TERTULIA LITERARIA

En cuanto se apagan las luces, empieza a hablar. Durante el día es el hombre más parco en palabras que he conocido, pero en la noche, cuando ya solo nos ilumina la luz que entra por la ventana, se pone a hablar.

     -Me habría venido de maravilla una temporadita en el reformatorio -me dice-. Tampoco una medida muy larga, quizá un añito o dos. Si me hubiesen parado a tiempo, ahora no estaría aquí.

     Tengo la hipótesis de que lo hace para dormirse. Otros fuman marihuana, le piden más gotas al psiquiatra o se masturban, pero Tomislaw habla.

     -Me pusieron una libertad vigilada, recuerdo -me cuenta-, y un buen montón de multas que le llegaron a mi madre, pero nunca una medida de internamiento.

     Es polaco. Habla español con fluidez casi nativa, pero con un acento extraño. Solo tiene una afición que yo sepa: el ajedrez. Cada mañana acude a la sala de ocio, monta el tablero bicolor y pone un cigarrillo sobre la mesa. Esa es su apuesta. Si quieres jugar, debes poner otro. Hay un rumano que es mejor que él y luego un par de tíos que le hacen un poco de sombra, pero nadie más le llega ni a la suela del zapato.

     -Ángel y el Calamardo, estuvieron en el reformatorio de Juslibol y dicen que es una puta guardería comparado con esto -continúa.

Me lo imagino tumbado, con los brazos detrás de la cabeza y hablándole al techo. No puedo verlo, desde mi litera de abajo. Si miro hacia arriba solo veo el tabique de hormigón que nos sirve de somier.

– ¡Mierda! -exclama, dándome un sobresalto-. Me he perdido esa parte de la vida, ¿te das cuenta? Ya nunca sabré cómo es un reformatorio por dentro.

     Tomislaw da miedo. Y no solo a mí. Dicen que estranguló al líder de los Black Panther. Me lo contó Ramón, al que llaman Shin-Chan, porque es bajito, cabezón y con los ojos rasgados. Me dijo que Tomislaw era uno de los Black Panther, pero se hartó y salió de la banda. Cuando te sales de una banda, los tíos vienen y te meten una paliza que te acuerdas de ellos toda tu vida. Eso dicen. Tomislaw fue preventivo. Se fue al jefecillo y lo estranguló con una cuerda de tender. Lo hizo así, como para advertirles al resto que tuvieran cuidado. Como si no supieran ya la clase de psicótico peligroso era.

Personalmente, me pregunto qué pinta un polaco, más blanco que la leche, en los Black Panther, pero Calamardo dice que ahí reclutan a cualquiera. Si vales para pasar droga y para meter palizas, ya eres suficiente para ser pandillero.

     Sospecho que Tomislaw valía para mucho más que eso.

     -Oye, Óscar, ¿qué significa «sórdida»?

     – ¿Eh? -tardó en reaccionar. Normalmente habla como para sí, no es normal que me pregunte nada-. Pues… No sé, algo así como «asquerosa», creo.

No soy precisamente un académico de la Lengua, como veis, pero ¿qué queríais que contestase?

– ¿Dónde has oído esa palabra? -le pregunto.

     -Lo ponía en tu libro. Ese que tienes ahí en la repisa. Le he echado una ojeada esta tarde y había una frase que me ha gustado: «Es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre». No creo que sórdida signifique asquerosa.

     -Supongo que quiere decir que la pobreza sea extrema -le explico, dudando-. Creo que quiere decir que es preferible ser pobre del todo que solo medio pobre.

     – ¿En serio? -pregunta, con un tono como molesto.

-Eso creo -respondo. Me hago una nota mental: «Si sobrevives a esta noche, mañana mismo consigue un diccionario».

Tomislaw lanza un gruñido.

     – ¿Cómo se llama el escritor?

-Manuel Vázquez Montalbán -respondo.

-Pues te diré algo: ese tío sabrá mucho de novelas, pero de pobreza no tiene ni puta idea. Ningún medio pobre quiere ser pobre del todo.

     Es un tipo reflexivo, eso no se le puede negar. Realmente no habla, sino que piensa en voz alta. Es como si estuviera en una consulta de psicoanalista, solo que en vez de un diván, usa una litera carcelaria.

Yo no me acostumbro a la cárcel, quiero que lo sepáis. Llevo aquí ya dos meses y, en fin, sé que me va a caer una buena talegada de años, pero os juro que esto no es lo mío. Yo no soy como Shin-Chan, ni como su primo Pedro, no me parezco a Calamardo, ni a Ángel, que estuvo en Juslibol con él. Ni muchísimo menos me parezco a Tomislaw.

A decir verdad, nadie es como Tomislaw.

Mide un metro noventa, es fibroso, pero no hace ejercicio nunca. Siempre está tenso, erguido, parece un gólem, una estatua de bronce. Hay que ser muy hijo de mala madre para meter a un pipiolo como yo, primerizo en estas lides, en una celda con alguien como él. Hasta ahora no me ha hecho ningún mal, pero os juro que mi tránsito intestinal es mucho más fluido desde que convivo con él.

Para que lo entendáis: me cago de miedo. Y ahora mismo, me pregunto si también un psicoanalista que tratase a Tomislaw sentiría sus tripas moverse de puro miedo.

     -No lo entiendo -insiste-, de verdad que no. Imagina uno de esos negros que se mueren de hambre y que viven rodeados de moscas. Llega entonces un tío y le da una hamburguesa, pero el negro dice: «Gracias, pero solo me como la lechuga y el pan, que no quiero abusar. Es preferible tener hambre sórdida que hambre mediocre». ¡No me jodas!

