque con sus redes del río Tigris. El pescador, contento, lanza su red y saca un cofre. El califa paga lo prometido y al abrir el cofre se encuentra, envuelto en un velo blanco, el cadáver despedazado de una joven mujer. El califa monta en cólera al pensar que sus súbditos están siendo asesinados sin recibir justicia y ordena a su visir, so pena de muerte, que atrape al culpable.

Y este es el punto donde descubrimos que el visir no ocupará el puesto del primer detective. Por tres días no hace más que llorar y quejarse. No hace nada por siquiera intentar descubrir la verdad. Al final del término, regresa donde el califa y acepta que no ha descubierto la identidad del asesino, por lo que se ordena su crucifixión (y la de 40 de sus primos). Sin embargo, justo cuando esperaba la ejecución, el responsable llega y confiesa el crimen. De su propia boca sale que todo fue una confusión conjurada por un esclavo negro, quien le hizo creer que su esposa le era infiel. Al-Rachid promete matar al responsable.

Allí termina el día, con la promesa de seguir en la noche. Puedo imaginarme al sultán Schariar, el esposo de Scheherezade, esperando el anochecer para escuchar el final del relato, como se espera que funcione cualquier buena novela de enigma. Allí se le dio una nueva oportunidad al visir Ja’afar de elevarse a las alturas que se esperaba de él, ya que Al-Rachid le da la orden de encontrar al esclavo negro responsable, nuevamente so pena de muerte. ¿Qué hizo Ja’afar? Exacto. Quedarse en casa los tres días, lamentando su suerte y orando para que Alá le pusiera la solución en sus manos. Como era de esperar, una circunstancia casual lo pone en la pista del responsable, quien termina siendo Rihán, uno de sus propios esclavos. Al final, Ja’afar le cuenta al califa la verdad, pero le pide clemencia por su esclavo. Al-Rachid accede y el responsable de todo el embrollo es perdonado. Nadie paga por el asesinato sin sentido de la joven despedazada y pasamos a un nuevo relato. Un buen inicio, elementos de una buena historia detectivesca, pero el visir dejó mucho que desear, perdiendo el derecho a optar por el título del primer detective.

  • La jarra de aceite:

Ocurre a partir del día 639. También se puede encontrar con otros nombres como “Ali Khwaja y el mercader de Bagdad” o simplemente “La historia de Ali Khwaja”. En este relato tenemos a Ali Khwaja quien planea una peregrinación a la Meca, pero no quiere dejar en casa sus ahorros (según la traducción pueden ser de 500 a 1000 monedas) y decide esconderlas en una jarra de aceite de oliva (en algunos dicen que es solo aceite y en otros, incluyen a las olivas). Se las da a cuidar a un amigo llamado Abdul o a un mercader en Bagdad, y se va a su peregrinaje. Varios años después, el custodio descubre que el jarrón esconde mucho dinero y se lo queda. Bota el contenido, sus olivas ya mohosas y viejas, lo reemplaza por aceite nuevo y vuelve a colocar el jarrón donde lo había dejado al despedirse de Ali Khwaja. Tiempo después, contra todo pronóstico, regresa el dueño. Su amigo lo saluda como si nada hubiera pasado y le regresa su propiedad, pero al llegar a casa Ali descubre que sus ahorros han desaparecido. No tiene forma de demostrar el robo, pues nunca le dijo a nadie qué escondía el jarrón y es su palabra contra la de su “amigo”. Eleva el caso a la autoridad local, pero se desestima por falta de evidencia. Aquí reaparece Harun Al-Rachid y su visir Ja’afar, quienes, en sus correrías por la ciudad, ven a un grupo de niños jugando al juicio. Uno de ellos hace de autoridad y los otros toman el papel de Ali Khwaja y su amigo. El joven que hace de juez, al escuchar los alegatos, ordena llamar a dos expertos mercaderes de aceite de oliva y les pide que prueben el contenido del jarrón. Los dos, en el juego, confirman que el aceite es nuevo, por lo que no puede llevar siete años sin tocarse, evidenciando que Ali Khwaja fue engañado y que dice la verdad. El sultán decide citar a todos los involucrados y, con la ayuda del joven niño-juez que vio en las calles ese día, repite el juicio. Dos mercaderes de verdad confirman que el aceite es nuevo, por lo que el sultán sentencia al amigo a muerte, tras reponer el dinero de Ali Khwaja.

