Bajo la doble lupa de… LA FORASTERA de Olga Merino por Manu López Marañon y Anna Miralles
LA FORASTERA
BAJO LA DOBLE LUPA DE…
Anna Miralles y Manu López Marañón
RESEÑA DE MANU
Hay novelas como La forastera cuya embriagadora lectura, más que ganas de reseñarla animan a este reseñador aficionado a la reflexión sobre el arte de escribir (algo cada vez más difícil de hallar), interés avivado por alguna insólita joya como esta que ha publicado Olga Merino en febrero de 2020, mes fatídico para sus intenciones de venta.
Las notas tomadas que desarrollo para esta Doble Lupa, planeada minuciosamente para tratar de influir –lo que buenamente podamos– en los regalos literarios destinados a esta Navidad, espero no caigan en saco roto. Digo ya, de entrada, cómo junto a Los buenos hijos de Rosa Ribas, La forastera ha sido, –para mí–, la mejor novela leída durante 2021. Definida por el crítico Marín Blázquez como «una obra escrita en estado de gracia» no puedo estar más de acuerdo con tal veredicto.
«Conozco cada pliegue del terreno, los nombres de los espinos y adonde llevan los ramales, aunque para las gentes de la aldea nunca he dejado de ser una extraña que vino de paso y decidió quedarse. Ya no me importa. Aquí he echado el ancla».
Aun desconociendo el resto de sus libros, con esta última novela suya, percibo en Olga Merino a una de esas creadoras brutalmente sometidas a su vocación de escribir. Cómo, para satisfacerla, no ha podido existir en ella elección racional alguna, cómo su afán de escarbar tan profundo dentro de sí para completar la angustiosa y compleja narración que resulta ser La forastera estuvo, sin duda, más regido por un conjunto de pasiones instintivas y subconscientes.
Siento que a esta catalana el tema le eligió; que la trama, expuesta con brío ante nuestros alucinados ojos, literal y literariamente la absorbió. Que ante semejante empuje no fue libre a la hora de escribir lo que cuenta en su novela. Desde luego –y es el elogio mayor que puede hacerse a un creador de ficciones–, comprobar todavía cómo una autora es llevada por la fuerza de sus pesadillas a convertirse en una médium en permanente diálogo con sus exorcizados espíritus, eso, hoy en día, resulta la excepcionalidad.
¿Inventa sus temas el escritor?… Al topar con algo que me llega muy dentro suelo plantearme este dilema, y con La forastera no hago excepción. Porque mi sensación es que Olga Merino recurre a la realidad solo en la medida en que esta queda adherida a su alma como directo reflejo de unas fuerzas (generadoras y castradoras al mismo tiempo) de las que ella –en su caso, con la escritura– pretende liberarse. Este tipo de catarsis íntima, origen de tantas artes, no solo de la literatura, viene explicada en ese imprescindible libro de Ernesto Sábato que es El escritor y sus fantasmas.
La voz narradora que Olga Merino traduce, la de su protagonista Ángela Marotos –«Angie», como la canción de los Rolling Stones (sus estrofas se intercalan durante el texto)–, se implica desde la primera a la última frase de los 18 capítulos de su novela. A través de la primera persona, la historia se sucede como a través de una pantalla deformante. Cargada de inevitable subjetividad, y con el desorden temporal que dan los flashbacks en aquel Londres de 1990, al que Ángela llega al final de la era Thatcher y en el que aguanta años (en compañía de un pintor obsesionado por las gamas cromáticas y para quien posar significa sumisión), esta personal voz femenina perfora la narración con no pocas oscuridades y ambigüedades de indudable personalidad.
«Días con el mundo detenido, a base de té y huevos cocidos. Días mirándonos a los ojos ridículamente, sin que hubiera diferencia entre amar, posar y pintar. Aprendí a hacerlo; me abstraía del agarrotamiento de los músculos, las ganas de orinar, el picor en la punta de la nariz. No me movía. Unas veces me convertía en piedra, otras, en esponja marina».
