Como triunfar en la nueva novela negra por Miguel Izu
La novela negra está de moda, pero no cualquiera novela negra. De este modo se llama a muchas cosas distintas, desde la novela-problema de Agatha Christie hasta las tramas de espías de Le Carré, pasando por los duros detectives de Dashiell Hammet y Raymond Chandler, el policíaco gastronómico de Vázquez Montalbán y Camilleri o las brumas nórdicas de Henning Mankellen y Stieg Larsson. Pero está claro que lo que más vende hoy con la etiqueta de novela negra, aunque algunos puristas discutan que lo sea, lo que ocupa más espacio-tiempo en los festivales negros, lo que más lee el público que pasa como aficionado al género negro, lo que más escriben los autores que se tienen por escritores de novela negra, lo que más reseñan los blogs y suplementos literarios es el thriller, que traducido al castellano viene a ser novela trepidante y adictiva en la que pasan tantas cosas que el lector se ve incapaz de dejar de leer por miedo a perderse algo.
La receta para triunfar con esta nueva novela negra, que no ha eliminado a las demás variedades pero las tiene arrinconadas, está a la vista. Fundamentalmente, consiste en acumular mucho de todos los ingredientes básicos necesarios para escribir una novela, sin miedo a la exageración.
Primero, personajes. Es bueno que haya muchos personajes, veinte o treinta, con diálogo. Por supuesto, entre ellos, los protagonistas, policías o detectives, sean profesionales o aficionados/casuales; añadamos la familia de los protagonistas; los vecinos; el tendero inmigrante de la esquina; un par de camareros; un cocinero con aspiraciones a una estrella Michelin; el forense con alguna afición particular como coleccionar restos humanos o algo; el político corrupto; el abogado sin escrúpulos; la mujer fatal; un par de amigos de la infancia; algunos matones; un hacker; un periodista avispado. Entre todos esos personajes, las víctimas, que conviene que sean unas cuantas, en torno a una docena. Nada de un solo asesinato, como en las desfasadas novelas de Agatha Christie. Hoy en día, Hercules Poirot no se dignaría a salir de su apartamento sin, al menos, media docena de fiambres. Para proporcionar a los lectores hambrientos de vísceras un cadáver cada veinte páginas conviene introducir un asesino en serie. El asesino, además, debe seguir alguna pauta inspirada en una obra literaria clásica, las canciones de un LP de vinilo, las pinturas de un artista renacentista, los meses del calendario maya o las profecías de San Malaquías. Con cada cadáver, deja una pista que va completando el mensaje. Si no tenemos un asesino en serie a mano, vale con uno que mate por venganza o dinero, pero a un grupo, de uno en uno; a los componentes de una orquesta sinfónica, a todos los jugadores de un equipo de fútbol, incluyendo los del banquillo, o a los quince candidatos que van por delante del asesino en la lista al Parlamento europeo y que obstaculizan sus aspiraciones políticas.
Especial atención a la pareja protagonista. Tienen que ser dos, con personalidades contrapuestas y en conflicto, pero con papeles complementarios. Si son hombre y mujer, miel sobre hojuelas por lo de la paridad y la corrección política. No pueden ser personas corrientes, tienen que constituir caracteres muy complejos y muy atormentados. Sobre todo el/la protagonista. Nada de una persona que hace su trabajo y luego se va a casa a cenar en familia, acostar a los niños y ver un rato la televisión. Tienen un triste pasado familiar (un padre alcohólico y abusador, una madre que murió joven, un hermano que se suicidó, un abuelo genocida, una infancia en el orfanato, un cónyuge desaparecido en un naufragio, un divorcio traumático, y a ser posible todo ello junto) que nunca han logrado superar. Agudos problemas con su sexualidad, son homosexuales que no se atreven a salir del armario, bisexuales que no se deciden a qué lado arrimarse, transexuales, adictos al sexo, impotentes o acomplejados por el tamaño de sus atributos. Tiene que haber sexo, claro está, pero no convencional, nada de vulgares relaciones conyugales, placeres solitarios o coitos de pago. Sexo salvaje con un sospechoso, quizás con el asesino, o con el compañero con el que no deberían, y en momentos y lugares inesperados, sobre la mesa de disecciones de la morgue o la fotocopiadora de la comisaría, dentro de un furgón policial o debajo de un puente durante una tormenta. El sexo no es su único problema de salud, tienen lo suyo con una enfermedad degenerativa o crónica. Porque padecen un trastorno bipolar, o agorafobia aguda, o alucinaciones, o hiperlexia, o imposibilidad de distinguir las letras de los números, o una alteración de los cromosomas impares, o cualquier otra dolencia que les obliga a medicarse a escondidas de sus jefes y a disimular para que no le den la baja. Los jefes son otro inconveniente del que hay que tirar. Odian a los protagonistas, van a por ellos y al inicio de la novela les han suspendido de sus funciones, retirándoles la placa y el arma. Conviene que los jefes, aparte de incompetentes, sean unos completos hijos de puta. Los protagonistas desafiarán sus órdenes, se pasarán la suspensión por el arco del triunfo, llevarán una pistola no registrada y violarán varias leyes federales en su camino para resolver el caso. A los lectores les gusta saber que las academias de policía eligen a los candidatos psicológicamente más inestables y menos disciplinados, y que los que presentan mayor grado de estupidez ascienden más rápido.
