EL TROFEO, por Jose Ramón Gómez Cabezas
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EL TROFEO
Por José Ramón Gómez Cabezas
(Presidente de Novelpol)
Tantas veces soñé este momento. Y ahora estoy aquí varado ante su puerta.
Encabronado, golpeo con mi hombro el muro que separa mis sueños de su realidad. El dolor lacerante me recuerda que aunque quiera no podré.
Me cago en todas las películas de acción.
Recurro al plan B, el de los débiles, y aporreo el tabique de madera, primero con un tiesto de barro que encuentro a mano y luego con el macetero de forja.
Grito, pero ella no me escuchará, estoy seguro.
Mi insistencia alcanza su objetivo y finalmente consigo abrir una brecha en la puerta. Las pequeñas astillas de la fisura se clavan rencorosas en mis dedos mientras intento acceder desde fuera al picaporte interior. Metáforas de la vida, ya ves.
Sobre el umbral de la entrada me vuelvo a detener; un atisbo de lucidez se abre paso en medio de mi locura. El remanso de calma que encuentro en su entrada se hace cómplice de la sensatez del momento y reparo en detalles.
El único rayo de luz que penetra por la contraventana a medio cerrar ilumina un pequeño tendedero del que pende, como un ahorcado, un sostén negro.
Lo que hubiera dado yo por ese trofeo cuando la observaba desde mi terraza secar al sol su larga melena.
Reparto la mirada por el resto de la sala de estar. Tan solo algunos muebles y cuadros lo diferencian de mi apartamento. A la derecha estará su dormitorio. Justo debajo del mío.
Suspiro profundamente y siento flojear mis piernas. El hedor que ahora percibo me devuelve al motivo de mi allanamiento.
Me lanzo desesperado hacia la puerta del dormitorio.
Abro con cuidado, como temiendo despertarla, y tengo que detener el primer vómito. No lo consigo. Apoyo una mano contra el marco, me inclino sobre el vano y tras un par de arcadas restos oscuros del almuerzo van a parar a su moqueta.
Me recompongo todo lo rápido que puedo y al incorporarme quedo aturdido descubriendo la sangre que oscurece la puerta del dormitorio.
Consigo domar una nueva arcada.
Busco un pañuelo para taparme la nariz. No encuentro nada y no dudo en quitarme la camiseta y apretarla contra mi cara para evitar el olor.
Al pasar los brazos por las mangas encuentro el origen de los restos púrpura en la puerta. Son míos: algunos de los cortes que me produje al entrar al piso no dejan de sangrar.
Ya no tengo nada a mano para cubrir mis heridas. Vuelvo la cabeza y de un solo impulso descuelgo el sujetador. Lo enrollo en mi mano y, decidido, penetro en la alcoba.
Vuelvo a quedar inmóvil. Allí está ella.
Apenas intuyo su cuerpo hinchado, envuelto en una mortaja que antes fue blanca. Una almohada cubre su cabeza y la sábana empapada deja entrever una de sus piernas revestida por una costra de sangre que invita al banquete a moscas y larvas.
Las arcadas, que retornan, encuentran ahora mi estómago vacío. Suelto una lágrima mientras me acerco al cabecero para despedirme.
Puta vida esta.
Levanto el almohadón y salgo de allí en dos zancadas.
Atravieso el umbral de mi puerta, apoyo la espalda contra el marco y me dejo caer hasta el suelo.
Con la mano intacta, acaricio el trofeo que envuelve mis heridas y sonrío.
No era ella, me digo. No era ella.
Texto ©José Ramón Gómez Cabezas – Todos los derechos reservados
Publicación © Solo Novela Negra – Todos los derechos reservados
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