El vínculo de sangre, el destino a lo largo del tiempo de una estirpe, es un tema reincidente para William Faulkner, en quien las tortuosas ramificaciones familiares de los Sartoris o de los Snopes pueden seguirse de ficción a ficción. El trágico destino que arrastra a la familia de Ángela, así como a otras de la aldea (una aldea geográficamente innominada que yo ubico en Jaén), crea su propio vínculo en La forastera; uno tremendo, cargado de significación. No sería extraño que Olga Merino tire del hilo de unos personajes tan siniestramente magnéticos como los creados aquí, merecedores –¡estos sí, por fin!– de una saga con intenso vigor literario.
A diferencia de esos thrillers donde todo el tiempo están ocurriendo cosas, donde la realidad literaria es una vertiginosa continuación de acontecimientos acelerados que se mezclan estableciendo una sucesión de delirantes estructuras, para mí incomprensibles; a diferencia de tales «ficciones» (mejor llamarlas subgénero de superficialidades) donde los hechos apabullan, hasta su extinción, a pensamientos y sentimientos, gracias a La forastera su autora me hace recuperar el ritmo lector que mi atención merece: una lectura no condenada a rehuir descripciones ni a sortear personajes con alma…
Gracias al gusto por narrar que Ángela demuestra, ante nuestros ojos se desarrollan sujetos inolvidables como el pintor inglés Nigel Tanner, el recolector senegalés Ibrahima, «Ibra», el loco Rodales, el padre Andrés, el terrateniente Julián Jaldón Maldonado y su familia… En La forastera hasta los perros resultan figuras literarias de primer orden: inolvidables resultan Pluto, la Capitana y la Curra. Los ambientes tampoco quedan desatendidos por el esmero y la concreción; muchos aparecen llenos de sombras y voces, como la casa del Hachuelo (desvencijada y donde, en duras condiciones, sobrevive Ángela), o el bar Tomás, ese «bar de los raros». Hay otros lugares herméticos, donde ni la mirada de la narradora pasa, como la opulenta finca de Las Breñas.
«Hace cuatro años quizá, al poco de morir mi madre, los Jaldones dejaron de cultivar las fanegas que rodean mi casa y que habían sido nuestras, y donde hubo trigo medran ahora el brezo, las jaras y los cardos hasta la misma orilla del camino que, traspasados los chaparros, se ahorquilla luego en un sendero que conduce hacia el río y la casa de Las Breñas».
A los flashbacks ingleses se suman unos certeros bosquejos llenos de viveza con los que queda eficazmente retratado el suburbio barcelonés adonde se traslada la familia de Ángela (por haber quedado su padre en el paro).
«Desde nuestra ventana se oían trinos alegres, el canto de los jilgueros que trepaba por la fachada sin revoque, donde una plaza decía Obra Sindical del Hogar junto a un yugo y un racimo de flechas. Los pájaros, la Jacoba y su marido, vivían en el primero, en una jaula muy pequeña, como la nuestra, detrás de una ventana enrejada para que no les entraran los quinquis».
En fin, esta sucesión de aciertos que voy señalando diferencian a La forastera del infame thriller que arrasa en las librerías; diferencia a la filfa de la literatura de primer orden. Vosotros elegís si queréis empobreceros mascando lo de siempre o crecer como lectores del siglo XXI.
Y es que encuentro otra prueba de cómo Olga Merino ha dado en la diana.
La tengo en la accesibilidad de su novela, en cómo a La forastera basta y sobra con su desgarro para quedar al alcance tanto del lector inteligente y curtido como del menos experimentado pero dispuesto a dar el salto; al de los sibaritas que disfrutamos paladeando esta prosa que descifra la arquitectura y el conjunto de símbolos de una ficción, como del de ese otro grupo –por desgracia mayoritario– de lectores impacientes, fanáticos (al modo de las superproducciones de Hollywood) de la acción sin pausa: simplones a quienes solo valen anécdotas crudas y deshuesadas, manufacturadas para entretener. De este grupo, desesperantemente machote y homogéneo como el mármol, no pierdo la esperanza de que algún miembro se desgaje y confíe en este idealista crítico…
«Ahora comprendo que el odio también está hecho de carne, sangre, huesos y obsesiones. Jaldones y Marotos estamos amasados con el mismo barro, entreverados en una estirpe…»
Leer y regalar La forastera. Disfrutaréis y acertaréis plenamente.
