DESPUÉS DEL HURACÁN de José Javier Navarrete, IV Antología Solo Novela Negra
Las fuertes ráfagas de viento y la furia de la lluvia me llegan amortiguadas. Dudo que salga de esta. El huracán es el menor de mis problemas.
La brida me corta la circulación de las manos. La cabeza continúa aturdida por el golpe. ¿Cómo pude dejarme sorprender? Miro a mi alrededor en un intento vano de ver dónde me encuentro. La oscuridad es absoluta.
La pantorrilla me arde. ¡Maldito perro! ¿De dónde salió? ¿Será verdad eso que dicen de que son capaces de oler el miedo? No lo creo.
Abrazo la columna sobre la que se apoya mi espalda. Con esfuerzo logro ponerme en pie. Me mareo y tengo que volver a sentarme. Me dejo resbalar agotando la última reserva de energía. Muevo los brazos intentando liberarme. Si hubiese alguna arista trataría de romper la brida. El frío metal de la columna alivia el dolor de las laceraciones que el plástico me inflige en la piel.
Aguzo el oído. No hay más sonidos que los de la tormenta que precede al infierno que está por desatarse. Grito. Nadie me va a oír, pero necesito hacerlo.
¿Qué será de mí? Tal vez el huracán me haga el favor de acabar con la agonía que llegará tras su marcha. Recuperada la calma vendrán y mi fin estará cerca. La espera es insoportable. Tengo que dejar de pensar en ello. Solo una novela negra podría terminar como lo hará mi vida.
Los ruidos de fuera son ahora ensordecedores. Todo tiembla a mi alrededor. Una trampilla vuela y la luz que penetra por el hueco me deja ver el sótano en el que me encuentro. Es paradójico.
El agua entra disparada y me golpea la cara como un puño. Me giro y doy la espalda al verdugo que se asoma por el hueco. El frío es insoportable. Imploro para que ocurra algo que acabe con esta tortura.
Me despierto y el huracán ha pasado. Los escombros han cubierto parte de mi cuerpo. La cabeza me va a estallar. Por fortuna, el golpe me dejó sin sentido y no he sido consciente de lo que ha ocurrido. No parece que tenga otro daño que el debido al fuerte impacto que me dejó fuera de combate. Quería morir y, sin embargo, doy gracias por estar aquí.
El aturdimiento retrasa la consciencia del cambio de postura. Ahora estoy de lado, con el hombro pegado al suelo. Miro hacia el techo y veo que ha desaparecido parte de él. En su lugar, el cielo y las primeras luces del día. El dolor es generalizado, pero peor en la cabeza y en el brazo que está debajo de la columna. Comienzo a reptar buscando mi libertad. Con los pies sujetos no es fácil. Avanzo con lentitud. Miro el extremo de la columna y los trozos de madera que tendré que romper antes de poder sacar los brazos. Para eso aún queda. Lo que no sé es si quedará tiempo.
Unos ladridos se acercan. Me giro hacia el hueco de la trampilla y asoma por él la cabeza del perro. Me mira y ladra con agresividad. Amenaza con bajar, pero lo llaman y se marcha. Siento un calor húmedo entre las piernas. El miedo y el agua me han jugado una mala pasada. Noto la boca seca, es la astringencia del fracaso.
Las voces se aproximan. La cabeza de un policía sustituye a la del perro.
―Señorita, ha tenido suerte de que recibiésemos su llamada antes de que la línea telefónica se cortase. Hemos venido en cuanto nos ha sido posible. ¿Sabe que llevamos más de un año detrás del asesino del sótano? Usted hubiese sido su quinta víctima.
El policía sigue hablando, yo ya no escucho. El agotamiento me ha vencido. Corta las bridas y me ayuda a ponerme en pie. Me siento como en día de resaca. El techo cruje y el policía, que me sujeta con fuerza por el brazo, me urge a subir las escaleras.
El coche patrulla está junto a los restos de un establo. Son menos de cincuenta metros. La mayor distancia que he recorrido en mi vida. El perro corretea a mi lado, ya no parece tan fiero. Uno de los policías lo acaricia y suelta: «buen chico». Cómo puede decir eso si el muy cabrón me mordió en la pierna.
El perro sale corriendo. Me giro y veo que se dirige hacia la joven que se ha quedado junto a la casa. El policía tira de mí. Cuando llegamos al coche me esposa y me empuja dentro de él.
©Relato: José Javier Navarrete, 2020.
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