Concurso Homenaje a los clásicos, La dama del Impala negro por Verónica Villa Agudelo
Extracto del relato presentado por Verónica Villa Agudelo para el Concurso Homenaje a los clásicos
La dama del Impala negro
«Hago de toda mi vida la liquidación de la deuda que estaba contenida en una mirada que no se puede devolver». Marta Sanz. Black, Black, Black
—Eso usted ya lo sabe. En sus ojos puedo ver que entiende mejor que yo lo que significa alimentar una pasión sin importar su costo. Así que no encuentro razones para responderle por qué sigo empeñado en trabajar en un oficio que además de tenerme quebrado, lo único que me refrenda a diario es lo ruin que puede ser la humanidad.
Caliche Montoya hizo una pausa —una que quisiera describir como breve—, mientras aspiró el último rastro de nicotina de uno de sus cigarrillos sin filtro. Los tornillos flojos de su destartalada silla de cuero chirriaron ante el gradual movimiento que su esquelético cuerpo produjo al bajar los pies del escritorio, un armatoste parduzco donde alojaba papeles amarillentos y carpetas manchadas con refresco de malta. Apoyó los pies en el piso, acogió su rostro entre sus largos y cerosos dedos, y acariciando una delgada barba cuya carencia de bigote era compensada por las largas y anchas patillas que enmarcaban su angulosa mandíbula, me dedicó una mirada perspicaz y continuó su discurso con la arrulladora cadencia que caracterizaba su hablar.
—No Señorita Buenaventura. Lo que usted realmente quiere saber es si corre el riesgo de terminar como yo. Pero para ayudarle a descifrar eso, lo único que puedo ofrecerle es el origen de mi historia.
Llevaba menos de dos meses cumpliendo mi práctica en su despacho para graduarme como técnica en criminalística, decisión recriminada diariamente por mis maestros y compañeros, no solo por aceptar un trabajo sin paga, sino por hacerlo en lo que describían como un «antro sin prestigio». Pero como Caliche, quedaban pocos o ningún otro investigador privado en Medellín, y si quería trabajar con él debía ser ahora, antes de que la muerte reclamara su septuagenaria y curtida alma.
—Bien Caliche. Cuénteme entonces cómo se metió en todo esto.
Describirlo como lento sería quedarme corta. Volvió a subir los pies al escritorio, destapó una malta que sacó de una neverita escondida bajo el armatoste parduzco, la mezcló con leche, bebió un sorbo, encendió otro cigarrillo y al final, no dijo nada. Pasaron tantos minutos desde nuestra última interacción que cuando finalmente su grave y rasposa voz rompió el silencio, casi me salta el corazón.
—Uno no se mete en algo señorita Buenaventura, las cosas se le meten a uno. Y a mí lo que se me clavó entre las vísceras desde la tarde en que la mujer del Impala negro decidió mi sentencia, fue el bicho del crimen.
(Continuará)
©Concurso Homenaje a los Clásicos: Verónica Villa Agudelo para Solo Novela Negra, 2021.
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