Por suerte Harun Al-Rachid aprendió la lección y no le dio el trabajo de descubrir la verdad a Ja’afar. En este caso, un niño le dio la idea de cómo manejar el caso. Hay un crimen, pero igual que en el relato previo, ninguno de los dos investiga. La verdad cae en sus manos por pura casualidad y, aunque incluye un juicio con el uso de peritos, falla en convertir a Harun Al-Rachid en detective. Si acaso podríamos considerar a “El jarrón de aceite” como el prototipo de los casos con evidencia forense. El primer CSI (En la escena del crimen).

  1. Los tres príncipes de Serendip – Amir Khusrow (1302).

Hasht-Bihisht (traducido del persa como “Los ocho paraísos”) es un poema escrito por el músico y estudioso sufí Amir Khusrow. A pesar de que su poema se apoya en obras previas que datan de 1010, Amir es el primero en incluir en su libro la historia de los tres príncipes de Serendip (el nombre persa para la actual Sri Lanka). En esta historia el rey Giaffer, de la ciudad de Serendip, tiene tres hijos a quienes amaba más que nada en el mundo. Les dio los mejores tutores, pues sabía que la educación era el mejor regalo que podía darles. Un día les dijo que quería dejar el trono y dárselo a ellos. Sus hijos rehusaron, pues sabían que su padre era mucho más sabio que ellos, pero el rey fingió estar molesto y los desterró, para que supieran lo que era valerse por sí mismos. En su exilio se topan con una escena y analizando las huellas en el sitio concluyen que por allí pasó un camello cojo, ciego de un ojo, que le faltaba un diente, que cargaba dos garrafones, de miel de un lado y de mantequilla del otro y que es conducido por una mujer embarazada. Cuando se topan con el dueño del camello, este los acusa de haberlo robado y los lleva delante del señor de esas tierras, el Emperador Beramo, para que los castigue. Los tres príncipes proceden a explicarle los detalles que vieron (la hierba menos verde de un lado del camino era la que mostraba indicios de haber sido comida, por lo que el camello debía estar ciego del ojo del otro lado, por ejemplo). Poco después, le llega el reporte a Beramo que encontraron al camello deambulando por el desierto. El emperador perdona a los príncipes y los nombra sus consejeros.

Esta es solo una de las muchas aventuras que los hermanos viven, pero podemos ver en esta escena un comportamiento que nos hace recordar a Dupin o a Sherlock Holmes. La diferencia radica en que ellos no resuelven ningún crimen. El camello es descubierto por casualidad y, aunque estaban acusados de un crimen que no cometieron, su análisis fue, más que nada, algo explicativo. Una necesidad que les permitió salir de problemas. No dudo que hubieran sido buenos detectives, pero no desarrollaron todo su potencial y la posibilidad de una Agencia Pinkerton en el siglo XVI murió en su cuna.

  1. Zadig – Voltaire (1747).

Zadig es un joven de Babilonia que, por culpa de sus problemas con las mujeres, decide dedicarse al estudio para olvidar su pasado. En lo que parece una adaptación de “Los tres príncipes de Serendip”, Zadig, en una de sus muchas aventuras, puede describir una perra y un caballo en base a las marcas dejadas por los animales en el suelo, incluyendo que la perra acababa de tener cachorros. Igual que en el caso de los príncipes, es acusado de robo y se ve obligado a relatar el proceso mental por el cual llegó a describir de una manera tan precisa a los animales.

