ELLA (EJECUCIÓN DE PEÓN NEGRO)- Parte II

Continuamos con la segunda parte de ‘Ella'(EJECUCIÓN DE PEÓN NEGRO), donde se resuelve este relato esencial de Alonso Holguín F.J.

ELLA (EJECUCIÓN DE PEÓN NEGRO)- Parte II

Esta misma mañana me ha comentado el encargado que nuestro departamento va a tener un descenso del incentivo al logro de objetivos:

-La empresa no va bien, como ya sabes. Necesito que adelantes el cumplimiento de objetivo a una Operación satisfactoria por semana… como mínimo -fue su sentencia.

-¿Y eso?

-Eso es lo que hay… al que no le guste, siempre se puede volver a pisar el asfalto de los españoles y el humazo de sus vihículos…

Damián se llama, apodado “el rubio”. Lleva a mucha honra haber estado medio casado dos veces: en cuanto conoció a los padres de su presunta, cambió de ciudad. Había evitado subir al norte, porque ya “estaba harto de huir”. Se había afincado en el nudo de todo el Estado: Madrid.

-El centro es el auténtico extremo de todas las cuerdas: porque de aquí se inicia todo -me dijo su segundo día de oficina.

La última jodienda de la pasta… Las leyes cambian mucho. Para eso decidimos cada cuatro años a unos listos, que viven que te cagas, ordenando al resto qué hacer. De manera especial dicen que no debemos imitar aquello que lían cada jornada. En las Navidades del dos mil y trece, han decidido debatir la Ley del Aborto. De joven me inculcaron un ideario algo cristiano, bastante apostólico y, en más de una o uno, mucho caótico. Mi caso es muy… como el patio de la canción: particular. En España no está prohibida la Pena de Muerte, según mi minusvalorada opinión, sino mal regulada en quién la dicta y peor ajustada la edad del condenado.

Llevo pensando una semana con demasiada intensidad en dicha medida legalizada en algunos estados soberanos de este mundo. La dependencia de los actos cometidos, o no, por ciertos individuos o grupos étnicos, por el gusto o reglamento utilizado para aplicar la acción de acabar con la existencia de otro animal… ¡Me cagüen la…! Estoy comenzando a ver ciertas razones de aplicar eso a alguien cercano… ¡A esta misma!

La garganta está bastante reseca. La botella de agua, que dejo cada noche junto a mi mesilla, no contiene el líquido incoloro. Ella sigue en su mundo: por el ruido ahí está. Voy a la cocina, aunque esté en pelotas no creo que ningún vecino esté mirando por la ventana de este jueves a las cinco menos veinte de la madrugada. De paso, echo un meo, igual esto es lo que hace falta.

Al llegar a la cocina no hace falta encender la luz. El sigilo es importante, siempre lo ha sido en mi vida profesional, donde “no armar jaleo es síntoma de ejemplaridad”. En el frigorífico tengo la botella de la bici. Aprovecho para pillar una virutilla de la farmacia que tengo en el penúltimo estante del armario. Aún siendo la segunda de esta noche, no hay forma de caer en brazos de Morfeo…

-Tu problema es la conciencia, que no te deja dormir. Tienes tantos líos en tu melón que no descansas, ni supliendo la normalidad con el loquero de tu Oficina… ¿no ves que estás medio gilipollas todo el día?

Su voz sigue rebotando en mi cabeza. Pese a no escuchar en ese momento, viene el sonido a la realidad.

-Mientes, no estoy medio ido todo el día… ¡sino completo!

Veo la silueta reflejada en la puerta corredera de la cocina. He adelgazado bastante con la cuestión deportiva. “Cuerpo sano, mente mierda”, pienso… eso, pensar, es lo que tengo que hacer… porque la culpa, la maldita culpa es suya...

El brazo me duele bastante, el cuello aún molesta y las marcas, pese a no verse a diario, van conmigo de un lado a otro… ¡como el sonido de su cuerpo! He tenido mucha, demasiada… ¡qué coño! ¡He acaparado toda la paciencia del universo! La decisión está tomada: ella no es el origen de todos mis males, pero será la solución de muchos de ellos.

El orden en la cocina es una de las herencias de mi madre. He abierto el segundo cajón que hay junto a la encimera. Al tacto he encontrado mi herramienta favorita para su clase… ésa que nunca ha fallado, que siempre tengo en perfecto estado de revista… para ella y otras como ella… algo que no puede faltar en ninguna casa ni cocina que se precie, después de un buen lavavajillas, un frigorífico con congelador independiente… además de un reloj con la hora correcta. Porque medir el tiempo es importante en cualquier ataque… o defensa.

He de acabar con ella. Está decidido. La madrugada de un día caluroso del mes de verano. La mayoría de los vecinos están de vacaciones de su domicilio, porque el trabajo escasea más de lo habitual en esta España mía, esta España nuestra… decía la canción.

¡Uuufffffff! -suspiro soltando despacio el aire.

