Barroso True Crime, No sin mi hijo (Parte 2) por Ignacio Barroso

Dejemos a Benito Gil y Marcelina San Vicente con sus cosas y sus retoños, que sin comerlo ni beberlo se han convertido en las estrellas mediáticas de arrabal del momento. Demasiados periodistas y algún que otro intento de una instantánea para la posteridad (algo que al final aceptará Marcelina posando con un vestido viejo y que le está grande, con el pelo recogido en un moño y gesto serio, incapaz de sonreír a la cámara) para la vida tranquila que habían llevado hasta ese momento. Así que lo dicho, mejor cambiemos de escenario y vayamos a dependencias policiales, que el sol aprieta en los madriles y los calabozos siempre han tenido fama de ser de fríos y oscuros. Los complementos perfectos para el giro inesperado que está por dar la historia.

De camino a la sala de interrogatorios, tenemos a dos agendes de fieros mostachos hablando del caso. Uno fuma apoyado en la pared, el otro asiente repitiendo lo que acaba de leer en la prensa. En resumen, la cosa es que una madre joven, Juana Villada, se disponía a ir al mercado. Vecina de Lavapiés, había ido cargando todo el camino con su hijo Enrique en brazos, hasta que al llegar a Cascorro, esquina con la calle de la Ruda, se topó con una mujer corpulenta que vestía un abrigo de seda negra. Habían entablado conversación y en todo momento la desconocida estuvo haciendo alusiones a la seguridad del niño… Ay hija, si yo tuviera un niño no lo metería en un mercado ni loca… Se puede llevar un mal golpe y tan pequeño… con los huesos aún tiernos… Y si bien la madre al principio miraba de manera nerviosa a su alrededor en busca de algún agente o conocido que pudiera acudir en su auxilio, acabó por bajar la guardia cuando la mujer dio datos que sólo alguien cercano podría conocer al decir hija, no te acordarás de mí, pero yo a ti te conozco. Hace mucho de ello— pausa deliberada para hacerle cucamonas al niño que era todo babas y felicidad en ese momento—, pero yo te conozco de cuando estuviste sirviendo en casa de Antonio Roche. No seas tonta, dejame al nene que te lo cuido. Cuando termines de comprar te lo devuelvo. Mírale, ¡qué mofletes! ¡qué piernas que tiene! Son para comérselas… Y sin saber muy bien por qué, la buena de Juana le dio al niño, se despidió de él con un beso en la frente y al ver que no lloraba, echó a andar. Un paso. Dos. Tres. Hasta que al sexto, algo en su interior le dijo que no era buena idea lo que acababa de hacer. Se dio la vuelta para recuperar a la criatura y descubrió que no había ni rastro ni de él ni de ella.

Pero aquí no acababa la cosa. Ya en dependencias policiales, la detenida (María Lage Bobadilla, natural de Madrid y jienense de adopción, de 30 años y vecina del barrio de Vallecas) acompañada de su hija, se mostraba evasiva y no paraba de repetir que mírela usted, señor agente. Está tísica la pobre, no me come na. Míremela bien, por favor. Esta niña tiene algo, no me come na…Y claro, esto dio paso a todo tipo de elucubraciones por parte de las autoridades y el pueblo. Sin ir más lejos, los dos policías que siguen desmenuzando el caso, dan voz a esos pensamientos que aterrorizan a las madres y hacen que miren a sus hijos con ojos asustados. Ya pasó en Gádor en el 10. ¿Te acuerdas?… Cucha, pa no acordarme. Si eso fue al laito de mi pueblo. Yo era un criajo por aquel entonces y mi madre no me dejaba solo ni a sol ni a sombra… No es para menos, matar a un muchacho para curar la tuberculosis con su sangre y sus entrañas…

Pero no. No van los tiros por el tema de vampiros sedientos de hemoglobina infantil. Este caso tiene un par de recovecos aún por descubrir, y el primero viene impreso con membrete oficial…

De hecho, mientras la cédula de identificación de María Lage Bobadilla está sobre la mesa de interrogatorios, entra por la puerta una mujer que guarda ciertp parecido con la detenida. Yo soy la auténtica María Lage Bobadilla, anuncia antes de tomar asiento. Dicho esto, reina un incómodo silencio en la habitación. Los policías encargados del careo se miran entre sí, sin saber muy bien qué hacer llegado este punto. Por su parte, la recién llegada chasquea la lengua, mirando a la detenida que tiene delante y sonríe con malicia. Por algo madre hizo lo que hizo contigo, escupe con una mirada fría, glacial fija en ella. Eres mala, Gregoria, siempre lo has sido. Naciste de un accidente que tuvo madre y, no contenta con ello, repetiste lo mismo con esa niña esmirriá que tienes, Julia, que no conoce a su verdadero padre… ¿Eso se lo has contado a la policía? ¿Les has contado lo de ese soldado italiano, Antonio Damiani, con el que viviste en concubinato? ¿Les has hablado de tu amado Lucio Díaz, el funcionario de prisiones? ¿Qué les has contado y en qué les has mentido? Que eso es lo único que sabes hacer: mentir…

Llegados a este punto, el oficial al mando da un sonoro palmetazo en la mesa, seguido de un sonoro Cagondios, ¿qué está pasando aquí? Y entonces, como si todo durante toda una vida la verdadera María Lage hubiera estado esperando ese momento, se yergue apoyándose en el respaldo de la silla, antes de poner en bandeja de la policía las primeras piezas del puzle que les había traído de cabeza desde el momento en que un albañil con el gesto desencajado se había presentado en dependencias policiales para denunciar el robo del niño del que hablaba la prensa.

La detenida respondía al nombre de Gregoria Irrustarazu, hija de Pilar Bobadilla. Aunque para ser fieles a la realidad, la progenitora únicamente se había encargado del tema de parirla, ya que al poco tiempo la dio en adopción a unos familiares de Guipúzcoa, quienes la criaron y dieron su apellido. Años después, Pilar conoció a Calixto Lage, con quien tuvo a su segunda hija, la verdadera María Lage Bobadilla. Quizá por el tema de que el reloj biológico se le había puesto en hora con el segundo parto, o por temas de remordimientos váyase usted a saber, acabó recuperando a su primogénita para de esta manera tener la parejita de niñas y criarlas en el cálido seno familiar.

Con el tiempo, Pilar y Calixto murieron y las dos hermanas dejaron de tener contacto entre ellas. Gregoria conoció al famoso soldado italiano que le dejó una niña tísica de recuerdo y acabó casándose con el tal Lucio (utilizando el nombre y apellidos de su hermana), con el que por más que lo intentaban, no era capaz de tener un hijo. Hasta que un buen día, cansada de no ser capaz de obtenerlo por métodos naturales se le encendió la bombilla, cogió a la niña y partieron rumbo a la capital. Ante de salir pasó por casa de unos conocidos con el cuento de que tenía que ir a un entierro, que si podían dejarle algo para el luto, y con un abrigo de seda negra prestado se plantó en la estación de Atocha dispuesta a volver a casa con un querubín bajo el brazo y una mentira elaborada para que su marido no hiciera demasiadas preguntas.

FUENTES:

http://www.amargolles.net/?p=3617

https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19350519.html

http://hemerotecadigital.bne.es/pdf.raw?query=parent%3A0001085231+type%3Apress%2Fpage&name=El+Heraldo+de+Madrid.+25-5-1935

 

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