A los problemas habituales de los protagonistas con su familia, su sexo, su salud y sus jefes, se añade que el caso con el que les toca lidiar les afecta personalmente. Nada de que un funcionario con interés personal sea relevado para no comprometer su objetividad. El rosario de crímenes que han de investigar los protagonistas está vinculado con algo de su pasado, el asesino les conoce y les reta, su vida se pone en peligro. No una vez, sino unas cuantas. A los protagonistas les amenazan, les golpean, les disparan, les secuestran, les narcotizan, les empujan por unas escaleras, su coche cae al mar. Salen maltrechos pero dispuestos a despertar en un hospital y a que les tengan que volver a vendar las heridas en el capítulo siguiente.
Acción, acción, acción. Tiene que pasar algo trepidante en cada una de las quinientas páginas. Y giros argumentales. Muchos. Nada es lo que parece, lo que parecía en el capítulo 17 se desvela que era otra cosa en el capítulo 18, y en el capítulo 19 todo resulta de nuevo diferente. El muerto no era quien decía ser, el hijo era adoptado, los vecinos no eran búlgaros, la causa de la muerte no era envenenamiento, el comisario solo fingía ser gay, el hermano no se suicidó, las acciones del abuelo no tenían valor, el forense no tenía el título de medicina, San Malaquías no escribió nada y al perro no lo llevaron a vivir a una granja. Hay que replanteárselo todo desde el principio. En cada capítulo. Y hasta empezar a comprender la naturaleza de la conspiración. Porque alguna conspiración tiene que haber, con un grupo ultrasecreto actuando en la sombra. A favor de los buenos, o de los malos, o a su aire, da igual, pero con unos designios misteriosos que lo explican todo en el penúltimo capítulo. Los enigmáticos conspiradores pueden ser templarios, nazis, jesuitas, masones, banqueros, laboratorios farmacéuticos, agentes urbanizadores, filatélicos, todo vale siempre que haya papeles secretos. Nazis que persiguen templarios, o falsos peregrinos que buscan el oro nazi, son buenas opciones, con dos o tres subtramas paralelas que confluyen en el último capítulo, pero dejan cuestiones abiertas que reaparecerán en el siguiente volumen de la trilogía.
La suspensión de la incredulidad es cosa del pasado. Ahora se lleva la simple supresión de la incredulidad. No hace falta que nada sea verosímil siempre que todo vaya a la adecuada velocidad. Pero para mantener la tradición del realismo de la novela negra, conviene poner alguna cosa que suene real y conocida. Las marcas, por ejemplo, es importante citar las marcas de los coches, de la ropa, de los móviles, de las bebidas y de las armas. Por cierto, nada de Smith & Wesson, Mauser o Beretta, marcas inconfundiblemente viejunas. Las pistolas deben ser Glock o Heckler & Koch. Las ciudades y las calles también queda bien que sean reales, y hay que poner los títulos de las canciones favoritas de los protagonistas, algún estribillo e incluso un Spotify con toda la banda sonora de la novela.
Mezclar, agitar y servir.
©Artículo: Miguel Izu, 2021.
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Magnífico artículo.
Mi felicitación.
Excelente artículo. Comparto y agradezco esta exhaustiva enumeración de características de la novela negra actual. El tono es objetivo y explicativo, pero dado mi propio cansancio acerca del modelo de novela de moda, quiero pensar que también compartimos eso. Más allá de eso, te agradezco el análisis sagaz.
Difícil será que me suba al tren de la acción, acción, acción y en lo que respecta a mis lecturas, tampoco. A veces hago excepciones, sobre todo mor amistad y porque alguna vez me entretenían esas historias trepidantes, pero cada vez menos.
Un abrazo y esperemos que las modas cambien y sean un poco más relajadas en un futuro distópico como el presente que vivimos.