El criadero – reseña # 2

EL CRIADERO, de Gustavo E. Abrevaya

El escritor y detective privado Rafael Guerrero reseña «El Criadero» novela negra imprescindible para quienes gustan del género.

Ediciones PG -Marzo 2018. 194 págs.ISBN:978-84-947625-7-4

Sinopsis

Detrás de un basural que alimenta a infinitas gaviotas, está el pueblo Los Huemules. Hasta allí llegan Álvaro, cineasta independiente, y Alicia, su mujer. Un problema mecánico les impide seguir camino y deben alojarse en el único hotel del pueblo. La manía de Álvaro de grabar en video todo lo que ve lo lleva a registrar imágenes peligrosas. Cuando Alicia desaparece, Álvaro empieza a descubrir los secretos del pueblo, coto de caza y criadero de todos los horrores.

 

 

 

 


Cada cierto tiempo, coincidiendo con épocas de sequía creativa, se pone de moda la etiqueta de novela psicológica como si el resto de producciones se hubiera pergeñado con los pies y estuviera destinado a leerse con las rodillas.

A base de leer, uno se da cuenta en seguida de que novelas psicológicas lo son todas, tanto en ámbito de la ficción como de la no-ficción (crónica, ensayo, biografía, memorias, relatos, etc.) aunque los autores solo le hayamos dado una única vuelta de tuerca al cerebro.

Y si nos referimos al género que nos atañe hoy, el negro o noir, a poco que se hayan devorado unas cuantas historias de polis, detectives privados, periodistas preguntones, agentes de seguridad pasados de rosca, espías y demás calaña investigadora, esa condición de psicológica cobra mayor relieve Por no decir que, si algo distingue este escondite para desencantados es la forma de maquinar que la mente genera ya sea en el perfil de los personajes (de los malos, de los buenos y de los que se balancean sobre la delgada línea), en sus motivaciones racionales y emocionales, en el método deductivo que se emplea para resolver los casos, en la nula o mucha empatía que protagonista y antagonista despiertan o en la omnipresente crítica social contra el sistema y la denuncia de los abusos que unos ejercen contra otros.

“El Criadero”, la obra de Gustavo E. Abrevaya, es por tanto una sólida y original novela negra, una desconcertante novela psicológica y yendo un paso más allá, una muy inquietante novela psiquiátrica (no por casualidad el que la firma ejerce este oficio). En ella se despliega desde las primeras líneas un catálogo tal de taras mentales y comportamientos enfermizos —y criminales—, que aparte de atemorizar, engancha y revuelve.

El ambiente que describe y la atmósfera que se respira hasta la asfixia están muy logrados: aislamiento, opresión, intimidación, miedo, endogamia, caciquismo y servilismo, nepotismo, omertà, brutalidad y crueldad. Una apabullante e impune crueldad.

Entronca en este sentido con el tremendismo de Camilo José Cela en «La familia de Pascual Duarte» y con el descenso a los infiernos del Dante Alighieri en busca de su Beatriz. De hecho, los protagonistas de «Criadero», Álvaro y Alicia, bien podrían definirse como un trasunto del poeta encarnado en director de cine independiente y de su amada/musa en esta versión argentina de la “Divina comedia”.

Se trata de una suerte de road movie que se queda quieta en el espacio y retrocede en el tiempo. Un virtuosismo achacable al autor y su juego de luces y sombras, sobre todo de sombras y al anochecer, cuando no es recomendable salir de las casas ni ser testigo de las cacerías, ni víctima de la barbarie ni presa de los perros cimarrones en el desierto del abandono. Perros que uno duda si también esconden un alma más humana que la de los energúmenos que los alimentan.

Esa degradación se refleja en las delirantes reflexiones justificativas de algunos personajes y en los diálogos frescos, ágiles y verosímiles que mantienen con el de fuera, el intruso. Eso imprime un ritmo trepidante en la narración en contraste con el tempo lento y aplastante que se cierne sobre los personajes condenados de antemano.

Así pues, el desenlace se convierte en una orgía y aquelarre del mal, en el mural pintado del cotolengo —que un capítulo disecciona— hecho carne. El fatal destino empuja a los figurantes precipitándolos hacia su vacío particular: un basurero, el mismo donde empieza la crónica. La frenética quietud, el silencio comprado e impuesto, estalla como si una bala disparada a bocajarro reventase un cráneo y el espectador se diese cuenta en ese instante de que no está viendo una película, se está viendo a sí mismo.

Texto © Rafael Guerrero

Nació en 1969 en Madrid, ciudad a la que ama y odia como la mayoría de madrileños. Es detective privado, empresario, profesor universitario, escritor, Criminólogo por la Universidad Complutense de Madrid, Director de Seguridad por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y Máster en Servicios de Inteligencia por el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de Madrid.Ha ejercido la Investigación Privada desde el año 1992 mediante la dirección de su propia agencia, Grupo Agency World Inv. Durante estos años, ha resuelto infinidad de casos a nivel nacional e internacional. Pertenece a la World Association of Detectives de Estados Unidos y es socio colaborador de la International Police Association.Colabora habitualmente con artículos en la revista de la Asociación Profesional de Detectives Privados de España y es ponente en congresos de Detectives.Sus novelas desmitifican la figura del detective privado mientras muestra la realidad de su profesión. Autor de las novelas negra: «Un guerrero entre halcones»; «Muero y Vuelvo»  «Ultimatum» El relato «La Casa Putin» en la Antología «Lecciones de Expertos Asesinos»


Sobre el Autor de la obra: Gustavo E. Abrevaya

Buenos Aires 1952. Médico Psiquiatra desde 1978  y Escritor desde que tiene memoria.

Concibe a la Novela Negra en Argentina como el resultado de una historia terrible vivida durante la última mitad del siglo XX, especialmente desde la dictadura  cívico militar instaurada en 1976 y que costó la vida de miles de compatriotas. La novela negra exige inserción en la realidad política, social, histórica.

Considera que un relato que pretenda prescindir de este contexto, no sólo no lo conseguirá porque la realidad no pide permiso para meterse en nuestra vida, sino que en todo caso podría tratarse de un relato del tipo Who done it? Autores que se limitan a narrar el desarrollo de un crimen y pretenden una objetividad inexistente terminan produciendo historias banales. La escritura es pura subjetividad. Un relato es una mirada. Y un compromiso.


 

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