LA MADRINA

En esos pasillos de hotel donde la vida se siente poco libertina, estaba el viejo agente Triple A, donde se encontró a un viejo amigo, alguien que mientras saludaba demostraba su aversión a la corrupción, tenía sus desesperos en las manos por esa forma insostenible de corromper que afloraba frente a las narices de todos y nadie hacía nada, y a eso le acompañaba un sentimiento de honradez, pensando en Triple A como una esperanza. Entonces se propusieron buscar el camino para arreglar esa deformación social que hacía de la población una presa asechada.  Los niños veían las coimas rasgando sus ilusiones.

La justicia se había olvidado, aunque en este lugar todo estaba olvidado, la población de urbe pequeña experimentaba las cercas y las rejas para librarse de las amenazas y las balas. Había decaído la formación ética, la moral y todas esas normas que hacen ver a un ser poblado de honradez, como impecable y libre. Pedir por nada y presionar por cualquier cosa, era una forma de supervivencia de funcionarios mal pagados dejando caer el poder de su mano. La suciedad no discriminaba, se iba pegando en cada ser, esa tintura de asalto, de mancha camuflaje se contagiaba del mismo camaleón.

Esa altísima probabilidad de que exista alguien que pueda alcanzar niveles éticos y morales ejemplares en ese lugar se desvanecía. La ética se presentaba muriendo como la esperanza frente a la muerte. El gobierno las manos atadas frente a la ley y las leyes formando los basurales en la crecentada. Los mandos medios quejándose y los dirigidos sin rumbo. Los usuarios aturdidos fortaleciendo el sistema con los billetes bajo la manga y de lejos protestando como santurrones. Los incólumes huyendo, los valientes gritando mientras no tengan que afrontar una denuncia formal. Los jefes subidos en sus egos encubriendo sus gasolinas para que no reviente el juzgamiento mediático.

Una ligera sábana estaba cubriéndolo todo, se mezclaba con la rutina, se veían normales las figuras retrógradas de la corrupción, la venta de las cosas gratuitas era imparable, subían las multas por luces rojas, por libertades, por condenas pequeñas, con sanciones exageradas para los sin bandera. Las fugas fantasmales para los mejores postores, las sanciones más graves para los enemigos. Dando mayor importancia a las noticias sanguinarias de otras urbes para que el pueblo olvide.  Y los pagos en la calle, en la oficina, o los pagos más grandes en los restoranes, en los hoteles cinco estrellas, o en los edificios públicos, y de otras que no se conoce como milagrosamente aparecen deudas saldadas.

Y luego la intriga, fotografías, videos, voces, montajes para mantenerse en el negocio. Pruebas para soborno, extorsión, pruebas para manipular a los contrarios, a buenos, a malos, padrinos, compadres, ahijados, vecinos, pruebas contra la Madrina, los doble sentidos. Las exigencias de lo que no les han dado los políticos cobrándole al pueblo, o lo que no les ha dado el gobierno, cobrando directamente en la calle.  El grupo de la Madrina, el grupo del jefe, el de la banda, el pandillero, controlado por la pólvora del sicario.  La amenaza con rostro de paloma en el palomar, comiéndose sus propios huevos.

A Triple A, lo convencieron para levantar a los villanos, para que acepte el cargo y componer algo de la casa. La información fue tomando cuerpo, aunque ya se sentía estar en la madriguera de los leones.

Su amigo empezó a enviar información de casos, aunque no eran casos concretos, había operaciones que revelaban donde estaba la cabeza. Visto de lejos era algo imposible de componer.

Triple A, se metió al ruedo. Analizó que en esas instituciones cuando el jefe es déspota, brabucón, el que acapara todo o es un corrupto o es la golondrina que no hace verano, sea como sea, el abuso, la ira diseminada, el aire de vicio, y todas esas manifestaciones de antivalores mezcladas con una estrictez absoluta, son un claro síntoma que esa persona vive manchada con mucho más. El egocentrismo y la constante tiradera de flores revelaba que por ahí hay muchas espinas escondidas. Siempre hay un lagarto, pero esta era serpiente.

