COMO SI EXISTIESE EL PERDÓN de Mariana Travacio por Teresa Suárez

 

Como si existiese el perdón

 

«Los rencores se tejen lentos y a veces se arraciman».

Una hora calurosa.

 

El viento norte, «un viento de calor que nos cercaba despacio hasta instalarse como un perro hambriento», que mantiene aletargado a todo el pueblo («cuando nos tenía rodeados dormíamos unas siestas interminables») hasta la puesta de sol.

Una tierra abrasada y mezquina que «nunca daba mucho, ni cuando nos tocaban las pocas lluvias que teníamos».

El extraño que llega, en busca de algo o alguien, a la cantina de ese lugar reseco, donde tres resecos lugareños lo invitan a unos tragos.

Una hora calurosa, siempre es una mala hora.

«Hay hombres [decía Pascual Duarte] a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse».

Por eso, cuando, con la segunda ginebra, la cosa empieza a torcerse, el cruce de navajas es inevitable («se mata sin pensar, bien probado lo tengo; a veces sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente, y se abre la navaja y con ella bien abierta se llega, descalzo, hasta la cama donde duerme el enemigo»).

Las «voces de muerte» que suenan «cerca del Guadalquivir», anuncian la llegada de un tiempo, como el que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño («fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas»), en la crónica de su muerte anunciada.

Tiempo de venganza («La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allí había feria (…) Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala»).

Cela, García Márquez, Juan Rulfo…

Caballo («Al Laucha lo pusimos a dormir en la carreta, el Mudo llevaba las riendas. Nosotros íbamos a caballo»), luna («La luna teñía esos campos de un azul raro, casi blanco»), agua («Ya no se veían manchas de agua: el campo se las había tragado»), cuchillo («El filo del cuchillo en la garganta del Tano (…) Juancho que saca su cuchillo (…) después la sangre sobre la tierra»), muerte («a ese lo vieron primero. Tenía los ojos abiertos; como si hubiese querido no perderse el momento en que se le iba la vida»).

Mecida por ecos lorquianos, Mariana Travacio, como si de un esqueje se tratara, extrae una parte viva de esa narrativa hispanoamericana, en la que lo extraño y lo peculiar dejan de ser excepcionales para convertirse en cotidianos, y la injerta en una novela en la que brota, con fuerza, tradición y modernidad.

Un serum concentrado, de absorción inmediata, que, desde la primera página, penetra en las capas más profundas del lector, dejándole, cuando termina, una mirada luminosa e intensa.

Como si existiese el perdón es una novela que habla sobre la venganza y sus consecuencias. Lo que consigues, de lo que te arrepientes, lo que pierdes, lo que te queda («Hablaba cada día menos, como si solo pudiera hablar para dentro, consigo misma, para acomodarse a la tristeza»).

Da igual que se sirva fría o se coma ardiendo. Cuando el motor del comportamiento es una ira irracional que te empuja a devolver, con creces, el daño o la humillación padecidos, el resultado siempre es nefasto para ambas partes («El odio es ciego; la rabia os lleva, y el que derrama venganza corre el riesgo de saborear un trago amargo», Dumas Alejandro, El Conde de Montecristo).

Sufrimiento y malaventura.

Como si existiese el perdón es una novela especial, magnética, de una belleza angustiosa.

Ojos que miraban fuertes. Ojos antiguos, como si detrás de ellos se escondieran mil vidas. Ojos gastados. Ojos limpios… Ojos como espejo del alma.

Como si existiese el perdón es sangre y poesía.

El final, por la emoción extrema, se te agarra en el pecho y te nubla los ojos.

Las novelas que vengan detrás de Como si existiese el perdón, lo tienen francamente difícil.

Por si la autora aún no lo sabe (aunque lo dudo), quiero decirle que Como si existiese el perdón es literatura con mayúsculas.

 

¡Gracias Mariana Travacio!

 

Nos reencontraremos en Quebrada, su segunda novela, que ya me espera en mi rincón de lectura.

 

©Reseña: Teresa Suárez, 2022.

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