Seco el sudor de la frente, que se ha incrementado con la terrible decisión. Tomo aire por la nariz, suelto por la boca… varias veces. Estoy tratando de recuperar aliento, tensar mi cuerpo con fuerzas para que no me fallen en el ataque. No he de cometer errores. Puede que no tenga más de una oportunidad, o dos si reacciono con rapidez al primer movimiento enérgico con el brazo. Aprieto la mano, tal y como me dicen en el Centro de Donación de Sangre para activar la musculatura de la extremidad.

El reloj dice que… ¡llevo quince minutos en la cocina pensando! He de darme prisa, pero con la debida cautela. No me he calzado las zapatillas cuando me he levantado, para hacer menos ruido y no molestarle a ella, como siempre…

-¡Ya estás con esos ruidos tuyos!

-Son las zapatillas, lo siento, ya me quito… -los reproches se reproducen cada momento en todos los rincones de mi vida.

He salido de la cocina y camino paso a paso por el corredor que lleva al dormitorio. Desde aquí oigo cómo su cuerpo está en la habitación. Seguramente ha aprovechado para invadir toda la cama, como siempre que me ausento. También es verdad que, conforme avanza la mañana, ella disminuye su actividad, hasta que llega el día… entonces me voy de casa, desaparezco de su círculo vital, evitando sus andanadas.

Decido agacharme antes de llegar a la puerta. Un instructor de mi época de estudios, que se llamaba Torrecilla, decía:

-Al agacharte, reduces silueta y el enemigo tiene menos blanco para hacer impacto con su arma.

Toda la razón tenía el ser humano de pequeña estatura, gran agilidad y una puntería con las armas cortas que rozaba la perfección.

Desde el marco de entrada compruebo que ella sigue más o menos donde la había dejado. El sonido que emite delata su posición exacta. La luz de las farolas sigue entrando por la ventana abierta. Excepto ella y el suave movimiento de algunas ramas de los árboles son todos los sonidos que puedo escuchar. Un momento… otro ruido extraño… ¡ah, ése es el bombeo de mi corazón! ¿No?

Ella ha notado la presencia de alguien cerca. Aunque no puede ver mucho desde la posición que ocupa en la cama, siente el aroma del cuerpo de él:

-Está a punto de volver… creo -dice ella en su interior- su olor es… peculiar. Me embriaga demasiado, haciéndome caer en unos instintos… ¡Madre mía qué hombre!

Ser novato en las lides de atacar a un ser vivo, en lugar de defender su existencia, es complicado para un Agente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, firme creyente de la de la Virgen del Pilar y religión católica…

-¿Qué estoy pensando ahora? No me olvido de ella, que reposa en mi habitación, es la culpable de las heridas, de las cicatrices, incluso de algunas marcas en mi cuerpo desde hace… hace tanto que ni recuerdo.

El ruido, que sonido sería considerarlo algo benévolo, continua atacando mi cabeza. Sigo sin tener ni pizca de sueño. La tensión está dentro de todo mi cuerpo. Pienso cómo ejecutar el ataque… de forma que ella no tenga escapatoria. Voy a aprovecharme bien de la iniciativa, que me corresponde como ejecutor. Tengo varias posibilidades:

-Saltar sobre ella y descargar la energía desde el hombro hasta la última falange de mis dedos, que atenazan la herramienta favorita.

¿Y si ella se mueve un poco y fallo?

La somnolencia será algo determinante para que pueda intentar un segundo golpe con idéntica fuerza y corregido el punto de mira.

-Puedo entrar agachado, llegar a sus inmediaciones y medir bien el golpe hacia su cabeza… mejor el cuello: seccionado del tronco reduciré su posibilidad de alarma y escape.

Se caen otro par de goterones de sudor desde la frente sobre mi rodillas. El agua salina de mi cuerpo ha variado de temperatura: es fría. ¿Estaré evaporando tensión, odio, alivio, deseo? Me detengo un momento a analizar si la muerte finalizará todo el sufrimiento que tengo dentro de mí, si la condena que recibiré compensa la acción que voy a efectuar, si ella merece esto… o no.

La respiración se ha acelerado un poquito. Cuento las pulsaciones: 85, más o menos. No estoy nervioso. Esa sensación me da la respuesta: la solución es acabar con ella cuanto antes mejor…

Entrar agachado es la mejor opción. En las películas americanas sólo están erguidos al aparecer en una habitación los malos, malotes. Yo no soy bueno… ¡soy cojonudo! Así es, tengo que animarme yo, porque estoy sólo contra ella… “¡Sólo puede quedar uno!”, decían en la película “Los Inmortales”.

Camino en cuclillas, junto a la pared, a tientas con la mano izquierda. Apenas está a dos metros y medio, aproximadamente. La iluminación es estupenda, pero no puedo dejar que un pequeño ruido alerte de mi presencia, alejado de mi habitual lugar en el dormitorio. Un momento… no oigo nada. Me detengo inmediatamente. Cuento mentalmente hasta cinco y recupero el punto donde ella estaba. Se ha movido un poco, pero sigue estando en su sitio preferido: al lado de mi almohada, como siempre durante tantas noches… demasiadas.

