Concurso Homenaje a los clásicos, Mientras la ciudad duerme por Borja Alonso

Extracto del relato presentado por Borja Alonso para el Concurso Homenaje a los clásicos

Mientras la ciudad duerme

 

La ciudad dormía. O, al menos, lo hacía la parte que no se dedicaba a labores que necesitaran de nocturnidad y alevosía. Los comercios ya habían bajado la persiana y los tenderos, maestros, camareros, obreros, perfumeros, timadores, alcahuetas y vendesinos ya habían dado por terminada su jornada. Los últimos barcos acababan de atracar en el puerto, para rabia de los estibadores, y los ciudadanos más rezagados se apresuraban a volver a la seguridad de sus casas echando vistazos desconfiados por encima del hombro.

Eran malos tiempos. A finales de los cincuenta la ciudad se encontraba en pleno declive. La renovación emprendida por la Soc. Redevelopment Authority no había podido mantener a flote una ciudad de ochocientos mil habitantes con una tasa de paro más que preocupante. El crimen, al igual que el moho, no paraba de crecer allá donde no alcanzaba la luz.

La primera tormenta de otoño limpiaba las calles y arrastraba los hedores a gasolina, las verduras chafadas y el humo hacia el alcantarillado; único motivo por el cual la ciudad se resistía a convertirse en un pozo de mierda. En noches como aquella los torrentes de agua formaban pequeños ríos por las guías del suelo asfaltado, llevándose a ratas y cucarachas por igual. En noches como aquella las farolas apenas podían competir con la oscuridad. En noches como aquella la lluvia no solo arrastraba la basura y los malos olores, sino que también limpiaba la sangre recién derramada y ahogaba los gritos de socorro.

El irlandés limpió la navaja. No necesitaba hacerlo pero le gustaba recrearse en el gesto.

—Esto va así, agente. —Señaló el cadáver que había tirado en el suelo entre ellos dos. Aún estaba caliente—. Os cruzásteis con dos rateros. No sabían que erais polis de incógnito y la cosa se complicó. Eran… no sé. Dos negros, por ejemplo. El más grande le clavó una navaja de mariposa en el cuello al idiota de tu compañero y para cuando sacaste la pipa ya se habían dado a la fuga. No podías hacer nada por tu socio, así que decidiste ir tras ellos hasta llegar al puerto. Una vez allí, les perdiste la pista entre los contenedores. ¿Todo claro?

El sargento Miller no apartaba la mirada del cuerpo que yacía boca abajo, inmóvil, con la cara encajada en la guía de la calle. Un torrente de agua lo rodeaba como un río bordea un peñón en medio del cauce. Hace unos instantes su compañero rebosaba vida y determinación; estaba dispuesto a cortar por lo sano con los chanchullos en los que andaban metidos. «No se sale de esta mierda así como así», pensó. «De hecho, una vez entras ya no hay vuelta atrás. Se lo dije y no me hizo caso… ¡Se lo dije, maldita sea!».

—He dicho, «todo claro», sargento Miller. —El irlandés volvió a empuñar la navaja mariposa que acababa de guardar. Goterones de agua discurrían por su filo hasta la punta—. ¿O acaso prefiere la versión en la que esos negros se cepillan a dos polis, en vez de a uno?

Miller conocía bien a ese irlandés. Era un miembro clave de la nueva banda que había comenzado a infectar las calles de la ciudad. Aún no se sabía el nombre de su cabecilla.

 

(Continuará)

 

©Concurso Homenaje a los Clásicos: Borja Alonso para Solo Novela Negra, 2021.

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