Felices fiestas y que 2022 resulte un año alegre y con buenas lecturas para todos.
RESEÑA DE ANNA
Olga Merino sitúa La Forastera en una aldea del sur que bien pudiera ser cualquiera de las que forman parte de la España vaciada, un lugar en el que la aridez no es solo propia del paisaje, sino también sello de identidad de sus gentes ásperas como la tierra que les da cobijo. La autora catalana ha escrito una novela rural dura y magnífica, un «western contemporáneo» como se menciona en la contraportada, en la que se habla del apego a una tierra «de espinazos rotos y jornales de miseria» a la que regresa la protagonista, la forastera, para quedarse en ella a pesar de las dificultades a las que deberá hacer frente.
Ángela, o Angie, a sus cincuenta y un años vive sola en la vieja y destartalada propiedad familiar con la única compañía de sus dos fieles perros y una escopeta que guarda escondida. Subsiste gracias a una ayuda que recibe del Estado, de lo que le ofrece su huerto y del dinero que gana por trabajos ocasionales. Su vida transcurre sin sobresaltos. Mantiene un frágil equilibrio con sus vecinos que la tachan de loca porque, según nos dice ella misma al inicio de la novela, frecuenta el cementerio, habla en voz alta frente a la tumba de su madre, bebe, se ríe sola y apenas tiene trato con nadie. La llaman «la chalada de la casona», «la guillada de El Hachuelo», «la puta inglesa». Los vecinos murmuran, cuchichean, hablan de ella, pero a Angie le da igual mientras la dejen en paz y pueda seguir con su vida.
Pronto vemos cómo la rutina que rige los días de la protagonista se ve alterada con el suicidio de Julián Jaldón, poderoso terrateniente, dueño y señor de la enorme finca de Las Breñas, al que han encontrado ahorcado en un nogal. Esta muerte llevará a Angie a descubrir secretos familiares que le habían ocultado. El pasado regresará con fuerza para remover el presente de la protagonista y las relaciones que mantenía con su entorno se verán afectadas. Angie querrá saber e iniciará una suerte de investigación sobre quién es quién en su familia y, sobre todo, cómo murió su padre. Saldrán a la luz sucesos que habían permanecido hasta ahora en la sombra.
Muchos de los personajes de La Forastera son personajes complejos, atormentados, que sienten la necesidad de huir de algo o de alguien: huye el padre de Ángela abandonando el pueblo para trasladarse con su familia a la Barcelona del desarrollismo franquista, ciudad de acogida de muchos inmigrantes que buscaban lo que el medio rural les negaba; huye su madre de la capital catalana para regresar a la aldea tras «el año en que sucedió todo lo malo»; huye Angie que siendo joven se marcha a Londres escapando del dolor por las pérdidas sufridas, y vuelve a escapar a su vez para regresar a la aldea años después cuando en Londres ya no hay nada ni nadie que la retenga; huye Ibrahima, lo más parecido a un amigo para Angie, un africano en situación irregular que trabaja para los Jaldones y que escapa de su país de origen y de unas circunstancias que intuimos complicadas… En fin, la huida como recurso para lidiar con el fracaso, el dolor, las carencias, los desafectos…; la huida no solo física sino emocional. Y la aldea sin nombre donde Merino sitúa la narración acaba siendo el lugar «que se traga a los que venimos huyendo» tal y como reconoce Angie.
Se habla también de la melancolía y de la soledad. Melancolía que sentirá la protagonista al rememorar otros tiempos como los de su infancia en Barcelona y su juventud en Londres junto al pintor inglés del que se enamorará; melancolía que se palpa también en la aspereza del paisaje. Por otra parte, la soledad la acompaña en su presente como «forastera» en la aldea: vive sola en la casa que la acoge y, a pesar de las incomodidades que esta tiene, Angie se siente bien en ella. La casa es su refugio. Las cicatrices de la casa son las suyas, está rota como lo está ella, pero aun así sigue en pie.
