El síndrome de Bonnie & Clyde por Osvaldo Reyes
El síndrome de Bonnie y Clyde
Parafilias potencialmente letales – primera parte
Osvaldo Reyes
Según el DSM-5, el manual estadístico y diagnóstico de desórdenes mentales publicado por la Sociedad Americana de Psiquiatría, las parafilias se definen como “cualquier interés sexual intenso y persistente, más allá del interés sexual provocado por la estimulación genital o las caricias preparatorias consensuadas con un compañero humano fenotípicamente normal y fisiológicamente maduro”. Aunque las mismas se salen de los estándares conocidos y aceptados por la sociedad, no se consideran significativos desde una perspectiva clínica. Si la misma le causa estrés al individuo o afecta su desempeño diario, entonces estamos ante la presencia de un desorden parafílico que requerirá tratamiento.
Dentro de estos últimos existe un grupo en particular peligroso. Las parafilias potencialmente letales, conocidas así porque ponen en peligro la vida del paciente o la de otros. En próximos artículos pretendo discutir cada una de ellas con mayor lujo de detalles, pero quiero centrarme hoy en una en particular: las hibristofilias.
¿Qué es la hibristofilia? No es más que la excitación sexual que se obtiene como respuesta de mantener una relación con una persona que ha cometido algún crimen, lo que puede i del simple engaño al asesinato. Esta condición puede llevar al afectado a ponerse en situaciones de peligro o incentivarlo a romper la ley, en un intento de ayudar al objeto de su deseo.
En la cultura popular se le conoce como el síndrome de Bonnie y Clyde, en honor de la célebre pareja que, en la década de los 30, perpetró una serie de robos que los elevó a la lista de “enemigos públicos”. Bonnie conoció a Clyde Barrow mientra trabajaba como camarera (1930). Un par de meses después cometía su primer crimen al pasarle un arma de contrabando a su novio, que ya estaba en la cárcel. Con su ayuda, él y algunos de sus compañeros pudieron escapar, solo para caer en manos de la justicia una semana más tarde. Después se les unió en varios atracos y cuando la atraparon, argumentó que la banda de Barrow la había secuestrado y obligado a participar en los robos, con lo que consiguió la dejaran en libertad. Los años subsiguientes sirvieron para cimentar su leyenda, romantizada por los medios, a pesar de cargar múltiples cadáveres en su haber. Finalmente, el 23 de mayo de 1934 fueron abatidos en una emboscada de la policía. Lo curioso es que, cuando la policía interrogó a algunos de los sobrevivientes de la banda, como W.D.Jones y Ralph Fults, aseguraron que Bonnie jamás tomó un arma. Se enamoró de Clyde y lo acompañó en sus fechorías hasta el día de su muerte.
Dudo que Bonnie se imaginara que, en un futuro, una enfermedad mental llevaría su nombre, pero no fue la única afectada. Muchos asesinos en serie reciben cartas de admiradoras y algunos logran casarse, enamorándose por correspondencia. Kenneth Bianchi y Angelo Buono Jr., mejor conocidos como los “Estranguladores de la colina” (Hillside stranglers), cometieron un total de diez asesinatos en conjunto (Bianchi fue responsable de dos más en solitario) entre octubre de 1977 y febrero de 1978. En 1980, ya en prisión, empezó una relación con Verónica Compton y la convenció de que estrangulara a una mujer para hacerle creer a la policía que el verdadero culpable seguía libre. Su plan incluía una violación instrumental y el uso de un condón lleno de semen, que le hizo llegar escondido dentro de un libro (recordemos que no había pruebas de ADN) para sustentar sus argumentos de inocencia. Al final, todo el plan se derrumbó. La víctima de Verónica escapó y ella fue sentenciada a prisión por intento de asesinato. En la cárcel entró en contacto con otro asesino en serie (Douglas Daniel Clark) que decapitó siete mujeres con la ayuda de su esposa. Verónica mantuvo correspondencia con Douglas, aunque niega que se hubiera enamorado de nuevo. De quien sí se enamoró fue de James Wallace, un profesor de ciencias políticas de la Eastern Washington University. Le escribió una carta en 1987, después de escuchar una charla que dio en prisión. La correspondencia se tornó habitual y bilateral, lo que llevó a que dos años después Wallace se divorciara de su esposa de más de 38 años y se casara con Compton en una ceremonia en prisión. En el 2003 salió libre y publicó un libro titulado “Comiendo cenizas: buscando la rehabilitación en el sistema penal de los Estados Unidos” con el nombre de Verónica Compton-Wallace. Si esto significa que la señora Compton se curó de su hibristofilia o que Wallace sufre de una, se lo dejo a los expertos.