Al ver su cuerpo miro mi mano derecha. Allí está el arma que he seleccionado para acabar con ella, con mis problemas, sufrimientos, heridas físicas, quizá las mentales desaparezcan también esa misma madrugada, pero…

¿Quién coño soy yo para decidir sobre la vida de otro ser vivo? ¿En qué se convierte un humano cuando se arroga la posición de Juez, Parte y Ejecutor? ¿Cómo voy a vivir el resto de mi existencia con el recuerdo de ella en mi memoria? ¿Permanecerá su espíritu en la habitación, en la cama, en el colchón, en las sábanas? ¿Y en el resto de mis pensamientos durante el día o la noche? ¿Qué dijo aquél poeta que cantaba “Diecinueve días y quinientas noches”? ¿Y si hay otra solución?

Veo la opción B. Pongamos que no ejecuto acabar con… ella. ¿Qué gano? Puedo pedir que se vaya de casa. Al fin y al cabo es propiedad mía, no comparte ningún gasto; consume poco, pero igual un cambio de aires… nos va mejor para ambos; no soy la única persona de este mundo que podría ser atractiva para ella. “Todos somos prescindibles”, incluso en los mejores momentos. No impediré su marcha, ni pondré dificultades… Después de todo, “a este mundo vinimos con poco equipaje”, según algunas liturgias.

He sido adiestrado durante años por diferentes especialistas en Protección e Investigación. La mejor recompensa es el oportuno sentimiento de agradecimiento interno. Conocer a asesinos, conducirlos ante los Justicias ha sido un trabajo muy bonito durante veinte años…

Estoy apoyado junto a los pies de la cama. Ahora sí que estoy cerca. Miro por encima, sin asomar más que el ojo derecho y veo su figura. Es esbelta para su edad, condición y buena alimentación. La naturaleza ha sido generosa con ella. Recuerdo que en mi imaginación, siempre que permanecía callada, parecía guapa, hermosa y más que bella.

-¡Maldita sea! ¿Qué hago con ella? -pienso.

Ha costado mucho llegar donde trabajo, pese a que muchos de los encargados tienen poco o ningún aprecio a mi labor. Los ratos que he conseguido de felicidad han sido maravillosos…

-¿Por qué tirar todo por la borda del Titanic de esta vida perra? -los pensamientos se agolpan dentro del auténtico frontón de mi cerebro.

Se acabó: ¡Ya vale de pensar! En un rápido movimiento dejo el arma en el suelo y salto sobre la cama. La sorpresa ha sido decisiva, como había planeado. Ella ni se ha inmutado hasta que he tenido su cuello entre mis manos. Ha girado su cuerpo entero hacia mí. Sus dos ojos, compuestos por miles de facetas sensibles a la luz, y otros tres más pequeños llamados ocelos, tan abiertos que casi saltan de su cabeza, me miran atónitos. Puedo ver su lengua al pie de la boca…

-¿Qué haces? ¡Ay, mi cuello! ¡Oye, me ahogas! -dice ella en su fuero interno.

-Creo que debes irte de casa… por tu seguridad y mi consuelo -susurro ante la expectación de un futuro casi nulo-… no sé qué podría hacerte en este mismo instante, después de toda la noche en vela, tras un par de pastillas, plátano con miel, este calor y las marcas que has dejado en mi cuerpo durante todos y cada uno de los últimos días…

Ella casi no parpadea, o por lo menos no aprecio ese hecho. No puedo dejar de apretar el cuello, ya que es la única forma de continuar dominando la situación. ¿Qué hago ahora?

-Tu futuro es mío… mi pasado no existe ya… ¡mi vida es mía! ¡necesito dormir y descansar de una Santa vez! -digo en voz alta a ella.

-No digas eso… me estás dando mucho miedo… ¡Déjame en paz! ¡Me estás haciendo daño! -dice ella, en tanto apenas hace ruido al toser para intentar conseguir aire- Podemos hablar, negociar… no es el final… nos podemos dar un tiempo… espera…

Alzo su cuerpo a la vez que me incorporo de la cama. Delante de mí va desnuda entre mis manos, sin soltar en ningún momento su pescuezo. Tampoco ella aparta su mirada de mis ojos. Recorro lento y seguro el pasillo hasta la entrada de casa. Abro la cerradura tanteando con la mano izquierda. No puedo apartar la vista de ella, que intenta hipnotizarme constantemente. Una vez abierta la puerta, enciendo la luz del descansillo para confundir y desvelar nuestros respectivos cerebros. Acerco mi rostro a sus ojos y me despido:

-¡A tomar por culo mosca de los cojones!

He cerrado la puerta rápido. También he comprendido el alivio de no haber ejecutado a otro ser de la naturaleza… aunque piense que tanto me molestaba un insecto…

Al volver a la cama, caigo dormido antes de apoyar por completo la cabeza en esa almohada especial para las cervicales. La tranquilidad, el silencio han vuelto a mi cabeza. Mi esposa, que duerme al lado siempre, acaricia mi pelo de manera inconsciente y rítmica. La quiero tanto… ¡que no aguantaría que nadie la hiciera daño! ¡Y a una mosca tampoco!

Texto:© Alonso Holguín, F.J., 2018

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