BLUES OF A LIFETIME (Autobiografía de Cornell Woolrich) por Vicente González

 

Blues of a lifetime – Autobiografía de Cornell Woolrich

 

Cornell Woolrich está considerado por muchos estudiosos como «el rey del suspense». Su biógrafo, Francis M. Nevins, le describió como «el Poe del siglo veinte y el poeta de sus sombras» y el escritor Francis Lacassin como «el impresionista de la novela de detectives». Marcel Duhamel, editor de la Série Noire, sintetizaba la aportación de Woolrich al género que recogió Paco Camarasa en  Sangre en los estantes: «La brutalidad directa de la Série Noire es reemplazada por una violencia interior, latente. Un mundo semi-fantástico, al borde la pesadilla, pero sólidamente apuntalado en y por detalles realistas, se apodera de la víctima y del lector».

Blues of a Lifetime es una autobiografía que no fue publicada en vida del autor. En diciembre de 1966 Cornell Woolrich abandonó el proyecto, para entonces había completado cinco capítulos. Sin embargo, a su muerte, cuando abrieron la caja de seguridad, se encontraron entre sus escritos, la autobiografía con una nota manuscrita: «No he escrito esto para que esté bien escrito, ni leído por nadie más; lo he escrito solo para mí. Esto es como fue, esto es como ha de ser contado. Me entristece volver la vista al pasado. Pero quiero mirar una vez más, antes de que desaparezca para siempre». Una autobiografía incompleta por cuanto el autor había planeado seis capítulos.

Los cinco capítulos son inconexos y se leen de forma independiente. En cada uno de ellos conoceremos aspectos de la vida de Woolrich, más o menos novelados. Así, en el primero, dedicado a una máquina de escribir Remington Portable NC69411, nos revela no solo su deseo de estar solo, sino su incapacidad de vivir con alguien. Nos relata sus sesiones de escritura, cómo desarrolló su propio sistema para ir condensando todos los añadidos y cambios en un manuscrito que finalmente «necesitaba una piedra Rosetta o más habitualmente una brújula». Resulta paradójico que, pese a que convivió la mayor parte de su existencia con su madre, «ella nunca leyó una palabra de lo que escribí». A una máquina de escribir Woolrich asocia el recuerdo de cuando le comunicaron la muerte de su abuelo, recordará la página exacta que estaba escribiendo: «Las rosas se marchitan, las velas se apagan, las lágrimas se secan. El recuerdo del número de la página los supera» y a esa Remington Portable NC69411 le dedicó La novia vestía de negro.

En el segundo capítulo, conoceremos el primer amor de Cornell Woolrich, una joven irlandesa, Vera Gaffney. Una aventura recordada con mucha ternura en la que la última visión es cuando ella se sube a un coche que le traería a la memoria «sobre dos o tres años más tarde, sobre el 25 o el 26, cuando descubrimos un nuevo tipo de violencia pública, que se había ido larvando entre la Primera Guerra Mundial y la Prohibición, traspasó la conciencia pública desde las áreas especializadas en las que se había confinada hasta entonces -los archivos policiales, periodistas de sucesos, ciertos políticos, speakeasy y parecido- y nuevas palabras como gánster y bandas y enemigo público comenzarán a salpicar las páginas de los periódicos con mayor frecuencia, junto a asesinatos en garajes y almacenes y ahogamientos con bloques de hormigón… ». Este capítulo concluye con un «nunca nos volvimos a ver de nuevo, en este mundo, en esta vida. O si lo hicimos, no nos reconocimos».

En el tercer capítulo, Woolrich comienza a sentir la crisis posterior al crac del 29. Las revistas van cerrando, la gente no tiene dinero para comprar libros y su última venta a la revista Illustrated Love Stories había sido en 1932. Woolrich piensa escribir una novela que pueda vender a Hollywood. Se impone jornadas maratonianas de escritura («Trabajé, y trabajé y trabajé. Trabajé por la mañana, trabajé por la tarde, trabajé por la noche») y termina I Love You, Paris (Woolrich había viajado con su madre por Europa). Mientras escribe la obra, malvive en una habitación de hotel, esquivando al encargado, Mr. Drew y acumulando sus recibos pendientes de pago. Entrega la obra a su agente y le queda esperar.  Sin dinero e impaciente por recibir la respuesta de su agente, su única diversión la consigue colándose en el cine Japanese Gardens por la puerta de emergencia o quedándose en las entradas de las tiendas de música para escuchar los programas de Kate Smith o Eddie Cantor (Woolrich había vendido su radio portátil). Su novela será rechazada en 1933, pero un año después saldrá una película con Paris en el título y un argumento muy parecido a su novela. «Ya no duele». Por ironías del destino, posteriormente Hollywood adaptaría muchas de sus novelas y relatos. La más famosa: La ventana indiscreta (The Rear Window), un relato publicado con su pseudónimo: William Irish.

 

En el cuarto capítulo, Cornell Woolrich salta al año 1957, en concreto el 20 de febrero, fecha en la que el presidente Eisenhower dirige un discurso a la nación explicando las razones por las que ha presionado a Israel para que se retirara de Egipto (La guerra del Sinaí). La madre de Woolrich está convaleciente (el autor convivirá con su madre hasta la muerte de ésta en 1968) y pendiente de las palabras de Eisenhower. Woolrich se asoma a la ventana y se da cuenta de que hay camiones de bomberos en la calle. Sale de la habitación y se percata de que se ha declarado un incendio en el hotel. Hay familias que están abandonando el edificio, pero Woolrich no se decide a avisar a su madre porque ésta aún se encuentra convaleciente de un infarto de corazón. Intenta hablar con los bomberos que suben las escaleras para saber si podrán librarse de la evacuación, al mismo tiempo que disimula sus salidas del apartamento para no alarmar a su madre. El incendio parece empeorar por momentos y Woolrich deberá tomar una decisión antes de que sea tarde. El final tiene un giro que es marca de la casa.

En el quinto y último capítulo, Woolrich nos relata la anécdota que le ocurrió en un hotel de Seattle. Vuelve a su habitación cuando se da cuenta de que se le había olvidado algo. Cuando llega, se encuentra a una mujer de más de sesenta años haciéndole la habitación. «Estoy terminando. Le traigo las toallas y ya está todo». Entablan una breve conversación y la mujer le pregunta a qué se dedica. Woolrich le contesta que es escritor (writer), ella le pide que le dé algunos consejos. Woolrich no entiende y ella le insiste, como él está en el hipódromo, le podrá aconsejar. Woolrich se da cuenta de que ha malentendido writer por rider (jinete). La señora le asegura que la información que le dé no la compartirá con nadie, ella apuesta habitualmente y siempre pierde. Woolrich se siente importante porque le hayan confundido con un jinete. No le saca de su error, le sigue el juego e intenta darle largas. Sin embargo, la mujer no se rinde y le acaba trayendo una quiniela. Woolrich señala un nombre al azar y acierta. La voz se corre por todo el personal del hotel que comienza a tratar a Woolrich de una forma diferente…

Por último, entre las notas que Woolrich dejó en su archivo hay una que bien podría haber sido el final de su autobiografía: «Solo estaba intentando engañar a la muerte. Solo intentando remontar un poco mientras la oscuridad de toda mi vida sabía que llegaría algún día y me aniquilaría. Solo estaba intentando permanecer vivo un poco más, después de que me hubiera ido. Para permanecer en la luz, para estar con los vivos, mientras mi tiempo hubiera pasado. Amé los dos. Un estúpido y su máquina. Sí, un estúpido y su máquina».

 

©Reseña: Vicente González, 2023.

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