Ese es solo un pasaje de todo el libro, que termina con Zadig casándose con la reina de Babilonia. Para fines de mi análisis, se puede ver, igual que con los tres príncipes, un comportamiento que veremos, años después, reflejado en un personaje de la literatura universal, como lo es Sherlock Holmes. Tanto Sir Arthur Conan Doyle como Edgar Allan Poe pudieron verse influenciados por Zadig y ser este joven el molde del cual nacieron los futuros detectives, pero su comportamiento no permite elevarlo a esa categoría. Tenía la capacidad, pero nunca se enfrentó a un crimen en donde su intelecto fuera clave para resolver el enigma presentado por el autor. Otro personaje que estuvo cerca, pero que no cumplió con todas las expectativas.

  1. La señorita Scuderi – E.T.A.Hoffman (1819).

Seguimos el recorrido en la ciudad de París, durante el reinado de Luis XIV. Una serie de robos tienen a la población en alerta y se sospecha de una banda de ladrones que, al amparo de la noche, ataca principalmente a amantes que van a sus citas clandestinas para robarles las joyas que llevan como regalos. A pesar de que no siempre recurren a la violencia, los ladrones muchas veces zanjan el asunto con una cuchillada en el corazón de sus víctimas. Hasta aquí la trama promete. La respuesta de Luis XIV a la crisis es crear una corte especial cuyo único propósito es atrapar a los responsables, pero el presidente de la corte (La Réigne) termina abusando de su poder en la búsqueda de los asesinos, sin atrapar a uno solo de ellos. Mademoiselle de Scuderi, quien se hace famosa en la trama por la frase “El amante que tiene miedo a los ladrones, no es digno de amor” recibe la visita inesperada de un hombre que le deja una caja de joyas como regalo de los ladrones. Aquí se ve la capacidad de observación y análsis de Scuderi, quien identifica en las joyas la mano de René Cardillac, un renombrado joyero que tiene el mal hábito de no querer separarse de las joyas que construye, aun cuando ya le hayan pagado. Meses después, el mismo hombre le entrega una advertencia, donde se le indica que debe regresar las joyas a Cardillac, so riesgo de correr un grave peligro. Scuderi decide ir, para averiguar que está pasando, solo para encontrar que Cardillac está muerto y que su asistente, de nombre Olivier, fue arrestado, acusado del crimen. La hija de Cardillac se iba a casar con el joven, por lo que Scuderi le toma cariño y se involucra, tratando de demostrar la inocencia de Olivier. Al final, el joven, el mismo que le llevó las joyas y la advertencia, le cuenta que los robos fueron obra de Cardillac, que no soportaba separarse de sus preciosas joyas. Perseguía a sus clientes y se las robaba tras matarlos o aturdirlos. Cuando Cardillac, a pesar de haberle dado las joyas a Scuderi, decide que quiere recuperarlas, Olivier trata de advertirle del peligro y lo sigue en las noches, para asegurarse que no le vaya a hacer daño. En una de esas salidas, Cardillac ataca a un hombre armado, un guarda, quien lo atraviesa con un cuchillo. Olivier lo llevó a su casa, pero el hombre murió en sus brazos y él termino acusado del crimen. Con la ayuda del guarda, que busca a Scuderi y le confirma la historia del joven, logran elevar el caso al Rey, quien perdona a Olivier, le da una dote de 1000 luises de oro y le permite casarse con la hija de Cardillac.

Al leer del tema, es frecuente encontrar la mención de esta obra como la primera obra de ficción criminal o detectivesca de la historia, pero comparto la opinión de los detractores de esta hipótesis. Scuderi no investigó los robos. La verdad cayó en sus manos gracias a las confesiones de Olivier y del guarda. Lo más cercano, como mencioné antes, fue reconocer al creador de una joya por sus características, como haría Sherlock Holmes en futuras obras, pero ese es el límite de sus habilidades. Es una obra muy bien escrita, con grandes detalles de la Francia del siglo XVII, pero a pesar de contar con crímenes que resolver, como novela detectivesca falla en alcanzar la pureza de “Los crímenes de la Rue Morgue”.