Pero si hay un tema que vertebra la novela este es, sin duda, el de la muerte y el suicidio. A lo largo de la novela son muchas las ocasiones en que la protagonista menciona la presencia de los muertos –sus muertos–, los siente, los llama casi para hablarles –lo hace con su madre y con su tía Emeteria–. Olga Merino trata el suicidio sin ambigüedades ni subterfugios. A través de la necesidad de saber y entender de Angie, se tratan las posibles causas que llevan a alguien a decidir sobre el momento en que quiere poner fin a su propia vida y el estigma que supone hablar abiertamente de ello. «Esta es tierra de suicidas» dice Angie al principio de la novela, muchos son los suicidas en estos terruños en los que la muerte está presente desde siempre. Lo que atormenta a la protagonista son las numerosas preguntas que se hacen los vivos, los que quedan, preguntas que no tendrán respuesta. Además, le obsesiona la idea de no poder escapar a la llamada de la muerte, que la idea del suicidio arraigue en su mente y la arrastre.
La prosa de Olga Merino es exquisita y de una innegable belleza. Destacan la riqueza del lenguaje utilizado, el cromatismo en las descripciones del paisaje, el uso de oraciones cortas que nos golpean por su crudeza, la maestría con la que consigue engancharnos al relato llevándonos de la aldea a Londres y a Barcelona sin que nos sintamos perdidos. Fantástica ambientación y fantástica construcción de personajes, especialmente la de una protagonista inolvidable en su dignidad y fortaleza, y admirable por la valentía que muestra al reclamar justicia enfrentándose al poder del caciquismo y abominando de la sumisión, pasada y actual, al terrateniente «[…] como si nuestras vidas permanecieran estancadas en el tiempo de las cabezas gachas y descubiertas al paso de los señores». Una mujer por encima de todo libre y dueña de su propio destino que no va a dejarse doblegar. Angie es un personaje que el lector se lleva consigo aun después de haber cerrado el libro.
Esta será sin duda una de las mejores novelas que habré leído este año. La forastera ha cumplido con creces las expectativas que me había creado tras la buena acogida que está teniendo. Olga Merino teje una historia dura como su protagonista, y seca como el paisaje donde la ubica, pero de una belleza que sobrecoge. Su lectura me ha recordado otras novelas como Intemperie de Jesús Carrasco, Como si existiese el perdón de Mariana Travacio o la fabulosa Los santos inocentes de Miguel Delibes. Y La autora se encarga de establecer conexiones con otra gran novela, Pedro Páramo de Juan Rulfo, con la referencia final que hace la protagonista.
Lean La forastera porque sería una auténtica lástima que se la perdieran.
ENTREVISTA CON OLGA MERINO
PREGUNTA MANU:
- «Entre lo que pasó en realidad y cómo lo recordamos siempre se cuela un algodón empapado en éter». Al aplicar a Ángela Marotos esta frase de La forastera encuentro, por el contrario, cómo sus hábitos de pensamiento introspectivo generan una conciencia hipercrítica de gran verismo, cómo ella se niega a recurrir al consuelo de cualquiera de las formas de idiotización aceptadas hoy por la mayoría.
¿Por qué Ángela prefiere no andarse con tapujos y usar una forma bastante radical de catarsis a la hora de aliviar el peso que soporta sus entrañas?
Ángela viene de vuelta de todo. Tras una juventud de excesos pasionales, vive ahora aislada en una aldea, en su casa decrépita, con una pensión ridícula del Estado y del fruto que arranca de la tierra con sus manos. No desea relación con nadie. Es feliz con lo que tiene hasta que empiezan a hacerle la vida imposible. Se convierte entonces en un animal acorralado. De ahí su voz. Se conoce bien a sí misma, conoce bien a los demás. A su manera, es una Casandra.
- El uso de la primera persona que usted pone en boca de Ángela, fruto de esa introspección sin dopajes artificiales, da también como resultado una voz narradora no menos destemplada cuando contempla recuerdos generados en un suburbio barcelonés y por su estancia posterior en Londres.
