Barroso True Crime: Matar al cisne negro por Ignacio Barroso
En matemáticas, el término cisne negro se refiere a algo altamente improbable que conduce a resultados totalmente inesperados…
… ¿Y qué puede ser más improbable que el que una madre quiera asesinar a su propia hija, y más inesperado que ella misma asegure durante el juicio ser consciente de lo que había hecho, prefiriendo «los muros de un presidio, a la tristeza funeraria de un manicomio»?
Amigos, pasen y lean la historia de Hidelgart Rodríguez Carballeira…
9 de junio de 1933. De madrugada.
Tendida en la cama, Aurora Rodríguez Carballeira se mueve incómoda sobre la cama. Los muelles del colchón chirrían cada vez que se mueve, pero no les presta demasiada atención. Parece absorta en aquello que le quita el sueño y no es para menos. De cuando en cuando, murmura nombres que el llanto que le oprime la garganta ahoga entre hipidos Pepito… Hilde… Pepito… Hilde y vuelta a empezar.
La decisión está tomada. Su creación ha ido demasiado lejos y no está dispuesta a verla convertida en una Mata Hari de tres al cuarto pululando por el mundo a las órdenes de quienes están dispuestos a arrebatársela. Tanto chismorreo entre la criada y el conserje… Esas miradas al verla pasar… Esas sonrisas disimuladas… Los anónimos… Los coches que al pasar bajo su ventana disminuyen la velocidad sin que haya peatones cruzando ni razón aparente para ello… Cualquiera la tomaría por loca, pero sabe que los locos son ellos. Ha demostrado durante años tener razón en sus teorías e ideas. ¿Quién, si no ella, Aurora, hizo de Pepito Arriola quien es? ¿Su verdadera madre biológica?, ¿la misma que cuando descubrió que el bombo que calzaba no podía disimularse se refugió en casa, parió al niño y puso tierra de por medio? ¡No! Fue ella quien sacó adelante al neno, despertando en él un don oculto que solo ella supo ver. Horas aporreando un piano hasta que el muchacho fue capaz de reproducirla. Pericia y paciencia. Nada más. Y fruto de aquella experiencia –truncada cuando la fama del Mozart galego hizo llegar los cuartos y las horas de interpretaciones en casas de gente de bien hicieron que Josefa, la madre huidiza que en su momento lo dejó en la estacada, reapareciera–, el muchacho llegó a ser el hombre respetado y admirado en medio mundo.
Las teorías de la Eugenesia de Francis Galton y los Falansterios de Charles Fourier estaban en lo cierto. Ella lo sabía y tenía su propio plan. Ayudar a la selección natural eligiendo ella misma a los especímenes adecuados para construir una nueva sociedad. Una primera generación de una nueva raza superior que diseminar por la vieja piel de toro tostada por el sol, y de esta manera poder llevar a cabo una revolución social que de otra manera estaba condenada al fracaso. Que unos siguieran estableciendo comunas o haciendo huelgas, que ella, la elegida, se encargaría de hacer realidad aquello en los que el resto siempre habían fracasado…
De manera inconsciente, aprieta los dientes. Los recuerdos que están por llegar van a resultar dolorosos, casi tanto lo que va a hacer tan pronto como el reloj de las iglesias de toda España den ocho campanadas. El dolor de las uñas clavándosele en las palmas de las manos resulta insoportable, pero no afloja su presa. Desearía poder gritar hasta rasgarse la garganta, expulsar todo cuanto siente dentro y arrancarse la piel de la cara a tiras. Aunque sabe que eso alteraría por completo sus planes. Todo está perfectamente orquestado en su cabeza. A lo largo de su vida siempre ha convivido con ese don que le permitía establecer las pautas para que sus planes llegaran a buen puerto. Solo una vez fracasó, cuando su plan de eugenesia patria se enfrentó con el dinero que le supondría construir una nueva sociedad, empezando por el precio de las tierras que había visto en Alcalá de Henares y se le antojaron como el lugar ideal para empezar por cambiar la historia de la sociedad.
Pero Aurora nunca ha sido alguien que se detenga ante los obstáculos. Siempre ha salido victoriosa, con la cabeza alta. Si no podía llevar a cabo su plan a gran escala, supo amoldarse a las exigencias y se centró en cultivar la simiente de un mundo nuevo de manera individual. Tuvo que someterse al desagradable acto sexual hasta tener la certeza de que estaba embarazada. En ese momento supo que alumbraría a una mujer. Alguien excepcional que merecía un nombre acorde a la gesta épica que iba a desarrollar para poder arrojar luz sobre las tinieblas del mundo. No lo dudó: Hildegart, Jardín de la Sabiduría.