  1. El párroco de Vejlby – Steen Steensen Blicher (1829).

Una historia trágica, catalogada dentro del canon cultural de Dinamarca y basada en un crimen verdadero que ocurrió en la villa de Vejlby en 1626. El lector conoce la historia a través de los diarios del juez Erik Sørensen, quien tuvo que investigar la desaparición de Niels Bruus, sirviente del párroco de Vejlby, Søren Qvist. Su trabajo es particularmente difícil ya que el rector parece ser el principal sospechoso (Qvist le confiesa que golpeó a Niels en la cabeza, pero que no lo mató y que lo vio esconderse en el bosque) y él tiene programado casarse con la hija del rector en tres semanas. El hermano de Bruus le lleva varios testigos que aseguran haber visto al párroco golpear a Niels y otro que asegura haberlo visto enterrar algo en el patio de su casa. A pesar de que el párroco asegura ser inocente, le permite al juez explorar su patio. Para sorpresa de todos, encuentran un cadáver con las ropas del sirviente. Qvist, ante la evidencia, decide confesar, a pesar de no recordar haberlo matado. Qvist es decapitado y Mette, la hija del rector, escapa de la ciudad con su hermano, lo que destruye el futuro amoroso de Sørensen.

Veinte años después, a través de los diarios del nuevo párroco de Vejlby, se revela que Niels Bruus está vivo y que acaba de regresar al pueblo tras la muerte de su hermano. Niels le confiesa que todo fue un plan de su hermano para vengarse del párroco, quien no aprobó que se casara con su hija. Convenció a su hermano para que hiciera enojar a Qvist para que lo golpeara delante de testigos y luego enterró el cadáver de un suicida, vestido con la ropa de Niels, en casa del párroco, para que Sørensen lo encontrara y no le quedara otra que arrestar a Qvist. Niels, contrario a los deseos del nuevo párroco, le cuenta la verdad a Sørensen, quien muere de un infarto. Al día siguiente, Bruus aparece muerto sobre la tumba de Qvist.

El rector de Vejlby es una historia de corte criminal, pero Sørensen no puede ser considerado el primer detective. Hay un crimen que investigar, la desaparición de Niels Bruus, pero no hay una investigación. El hermano le lleva los testigos a Sørensen y este acepta la evidencia sin dudar, a pesar de que su futuro suegro decía ser inocente. Es una historia corta (de 18 a 23 páginas, según el formato) con un giro inesperado al final y la resolución del enigma, pero Sørensen, como detective, no es digno del título.

  1. La celda secreta – William E. Burton (1837).

Una manera perfecta de terminar nuestro recorrido, ya que nos topamos con un colaborador de Edgar Allan Poe. Burton era inglés, pero se mudó a los Estados Unidos en 1834, ganando gran renombre como actor, escritor y editor. En 1837 publica la primera edición de la Burton’s Gentleman Magazine y contrata a Poe como co-editor. Es en esta revista donde se publica, en 1841, “Los crímenes de la Rue Morgue”. Sin embargo, el año de la fundación de la revista, Burton publicó en ella un relato corto titulado “La celda secreta”.

La historia, contada por el mismo Burton como si estuviera relatando un evento de su pasado, narra el caso de la desaparición de la hija adolescente de su antigua lavandera, la señora Lobenstein. Burton se pone en contacto con un amigo que tiene en la policía a quien, a la usanza de Hammett, no ubica por nombre (como su agente de la Continental) sino por el apodo “L______”.  Muy similar al agente de la Continental, hay poco del raciocinio de Dupin y mucho del trabajo duro de los detectives de años posteriores. “L” (remuevo las ___ por comodidad) es bueno disfrazándose y es capaz de vigilar de cerca a sospechosos. Es más una novela de procedimientos policiales que una novela de enigma, con las consabidas peleas entre los criminales y las fuerzas del orden.