Supongo que para este tipo de narración directa y sin concesiones no dudó a la hora de elegir la primera persona del singular… Pero querría saber si ha sido su primera experiencia narrando así y, ya de paso, cómo le ha resultado.
En efecto, estaba convencida de usar la primera persona desde el principio, si bien me costó encontrar el tono de esa voz, la tesitura. En cuanto la hallé, la escritura fluyó. También usé la primera persona (un cuaderno escrito por el protagonista), en combinación con un narrador focalizado, en mi primera novela, Cenizas rojas (Ediciones B, 1999). Me gusta mucho la primera persona porque elimina de un plumazo la distancia entre la historia y el lector; funciona como si un amigo estuviera haciéndote una confidencia en un bar. Sin embargo, tiene sus contrapartidas: te ata a un solo personaje, a su visión del mundo. En cualquier caso, no tiene sentido una primera persona plana; la voz ha de tener un timbre especial. Ha de vibrar.
- Voy a detenerme en dos grandes novelas de la literatura universal: El extranjero, de Albert Camus, y El túnel, de Ernesto Sábato. La forastera comparte con la obra del Nobel francés una mirada desolada de la existencia, ese mismo sinsentido del vivir que acaba convirtiéndose en paradigma de lo absurdo. Pero más aún encuentro a la voz de Ángela heredera de la del pintor Juan Pablo Castel. El tono airado, violento, al que ella recurre para referir su vida está emparentado con la palabra ensimismada, angustiada, de aquel paranoico sin salidas que mostraba Sábato.
Veo en reseñas sobre La Forastera coincidencia a la hora de nombrar como influencia al Pedro Páramo de Juan Rulfo (algo que usted misma señala al leer Ángela esa obra). Pero me sorprende que nadie se haya fijado en títulos de novela construida desde la primera persona, unos títulos que debieron haber sido citados en cualquier análisis de la suya…
¿Reconoce la presencia de autores como Camus y Sábato, y seguramente las de otros (que escriban ya tanto en primera como tercera persona) sobre su novela?
Un escritor es lo que come, lo que lee. Y supongo que la esencia de esas lecturas se va infundiendo en la propia escritura. ¡Ojalá! Me citas dos novelas que me deslumbraron, El extranjero y El túnel. Y Pedro Páramo, por supuesto. También he bebido de Onetti, Marsé, Carmen Martín Gaite, Chirbes. Y del dream team británico (Barnes, McEwan, Ishiguro, Amis, Kureishi). Soy bastante omnívora.
- El tratamiento del tiempo en la novela me ha parecido otro acierto. Sus planos temporales son: el tiempo actual –2015– desde el que se desarrolla La forastera; la primera mitad de la década de los 90 en Londres, adonde su protagonista llega al comienzo del post-thatcherismo; los años 80 en Barcelona, donde su familia se instala en un suburbio, y, por último, las referencias a sucesos ocurridos en 1973 que se proyectan de manera más sutil, pero igualmente decisiva, sobre el presente novelesco.
¿Fue complicado conjugar esas épocas para que piezas tan diferentes se acoplen en la historia dando unidad no solo a la complicada personalidad de su protagonista, también conformando la no menos sencilla del resto de personajes?
En las novelas presto mucha atención a los espacios y al tiempo, a las capas superpuestas de vidas vividas que arrastran los personajes. Creo que eso ayuda a comprender mejor sus contradicciones, sus deseos, sus temores, sus heridas. Lo más arduo fue conjugar el presente en un marco hiperrural con un pasado muy urbano y frenético en Londres sin que chirriaran las bisagras. Al final, creo que, lejos de chocar, el contrapunto funcionó; ayuda al lector a respirar.
- Usted cita la siguiente frase de Samuel Beckett: «Ser artista es fracasar como nadie se atreve a fracasar». En el estudio de Nigel, el pintor londinense y Ángela viven juntos ya como pareja. Ella recuerda aquellos días como si hubieran sido «dos caníbales tiranizados por el sexo», su refugio más seguro.
