MIENTRAS LLUEVE SOBRE LOS MANZANOS de Txema Arinas
Aquel periodista y escritor madrileño que se retiró hace ya dos lustros a una pequeña aldea del oriente de Asturias con su tercera esposa. Suele contar a todo aquel que quiere escucharle, por lo general las viejas amistades de la capital que de tanto en tanto se dejaban caer en la coqueta y apartada casa de labranza que él aseguraba haber restaurado con sus propias manos, amistades como la pareja de antiguos colegas del periódico que hoy le visita a él y a su joven esposa, esa que muchos en el pueblo creían al principio que era su hija, que uno de los principales motivos de su retiro no era otro que poder disponer por fin del tiempo y la tranquilidad necesarios para escribir la novela negra que le ronda por la cabeza desde hace tiempo. Una novela que según él va a revolucionar el género patrio de la novela negra en alza desde hace ya años. Un género que él juzgaba excesivamente estereotipado como consecuencia de intentar emular los éxitos editoriales de otras latitudes, de intentar trasladar a nuestras letras la idiosincrasia de otros países o entornos, por lo general aquellos más urbanos y cosmopolitas en los que predominan los protagonistas con galones en los diferentes cuerpos policiales, el lumpen arrabalero de las grandes ciudades, las hienas al uso de la política o el poder económico a todos los niveles, o tarados con los más variados expedientes clínicos y entre los que destacan los aficionados a la casquería humana. Él viejo periodista capitalino quería darle una vuelta de tuerca al género trasladando las tramas negras al campo. Su idea era escribir una historia inspirada en la película Perros de Paja de Sam Peckinpah, esto es, un entorno paradisíaco al que llega un misterioso forastero con el fin de iniciar una nueva vida y que, como consecuencia de su empeño de cambiar lo que él cree que está mal en el pueblo o no funciona como debiera, desencadenará todo tipo de tensiones y malentendidos con sus nuevos vecinos hasta que la situación se hace tan insostenible que deriva en un cruento crimen. Argumento que poco o nada tiene que envidiar a la tradición del tremendismo hispánico que tan bien recogió Cela en su Pascual Duarte y que años más tarde los hermanos Antonio y Emilio Izquierdo demostrarían sobre el terreno en Puerto Hurraco.
El viejo escritor madrileño explica a sus invitados que el entorno paradisíaco no es otro que el concejo de Llanes del que se confiesa enamorado. Qué otro remedo del Paraíso mejor puede imaginar un escritor que este que le rodea ahora a diario con su verde eléctrico tras la lluvia cubriendo los prados infinitos y las suaves lomas que se extienden desde los maravillosos y siempre inquietantes acantilados como los de Pría hasta las laderas bajo la sombra del macizo calizo de los Picos de Europa y la Cordillera del Cuera. El problema, confiesa el avezado periodista capitalino, es que en la comarca casi nunca sucede nada, por lo que no le ha quedado otra que inspirarse en sus más de tres décadas de cronista de sucesos por toda la geografía española para imaginar una trama que adaptar a la zona en la que vive lo mejor que ha podido, es decir, procurando que no desentone en exceso dada la absoluta placidez en la que transcurre su retiro asturiano. Por eso asegura haber imaginado una víctima propiciatoria lo suficientemente atractiva para hacer lo más verosímil posible la trama sin que, al mismo tiempo, nadie pueda reprocharle que se ha basado en algún conocido del lugar o de los medios. Así pues, su protagonista es un parisino de padres asturianos y oriundos de la comarca llanisca, un hombre maduro y bien parecido, ingeniero agrícola especializado en el sector pesquero, el cual decide un día instalarse en el pueblo costero donde pasaba los veranos con sus abuelos con el fin de cambiar completamente de vida dejando atrás varias décadas de trabajo como alto ejecutivo en el sector conservero. Una vez instalado comprará una pequeña chalupa con la que saldrá a faenar hasta que, consciente tanto de las rémoras del sector como del daño creciente que sufre el litoral asturiano, se impondrá intentar cambiar las cosas. Para ello, conseguirá convencer a varios de sus compañeros de faena para fundar una cooperativa dedicada a la explotación pesquera de acuerdo con muchas de las técnicas tradicionales ya prácticamente olvidadas, y que además serán el principal incentivo a la hora de vender el pescado a los restaurantes de cierto copete