Como Marilyn, pero más triste por Héctor Vico
Si bien la actividad del Club era la habitual, para John, no era un día más. En las calles, algunas horas antes, se había cometido un doble crimen, a la salida de un restaurante y, en apariencia, tenía todas las características de los que habitualmente realiza la “Cosa Nostra”.
El Dempsey es neutral, pero él no es ingenuo, sabe sobradamente que esos pactos pueden ser vulnerados en cualquier momento y por cualquier motivo. La mafia tiene sus reglas y esas reglas, según quien gane, pueden modificarse. El mundo funciona así y las “familias de Nueva York” son parte de ese mundo. ¿Hipocresía o pragmatismo?—se preguntó siempre—, depende de qué lado de la barra te encuentres—se respondió siempre.
Esa noche y por ese motivo John estaba más alerta que nunca y por eso la vio acercarse. Instintivamente se puso en guardia. Una mujer sola, caminando hacia la barra es para temer pero… quien lo puede saber.
Su andar era lento y discreto; sin vacilar, como sopesando el terreno. Su sencilla elegancia denotaba clase, tal vez de la cuna o, tal vez de la vida. Ya se vería. Pelo oscuro, en ondas, hasta los hombros. Cejas prolijas, ojos tristes pero en un rostro que en conjunto denotaba calma y una pisca de alegría, aunque no demasiada. Nariz pequeña y boca perfecta.
John, alerta pero entregado al trabajo, le preguntó:
—¿Qué tomas, linda?
—Whisky Sour —respondió como al descuido y sin mirarlo.
John, se sintió menoscabado y decidió que debía jugar fuerte.
—Hueles a “Channel N° 5”
—¡Es verdad, lo notaste!
—Imposible no hacerlo. Ahora sólo falta que me digas que tu apellido es Baker.
—¿Qué quieres decir?
—Te explico, pimpollo. Llegas sola, caminas muy segura hasta mi barra, desprendiendo un perfume de ensueño y me pides Whisky Sour, si me decías que tu apellido era Baker, hubiera pensado que eras Marilyn, con cabello oscuro.
No pudo evitar echarse a reír.
—Gracias por el halago. Me llamo Lucy Douglas, de San Diego, California.
—Soy, John, el barman, de todos lados y de ninguno. Te preparo el trago. ¿Sabes que era el preferido de Marilyn?
—No, no lo sabía.
—Ella decía: con un whisky agrio[1] y buena comida, me siento en el paraíso.
—Creo que tenía razón, no se necesita demasiado para sentirse en el paraíso, el problema es que a veces lo entendemos tarde. ¿No lo crees, John?
—Así es, encanto. Muchas veces ya es tarde cuando averiguamos que las mejores cosas de la vida son gratis—y sin darle tiempo a que le respondiera, agregó—. ¿Sabés que este trago nació de un remedio?
—No, ¿me cuentas?
—Fue en la época del escorbuto. Los marineros agregaban jugo de limón al ron, que era de mala calidad, y también azúcar, para mejorar el sabor. Rápidamente se propagó y ahora, en lugar de ron se usa bourbon. Muy sencillo. Las recetas famosas generalmente surgen de soluciones prácticas o ideas simples.
—Eres un sabio, John—dijo con expresión de admiración.
—No lo creas, es solamente mi trabajo—respondió con modestia, el barman.
John le preparó el trago. La miró a los ojos, como cada vez que interrogaba a alguien, y preguntó:
—Cuéntame, preciosura; ¿qué te trajo al Dempsey?
—Vengo detrás de un hijo de puta—respondió sin ambages—. Me dijeron que suele venir por aquí, tal vez lo viste, sabe estar acompañado de una pelirroja preciosa.
—Debe ser de los que no hablan con el barman, pues de otra manera lo recordaría.
—No te perdiste nada, si lo ves ten cuidado es un auténtico hijo de puta.
John, sin sorprenderse por el nuevo exabrupto de la morocha, replicó:
—Por el brillo de tus ojos y el tono de tu voz, me parece que aun te debates entre el odio y el amor. ¿Me equivoco, Lucy?
—No te equivocas, pero… es una larga historia— contestó casi como queriendo esquivar el tema.
—Tengo tiempo—insistió, John—. Es una noche tranquila.
—Huí de San Diego a los diecisiete. Desde entonces estoy en la Gran Manzana.
—¿Qué fue lo que te hizo escapar?
—Mi padrastro de violó.
—Vaya, no pensé que fuera tan grave. ¿Qué ocurrió con tu padre? Pudiste recurrir a él.
—Nunca lo conocí. Mi madre jamás me dijo su nombre. Creo que ni ella sabía quién era.