Todo esfuerzo era recompensado sabiendo que estaba haciendo lo correcto. Dormir de lado media hora, para después de apagar el despertador darse la vuelta y dormir sobre el otro costado. Escuchar música clásica para relajar su espíritu. Incluso, cuando al archiduque Francisco Fernando de Habsburgo le dejaron listo de papeles en Sarajevo, pese a sus inquietudes políticas, decidió recluirse en sí misma y evitar cualquier tipo de información sobre la guerra que dejaba los campos de batalla de Europa llenos de trincheras a modo de cicatrices, columnas de gases tóxicos y cuerpos abandonados en tierra de nadie. Nada, ni siquiera una Guerra Mundial, podía intervenir en sus planes.
Y tanto sacrificio dio sus frutos el 9 de diciembre de 1914, cuando Hildegart vio la luz del sol por primera vez. Otra en su lugar se habría dejado llevar por aquello que llaman instinto maternal, pero ella no estaba dispuesto a eso. Y puso tanto empeño como pudo. Su diamante en bruto pronto empezó a brillar por sí sola. A los cuatro años se convirtió en la mecanógrafa más joven reconocida por la firma Underwood. A los 10 fue su acompañante a varios mítines sobre eugenesia. Quería que desde pequeña comprendiera cuál era su misión en el mundo, y para confirmarlo, Hildegart dio su primer discurso dos años después.
Poco a poco, casi al mismo tiempo en que el orgullo de Aurora aumentaba, el nombre su hija empezó a sonar en los círculos selectos desde los cuales podría realizarse la revolución con la que ambas soñaban. A los 14 empezó a estudiar derecho en la Universidad, y poco después se afilió a la UGT. Sus proclamas contra la dictadura de Primo de Rivera le dieron alas a su retórica, haciendo las delicias de la madre, autora, según las malas lenguas, de todos y cada uno de los artículos que la niña prodigio firmaba.
Pero la vida se caracteriza por dejarnos volar como una pluma mecida por el viento, antes de dejarnos caer contra el cemento como Ícaros modernos. Y Hildegart no iba a ser una excepción. La llegada de la II República, la misma que deseaba con tanto fervor, supuso un mazazo para ella. El desencanto fue alejándola de la política, algo que Aurora usó para que se centrara en su verdadero interés: la eugenesia, la esterilización de los débiles y la introducción de métodos anticonceptivos en la sanidad.
Al principio, el binomio madre-hija funcionaba a la perfección. Siempre juntas. Mismas amistades. Mismos mítines. La una parecía la sombra de la otra, hasta que la aparición de la madurez de Hildegart se encargó de tirar por tierra todo. La muchacha necesitando nuevos aires, y la madre negándoselos. La tensión en aumento, y en un arrebato de furia, la niña prodigio que había dado paso a la mujer de carácter que estaba sentenciándose a sí misma a muerte, gritando a pleno pulmón «tú sabes que si no me eliminas, yo me perderé y conmigo todo se perderá, porque me iré: o sea, mátame».
Aurora, con el dolor del artista obligado a destrozar su obra maestra no lo dudó. Compró un revólver. Practicó con él en la azotea del ático de la calle Galileo en el que las dos vivían, hasta saber controlar el arma. El resto, solo era cuestión de esperar…
… y la espera llega a su fin cuando se pone en pie y camina despacio. Sabe lo que tiene que hacer. Evitar testigos. Y la criada, Julia Sanz, estorba. Sale de la habitación. La encuentra en la cocina y le ordena que saque a los perros. Cuando vuelva, que se pase por casa de la vecina, Benigna Carvallo, para que se haga cargo de los chuchos, el gato y les riegue las plantas. Que ella y Hildegart van a estar unos días fuera.
Hecho esto, aguarda hasta que llega el momento. Se acerca a la habitación de su hija y la observa. La joven duerme con una mueca de felicidad anclada en la cara. Aprieta los dientes y coge aire. Lo aguanta en el pecho hasta que le arden los pulmones. Resopla y aprieta el gatillo. El fogonazo de la pólvora ardiendo precede al estallido. Cuatro veces.
Hecho esto, sale a la calle derecha a la dirección del abogado Juan Botella Asensi, al que tendrá que esperar en su gabinete hasta que este aparezca abrochándose el chaleco y los ojos soñolientos. Lo que ha hecho, ya no tiene remedio. Ahora, lo importante es asumir las consecuencias de sus actos y demostrar al jurado, y al mundo entero si es necesario, que hizo lo que hizo por Hildegart se había convertido en un monstruo dispuesto a escapar de aquello para lo que fue creado. Y ella, Aurora, está dispuesta a lo que sea para evitar que el eximente de enajenación mental se encargue de inutilizar la obra a la que dedicó su vida.
FUENTES:
De Madrid al Infierno. M. Besas y J. A. Pastor. Ediciones la Librería. 130-147.
https://elpais.com/elpais/2020/01/31/album/1580481773_545674.html
https://www.ivoox.com/t3x05-asesinada-su-madre-historia-de-audios-mp3_rf_32787045_1.html
©Barroso True Crime: Ignacio Barroso, 2020.
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