¿Cree que dedicarse al arte lleva implícito un mayor riesgo de no alcanzar los objetivos propuestos y que, muchas veces, para el artista insatisfecho el sexo pasa a ser su panacea?
El arte es la insatisfacción por excelencia; en literatura, sabes que serás derrotado en tus aspiraciones pero, aun así, sales a batallar de cualquier forma, a pelearte con el papel. Todo artista, todo ser humano, esconde una grieta en su interior, una herida, y la llena como puede y quiere: sexo, amor, drogas, dinero, juego, alcohol, yoga o el cutivo de bonsais. Hacemos lo que podemos.
- Una de las anotaciones que Ánglela encuentra en la libreta de Nigel Tanner dice: «Ser artista es una carrera de fondo. Has de dosificarte. Hay muy pocos pintores que lleguen con dignidad. Las ideas no se agotan, pero vas repitiéndote, te autocopias. Sin darte cuenta, terminas convirtiéndote en una parodia de ti mismo». Trasladando este pensamiento al ámbito literario, no puedo evitar preguntarle:
Tras una novela tan original y ambiciosa como es La forastera… ¿No siente inquietud a la hora de plantearse la siguiente?
La inquietud la tienes siempre. Cada nueva novela es casi empezar de cero, con el agravante, además, de que debes superarte, no repetirte. Con el tiempo, no obstante, aprende uno a trabajar mejor, a reconocer las pájaras, a no desfallecer. Ese es el reto, el juego, el desafío.
Aprovecho para deciros que el próximo 20 de enero saco un libro titulado Cinco inviernos, sobre los años que viví en Rusia, justo cuando cayó la URSS. No es novela, sino un dietario con toques de crónica.
Pese a su relativa juventud, su curriculum incluye ya varios títulos. Pero no me parece usted una de esas escritoras obligada a publicar casi anualmente por imperativos contractuales como les pasa a tantas (y a tantos). Afortunadamente su editorial no es una de esas, sobre todo, interesadas en agotar filones de éxitos. No obstante, y al mismo tiempo, reconozco haber suspirado para que personajes de su última novela encuentren algún tipo de continuación…
¿Contempla la posibilidad de dar más oportunidades a, por ejemplo, Ángela, Vitali, las Mellizas o el pobre Rodales?
Gracias por el piropo, pero creo que la juventud ya queda lejos, jajaja. Soy lenta escribiendo, porque reviso mucho y porque hay que pagar las facturas con otros trabajos. Agradezco la sugerencia pero, de momento, no me ha pasado por la cabeza dar una segunda vida a Ángela y su mundo.
PREGUNTA ANNA:
- Es indiscutible que uno de los temas que trata La forastera es el del suicidio. En un momento de la obra incluso se mencionan sagas de suicidas ilustres como los Mann o los Hemingway.
¿De dónde surge la idea de escribir sobre ello? ¿Qué papel puede jugar la literatura en un tema tan delicado como el del suicidio?
La idea estuvo cociéndose en mi cabeza durante muchos años, desde que supe, en 1998, del suicidio de un amigo mío: se quitó la vida a la misma edad y el mismo día en que lo había hecho su padre. En cierto modo, estuvo aguardando el momento. Esa especie de muerte ritual me sobrecogió; quise entender los porqués. Dediqué mucho tiempo a investigar, a hablar con sobrevivientes y psiquiatras. Y llegué a una conclusión: es necesario hablar del suicidio continuamente, sacudir las alfombras, mirarlo de frente. No tener miedo a abordar su sombra.
- El paisaje en esta novela es un elemento importantísimo no solo como marco en el que ubicar la historia sino en cuanto a la influencia que este ejerce sobre los personajes. Se habla además de pueblos que forman parte de la España vaciada, abandonada.
¿Fue el paisaje el que marcó desde un principio el desarrollo de la historia y sus personajes o el tema requería enmarcarlo en un paisaje determinado como el que nos presenta la novela?