—¿Cómo te las arreglaste?
Sonrió. Hizo una mueca como de disgusto. Con su mano derecha ensayó un movimiento como espantando malos recuerdos y dijo:
—Me las apañé como pude. Tuve que hacer de todo. Nueva York es muy dura con los recién llegados. Para sobrevivir en las calles a veces te acostumbras a lo peor pensando que la vida es eso, la miseria, el pecado, el egoísmo. Rodé mucho, John y cuando no pude más, alguien me rescató.
—¿Un hombre?
—No, fue una de esas amigas que la vida te pone al alcance de la mano, que se apiadó de una joven de veintitantos años que dormía en sucios hoteles. Me llevó a vivir con ella y me ayudó a tener un trabajo decente. Me sacó de los burdeles y de los hombres fofos con dinero que sólo quieren manosearte. Hice de camarera, recepcionista, cociné hamburguesas y por último, fui modelo para un fotógrafo mal nacido.
—Que casualmente es a quién buscas.
—Efectivamente.
—¿Entonces…?
—Lo de siempre, John, lo de siempre. Nos enamoramos. Funcionó, te juro que funcionó. Nos iba bien, comenzamos a ganar dinero. Mi fotografía salía en revistas y periódicos. El administraba todo y yo confiaba ciegamente. Pensé que me amaba. Un día llegó diciendo que deberíamos ampliar el negocio. Que deberíamos contratar a más modelos para generar más dinero y largarnos de Nueva York, a vivir en algún paraíso tropical. Te imaginarás que esa idea me sedujo. Acepté. Le dije que sí, que estaba de acuerdo. A la semana trajo a una jovencita muy bella. La pelirroja de la que te hablaba. Debo reconocer que tenía razón. Tenía habilidad para hacer contactos. Comenzaron a llamar desde las revistas importantes y, como él había predicho, el dinero empezó a entrar en mayores cantidades.
—¿En qué momento se torcieron las cosas?
—Te lo haré corto, amigo. Huyó con la nueva modelo y se llevó todo el dinero. Desde ese momento lo estoy buscando para que me devuelva lo que legítimamente me gané—hizo silencio, apretaba sus mandíbulas y agachó la cabeza.
John, notó que las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Lamentó haber insistido tanto en querer averiguar la historia, solo atinó a comentar:
—Lo siento, Lucy, no es necesario que me cuentes. Veo que te hace daño.
—No te preocupes, siempre me sucede. Hagamos una cosa. Una noche de estas vuelvo y la seguimos, gracias por tu atención. A veces es bueno que te presten el oído.
—¿Tienes hambre, quieres comer algo?
—No te preocupes, estaré bien.
Hizo un mohín, le arrojo un beso con el dedo índice y se marchó, con un andar acompasado y sensual, dejando retazos de “Channel” mientras se alejaba.
John, quedó pensativo y algo molesto consigo mismo. Debía sacarse esa maldita costumbre de querer analizar a todos. Era una debilidad que le costaba manejar. En su afán de ayudar a la gente, muchas veces se excedía, como ocurrió esta noche.
**********
Pasaron varias semanas hasta que regresó. En ese tiempo, John, mirando revistas viejas no pudo comprobar que lo contado por Lucy, fuera verdad. No le extrañó. Tal vez su bello rostro aparecía en semanarios que él no compraba, aunque una hermosura como ella debería aparecer en las publicaciones más importantes.
Llegó del brazo de un sujeto alto, elegante, más joven que ella y, para el ojo experto de John, muy enamorado de Lucy. No es para menos, pensó, se la ve espléndida, distendida, casi alegre. Caminaron directamente a la barra. Con su mejor sonrisa, le dijo:
—¿Qué tal, John? Como te prometí, he regresado. ¿Te encuentras bien?
—Hola, Lucy, se te extraño por el Dempsey.
—Te presento a Richard Sinclair, corredor de bienes raíces.
—Encantado, Richard, bienvenido. ¿Toman algo?
—¿Qué sugieres, John? Muéstranos tu arte—dijo riendo.
—¿Prefieren ir a una mesa?, puedo acondicionarte alguna cerca de la orquesta.
—Aquí está bien. No nos quedaremos tanto—dijo mirando hacia el salón.
—Bien, volvamos a lo nuestro. Déjame ver. Por cómo te veo hoy, alegre, radiante, casi Marilyn, voy a sugerirles un “Anticuado”[2]
—¡Excelente!, me haces sentir una diva. ¡Gracias!
