MALDITA REFORMA LABORAL de Yolanda Fernández – IV Antología Solo Novela Negra

Al mirar a través del gran ventanal del despacho se reencontró con aquella provinciana ciudad que tanto había contribuido al despegue de su exitosa carrera. Recordó como tan solo cuatro años atrás había logrado que aquel ERE fuese un éxito. Treinta despidos y ni un solo juicio. Después de aquello llegó el ansiado traslado a la sede central de Madrid y ya no hubo límites. Algunos achacaron su meteórica carrera a la nueva reforma laboral, dando por sentado que le había facilitado el trabajo. “¡Qué atajo de mediocres envidiosos!” pensaba a menudo.

Al ver la iluminación nocturna se percató de lo tarde que era. Sin prisas, sin nadie que la esperase en el hotel, tan solo una novela negra y un minibar bien surtido, guardó el portátil en su maletín, apagó la luz y se encaminó hacia el ascensor. Podía dejar el equipo en el despacho, pero no se fiaba de nadie, la desconfianza era parte del precio que tenía que pagar por estar en la cumbre. Al salir a la calle respiró el aire fresco y húmedo de la noche. Aunque amenazaba lluvia decidió caminar hasta el hotel. El dolor de espalda la estaba matando y necesitaba estirarse. Se despidió cortesmente de Matías, el vigilante de seguridad, declinando su oferta de pedirle un taxi y emprendió camino.

No llevaba más de doscientos metros recorridos cuando comenzó la tormenta. Truenos, relámpagos y una fuerte lluvia la hicieron replantearse su decisión sobre la oferta de Matías. Al darse la vuelta para volver sobre sus pasos vio como se acercaba aquella figura amenazante, tapada de pies a cabeza con chubasquero negro de los de tipo capa. Nada anormal dadas las circunstancias si no fuera por el palo que blandía con visible furia. Con un rápido giro de cabeza constató que no había nadie más en los alrededores y que aquel extraño se dirigía presurosamente hasta su posición.

No se lo pensó dos veces, retomó su dirección original y comenzó a andar todo lo deprisa que sus altos tacones le permitían. Sin aflojar el pasó miró hacía atrás, constatando que el desconocido aún corría detrás de ella. Entre el estruendo de la lluvia le pareció oir que la llamaban por su nombre. En ese momento le asaltó la duda sobre la identidad de aquella figura. Su cerebro se puso en movimiento buscando una explicación y recordó que en aquella pequeña ciudad había dejado bastantes empleados no del todo conformes con sus decisiones. Coincidiendo con un fuerte relámpago se acordó de ella. No espero al trueno para descalzarse y echar a correr como alma que lleva al diablo.

Mientras huía de su perseguidora, recordó la última vez que se habían encontrado hacía ya cuatro años. Aunque seguía corriendo, entre tropiezo y tropiezo, su subconsciente la obligó a revivir aquel día.

Era viernes y el sol entraba por la ventana iluminando su pequeño despacho confiriéndole un aspecto alegre que enmascaraba toda la tristeza generada dentro de aquellas cuatro paredes. Repasó la ficha de su siguiente entrevistada y no pudo reprimir una tierna sonrisa al ver el nombre de su amiga escrito en el dossier. Pero no había tiempo para recuerdos y en menos de un segundo había vuelto a adoptar el semblante serio y frío que la ocasión merecía. No tardó en llamar a la puerta y después de recibir el permiso pertinente ella entró. Con un solo vistazo pudo comprobar lo que había cambiado en aquellos últimos años. Aquellos kilos de más y las ojeras mal disimuladas debajo del maquillaje indicaban que ya no tenía tanto tiempo para dedicarse a si misma. Aun así seguía manteniendo aquella sonrisa sincera que iluminaba la estancia. Después de los saludos y un par preguntas banales que bastaron para que dos amigas que hacía tiempo que no se veían se pusiesen al día, tomaron asiento para comenzar con la entrevista.

—Como ya sabrás, la empresa está inmersa en un proceso de reestructuración de plantillas y centros de trabajo —tomó la iniciativa para a continuación callar, provocando un silencio incómodo con la única intención de hacer hablar a su interlocutora.

—A mí me lo vas a decir, te recuerdo que solo llevó tres meses en mi nueva unidad. ¡Qué follón trasladar a toda la familia y buscar colegio para los gemelos a mitad de curso! Pero el cambio ha merecido la pena. La unidad está remontando las ventas y calculamos que en menos de un año daremos la vuelta a las cifras —recitó el discurso que llevaba aprendido.