con la etiqueta, tan revalorizada de un tiempo a esta parte, de “pesca ecológica tradicional”. Dicha iniciativa le granjeará no sólo la envidia de otros pescadores que no querrán sumarse al proyecto, sino también la hostilidad sin medias tintas del principal armador pesquero de la comarca. Por si fuera poco, y con el ánimo de intentar sacar adelante desde el ayuntamiento medidas para la protección del litoral, el protagonista también se meterá en política sacando la única acta de concejal de una pequeña candidatura ecologista constituida para la ocasión. De ese modo, asegura nuestro autor, la trama de la novela introducirá al lector en los pormenores ya no tan paradisiacos de las rencillas entre pescadores y las miserias de la política local, que por pequeña no será menos feroz y despiadada de lo acostumbrado en las grandes urbes. Pero, y ese es sin duda el mayor atractivo de la novela, la nota que la distingue del resto, a todo esto hay que añadirle la peculiar idiosincrasia de la gente del campo por casi todos conocida y que, así dicho en pocas palabras, se diferencia de la de las ciudades tanto por la peculiar gestión de los tiempos y los silencios, esto es, por la conciencia de que las cosas nunca se deben decir del todo y a ser posible siempre entre líneas, como por la portentosa e incluso omnipresente presencia que tiene el pasado en el día a día del lugar, es decir, el peso del legado familiar con las historias de viejas rencillas y las cuentas pendientes de cada cual heredadas de una generación a otra. Con todo, el escritor promete que el desenlace sorprenderá a todo el mundo, como que siendo con son tantas y tan diferentes las pistas que irá dejando a lo largo de los capítulos, nadie se esperará que el asesinato del forastero se deba a razones sentimentales antes que a esas otras más pecuniarias en las que no dudará dejar entrever la presencia de alguna mafia del Este o puede que hasta un asunto de drogas al estilo de los de los famosos capos gallegos. Porque lo que ningún lector podrá imaginar es que, con tantos frentes abiertos por parte de su protagonista, el asesino no será otro que uno de los muchos maridos cornudos que el forastero metomentodo irá coronando como consecuencia del prácticamente irresistible atractivo como partenaire sexual que éste tiene entre las mujeres casadas y de buen ver de la comarca. Una historia, dice nuestro escritor novel, a la altura de Mientras nieva sobre los cedros de David Guterson. O al menos eso espera él, que no quiere que la suya sea una novela negra más al uso, vamos, de puro y simple entretenimiento, sino casi que un tratado sociológico, e incluso con verdaderos ribetes literarios, sobre las trastiendas del alma humana en entornos aparentemente paradisiacos en los que casi nunca ocurre nada malo, o al menos eso es lo que se tiende a creer vistos desde fuera.
-¿Pero ese no es el crimen del concejal de Llanes? –pregunta el amigo de toda la vida de visita a la cabaña de nuestro viejo escritor en su peculiar Selva Negra al estilo de aquel famoso filósofo alemán en zapatillas.
-¿De qué concejal me hablas?
-Cómo que de qué concejal, si está en boca de todos. Esa es la historia de Javier Ardines, el concejal de IU asesinado hace casi un año por encargo del marido de la prima de su mujer. Todo el mundo pensaba que el culpable tenía que estar entre aquellos a los que había estado jodiendo desde su concejalía de medio ambiente, furtivos sin escrúpulos, empresarios constructores, vecinos con malas pulgas por un quítame ahí esa linde y todo así, e incluso entre los funcionarios del ayuntamiento a los que puso firmes porque nunca estaban en su puesto. Y resulta que al final se trataba de un vulgar asunto de cuernos.
-No tenía ni la más mínima idea. Apenas leo la prensa, me paso el día entre mis libros y mis discos, cuando no de la huerta a la cocina, y solo salgo de casa por las tardes para dar un paseo por los alrededores sin pararme nunca a hablar con nadie de otra cosa que no sea el tiempo o preguntar cómo van este año los manzanos con tanta lluvia.
-¿Y Emma? ¿No te cuenta nada tu mujer? ¿No es ella la que frecuenta el pueblo para hacer la compra o para hacer gestiones?
-Que yo sepa no me ha contado nada.
-¿Y dónde se encuentra ahora?
-Ha tenido que ir al juzgado de Llanes a declarar por no sé qué asunto. No me preguntes qué. Ya te he dicho que yo estoy a lo que estoy, la mayor parte del tiempo a mi novela y poco más.
Texto: © Txema Arinas, 2019.
Visitas: 47