AGENTE RUD de Francisco Ghiotto

Se despertó por primera vez en mucho tiempo sin dolores ni angustias. Como cada mañana, se calzó las pantuflas que lo esperaban perfectamente alineadas a la mesita de luz, caminó lentamente, se duchó y por último se afeitó. Bebió su café habitual: una mitad exacta de leche y la otra de café. El agente Rud era una persona esquemática, repetitiva y solitaria.

                Salió de su pequeño departamento de la calle Suipacha, dos ambientes pequeños con lo básico: una cama, un escritorio con máquina de escribir, varios cuadernos, una radio y un sinfín de libros en la biblioteca. Caminó con su misterioso maletín gastado, su sombrero y un tapado que lo cubría casi de forma íntegra, una bufanda de lana negra que solo dejaba ver un amplio bigote algo desprolijo y unas profundas y gigantescas gafas que vislumbraban un mirar cansado y sombrío.

                El frío porteño de ese lunes por la mañana no le quitaba la ilusión que lo había traído tan lejos de su Rusia natal. Él sabía que lo atraparía.

                Tomó el subte, se sentó y leyó el diario durante todo el camino. Sus casi 60 años y los problemas de espalda que lo maltrataban desde la juventud no le impedían, al menos en este día, sentirse grande, por más que siempre se había sentido insignificante dentro de su pequeño cuerpo corto y flaco.  Esa mañana era un gigante, enorme, tan poderoso como su nación que. Al fin, luego de tantos años de investigación solitaria, daría con el Nazi más importante de América Latina, exiliado luego del fin de la guerra.

                Tener un nombre y una dirección lo emocionaban, sentía que finalmente podría vengar a sus padres y comenzar a sepultar esa infancia huérfana y helada en Siberia, donde sin padres ni hermanos había decidido entrenarse

                Al salir de las oscuridades del subte, el frío lo chocó de frente, pero nada lo detendría. Caminó lentamente, las rodillas le temblaron, era el lugar, debía aguardar el momento exacto para entrar en acción. Se sentó en el café  ubicado justo al frente de donde saldría el asesino de su historia. Se escondió detrás del diario, fumó y esperó. Soñó con terminar con todo, poder tener una vida normal, dejar de ser un agente de la KGB clandestino en Buenos Aires, pasar a ser un porteño más, poder formar una familia, un amor, comer asado, ir al cine o a las veladas del Luna Park y todas esas cosas que su deber patrio no le permitían. No era un hombre, era una misión

                Lo vio salir, estaba seguro de que era el hombre que tanto había buscado. Tomó su pistola PSS, recordar a su país le dibujó una sonrisa grotesca que dejaba ver unos dientes amarillos de tabaco y café. Se convirtió  en un mar de arrugas en su esquelético rostro con ojeras y manchas.

                El General Conery dobló en la esquina justo cuando se escucharon dos disparos. El trabajo fue asegurado  con un segundo estruendo.

Se petrifico como una estatua, los oídos le zumbaban y lo habían dejaban sordo, su guarda espaldas enfundaba su pistola, aun humeante,  en el largo tapado gris sin decir una palabra. El Agente Rud se desagregaba en el piso con dos agujeros en el pecho  que lo bañaban de un rojo intenso .El General Conery se acerca a su enemigo pisando con sus botas el charco de sangre, se puso  de cuclillas con una  agilidad sorprendente para un hombre de su edad y  batallas, en un perfecto Alemán le susurro al oído: “Jamás seremos los perseguidos”.

 

©Relato: Francisco Ghiotto, 2020.

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