Triple A, daba rienda suelta a cualquier amenaza, se prendía en la burla, pedían callarlo y minimizaba los riesgos, se apegaba a la verdad, mientras había gente rumiando hipocresía se daba el trabajo de identificar la sinceridad. Solo tenía cuatro horas para dormir.

Los enemigos, se hacían llamar amigos, eran gratuitos, escondidos, invisibles, se vendían, compraban, se camuflaban con ropas limpias en la luz de la oración, le compraban blancura al destino, se enredaban en sus jueces interiores con sus torturas, aprisionaban a los que podían, y callaban como un cementerio frente a la Madrina, en el día daban órdenes lícitas, en la noche equívocos, de frente gritaban que no, de espaldas y a media noche contraordenaban todo. De frente pedían lealtad, de espaldas manchen a Triple A; de frente caballero, de espaldas ese maldito. Humíllalo, empuercalo. La Madrina, la jefa, exigía lealtad presionando con los videos de los cohechos, esa lealtad equivocada que circula en las pandillas.

Triple A llegó por esos días donde las cosas de la corrupción literalmente eran nocturnas. Los representantes de los ilegales caían con los sobres, los legales también, las frutas se movían, todo estaba urdido con una exquisitez de antro. Había mirado todo, entendía la luz de la palabra. Los procesos eran un éxito según la inducción. Se hizo cargo, efectivamente conoció de primera mano lo que pasaba. Pero también todo se veía desconfiado. Por un par de días se esfumó la descomposición.

Poco a poco conoció la forma de vivir y subsistir entre el grupo y los aplicativos diseñados para ese sistema. El sistema que era tan indispensable cumplirlo porque si no, fallaba todo. Los procesos no eran susceptibles de mejora continua en aquel sistema. Alguna intromisión o alguna incongruencia dañaba el bolsillo, y cambiaba el estatus quo de cualquiera. La Madrina como le decían todos quienes tenían sus sobrenombres de pandilla, comenzó a sospechar de Triple A, porque se había ganado a varios de sus agentes, con sus discursos y sus promesas objetivas y de cumplimiento obligatorio, especialmente cuando dijo que: Él era de esos de que, si se pasaba una luz roja del semáforo, él regresaba donde el Agente a preguntar por qué no lo multaba y si no lo hacía, amenazaba denunciarlo por omisión.  Triple A, ya era conocido, de que no se manchaba con un céntimo ni con nada. No había poder humano que lo ponga en sus vericuetos.

Un día le mandaron a un señor para invitarle a tomar un refresco y le ofreciera un sobre de parte de los micro traficantes, para que los deje trabajar. Agradeció el refresco antes de acudir y dijo que su vida la tiene limpia para mancharla con un sobre. Finalizó la entrevista: “Es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre” No señor, trabaje de acuerdo con la ley y punto, no ve que están matando a nuestros muchachos, los detendré o me dejo de llamar Triple A.

El hombre del sobre se fue, nunca más volvió, seguro pensó que Triple A, valía mucho más por esa forma tan contundente de decir no a la paga que de cierto era ilegal y jugosa. Porque según los conceptos de los perdidos entre más estricto es el funcionario solo sube el precio.

En esos días un amigo, llegó para ofrecerle un álbum de mujeres hermosas, unas preciosuras en fotografías sexis, manzanas del árbol prohibido, pecados hermosos, y la misma treta, estas son unas mujeres que usted las puede tener, a usted que está lejos del nido, le caen muy bien. En el mismo tono, Triple A, presentó su rechazo a la oferta, por el hecho de predicar valores con el ejemplo.  Aunque el rumor del rechazo puso en duda su orientación sexual. Solo ahí supo que una persona ofrece a otra cualquier infierno, pero cuando lo hace un amigo duele más. Aunque haya pedido disculpas.

