EL COMISARIO de Txema Arinas

Aquella mañana el comisario Caño se levantó de la cama convencido de que no volvería a ver amanecer. Después del escándalo de los últimos días sabía que todo había acabado para él. Al menos en lo referente a su futuro profesional. Pero claro, qué era él sin su placa, sin la autoridad que derivaba de esta y que era, para qué negarlo, su manera de estar en el mundo, la única que conocía o de la que era capaz. Cincuenta años de profesión tirados a la basura por culpa de un chivato. El caso es que siempre se había creído a salvo de los chivatazos porque para algo ellos lo controlaban todo, desde al más chanchullero y bocazas director del periódico digital más tirado de la red al juez más mediático y ambicioso del Tribunal Supremo. Quién le iba a decir que alguien acabaría yéndose de la lengua y que ese alguien sería él mismo.

Pero quiénes eran ellos, se preguntaba Caño mientras se miraba en el espejo del baño antes de evaluar la largura de los pelos de su barba por si tenía que recortárselos. Pues quiénes iban a ser, vaya pregunta. Los de siempre, los de toda la vida. Qué más da el partido que estuviera al mando, si para un mandado como él, un soldado como se había visto a sí mismo durante todos estos años, siempre eran los mismos porque por algo siempre mandaban lo mismo. Ellos eran los “Patriotas”, así con mayúsculas, los que sabían lo que le convenía o dejaba de convenir al país, la gente de orden y mando que el pueblo había elegido para dirigir los destinos del país, o al menos eso era lo que había que creer para no pecar de demagogo, populista, antisistema, de terrorista incluso, toda esa gente que de haber tenido él la ocasión, siquiera el tiempo suficiente para preparar las correspondientes pruebas falsas o lo que se terciara según la ocasión, habría ido a parar directamente a la trena. Vamos, los Patriotas eran los que cortaban el bacalao para decirlo como se dice en la calle, donde todo se sabe, se dice de todo y luego nadie se acuerda. Y quién era él para discutir nada a la gente que dirigía el cotarro, los próceres de la nación y que por eso aseguraban la estabilidad del país, lo defendían de sus supuestos enemigos, en su caso internos antes que externos. y todas las demás mandangas al uso que se había estado repitiendo a sí mismo cada mañana durante años para justificar las más que evidentes tropelías, cuando no verdaderos delitos debidamente tipificados en el código penal, y que a él, por supuesto, le habían salido siempre gratis. Lo dicho, un puto mandado, un esbirro al servicio exclusivo de los Patriotas. Acaso también uno de ellos. O al menos eso le gustaba pensar al comisario Caño porque así le daba sentido a su trabajo y hasta cierto empaque para cuando, llegado el caso, pudiera contarle a los suyos, en realidad a todo el mundo, todo lo que había hecho por el país. Sí, sí, para dárselas de héroe, un salvapatrias en toda la regla. Ahora bien, el comisario Caño sólo había sido la mano ejecutora de los Patriotas, porque, eso sí, los criterios sobre quién o qué ponía en peligro a la Patria, a quién había que eliminar civil y llegado el caso incluso físicamente, los decidían ellos, que para algo eran tan listos y estaban al tanto de los entresijos que regían los destinos del país. Entresijos que él siempre había asegurado que escapaban a su entendimiento, si bien que, en parte porque eso era lo que él creía que ellos esperaban que dijera como muestra de total sumisión, como porque durante mucho tiempo creyó a pies juntillas que los enemigos de los que hablaban los Patriotas eran los mismos que los de la Patria. Aquí ya no importa mucho si debido también a que su visión de las cosas había estado siempre condicionada por una obediencia ciega al orden y la ley encarnados casi exclusivamente en la palabra de los de arriba, los Patriotas de verdad, qué más da si con pulsera rojigualda o americana de pana.

Y la verdad es que todo va sobre ruedas mientras te limitas a cumplir órdenes lo mejor que sabes, mejor incluso de lo que ellos esperaban porque sabes que tienes dotes para lo que te encargan, incluso un talento innato para el trabajo sucio, esto es, para fabricar pruebas falsas, forzar a terceros a dar testimonios falsos o hacer desaparecer lo que haya que desaparecer por el bien de la Patria, siempre por la Patria. Entonces acabas recibiendo por ello todo tipo de felicitaciones y algún que otro galardón. Y eso como si la autoridad que emana de su placa, y muy en especial la impunidad que le otorga trabajar para quien trabaja, no fuera poca recompensa para ir por la vida como un campeón, un Cid de tu tiempo. Porque claro que tienes tus dudas, exclama el comisario Caño frente al espejo apartándose apenas unos centímetros de éste como si la imagen que ve reflejada en él le provocara una repentina repulsa. Cómo no las vas a tener cuando estás infringiendo la ley de continuo en nombre de una razón de estado que a veces, pero sólo a veces, parece confundirse demasiado con los intereses personales o privados de ciertos patriotas y ciertas empresas que con el tiempo los acaban teniendo en nómina. Pero no dices nada porque hace ya tiempo que has asumido quién eres, a qué te dedicas y sobre todo para quién y por qué. Todo por la Patria, qué más da que ésta parezca ser el coto privado de unos pocos y muy poderosos en exclusiva. Defender a la Patria lo justifica todo, y si la Patria es poco más que los intereses de los Patriotas, o de aquellos para los que en realidad trabajan estos, pues no pasa nada, él también ha sido siempre un patriota a su manera.

