Asesinato en Pedregalejo Bay

JOSÉ ANTONIO QUESADA MONTILLA|

La verdad, señor inspector, es que no recuerdo muy bien casi nada de aquellos días a los que usted se refiere. Yo estaría en el paseo de Pedregalejo, como todos los veranos, espetando sardinas en mi vieja barca y pasando fatiga con la caló; la que desprende las brasas y la que Dios nos envía cada verano como castigo. Yo sufro las dos a la vez, como ya adivina. Porque hay que ver la caló que hizo este año… Y las aglomeraciones de gente en la playa, en las terrazas… To petao. Pero claro, con estas temperaturas, ¿quién va a quedarse en casa? Todo el mundo para arriba y para abajo por el paseo, hasta las tantas, con los niños, con los perros… porque ahora los chuchos son de la familia y no se les puede marginar. ¡Hasta con la puta que los parió, dando por saco! Y yo sin poder dormir, ¿quiere creerme? Semanas sin pegar ojo… Y toda esa gente bebiendo cerveza y tragando helados en bermudas. Qué prenda más ridícula, oiga. Y sin parar de hablar… toda esa gente hablando sin parar, ¿se imagina? ¡Como para volverse loco!

¿Dice usted que por esos días hubo terral? Seguramente esté usted en lo cierto, señor inspector, porque de lo que sí me acuerdo es de una voz que traía el viento y que me preguntaba a cada rato si no me gustaría ver la cabeza de alguna guiri pinchada en un palo.

 

Texto ©  José Antonio Quesada- Todos los derechos reservados

Publicación ©   Solo Novela Negra – Todos los derechos reservados

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