Cuando nada resultaba le mandaron a decir que una persona así solo la callan las balas. Triple A, portaba su pistola en la gaveta del auto y siempre la llevaba en la mochila. El sicario de la moto negra lo perseguía, hasta que un día se vio sorprendido, con la pistola en la cabeza. Triple A lo desarmó con aquella pistola de juguete y sacó toda la información en video. Las ratas huían. Esas imágenes circulaban como ponzoñas; informaciones pecaminosas, informaciones conteniendo actividades delictuales, contravencionales, trampas e ironías de los memes que fortificaban los sentimientos muertos. El grupo de amigos, el grupo de trabajo, los confidentes, los traicioneros, los hipócritas, los lleva y trae, hacían sus operaciones y fallaban. Las autoridades comenzaron a indagar.

El teléfono no dejaba de sonar, llamaba el asesor, el secretario, el empresario, el dirigente, esas personas que tienen complejo de denunciantes, denuncian todo y no dicen nada. Las denuncias escritas nunca llegaron, algunas personas intentaron denunciar, pero cuando iban hasta donde Triple A, nacían los arrepentimientos con las terribles amenazas, se morían los hijos, las madres. Afloraba la cobardía, y vencía el mal dejando tiempo perdido, muerto por la cobardía. Todos pretendían ahorrarse un problema olvidándolo todo, aunque les saquen los últimos centavos.

Las letras seguían por la cúspide y por las entrañas de una cama desperdigada, había soledad con miedos de periódicos viejos conteniendo la crónica roja de algo nocturno. La soledad se presentaba con pequeños y ardorosos cánticos fuera del salón, desde ese salón que lucía abandonado. Quizá eso reafirmaba el sentido mismo de la soledad, sentir que la música puede ser alegría para algunos como puede ser pura nostalgia en el aislamiento. Más todavía si era imprescindible aislarse de todos y quedar perseguido y realmente solo porque había muchos malos.

Ese ultrasonido que identificaba las fracturas, esa pancarta negra que llevaba impresa las figuras de una queja estaba presente, nada era visible a simple vista, todo se detectaba con rayos equis, hasta podía hacérselo con lentes de lectura, pero la miopía social conspiraba con miedos en carne viva. Se fingía heridas, se sanaba enfermos, todo por dinero. Los papeles perfectos, las acciones diferentes. Todo fabricado en esa cortina de cómplices que fortificaba el sistema. La organización prendía indicadores, marcaba alarmas, y al mismo tiempo las apagaba con sus capacidades de caer siempre con la séptima vida de un gato.

En un mundo donde los accidentes transmiten cierto regocijo para los que los cobran, donde los autos y buses pretenden coger la sartén por el mango obviando las reglas o comprándolas, en un mundo donde se borra infracciones y se privilegia a las banderas individuales y desde ya los violentos amenazan con sus pólvoras mojadas, en ese mundo estaba la forma perfecta de una institucionalidad débil, yendo en las aguas de la crisis amenazando el naufragio. Sabemos que las crisis tienen desenlaces, que esas formas nocturnas tienen algún día un amanecer.

Los zapos y la zapada rumoreando a escondidas, pues era la actividad más reprochada, netamente prohibida, lo peor que le puede suceder a la delincuencia, porque la desmorona. A los agentes de inteligencia infiltrados se les autorizó dar muestras de lealtad para que los acepten en la pandilla y fue cuando pudieron comprar informantes decididos a poner un fin. Aunque el agente Simón fue descubierto y perdimos a la agente Circe reclutada por los narcos, el resto salió bien.

Cuando todos quedaron descubiertos, Triple A buscó la forma de combatirlo y en este caso afloró esa crisis que derrumbó todo. Ganó la verdad. Todo le falló a la Madrina, con la simple presencia de la honradez en la que sigue Triple A.  Se enteraron todos del modus operandi de la Madrina, de esa cabeza podrida donde resultaba la enfermedad. Las autoridades conocieron todo, pero falta alguien de la justicia que tenga algo de honradez para finalizar la historia. Ahora Triple A está muy lejos buscando otro pueblo secuestrado.

Texto: © Edwin Antonio Gaona Salinas, 2019.

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