La banda de las gasolineras por Txema Arinas
LA BANDA DE LAS GASOLINERAS
1
- Creo que ha llegado el momento de volver a dar palos a las gasolineras –comenta el Litri, apócope del apodo que se ganó en sus años más mozos entre los colegas del barrio por la que entonces parecía ser la gran pasión de su vida: las Una pasión de la que el cañón de cerveza que hay sobre la mesa de la terraza del Bar La Trena, el único local de las galerías comerciales que en su momento la gente del barrio creía que los ubicaba en una siempre imprecisa modernidad y que hoy en día permanece abierto tras el cierre en cascada del resto desde hace ya más de una década, parece ser un rescoldo en toda regla. Un cañón de cerveza que destaca, como de costumbre, entre las simples cañas y los botellines de veinticinco centilitros de sus colegas; el Litri no suele beber de una sentada menos cerveza de la que contiene un vaso de sidra.
- ¿Lo dices porque, tal como están los precios, las gasolineras se están forrando? –pregunta el Chirri, llamado así por su afición a la elaboración artesanal de cigarrillos en los que mezcla el tabaco tradicional con tricomas que contienen grandes cantidades de cannabinoides, terpenos y flavonoides.
- ¿No pretenderás que nos llevemos la caja de la recaudación? –inquiere el Fili, por lo de “filólogo” como resultado de su manía de apostillar a sus colegas cada vez que utilizan un término que él considera pasado de moda, sin poder apenas disimular la sonrisa torcida que se le dibuja en la cara por la ilusión de haber pillado en un renuncio al que siempre se vanaglorió de ser el cerebro de la banda. En realidad un cuarteto de amigos desde la infancia y que durante mucho tiempo fue la pesadilla de la comandancia de la Policía Nacional en su ciudad, digamos que hasta el fallecimiento de ese otro al que decían el Chino, más que nada porque sus padres lo habían adoptado con tres años en un orfanato de Dongguan. Falleció durante una redada y tras la que los otros tres acabaron dando con sus huesos en el trullo durante una larga temporada-. Te recuerdo que hoy en día paga con tarjeta todo hijo de vecino. Así que ya me dirás tú, lumbreras, qué caja nos podríamos llevar; como mucho la de las chocolatinas.
- Es que yo no tengo intención de acercarme a la caja –advierte el Litri a sabiendas de lo que va a decir dejará perplejos a sus colegas-. Lo que yo quiero llevarme es la gasofa.
- ¿QUÉ? – el Chirri y el Fili al unísono.
- Que iremos a repostar con un buga y cuando tengamos el depósito lleno nos daremos el piro.
- ¿Para hacer qué con la gasofa? –pregunta el Fili.
- Venderla por debajo del precio escandaloso al que la están vendiendo ahora aclara el Litri.
- ¿A quiénes? –pregunta el Chirri.
- ¿Cómo que a quienes? Pues a cualquiera que esté con la soga al cuello porque trabaja con una furgona o tiene un pequeño camión y ahora no le salen las cuentas al ir a llenar el depósito –explica el Litri.
- No sé si todavía se dice furgona. Lo que sí sé es que lo de buga es de pureta total –apunta el Fili.
- ¿Y pureta no lo es? –replica el Chirri.
- Si quieres estar a la moda debes hablar como los raperos –explica el Fili-.
- Yo no sé cómo hablan los raperos. De hecho, -insiste el Chirri- odio el rap, el hip-hop, el trash no sé qué y todas esas mierdas de…
- ¿Negros? –le reta el Fili.
- De críos –resuelve el Chirri.
- ¿Veis cómo estáis hechos unos puretas? Todavía llamáis bugas a los coches y os habéis quedado en la época de Extremoduro, qué digo, puede que hasta en la de Leño –ironiza el Fili.
- En cualquier caso, ¿se puede saber dónde pillamos un coche al que se le pueda hacer el puente como antes? –pregunta el Chirri dirigiéndose de nuevo al cerebro de la banda-. Ahora la mayoría de los coches nuevos vienen con inmovilizador.
- Hombre, seguro que no faltan coches viejos en los barrios como el nuestro. Además, tenemos que pillar dos; uno para llenar el depósito y otro, a ser posible una furgoneta o como mínimo un monovolumen, para transportar los bidones donde vaciaremos la gasofa que nos llevemos con el otro antes de abandonarlo en un descampado como hacíamos antes –detalla el Litri.
- Habrá que ir camuflados para que no nos reconozcan las cámaras de vigilancia –recuerda el Fili.
- Iremos vestidos como si fuéramos raperos y con las mascarillas puestas todo el rato. Lo único que reconocerán será el coche que cojamos prestado para luego dar el palo. Más tarde, cuando los maderos, ¿todavía se puede decir maderos? –pregunta el Litri al Fili con no poca sorna-, crean haberlo localizado, lo único que encontrarán serán su esqueleto y el resto hecho cenizas.
- Vamos, como hicimos con el Chrysler 150 aquel con el que dimos el palo de la joyería del centro –rememora el Chirri.
- Exacto, y si me apuras hasta en el mismo descampado a las faldas del monte –corrobora el Litri.