Ted Bundy, el célebre asesino en serie y violador, se casó poco antes de ser sentenciado a morir en la silla eléctrica (10 de febrero de 1980), aprovechando una extraña ley de Florida que permitía que una declaración de matrimonio, en presencia de un juez, se considerara un matrimonio legal. Gracias a esto, en medio de los interrogatorios, le hizo la pregunta a su prometida y ella aceptó. Su nueva esposa se llamaba Carole Ann Boone y la conoció en 1974 cuando ambos trabajaban para el Departamento de Servicios de Emergencia, una entidad del gobierno que se involucraba en la búsqueda de mujeres perdidas (como las que Bundy mismo hizo desaparecer). Como dato curioso, Boone tuvo una hija en octubre de 1981 y en los registros de nacimiento Ted Bundy aparece como el padre. Eso quiere decir que salió embarazada cuando ya estaba sentenciado a muerte, lo que puede parecer imposible, pero era sabido que los policías del sistema penitenciario aceptaban sobornos para permitir visitas conyugales, por lo que cabe en el reino de las posibilidades. Sin embargo, el caso de Boone no fue el único. Ted recibió cientos de cartas de admiradoras durante los juicios y una de ellas logró asustar al mismisimo Bundy. La mujer decía llamarse Janet y Ted solo le respondió una vez. Janet le escribió de vueltas con estas palabras: “Recibí la carta que me escribiste y la volví a leer. La besé y la mantuve cerca de mí. No me avergüenza decirte que estoy llorando. No sé cómo podré soportarlo. Te amo mucho, Ted”. Cuando Janet empezó a aparecerse en los juicios y a sentarse cerca de él, Bundy le escribió a su esposa y le dijo “Allí está, contemplándome con sus ojos dementes, como una gaviota que estudia a una almeja. Puedo sentir como me echa la salsa picante encima”. Estas palabras viniendo de una persona con más de treinta asesinatos en su prontuario sugieren que esa mirada era algo de otro mundo.
El 20 de julio del 2012 James Holmes entró en un cine en Aurora, Colorado, durante la presentación de The Dark Knight Rises (Batman: El caballero de la noche asciende en Hispanoamérica y El caballero oscuro: La leyenda renace en España), lanzó granadas lacrimógenas y empezó a disparar a mansalva. El conteo final fue de doce muertos y setenta heridos. A Holmes lo arrestaron poco después y lo sentenciaron, por razones de demencia, a doce cadenas perpetuas (por los asesinatos) más 3318 años adicionales por los heridos y por poner peligro a otras personas al dejar bombas en su apartamento, que tuvieron que ser desactivadas al día siguiente. La masacre recibió mucha publicidad, ya que se insinuó que Holmes llegó al cine disfrazado del Guasón (se pintó el cabello de naranja, pero los que conocen al enemigo de Batman saben que el color del Guasón es el verde), pero es una de esas leyendas urbanas que se niegan a morir. Sin embargo, su cabello fue uno de esos atributos que consiguió que miles de mujeres le escribieran. En la mayoría de ellas le dicen además que es hermoso, que tenía manos fuertes y bonitos ojos. Como detalle particularmente preocupante, muchas de estas cartas terminan diciendo, palabras más o menos, que “lo que necesites, lo haremos”. ¿Recuerdan a Verónica Compton?
El fenómeno no es exclusivo del género masculino ni son las mujeres las únicas que presentan esta parafilia. El 23 de junio de 1993, Lorena Bobbitt, aduciendo que su esposo la había violado (algo que en el juicio surgió como un acto recurrente en el matrimonio), esperó a que se durmiera, fue a la cocina, tomó un cuchillo de 8 pulgadas y regresó a la habitación, donde procedió a cortar su pene. El violento hecho ganó notoriedad internacional y miles de personas siguieron el juicio. Al final, Lorena fue declarada inocente por razones de locura temporal. Sin embargo, durante el juicio, recibió varias propuestas de matrimonio, aunque no en el volumen visto con los casos anteriores. En otro ejemplo, en febrero de 2014, Joanne Dennehy fue sentenciada a cadena perpetua, acusada del asesinato con arma blanca de tres hombres y el intento de asesinato de dos más. Dennehy, catalogada como una asesina en serie, cometió los crímenes con sus propias manos, pero sí recibió ayuda para disponer de los cadáveres o para obtener coartadas, de tres hombres diferentes.
El caso de Dennehy permite hacer una distinción entre dos tipos de hibristofilias. La hibristofilia pasiva es más frecuente y es la que describimos en los casos de admiradoras escribiéndoles cartas a los asesinos en serie. No pasan de una percepción imaginada de romanticismo, donde el afectado piensa que puede hacer cambiar al asesino con la fuerza de su amor. El otro caso, más grave, son las hibristofilias agresivas donde el acompañante comete crímenes o ayuda en la ejecución de los mismos, muchas veces sin tener una razón o conciencia de por qué lo hace. Los seguidores de Dennehy pertenecen a este último grupo.
Así que, si sienten fascinación por los asesinos en serie, no se preocupen. No están solos, mientras que no se sientan tentados a escribirles para iniciar una relación a distancia. Si es así, guarden la pluma y llamen a su psiquiatra más cercano.
Es mejor prevenir que lamentar.
©Artículo: Osvaldo Reyes, 2022.
Visitas: 213