ACCIDENTE MARÍTIMO por David Suárez – IV Antología Solo Novela Negra

Después de unos días de borrasca sobre la costa gallega y asturiana el mal tiempo por fin amainó. El fuerte oleaje y la lluvia dieron paso a una mañana soleada con el mar en calma. La flota pesquera pudo salir a faenar tras estar parada por el temporal. Las pérdidas empezaban a ser preocupantes en una época, próxima a la Navidad, en las que las ventas se duplican.

La Playa de Ribia en el occidente asturiano, muy cerca ya de Galicia, recobró su tranquilidad habitual. Troncos, madera, plásticos y basura marina invadían la arena arrastrados en la noche anterior.

Carla paseaba a su perro por la playa a primera hora. Le encantaba el aire de la mañana después de trabajar en el restaurante. Era su día de descanso y la mejor forma de desconectar y relajarse. Milú, su Fox Terrier, corría y husmeaba entre los restos de la tormenta. Se acercó a lo que parecía un cúmulo de ropa y madera. Milú comenzó a ladrar con las patas en el aire. Carla se aproximó comprobando que se trataba de un hombre muerto arrastrado por el mar. Estaba hinchado y su piel azulada presentaba heridas y cortes.

Carla dio un grito asustada y llamó al 112. Pronto llegó una ambulancia y la Guardia Civil, que confirmaron el evidente fallecimiento.

El inspector Rodrigo Orviz se personó en la playa poco después. No había tenido una buena noche y la cara del teniente Beltrán le produjo hastío y repulsión.

-Buenos días inspector, estamos esperando por la jueza para levantar el cadáver. Un accidente parece. Salir al mar estos días era un suicidio.

-Sí, es evidente. Estas tormentas con ese calor en diciembre son más tropicales que del norte. ¿Cómo es posible que alguien saliese a faenar?

-Son fechas muy señaladas. Inconscientes que se creen indestructibles.

Orviz realizó la pertinente inspección ocular del cadáver. Era un hombre de unos treinta años. Por el aspecto hinchado del cuerpo debía de llevar varios días muerto.  A continuación tomó declaración a Carla,  ordenando un reportaje fotográfico de la escena.

-Bien Beltrán. Te dejo al mando por el momento para que atiendas a la prensa. No quiero salir hoy en la televisión. Esperaremos los resultados de la autopsia para terminar con este accidente. Llámame en cuanto sepáis quién es el pez.

El inspector abandonó la playa en su vehículo privado y se dirigió a comisaría. Tras completar un dossier e informar a su superior se fue a uno de los bares del puerto de Ribia.

La televisión local estaba volcada dando la noticia. Aún no se conocía la identidad del hombre al que habían encontrado. Nadie había reclamado la desaparición de un pescador ni en las comisarías de la zona ni en salvamento marítimo.

-Una botella de sidra, hoy el día está siendo caliente.

-¿Más de lo normal? Aquí en la villa suelen callar y el que calla otorga.

-Está todo pringado, pero algún día rodarán cabezas.

-¿Se sabe algo del accidente?

– Secreto de investigación, Julio. ¿No escuchas las noticias? Saben ya más que nosotros.

Rodrigo tomó los culines de sidra y salió del bar. Caminó por la zona del puerto. Las barcas de colores contrastaban con el blanco mayoritario de las fachadas contiguas. Las embarcaciones de recreo y yates rompían el paisaje eminentemente tradicional. Rodrigo se paró un rato frente a las barcas hasta que el móvil empezó a sonar.

 -Soy Beltrán. La jueza ordenó el levantamiento del cadáver. Se le va a practicar la autopsia y una prueba de ADN. Encontraron unas marcas en el cuello y una herida en el tórax, parece que por las rocas y la fuerza del mar.

-Muy bien, espero que no se complique el tema.

El asunto olía mal. Desde hace varios años la zona estaba dominada por dos clanes satélite del narcotráfico gallego, Os Carniceiros y Os Fontoria. Ambos dependían de células situadas en las Rías Baixas. Pujaban por la distribución de la fariña y el hachís en Asturias, Cantabria y Castilla León. También realizaban alguna descarga, pero su papel era más secundario. Pintaba a ajuste de cuentas entre narcos.

En el pueblo todos sabían de esta actividad. Digamos que los políticos instaban  a la jefatura policial a relajar las vigilancias a cambio de suculentas prebendas y financiar campañas electorales. La pesca, aunque importante, no era la principal fuente de ingresos de Ribia. Desde hace unos meses se tenía la sospecha del inicio de una guerra entre los dos clanes y el cadáver encontrado podría ser la primera de las evidencias.

            Al día siguiente se le practicó la autopsia. La causa del fallecimiento fue por ahogamiento, pero el corte en el tórax pudo deberse a un arma blanca y las heridas en el cuerpo parecían indicar un forcejeo previo. La prueba de ADN dio como resultado que se trataba de André Barbosa, un varón portugués. Se tendría que abrir una investigación de los hechos.

Rodrigo Orviz acudió a la Jefatura Superior de Policía. El comisario jefe Millán le ordenó iniciar la investigación antes de que llegase a los de la Brigada Central.

Los días posteriores transcurrieron tranquilos. Se empezó a recabar información a los pescadores de la zona. El análisis del tráfico marítimo no había aportado ninguna conclusión.  Después de la jornada Rodrigo estuvo tomando unas cervezas y jugando unos billares en un pub cercano.

Al llegar a casa dos tipos con la cara cubierta por un pasamontañas salieron de un Audi dirigiéndose al inspector. Uno de ellos llevaba un arma en la mano.

-Acompáñenos al coche. No le va a pasar nada. Solo queremos hablar con usted.

Antes de que pudiera decir nada le empujaron al interior del vehículo.

-Relájese y perdone estos modales. Solo quieren hablar de negocios con usted. Pónganse este otro pasamontañas del revés para no ver nada.

Rodrigo obedeció, permaneciendo en el asiento trasero del coche. Pensó en aquellos secuestros de ETA o del GRAPO, pero eran otros tiempos, podía sospechar de qué se trataba.

El Audi circuló durante una hora por autopista y luego por carretera. A continuación lo sacaron del vehículo, conduciéndole a una estancia de un lujoso pazo gallego.

Al quitarle el pasamontañas comprobó que estaba en un despacho y una imponente rubia  permanecía sentada enfrente con un maletín sobre la mesa de su escritorio.

-Bien, señor Orviz. Debe saber como funcionan las cosas por aquí-dijo mientras abría el maletín.

-Creo que lo intuyo.

-El caso es que encontraron un fiambre en la playa. Un accidente a todas luces.¿No?

-La investigación está en marcha.

-En este maletín hay 300000 euros para ayudarle a resolverlo favorablemente. Espero su colaboración y que la tranquilidad siga reinando para todo el mundo.

Rodrigo pensó en sacar su reglamentaria y disparar a los dos secuaces que le habían traído hasta allí y que ahora estaban detrás de él vigilándole. Luego en apuntar a la mujer para detenerla y posteriormente desarticular a los clanes del narcotráfico. Lo visionó por unos segundos. Le condecorarían con la Orden del Mérito Policial.

Pero el desarrollo de esa trama sería solo novela negra. La realidad es mucho más gris y corrupta.

Rodrigo cogió el maletín. Varios meses después el caso estaba cerrado. Accidente marítimo.

 

©Relato: David Suárez, 2020.

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