- ¡Qué tiempos aquellos! Entrabas a una joyería como el que iba a comprar el pan a la esquina –el Chirri se da a la nostalgia-
- Os recuerdo que fue precisamente después de lo de la joyería que se nos echaron encima los GEO justo cuando estábamos celebrándolo en el piso del Chino, y que… -el Fili extiende un manto de silencio en lo que estaba siendo un animado intercambio de ideas, brainstorming que le dicen los soplapollas hoy en día, el cual dura lo que el Chirri en vaciar de un solo trago su segundo cañón de cerveza-. Nos habría ido mejor si nos hubiéramos conformado con las gasolineras.
- Sí, eso no se nos daba nada mal –asiente el Fili.
- Bueno, acabo con el plan –promete el Litri a la vez que se limpia con la manga de su ajada chupa de cuero marrón el ripio de la espuma de cerveza que se le ha quedado entre los pelos del bigote-. Yo y el Fili llenaremos el depósito de coche prestado en la gasolinera y cuando ya esté lleno saldremos pitando hacia el descampado a las afueras donde nos estarás esperando tú –el Litri se dirige al Chirri provocando la suspicacia del Fili, el cual enseguida sospecha que el cerebro de la banda prefiere tenerlo a mano por si las moscas, vamos, por si al final se raja y deja colgados a sus amigos- con la furgoneta y los bidones para vaciar la gasofa. Podemos repetir la operación varias veces a lo largo del día antes de deshacernos del coche. Luego ya me encargaré yo de buscar alguien al que colocarle los bidones a precio de amigo, muy amigo. Y si todo sale bien, pues repetimos la operación a la semana siguiente o cuando nos venga bien.
- Entonces van a ser muchos bugas prestados hasta que nos salga rentable –comenta el Fili-. ¿No pretenderás quemarlos todo?
- Pues no había pensado en ello –confiesa el Litri tras un largo respiro en el que de repente se había visto obligado a reconocer a sus colegas que no lo tenía todo tan bien pensado como pretendía hacerles creer-. Mejor nos olvidamos de lo de quemarlos en el descampado. Quedaremos allí para hacer los intercambios del día y luego, mientras voy a vender la gasofa, que se encargue otro de abandonar los coches a las afueras, cuanto más hacia el monte mucho mejor, a ser posible siempre en un lugar distinto y asegurándose de que no haya cámaras de ningún tipo alrededor.
- No sé, no lo acabo de ver del todo –duda el Fili.
- Más fácil imposible –asegura el Litri.
- Ya, pero, aunque salga bien, tampoco nos vamos a hacer ricos vendiendo bidones de gasolina.
- ¿Prefieres que seguir pagando las cervezas con lo que sisamos a nuestras parientas de la RGI? –pregunta el Litri.
- Visto de esa manera…
- Joder, Fili, ni siquiera es por el dinero –afirma el Chirri-. Se trata de sentirse vivos como cuando éramos chavales.
- Pues no te negaré que, entre pasar la mañana viendo pasar la vida desde esta terraza y….
- ¡Y sentirse vivos, Fili, sentirse vivos! –prorrumpe el Chirri mostrando un entusiasmo del que hacía años que sus dos colegas no tenían ya noticias.
- ¿Estamos o no estamos? –conmina el Litri a los que no duda en catalogar ya como sus cómplices.
- ¡Estamos! –asiente el Fili consciente de que, por muchas pegas que pueda poner al plan del Litri, negarse a formar parte de él sería lo mismo que renunciar a la amistad que los une desde que eran unos críos. Un peaje que no está dispuesto a asumir porque sabe que esos dos descerebrados que tiene como amigos son su principal y casi único capital humano para hacer frente al día a día en el que se desarrolla la anodinia existencial en la que está instalado desde que salió del trullo, esa en la que ni siquiera sus otros seres queridos, y en especial una mujer que desde hace tiempo lo trata como si fuera un bulto del que no sabe cómo deshacerse sin que ello le crea más problemas de los que ya tiene, o una hija que no puede evitar mirar a su padre como lo que realmente es: el fracasado que le ha tocado como progenitor en esa broma macabra que es el azar en la vida.
- Pues estamos, sí –concluye el Litri rubricando el pacto entre rufianes con una nueva ronda que enseguida les es servida por el encargado de La Trena sin necesidad de que ninguno de ellos se levante para acercarse hasta la barra.
2
No se habían visto las caras desde el día de la detención. Las autoridades penitenciarias habían hecho todo lo posible para que los tres amigos no coincidieran, en previsión de que al hacerla pudieran cambiar sus testimonios antes del juicio, ya fuera impidiendo en todo momento que el Chirri y el Fili compartieran horarios fuera de sus celdas, o trasladando al Litri al centro penitenciario de una de las provincias vecinas. Ahora estaban sentados los tres juntos en el banquillo de los acusados a la espera de que diera comienzo la sesión en la sala del juzgado número tanto del juzgado de instrucción tal de la ciudad cual contra Juan Carlos Delgado, alias “el Fili”, Joaquín Sánchez Frutos, alias “el Chirri” y Ángel Fernández Franco alias “el Litri”, por el robo de las gasolineras.
