DIAMANTE por Yasmani Rodríguez, IV Antología Solo Novela Negra
El día que Diamante nació, su madre traía puesta gafas oscuras. A su alrededor todo le parecía sombrío. Con deseo y esperanza dijo << Este siempre brillará>> y así fue. Treinta años después, Diamante era de esas personas a la que todos querían por sus cualidades, un hombre íntegro, héroe de guerra, que enseñaba el bien a sus hijos. No botaba basura en la calle, ni abusó jamás de los animales y siempre estuvo dispuesto para lo que hiciera falta en el barrio. Son muchos los que contaban con él para solucionar problemas personales, así llegó a transformarse en una especie de juez respetado y querido al mismo tiempo. Su vida era tranquila y solo esperaba pasar la vejez, sin grandes proyectos que le robaran tiempo guardado para sus nietos.
Su paz interior, lograda con el Yoga, se fragmentó al enterarse que su única hija era maltratada físicamente. Una vecina lo llamó en la madrugada para darle la noticia. Después de escuchar, el teléfono quedó pegado a su oreja mientras revivía el pasado. Recordó el primer golpe que su mamá recibió frente a él, después otros golpes más fuertes y otros más. Su madre también apeló a gafas oscuras para tapar los moretones de sus ojos. Entonces, Diamante sintió el olor a coronas de muerto y se juró…Mi hija no morirá a manos de un hijo de puta como le pasó a mamá.
Era muy temprano cuando abrió la puerta de su apartamento, como si esperara a alguien. Se paró en el balcón cinco veces en un minuto… ¡Lo mato, juro que lo mato! Finalmente lo pudo divisar; fueron segundos fragmentados, en blanco y negro. El bate en su mano no llegó a transformarse en un arma por la intervención de vecinos que evitaron una desgracia. Aquella mortificación que llevaba por dentro persistía y su hija negaba todo…es mentira papá, te lo juro, es mentira…pero aquella voz, la mirada marchita, los gestos, le decían lo contrario a Diamante, que ya no podía contener la rabia que guardaba…Yo conozco a mi hija, me está mintiendo…se decía a sí mismo.
Semanas después, el teléfono volvió a sonar y al ver por el detector de llamadas el número de aquella vecina, se le anudó la garganta. Levantó el auricular y la noticia le desató la tormenta dentro de sí. Tragó en seco y se dio a la espera, esa espera bélica, que le recordaba a la guerra, esos momentos antes de comenzar a disparar. El deseo de vengar a los compañeros caídos el día anterior. La respiración entrecortada por la ira en aumento, la adrenalina funcionando como combustible. Esperó escondido en la entrada a los apartamentos de algunos amigos de su yerno, en las esquinas y en el parque donde jugaba dominó.
Llovía incesantemente. Diamante esperaba bajo el framboyán que presidia el parque del barrio. Una idea fija martillaba su cerebro…Hoy mato a Fernando… juro que lo mato…Fernando venía caminando plácidamente, disfrutaba el aguacero de mayo e interminable como si quisiera demorar algo. No le dio tiempo a defenderse, a pensar, cuando vio a Diamante, ya era tarde, y cayó al suelo con el cuchillo clavado en el esternón. Se revolcó en el agua, pataleteó como un cerdo al ser sacrificado. Diamante se cercioró que lo había matado, tomándole el pulso con la mayor frialdad que un hombre pueda tener. La sangre diluida por la lluvia, creaba un contraste hermoso con las flores de framboyán, mientras Diamante se alejaba con paso calmado, hacia la estación de policía más cercana. Entró a la unidad aún con el cuchillo criminal en la mano, parecía poseído, de una forma rara, como si estuviera dopado y sujeto por una fuerza de ultratumba que se le reflejaba en los ojos. Los oficiales no creían aquello que declaró, no podía ser, Diamante asesino. El hombre intachable que ellos conocían, degradado por impulsos criminales. No era posible.
—Sí. Lo maté. Maté a Fernando. Y lo volvería a matar mil veces más— Les reafirmó sin titubear.
Aun así los oficiales quedaron con dudas. Uno miró al otro y le dijo bajito…este seguro lee solo novela negra… Pero la fuerza de la vista y la seguridad de las palabras con las que les hablaba, los convenció. Pero no fue hasta que vieron a Fernando tirado e inmóvil debajo del framboyán, que se convencieron por completo.
Después que levantaron el cuerpo, el barrio quedó en un silencio sepulcral; el vecindario parecía no enterado del suceso. Unos niños jugaban debajo del árbol, salpicaban el agua ensangrentada sobre sus cuerpos y ni eso provocó un regaño desde algún apartamento. Al otro día todos daban sus versiones del asesinato y comentaban…Tan zorro, ¡y eso que no mataba una mosca!, a la gente así, hay que tenerles miedo, se esconden detrás de una pose de yo no fui y después, zassss… ¡el sablazo!
Bastó que Diamante defendiera lo suyo para volver a ser grafito. Un instante superó todas las experiencias de guerra, la daga en su pulmón, la mordida de la serpiente cascabel y la peritonitis. Nada de aquello lo mató. Tuvo que matar para morir el brillo que ostentaba. Un instante lo empujó al abismo de sus recuerdos como si le tocaran las úlceras. Su madre con ojos morados, las gafas oscuras, el olor a coronas, aquel recuerdo de niño que lo perturbó siempre. Como si su existencia estuviera marcada y el día fijado. Aquello era una cadena que tenía que romper y la rompió.
Sus amigos le dieron la espalda, sin mirar en el pasado sus traumas. Por eso se le anudó la garganta, se le alocó el cerebro, no le salieron las palabras y le habló al estómago. Al recobrar el juicio, ya el agua estaba tintada de sangre y aquellos policías lo interrogaban. Diamante, para la gente, pasó de santo a diablo. Pero en verdad brillaba, no era grafito como todos aquellos que aún lo juzgan. Lo alzaron hasta la más alta cumbre y ahora es un simple asesino. Desde la celda, piensa, analiza lo que hiso, sueña con su nacimiento y logra ver a su madre sin gafas oscuras. Entonces sonríe y duerme con brillo.
©Relato: Yasmani Rodríguez, 2019.
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Originalidad y creatividad van de la mano en tus cuentos. Sueños cumplidos. Éxitos eres un magnífico escritor.
Yasma sigue así mijo esta bonita, me gustó.
Sobre el relato, Diamante,
Creativo, excelente y muy elocuente