Mientras John, preparaba los tragos, Lucy, acodada sobre su brazo izquierdo, quedando casi de espaldas a la barra, giraba lentamente su cabeza y pasaba la vista observando a la concurrencia. Entre el gentío se destacaba una cabellera pelirroja. John, también lo notó al seguir la mirada de la morocha. No dijo nada, pero vio cuando Lucy tocó el brazo de su amigo. Fue un simple detalle, pero John no comprendió la naturaleza del gesto, o mejor dicho, no le gustó demasiado ese lenguaje secreto entre ellos. ¿Podría ser que la morocha no haya dicho toda la verdad? Hizo como si nada hubiera pasado y comenzó a relatarles la historia del Old fashioned, uno de los cocteles más vendidos del mundo.
Siguieron hablando de naderías pero Lucy, estaba más pendiente de las evoluciones de la pelirroja y su acompañante que de la charla en sí. Algo que tampoco pasó desapercibido a la atención del barman fue que inesperadamente, la morocha decidió marcharse cuando la pareja que observaba emprendió camino hacia la salida.
Se despidieron rápidamente y se largaron, prometiendo volver.
**********
Pese a los temores de John, por los sucesos ocurridos frente al restaurante del Bajo Manhattan, las sabidas represalias que el hecho había producido, no se trasladaron al club, el cual continuó funcionando como “tierra sagrada” para todo el hampa de la ciudad.
Los periódicos comenzaron a dar detalles del doble crimen y ya se tenía una idea bastante acabada del suceso. En resumidas cuentas, fue una guerra por la sucesión de la “familia” Gambino en la cual salió victorioso John Josep Gotti, al que, como era de suponer, no lograron probarle nada.
Fue en una de esas noches, luego de la balacera, que regresó Lucy; en esta oportunidad lo hizo sola. Casualmente, coincidió, en el mismo horario, con la pelirroja y el fotógrafo. Ella pasó por entre las mesas rumbo a la barra, sin demostrar ni con un mínimo gesto que los había visto.
Actuó normal y encantadora como siempre, pidió su Whisky Sour y aguardó pacientemente a que John se desocupara para entablar una conversación trivial y hacer algún comentario de las noticias sobre el hecho de sangre que era tapa de los periódicos. Nada importante y nada para destacar. El tema de su plática era igual al de todas las mesas ocupadas en el Club, en ese momento. Lo que John, notó, ahora que ya estaba advertido, es que “Marilyn” de tanto en tanto, vigilaba a la pareja del fotógrafo y la pelirroja. No pasó mucho tiempo, el suficiente para que ella terminara su trago, cuando detrás de la pareja, también Lucy, abandonó el club.
Fue la última vez que la vio.
A la mañana siguiente, al desayuno, leyendo el artículo del Post firmado por Brian Larson, John, se sintió un estúpido.
El periodista relataba que en la noche anterior, en las inmediaciones del Club Dempsey, de la calle 33 y la Sexta Avenida, se había producido un tiroteo y que como consecuencia de ello, fallecieron tres personas. Dos mujeres y un hombre. Aparentemente, según pudo saber el cronista, una de las mujeres ultimó a una joven pelirroja y al hombre, mientras que testigos ocasionales afirman que la segunda mujer recibió un impacto producto de un disparo efectuado desde un automóvil que estaba convenientemente estacionado en el lugar del hecho. Informaba además Larson, que de acuerdo a los datos filiatorios de dos de las víctimas pudo saberse que el hombre ultimado era Vittorio Castellano, de treinta años, sobrino del gánster muerto recientemente en el Bajo Manhattan, mientras que la mujer de treinta y cinco años, Lucy Douglas, era una asesina a sueldo a las órdenes de Gotti, el supuesto autor intelectual del doble crimen del restaurante, ganador en la puja por la sucesión de la familia Gambino y que seguramente sería también quien mandó a ejecutar a Lucy Douglas.
El Post mostraba las fotografías de los rostros de los fallecidos y John, ya no tuvo dudas, Marilyn había vuelto a morir. Al igual que la verdadera, alguien en las sombras prefirió deshacerse de ella, seguramente, por los mismos motivos: era una amenaza.
Fue un crimen a la vieja usanza. Por alguna razón lo asoció con el Old Fashioned pero no tenía deseos de beber nada.
Por primera vez, en su larga trayectoria, su intuición le había fallado. Le mintió descaradamente e incluso llegó a llorar pero, para ser sincero, debía reconocer que tenía dotes actorales y muy buenas.
[1] El Whisky Sour se prepara con Bourbon, jugo de limón y azúcar o sirope. Suele agregarse clara de huevo para dar un efecto de espuma.
[2] Old fashioned: Bourbon, terrón de azúcar, amargo angostura, soda, rodaja de naranja, rodaja de limón y una cereza. Se sirve en un vaso común, corto.
©Relato: Héctor Vico, 2020.
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