—De eso quería hablarte. No habrá tiempo para ese cambio. La corporación ha decidido cerrar tú delegación.

Otro silencio incómodo inundó aquel pequeño despacho al mismo tiempo que el sol se ocultaba tras una solitaria nube.

—No lo dirás en serio. Eso no fue lo que acordamos cuando acepté el traslado. Ya se sabía que las cifras eran negativas, pero el margen temporal calculado para el remonte era de dos años. Pues tú dirás dónde y cuándo me incorporo a mi nuevo destino. Tened en cuenta que no debería cambiar a los gemelos dos veces de colegio en un mismo curso —su voz pasó de la protesta a la resignación esperando una respuesta rápida que la permitiese reorganizar de nuevo su vida.

—No habrá nuevo destino. Tu unidad cierra definitivamente y a todos se os rescindirá el contrato con la indemnización correspondiente —contestó fríamente.

—¿Me estás tomando el pelo? ¡Cómo que me voy a la calle! No me puedes hacer esto. He movido a toda mi familia, vendido mi casa, obligando a Juan a que pidiese una excedencia y ahora me dices que no contáis conmigo. —Su voz se iba elevando al mismo tiempo que sus mejillas y ojos comenzaban a enrojecerse.

—Por favor no me lo pongas más difícil. Sabes cómo va esto, la empresa se debe a los accionistas y para seguir adelante hay que hacer algunos sacrificios. Además, piénsalo, ¿te has mirado al espejo? Se nota que necesitas unas vacaciones, tómate un tiempo de descanso, disfruta de los niños y no te preocupes, que tú vales mucho y seguro que encuentras algo sin problemas —dijo justificando la decisión que habían tomado otros, ella solo era el mensajero.

—¿Qué no te lo ponga difícil? Me estás intentando convencer de que me estás haciendo un favor con el despido, después de lo que yo he hecho por esta empresa, y de que no me preocupe que algo encontraré, rozando los cincuenta y con dos niños pequeños —comenzó a decir con un tono derrotado y enterrando la cara en sus manos para evitar mostrar las lágrimas que afloraban en sus ojos.

—No te lo tomes por lo personal, seguro que dentro de unos meses me lo estás agradeciendo —intentó animar a la que había sido su amiga años atrás, pero la reacción de su interlocutora, levantando de repente la cara dejando al descubierto sus grandes ojos inundados de ira, la silenció.

—No quiero oír más mentiras, tú eres la que me estás destrozando la vida y te voy a pagar con la misma moneda. Puede que tengas razón y me estés haciendo un favor, pero hasta que las cosas cambien no dejes de guardar tus espaldas. Tarde o temprano me las vas a pagar y sí, por si no te ha quedado claro, esto es una amenaza. No te molestes en acompañarme a la salida que ya se el camino —le espetó midiendo sus palabras con tranquilidad y control, usando un tono tan gélido que asustaba.

No le costó mucho olvidar el incidente, era su trabajo y estaba acostumbrada a los exabruptos del personal, además eran amigas desde hacía mucho tiempo y estaba segura que pronto entraría en razón. Pero ahora, al volver a aquella maldita ciudad lo había recordado todo y estaba segura de que aquella loca desagradecida venía a cumplir su promesa.

Presa del pánico se obligó a mirar atrás para descubrir que menos de un metro las separaba. Su instinto de supervivencia hizo que reaccionase con fiereza. Con su mano derecha asió con fuerza el asa del maletín del ordenador al tiempo que soltaba la correa de su hombro. Con el brazo totalmente estirado giró y aprovechando la inercia logró impactar en la cabeza de su atacante. Todo sucedió demasiado rápido, la figura que la perseguía perdió el equilibrio y cayó de espaldas golpeándose la cabeza con un bordillo. Al oír el crujido de la cabeza contra el suelo profirió un grito salvaje de triunfo que quedó ahogado cuando vio que el que yacía inerte en el suelo era Matías. Iba protegido por un chubasquero y en su mano llevaba un paraguas. En ese momento dejó de llover y fue la sangre que manaba de la cabeza del vigilante lo que continuó empapando lentamente el suelo.

Una hora más tarde la policía la encontró aún empapada, sentada en el suelo, al lado del cadáver, abrazando su maletín y murmurando entre sollozos “no tuve más remedió, solo cumplía con mi trabajo…”.

 

©Relato: Yolanda Fernández, 2020.

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