- No te lo voy a perdonar nunca, Angelito –susurra el Fili al cerebro de la banda procurando mantener la vista siempre al frente para evitar que los funcionarios del juzgado les llamen la atención por discutir entre ellos antes de que aparezca el juez en la sala.
- Qué quieres que te diga, Juancar, estas cosas pasan –replica el Litri también entre susurros-. Todos sabemos a lo que nos arriesgamos cuando…
- Cuando somos tan idiotas como para hacer caso a un tipo como tú –le corta el Fili.
- Nadie os puso una pistola en la cabeza… -el Litri a su vez.
- ¿Cómo la que le pusiste al dueño del taller al que le fuiste a vender la gasolina? –pregunta el Fili.
- Era un hierro de pega. Tranquilo que por eso precisamente no nos van a emplumar –asegura el Litri.
- Puede que por eso no, no sé. Pero lo del robo de las tres gasolineras de aquel día y el de los dos vehículos para cometerlos no nos lo quita nadie –interrumpe el Chirri sentado a la izquierda del cerebro de la banda.
- Ni eso ni la agresión al dueño del taller –añade el Fili desde el costado derecho de su amigo Ángel, alias el Litri.
- El muy hijo de puta…
- Sí, eso ya lo vi con mis propios ojos; se puso como loco en cuanto reconoció la furgoneta que le habíamos afanado el día antes –recuerda el Fili atrayendo la atención de varias personas de la sala al elevar el tono sin darse cuenta.
- Cómo iba a saber yo…
- Sí, por supuesto, cómo ibas a saber tú que el tío al que íbamos a venderle la gasofa que acabábamos de robar era también el dueño de la puta furgoneta.
- Yo solo me fije en que había una furgona aparcada en la calle. Ni por un momento pensé que pudiera pertenecer a uno de los talleres que había alrededor –se disculpa el Litri-.
- Una furgoneta, por favor. Se dice furgoneta.
- Era de noche y ese polígono de mierda está siempre mal iluminado; por eso lo escogí para pillar los bugas.
- ¿Los bugas? De verdad, no sé cómo he tenido tanta paciencia con vosotros, putos carcamales.
- ¿Carcamales?
- Sí, carcamales. Mira que me lo estaba repitiendo todo el rato: no te dejes liar por estos carcamales, que no tienen edad para ir dando palos por ahí, que ya te jodieron la vida en el pasado.
- Eso lo dices ahora porque nos han pillado –dice el Chirri.
- Eso, eso, escucha lo que dice Joaquín.
- Pero ¿cómo no nos iban a pillar? ¿Vosotros sabéis cómo nos ha bautizado el periódico que más se lee en la ciudad? –pregunta el Fili.
- Pues supongo que La banda de las gasolineras, como cuando éramos chavales – responde ufano el Litri.
- Yo qué sé, no leo periódicos –afirma el Chirri.
- La banda de los abuelos –revela el Fili provocando una vez más que parte de la sala desvié su atención hacia el banquillo de los acusados.
- ¿De los abuelos? –exclama el Chirri.
- Sí, lo que oyes, de los abuelos –insiste el Fili.
- Bueno, tampoco es para tanto –suelta el Litri en un vano intento de quitarle hierro al asunto-. La verdad es que ya tenemos una edad.
- El que menos setenta y dos, Angelito –recuerda el Fili.
- Sí, no sé cómo se nos ha ocurrido hacerle caso a éste –dice el Chirri señalando con un ligero cabeceo al reo que tiene a su lado.
- Cosas de viejos que se resisten a aceptar su edad –se sincera el Fili.
- Sí, de viejos que se pasan el día sentados en la terraza de un bar viendo la vida pasar hasta que viene alguien que no se resigna a vegetar… -el Litri intentando disculparse.
- El caso es que somos el hazmerreir de toda la ciudad –asevera el Fili.
- Yo no quiero volver a La Trena –implora el Chirri.
- Tranquilo, que a nuestra edad dudo que nos caigan penas de cárcel. También dudo de que se siga diciendo “trena”.
- Me refiero al bar La Trena –le corrige el Chirri-. Después del ridículo que hemos hecho yendo a venderle la gasofa al mismo tipo al que le habíamos robado la furgona en la que llevábamos los bidones, no podría aguantar las burlas de la gente del barrio.
- ¿Ves lo que has hecho, Angelito? Puede que nos libremos de ir a la cárcel por la edad; pero, me temo que nos vamos a pasar el resto de lo que nos queda de vida encerrados en nuestras casas. Por eso no te lo voy a perdonar nunca.
- Bueno, bueno, vosotros no es que seáis viejos, es que pensáis como viejos –les reprocha el Litri-. ¿Acaso no lo hemos pasado bien, no rejuvenecisteis cuando fuimos a robar los bugas o nos piramos a toda pastilla tras llenar el depósito de gasolina? Pues que nos quiten lo bailado.
- Vete a la puta mierda, Litronas.
©Relato: Txema Arinas, 2022.
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