En este punto tengo un dilema. “L” parece un ejemplar digno del título del primer detective si, al escuchar la palabra, pensamos en Race Williams (John Daly), Marlowe (Chandler) o Spade (Hammett). La historia tiene muchos elementos de las futuras historias hard boiled, sin llegar a la crudeza propia de estas obras. Hay un cliente femenino que viene a pedir ayuda, una investigación que no requiere ser un genio, sino metodología, persistencia, patear calle y enfrentarse a los criminales. En pocas palabras, ensuciarse las manos.

Igual que con las futuras historias de Chandler y Hammett, la narrativa es en primera persona, pero desde el punto de vista de Burton, no de “L”. Es imposible no ver la similitud con la futura relación entre Watson (narrador) y Sherlock Holmes, solo que “L” es más un reflejo del Agente de la Continental o de Spade. Es una historia que mezcla elementos de los dos extremos, sin aterrizar o definirse en ninguno. Lo más cercano que me puedo imaginar es “El hombre delgado” de Hammett, donde el detective retirado Nick Charles tiene que investigar la desaparición de un viejo cliente, con la ayuda de su esposa Nora, una dama de sociedad cuyo comportamiento y forma de pensar me recordó a los personajes de Agatha Christie. Al final, “El hombre delgado” es una historia hard-boiled, básicamente porque Hammett le dio más importancia al papel de Nick que a las sugerencias de Nora y al final, ella se convierte en un personaje secundario que, más que nada, era la encargada de servirle los tragos a Nick.

Y así llegamos al final de la revisión. Hay otras obras que podrían ser consideradas, pero tras analizarlas, pienso que no cubren los requisitos mínimos (por ejemplo, Las aventuras de Caleb Williams de William Godwind es mencionado en muchos artículos del tema. Su trama, un terrateniente que asesina a un adversario y empieza a perseguir a su secretario por sospechar que conoce la verdad y que, al final, confiesa durante una conversación con su perseguido. No tiene un detective y la historia no pertenece ni al género enigma ni al hard-boiled.  A lo sumo, un thriller o una historia de suspenso). Después de recorrer las páginas de la historia, creo que nos quedamos con dos potenciales candidatos. Por un lado, el juez Dee podría ser el precursor del detective de las novelas de enigma, pero, como mencioné, la historia está demasiado modificada por un escritor del siglo XX como para quitarle el mérito a Poe y a Dupin. El otro, el policía de “La celda secreta”, si parece preceder al Agente de la Continental, el detective de “Cosecha Roja” de Hammett. Por supuesto, la historia no se desarrolla en un plano o contexto similar, así que la ambientación no se siente igual, pero “L” tiene paralelos con él y con muchos otros detectives futuros.

Dos compañeros de trabajo tan dispares como se pueden encontrar. Poe era un soñador errático, mientras que Burton era descrito como violento y hasta abusivo. A pesar de eso, este dúo sentó las bases para todo un género futuro. Uno es reconocido como el padre de la ficción detectivesca, el primer escritor de literatura negra. El otro casi no es mencionado y, a pesar de este olvido sin explicación, es, si no el creador, por lo menos el arquitecto que plasmó el boceto del primer detective de corte duro. Si consideramos a “L” como el bosquejo, John Daly fue quien revisó el dibujo y lo pasó en limpio con Race Williams. Hammett se encargó de corregir los errores de sus antecesores y construyó al Agente de la Continental. Finalmente, Chandler lo pulió y pintó, elevándolo al nivel de obra magnifica, con Marlowe.

La literatura negra parece haber nacido de una combinación de elementos químicos que nunca terminaron de reaccionar de la manera apropiada. Se necesitó la participación de dos personas opuestas para que un producto bruto con alto potencial fuera creado. El resto, como diría Carl Sagan, es polvo de estrellas.

 

© Artículo: Osvaldo Reyes, 2019

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