Así hasta que un día le encargan fabricar pruebas falsas para acabar con el crédito del líder de una formación política que prácticamente ha salido de la nada y que amenaza a los Patriotas con levantar las alfombras donde ocultan sus vergüenzas. Al comisario Caño, la verdad sea dicha, le encantó aquel encargo porque pensaba que a ninguna persona de orden como él, a ningún patriota, le podía caer bien ese líder estropajoso con su incendiaria retórica al estilo de la de esos líderes de aquella revolución de octubre que cambió el mundo, o al menos eso creyeron estos durante décadas. Ni él ni ninguno de los iluminados que lo acompañaban recién salidos de los seminarios de ciencias políticas de las universidades del país o antiguos subversivos que permanecían en la reserva como consecuencia de los sucesivos fracasos electorales de sus alternativas cada vez más hacia la insignificancia histórica.

Y fue tanto el entusiasmo  del comisario Caño en fabricar pruebas en las que se acusaba a la nueva formación política, designada por la divina Providencia para asaltar los cielos, de estar financiada por los enemigos de la Patria, esto es, supuestos documentos de cuentas bancarias falsas, supuestos chanchullos administrativos o fiscales de muchos de sus miembros, supuestos escándalos que ponían entredicho la inmaculada virginidad con los que los nuevos salvadores de la Patria habían saltado al ruedo político en su ámbito privado, que al final se relajó como nunca antes se había relajado en el cumplimiento de sus funciones dejando un reguero demasiado largo de pistas en su contra.

Así que cuando el comisario Caño tuvo las primeras noticias de que venían a por él con pruebas de las de verdad, que le habían pillado como el principal inductor de una campaña dirigida a desacreditar a un partido político en lo que era una escandalosa maniobra de las llamadas cloacas del Estado para pervertir las reglas del juego democrático, enseguida supo que los Patriotas le habían dejado solo, que se la habían jugado. Porque si los Patriotas hubieran querido nada de eso se habría sabido. Pero claro, también reconocía el comisario Caño mientras se levanta con una mano los escasos y ralos cabellos que todavía le quedan poco más allá de la frente y hasta se permite bromear con lo absurdo que sería aplicarse el tinte de todas las semanas para aparentar una edad que dejará de ser eterna ese mismo día, lo del estropajoso y su  camarilla de revolucionarios de nueva hornada le había parecido demasiado fácil, pecata minuta en comparación con otros trabajos que había tenido que hacer y que habían requerido algo más que la mera manipulación informático o la colaboración interesada de gacetilleros dispuestos a todo con tal de seguir disfrutando de las ventajas de estar siempre al arrimo de los Patriotas. Todas las pruebas de la manipulación mediática apuntaban hacia él porque así lo habían descubierto y publicado hacia apenas un par de días uno de los pocos medios, por supuesto que digital, que todavía se jactaban y hasta se atrevían de hacer periodismo de verdad, esto es, de seguir el rastro de lo que todo el mundo sospechaba como una campaña sucia pero pocos se tomaban la molestia de demostrarlo por si acaso.

Y por eso mismo, porque esos incautos de la prensa todavía pEretendidamente independiente habían descubierto la enésima campaña sucia de las cloacas del Estado y no había manera de desmentir las pruebas que apuntaban hacia el comisario Caño como es principal culpable material, éste sabía que, si ni lo había sido ya, pronto sería abandonado por los Patriotas cual un Jesús renegado por Pedro. De modo que tomó una decisión que venía a ser lo mismo que una carta de despedida antes de desparecer para siempre de este mundo, una que tenía más de arrebato vengativo, rencoroso, que de plan alguno para intentar salvar el pellejo in extremis. El comisario Caño decidió contarlo todo a esos mismos periodistas independientes que lo habían puesto en la picota mediática. Y el caso es que a medida que desvelaba buena parte de los asuntos sucios que le habían designado los Patriotas de turno durante años, que lo hacía con todo tipo de datos y hasta algún que otro documento irrebatible, el comisario Caño también era consciente de que todo se había acabado para él. En efecto, sabía que para entonces sólo le quedaba una salida digna. Y por eso mismo, junto a la evidencia de que a sus años sin fuerzas ni ganas para iniciar una nueva vida en otra parte, el comisario Caño sabía que lo único que le quedaba por hacer una vez levantado de la cama y asearse lo imprescindible para conservar cierta dignidad, era pegarse un tiro antes de ir a parar con sus huesos a la cárcel, es decir, de donde no saldría vivo porque estaba seguro de que ya se encargarían ellos, los Patriotas a los que había traicionado, de mandarlo a una donde los presos harían cola para desquitarse por las putadas que él les habría hecho en el pasado, cuando no única y exclusivamente por algún que otro beneficio penitenciario de mierda. Y en eso estaba, ya fuera del baño y de camino a la mesilla de noche donde guardaba su arma reglamentaria, vestido únicamente con el pantalón del día anterior y la camiseta interior, cuando de repente sonó su móvil encima de la misma mesilla.

-…

-Caño, Caño, no pierdas la cabeza. Aquí nadie te ha abandonado.

-…

-Le estás dando demasiada importancia a lo que no tiene.

-…

-Pues si tienes que ir al juzgado a declarar vas y punto. Pero te prometo que ningún juez te va a mandar a cárcel. ¿No nos hemos ocupado siempre de ello?

-…

-¿Pero todavía crees tú que a la gente le importa una mierda lo que hagan o dejen de hacer las cloacas del Estado? No te engañes, aquí sólo se rasgan la camisa de verdad cuatro gatos, el resto según en qué bando les pille. Créeme si te digo que la mitad o más del país estaría dispuesta a otorgarte una medalla por todo lo que has hecho, hemos hecho.

-…

-Chorradas. Todo este revuelo durará a lo sumo un par de semanas. Después saltará otro escándalo y ya nadie se acordará del comisario Caño. Y si no ya nos encargaremos nosotros de que eso sea así.

-…

-¿Pero cuándo, Caño, cuándo hemos dejado en la estacada a uno de los nuestros?

 

Texto: © Txema Arinas, 2019.

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