     -Me parece que estás sacando la frase de contexto -le digo-. No la estás interpretando bien.

     Saltan mis alarmas. Inmediatamente. ¿Estoy llevándole la contraria a Tomislaw Sikorski? Hugo el portugués me dijo que una vez, Tomislaw casi le salta los dientes a Tomás porque no limpió bien la mesa del comedor. Tomás me cae bien, es de Teruel, un friki de los ordenadores que trató de estafar a no sé cuánta gente. Un pringao. Ningún pringao debería compartir mesa con Tomislaw.

     – ¿Qué significa «contexto»? -pregunta.

     -Quiero decir, que eso lo dice algún personaje, seguramente Carvalho, en una circunst… Ehm… una situación particular, y seguramente será algo sarcást… este… en plan broma pesada, o algo así.

Trago saliva y es como tragarse una bola de billar. Curiosamente, me viene a la cabeza ese pandillero. El polaco le puso una cuerda de tender alrededor del cuello y apretó hasta que la nuez le asomó por la nuca. Juan el Cruasán, que es uno que no sale del gimnasio y tiene las espaldas como para usarlo de viga maestra, me contó que después de matarlo, se fue hasta la comisaría y se entregó.

¿Sabéis qué? Entiendo un poco a Tomislaw. Él quería salirse de esa banda y creo que lo único que quería era que lo dejasen en paz. ¿No es eso lo que queremos todos, en definitiva? Que nos dejen en paz. Claro, que no estrangulamos a nadie por ello. Quizá deberíamos, pero no lo hacemos.

     -Creo que tienes razón -me dice, para mi sorpresa-. ¿Qué sé yo de interpretar nada? ¡Ni siquiera me queda del todo claro lo que significa sórdido! El Manolo este sabrá lo que se hace, ¿no?

     Manolo… ¿se refiere a Vázquez Montalbán? Debe serlo. Abro los ojos. Anda, ¿los tenía cerrados? Sí, los tenía cerrados. Apenas hay luz en la habitac… la celda, dejemos los eufemismos. Apenas hay luz y no se puede leer, pero Tomislaw ha memorizado la frase y reflexiona sobre ella. Es mucho más de lo que hacen los lectores habituales, me parece a mí.

– ¿El libro es tuyo? -me pregunta.

-No, lo cogí en la biblioteca. ¿Quieres leerlo?

     No responde. Ahora piensa en silencio y eso es un aún más pavoroso. Al menos, cuando habla, sé lo que está pensando. Ahora, es posible que esté valorando bajarse de la litera, ponerme la almohada en la cara y sentarse encima a leer Los Mares del Sur. Madre mía, estoy seguro de que mientras yo pataleo, me contaría alguna cosa. No sé, me lo imagino ahí, apretando sus nalgas contra la almohada y diciendo: «Cuando salga de aquí me iré a la Polinesia, como decía el ricachón catalán del libro». No me extrañaría ni un pelo. Me pregunto si al Black Panther también le contó sus miserias mientras lo estrangulaba.

-Me gustaría leerlo, sí -contesta, muy convencido.

-De acuerdo -le digo, aunque la voz me tarda un poquito en salir.

     -Se me ocurre que podríamos coger un libro cada uno y luego los intercambiamos. Y después, los podemos comentar, no sé. Quizá me aficione a la lectura si tengo alguien con quien hablar de los libros.

     -Aquí, alguna afición hay que tener -apunto.

     -Si no quieres acabar como esas piltrafas que ves en el patio, sí, desde luego.

     Piltrafas. ¿De dónde puñetas ha sacado esa palabra alguien como Tomislaw? No sé, pero es acertada. Los tíos del patio, que corretean de lado a lado trapicheando con medios gramitos o metiéndose comida en los bolsillos para cambiarla por cigarrillos, siempre son una especie de futurible de uno mismo. Cuando los veo, me pregunto cuánto me queda para ser como ellos.

     -Tuve un profesor que se empeñaba en regalarme libros -dice. «¿Este tío fue a la escuela?», me pregunto yo-. Se llevaría una alegría si supiera que me he aficionado a leer. Siempre intentó ayudarme. No se puede decir lo mismo de casi nadie más.

     -Te animo a ello -le digo-. ¿Quién sabe? Quizá empieces leyendo novelas y acabes estudiando algo.

     Tomislaw se ríe, con un par de carcajadas, sonoras y aterradoras. Todo en él es digno de una película de miedo, pero ahora veo que lo hace sin darse cuenta. No es consciente de su propia imagen y los demás, maldita sea, no vemos más allá de esa máscara.

– ¡Oh, qué idea he tenido! -salta, de pronto-. Si estudio mucho, cuando salga de este agujero igual puedo trabajar en un reformatorio. Así, podría saber cómo es uno por dentro.

Vuelve a reírse. Y ahora con ganas, lo cual hace que su risa sea no ya terrorífica, sino demencial. La de antes parecía la risa de una princesa Disney en comparación.

Se produce el silencio. El silencio abrumador de la cárcel, cuando los presos son más conscientes de lo que son. Al cabo de unos minutos, lo oigo roncar. Qué cosas. Empiezo a pensar que Tomislaw es solo un botarate con ilusiones y sueños. Quizá también sea un monstruo capaz de arrancarle la garganta de un mordisco a ese mismo niño pequeño, ¿desde cuándo lo cortés quita lo valiente?

Vuelvo a dejar el libro sobre la repisa y trato de dormirme también. No creo que sueñe cosas bonitas, ningún preso puede hacer tal cosa. Salvo los presos que leen, supongo.

Texto: © Perseus Roig, 2019.

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