Diagnóstico: Suicidio
MENCHU GARCERÁN| Albacete
John buscó protección entre las sombras del callejón. Apestaba. Las inmundicias de los contenedores de basura llegaron hasta su nariz, pero no lo notó. Caminó hacia adelante con pasos seguros. Era un hombre con un objetivo.
Se aseguró de que en el bolsillo de su abrigo de cachemira seguía la pistola que un conocido le había proporcionado sin hacer preguntas. Bien. Porque no quería responderlas. Subió los escalones cochambrosos que daban a un almacén abandonado, empujó la puerta metálica y entró. Miró a su alrededor en busca del lugar adecuado. Sí. Debajo de la ventana, opaca por el polvo de los cristales, estaría bien.
Se situó debajo. Sacó la pistola, metió el cañón en su boca y sin un temblor, sin ningún gesto de titubeo, apretó el gatillo.
‒¡No se ha suicidado!
La chica se inclinó sobre la mesa donde estaba sentado el policía.
‒Señorita, tranquilícese.
Ella se enderezó y lo miró con furia.
‒No pienso tranquilizarme hasta que alguien me haga caso. Mi padre no se ha suicidado.
El hombre la miró con lástima. No era la primera vez que un familiar negaba la evidencia.
‒Ya me encargo yo, Smith.
La aparición del capitán de la comisaría tranquilizó al agente, que ya no sabía cómo convencer a la chica. Esta se volvió hacia el recién llegado, que le indicó que lo siguiera.
‒Sí, jefe.
A ella le pareció joven para ser quien tenía la autoridad en aquel lugar, pero no le importó. Lo único que quería era que alguien le hiciera caso.
Entraron a un despacho rodeado de cristaleras, desde el que se podía ver toda la sala.
‒Siéntese, señorita Widman ‒le indicó la silla metálica situada frente a su mesa‒. Soy el capitán Huston. ‒Y sin transición, sin contemplaciones, pasó al tema que le interesaba‒. ¿Por qué cree usted que su padre no se suicidó? Las pruebas son bastante concluyentes.
La mujer lo estudió durante unos minutos. No se iba a dejar apabullar por aquel gigante con malas pulgas. Aunque no lo pareciera, ella también sabía jugar duro. Su aspecto delicado le concedía cierta ventaja sobre la persona que tenía ante ella. Un hombre grande, con ojos inquisidores que la observaban con tanta intensidad como los suyos a él.
‒Sé cómo era mi padre y cómo funcionaba su mente. Jamás se rendía.
‒Y a parte de ese acto de fe tan convincente hacia su padre, ¿Tiene algo que sugiera que no apretó el gatillo?
Ella esperaba que le negara lo que le había dicho y la despidiera con unas bonitas palabras de consuelo, pero él le había hecho una pregunta algo extraña.
‒Yo nunca he dicho que él no apretó el gatillo.
¡Vaya! La joven inocente sabía jugar.
‒Entonces…
‒Alguien lo obligó a hacerlo.
Él se acomodó en su sillón, se echó hacia atrás y la miró con condescendencia.
‒Eso es muy fácil decirlo. Tendrá que demostrarlo.
‒Capitán. Yo no tengo que demostrar nada. Yo estoy segura de lo que digo. El policía es usted. Es su trabajo demostrarlo, no el mío.
‒¿Y quién le dice que voy a buscar pistas en un caso tan evidente como éste?
‒Yo lo digo. Es más, estoy tan segura de que va a investigar como de que mi padre no murió por voluntad propia.
Huston empezaba a divertirse con la actitud de la dama. Tenía agallas. La provocó un poco más.
‒No voy a perder tiempo ni recursos en algo que está resuelto.
Ella se levantó, sacó un teléfono del bolso y pulsó algunas teclas. Después, lo dejó sobre la mesa, de manera que él pudiera leerlo.
‒Es su móvil. Estaba en casa. Lea el mensaje
Te has dejado pillar. Ya sabes lo que tienes que hacer
Él la miró con renovado interés. Desde el primer momento, había algo que no le cuadraba. Sabía que John Widman trabajaba como administrador para una organización de dudosa reputación. Un mes atrás, lo habían detenido y después de muchas idas y vueltas, lo habían dejado en la calle bajo fianza. Su muerte había sido muy conveniente. No se tragaba que se hubiera quitado del medio y por lo visto, su hija tampoco. Y he ahí, que ella aparecía con una pista tangible.
Ella leyó su mente con total claridad. Acababa de conseguir a un aliado.
‒Puede quedarse con el teléfono. Espero noticias suyas.
Antes de que él pudiera reaccionar, abandonó el despacho y la comisaría con un montón de miradas clavadas en su espalda.
No se había cerrado la puerta cuando Huston ya se había puesto en movimiento. Lo primero que hizo fue pedir que analizaran el teléfono y que buscaran al emisor de aquel mensaje tan explícito. Dos horas después fue consciente de que habían topado con un muro de hormigón. El teléfono no pertenecía a nadie, estaba apagado o roto y no había manera de saber dónde estaba. El único hilo que tenía para buscar al verdadero culpable de la muerte de Widmar, se había roto. Tendría que llamar a su hija y decírselo. Él tenía la certeza de que aquel suicidio no había sido voluntario. Conocía la organización y sabía cómo actuaban. Habrían amenazado con liquidar a su familia si él no eliminaba la única forma de llegar hasta ellos y él había cumplido.
Lanzó un suspiro cargado de frustración, al tiempo que escribía algo en el informe que tenía delante. Suicidio. Caso cerrado.
Texto © Menchu Garcerán. Todos los derechos reservados.
Publicación © Solo Novela Negra. Todos los derechos reservados.
Menchu Garcerán es una escritora española de novela romántica de suspense. Nació en Cartagena, (Murcia), aunque se trasladó con tan sólo un mes a Albacete, (Castilla La Mancha), dónde se crió y continúa residiendo con su marido e hijos. Estudió Magisterio en la especialidad de Filología hispánica y francesa. Ejerció como profesora durante un tiempo, antes de comenzar a trabajar en una residencia estudiantil los siguientes veinte años, dónde tuvo la oportunidad de dirigir durante cuatro años una revista. Actualmente, trabaja en el desarrollo programas culturales.
Fue la ganadora del premio internacional TERCIOPELO en 2010 con la novela La fórmula Deseada.
En el 2016 tuvo una mención especial en el Premio Harlequín (Harper Collins) con la novela titulada Alma
Ha publicado ocho libros con diferentes editoriales:
El viaje del presidente (2010)
Infiltrada (2011) Nominada a los premios DAMA y una de las novelas más vendidas en el último trimestre de ese año. (Reedición autopublicada en 2016)
El Último Carnaval (2013) Nominada a los premios DAMA.
La huida de Carol (2014) Nominada como mejor novela de suspense romántico nacional en los premios RNR.
Dos Viejos desconocidos (2014)
El palacio de invierno (2015) nominada como la mejor novela de suspense romántico en los premios DAMA
Territorio prohibido (2017) (Autopublicada)
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