La investigación ardua sobre el sucidio me llevó a cierto bloqueo: la novela no acababa de cuajar. Empezó a tomar cuerpo, a subir la levadura, a partir de una imagen muy lorquiana: la de una mujer joven amortajada con su vestido de novia y enterrada en el ataúd con su ajuar dentro. Bien es cierto que en La forastera paisaje y personajes están íntimamente imbricados, pero el drama de Angie, el asedio al que la someten, su soledad, bien podrían producirse en un contexto muy urbano.
- Angie es un grandísimo personaje. La protagonista es una mujer de gran fortaleza, valiente y, por encima de todo, libre.
Explíquenos cómo nació la protagonista de La forastera, cómo fue gestándose Angie como personaje literario.
Nació a partir de su voz, que es un grito de rabia. Es una mujer que planta cara a la vida, que es capaz de coger la escopeta para defender su libertad. Pensé en las mujeres raras, las que no se ajustan a las normas, las que se atreven a desafiar el papel que les asigna la sociedad. Pensé en las brujas de los siglos XVI y XVII, esas mujeres profundamente apegadas a la naturaleza, a las que quemaban en la hoguera.
- A pesar de la temática de la novela, de la dureza de la historia que nos cuenta y de unos personajes cuyas vidas no han sido nada fáciles creo que en La forastera hay espacio para la esperanza.
¿Es este el mensaje, o uno de los mensajes, que ha querido transmitir a los lectores?
Totalmente. La forastera salió a finales de febrero de 2020, pocos días antes de que empezara el confinamiento duro por la pandemia. Al principio, me derrumbé. Pero poco a poco fui descubriendo que la novela y su protagonista resistían, como hicimos todos nosotros. A pesar de la dureza, la novela habla de resistencia, de preservar nuestra libertad y dignidad.
- En el libro destaca especialmente el uso de un vocabulario muy rico, rural, ligado a la tierra, al habla de la zona que, además, otorga a la novela mucha credibilidad y realismo.
Me gustaría que nos hablara de la importancia que tiene en esta novela el uso del lenguaje y si ha tenido que hacer un trabajo de documentación al respecto.
Desde muy pequeña sentí devoción por las palabras, por el castellano, mi idioma materno. Mi familia proviene del sur, del medio rural, y cuando emigraron en los años cincuenta a la gran ciudad, como tantos miles de españoles, se llevaron consigo en el equipaje su idioma, sus costumbres, sus expresiones, su manera de entender el mundo. En mi casa no había libros; no crecí rodeada de una biblioteca, pero, en contrapartida, los míos me regalaron una tradición oral riquísima y un léxico precioso. Luego, he estudiado, claro está. Me interesa mi idioma. Es mi herramienta.
- El apego a la tierra es otro de los temas que se tratan en la novela, también del desarraigo. La familia de Angie abandona el campo para instalarse en la Barcelona en pleno desarrollismo franquista, sin embargo, el padre sigue recordando sus orígenes: «En el recuerdo, mi padre sigue junto a la ventana, desde donde observaba las calles del barrio sin asfaltar, buscando algún rastro del cerro y la campiña entre los bloques de pisos a medio construir, como un campesino fuera de lugar que aguarda la escampada para salir a desvaretar los chupones. En el fondo, aunque nos hubiéramos alejado tanto, nunca salimos de la aldea. Allí, donde la ciudad perdía el nombre, seguíamos pegados al barro de las veredas».
¿Es La forastera un homenaje a las gentes que tuvieron que marchar de sus tierras para acabar sintiéndose desubicadas, víctimas del desarraigo?
¿Cuánto hay de crítica social en su novela?
Es una novela bastante política. Ángela vive prácticamente fuera del sistema, lo mismo que su amigo Ibrahima, un senegalés sin papeles que trabaja echando peonadas en el campo. Los pasajes de la novela que transcurren en el ámbito urbano también inciden en los deseheredados, en los inmigrantes que tuvieron que construirse con sus propias manos casas y alcantarillado en la periferia de las ciudades. Y del proceso de gentrificación que hemos vivido en las últimas décadas. Los viejos pisos obreros que han acabado convertidos en apartamentos de lujo y los vecinos de toda la vida, expulsados, porque no pueden pagarlos.
©Reseñas y entrevistas: Manu López Marañon y Anna Miralles, 2021.
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